sábado, 2 de junio de 2012

De la navaja suiza a la navaja de Ockham

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Me detengo unos minutos, por el calor de la tarde, y me siento frente al televisor. Un documental de la cadena National Geographic está contando cómo es la fabricación de la navaja suiza clásica, esa que tiene hojas para todo. Un proceso llevado con una precisión milimétrica por los operarios.
Carl Elsener Jr., el CEO de Victorinox, los fabricantes del invento, explica ante la cámara el momento más dramático que vivió la empresa y el pueblo suizo que depende de ella: el 11 de septiembre, los atentados de Nueva York. Lo que era una útil herramienta, nos dice, pasó a ser considerada una peligrosa arma potencial y prohibida en los viajes aéreos. Dejó, además, de venderse en las tiendas Duty Free de los aeropuertos de todo el mundo. Un desastre que supuso un brusco descenso del 30 por ciento de las ventas mundiales de la empresa.

Ante tal situación, nos sigue contando el empresario, tomaron dos decisiones. La primera dirigirse a los mercados emergentes, a China y otros países, a venderles las navajas. La segunda medida fue diversificar sus productos y fabricar relojes, maletas,  perfumes, etc., aprovechando las tecnologías que dominaban o estaban a su alcance. Utilizaron el prestigio del nombre de la marca para ofrecer la misma calidad que había hecho famosas sus navajas multiusos. Descubrieron, dice, lo peligroso que es depender de un solo producto. Unos atentados a miles de kilómetros pueden destruirte sin que tengas nada que ver con los hechos. Así funciona el mundo global.
Pero lo más importante de todo, es lo que afirma: estas navajas se fabricarán siempre aquí porque son la vida de este pueblo.
El secreto de la supervivencia no es más que ese. Porque no se trata del beneficio, de ganar siempre más a cualquier coste. Una empresa es un trabajo, unas personas y una historia conjunta, un compromiso en el tiempo. La empresa sabe que puede deslocalizarse y hacer que se fabrique en cualquier otro lugar del mundo más barato. Pero las navajas suizas son suizas como son persas las alfombras persas. No se trata de vender, sino de vender lo que hacen.


No solo hay que tener visión de futuro; hay que tener visión de pasado. La empresa se ha hecho con el esfuerzo de las familias del pueblo, con su trabajo de décadas. Lo que da estabilidad a Suiza, como ellos dicen, es que al no tener muchos recursos naturales, deben vivir de lo que hacen allí. Y si eso se lo llevan a otro lado, no podrán tener una sociedad próspera. Y eso es lo que realmente les importa. No la riqueza, sino la prosperidad que es otra cosa muy distinta. En ese pueblo no se vive de los Bancos, del dinero que les llega, sino de lo que producen. Son dos formas distintas. No sé si los suizos están orgullosos de sus bancos, pero sí de sus navajas.

De vuelta al ordenador, veo que a Elsener le han dado un premio, el Swiss Award 2011, por “su incansable esfuerzo”, dice la prensa, “por preservar la fuerza e identidad suiza de la marca Victorinox”. Reconocen además su esfuerzo por mantener la localización de la empresa. Concluye la entradilla con la satisfacción de los empleados por el premio dado a su patrón.
Nuestra economía se ha hecho egoísta, asocial y ahistórica: gira sobre el producto y no sobre las personas que lo fabrican. Esto significa, como nos repiten constantemente, que gira sobre el consumo, porque busca siempre mercados en los que vender sin importar dónde se fabrique. Lo corrijo inmediatamente: sí importa, en el lugar más barato. Es la forma de obtener un mayor beneficio con el mismo producto. Gira sobre el producto, sí, pero sobre el producto que sale más barato fabricar y donde se pueda vender más caro. Eso es lo que venden nuestros genios empresariales. Son deslocalizados mentales que presumen de instalar e invertir en fábricas fuera para dar así más dinero a sus accionistas anónimos o a ellos mismos. Lo que hacen es destruir el empleo y disociar la función social de la empresa —crear trabajo y el empleo consiguiente— con un solo fin: el beneficio. A Adam Smith le hubieran dado asco.


