Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La obra Neoliberalismo. Una breve introducción, de Manfred B. Steger y Ravi K. Roy es una interesante aportación más allá del término que da título al libro, ya que no trata solo de ahondar en la idea central sino también en sus efectos reales y locales. Al análisis abstracto e histórico del término, es decir, su significado y su desarrollo, los autores añaden las diferentes políticas que llevaron a su implantación y los efectos en distintas partes del mundo (Occidente, Latinoamérica, Asia). En la primera parte se define la esencia del neoliberalismo, sus padres teóricos y políticos, mientras que se van refiriendo las consecuencias de las políticas neoliberales en distintos ámbitos geográficos en la segunda.
Manfred B. Steger es Profesor de Global Studies y Director del Globalism Research Centre en el Royal Melbourne Institute of Technology, e Investigador en el Globalization Research Center de la Universidad de Hawai’i-Manoa. Ravi K. Roy es también investigador de