Lo que se gana no produce beneficio social; solo al orgulloso emprendedor le aumenta la cuenta corriente (la de aquí o la de fuera), pues el beneficio es mayor al pagar menos. Estos enfoques económicos han llegado de la mano de unas mentes desnacionalizadas, por un lado, y asociales por otro — lo contrario de Carl Elsener Jr.—, ya que no se sienten vinculados a ningún origen personal o geográfico, no tienen compromiso más que con sus números. Su nacionalidad es engañosa, como algunos han recordado recientemente de ciertas empresas “multinacionales españolas”, extraño oxímoron económico.
No se trata de volverse nacionalista, sino responsable; no se trata de boicotear lo de nadie —que hacen lo que les corresponde—, sino de creer en lo que hacemos y darle un sentido más allá del beneficio. Un sentido común, compartido, un compromiso con lo que nos rodea.

Tenemos los empresarios más cosmopolitamente paletos del universo. Dios bendiga a los buenos porque muchos de aquí no aciertan ni para elegir a su patrono jefe. Lo que hace estables a Alemania o a Suiza es precisamente no perder de vista su país, las empresas son alemanas; los son sus empresarios y sus trabajadores, por más que contraten a gente de cualquier nacionalidad. No necesitan ir a los estadios a demostrarlo. Tratan de vender lo que producen y estar orgullosos de ello, de su calidad, de la verdadera confianza que generan con su trabajo. Mantienen su nivel de vida porque innovan y mejoran sus productos, no porque se dediquen a menguar el sueldo cada año a sus ciudadanos o considerarlos becarios de por vida para obtener mayores beneficios. Saben que para competir tienen que investigar y mantener su nivel de excelencia en lo que fabrican. Por eso cuando crecen económicamente, también crecen laboralmente, crean empleo. Lo repito: Dios bendiga a los buenos empresarios, a los que se dejan la piel y crean puestos de trabajo. Pero el cielo es un lugar solitario.
El hecho de que Alemania esté acogiendo a nuestros profesionales desempleados —como lo hizo en los cincuenta y sesenta— es porque va a mantener allí su producción en vez de llevársela a cualquier otro país. Alemania es Alemania con sus fábricas, lo que no quiere decir que no se expandan cuando deban hacerlo. Mientras hagan esto, serán países poderosos y estables.
Aquí no se expanden, huyen. Despiden aquí y contratan allí. Y encima nos enorgullecemos viendo lo poderosas que son nuestras empresas, que están por todas partes. Mientras, el país va entrando en coma por falta de producción y salida de capitales. Somos los únicos en Europa que estamos así, con un paro de este calibre. Por algo será. La suma de las dioptrías económicas y políticas da una miopía muy poderosa.

El efecto es que se empobrece a la sociedad, ya que se va reduciendo el consumo, que es lo único que se espera del ciudadano. Y no se puede consumir si no se trabaja. ¿Resultado?: no se crea empleo y los cierres se encadenan produciendo más paro. Los que trabajan son más pobres porque deben mantener los servicios del resto. Es nuestro efecto dominó particular. Seguimos sin contestar la pregunta fundamental: ¿por qué en España no se crea empleo? ¿Por qué todos prometen que van a hacerlo y la triste realidad es que son incapaces de hacerlo? ¿Por qué cuando mejor estamos tenemos dos millones de parados y cuando peor cinco? ¿Por qué?
El ejemplo de la navaja suiza es ilustrativo. Lo primero es tener el sentido de una economía nacional, que beneficie a todos. Con un país en progreso común, se pueden fabricar muchas cosas para dentro y para fuera. Lo que tenemos ahora es un país progresivamente pobre con algunos ricos, que encima presumen de ello. Habrá muchos matices, pero es así de sencillo. Fuimos cerrando muchas cosas —sectores enteros— porque no eran rentables, en vez de buscar caminos innovadores y competir. Había muchos intereses en que lo hiciéramos así. Dejábamos el camino libre a otros.
Podemos buscar complejas causas y barrocas explicaciones. Es perder el tiempo. La explicación más sencilla suele ser la verdadera. Es la navaja de Ockham. El inventor de la navaja suiza tuvo dos buenas ideas: la navaja y que se fabricara en su pueblo. Y mantuvo su fe en que seguiría haciendo la mejor navaja del mundo, para lo que formó bien a sus trabajadores. Cuando el mundo no quiera navajas, fabricarán otras cosas, porque lo importante es hacerlo allí y juntos.
Y les ha ido bien.




2 comentarios:

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.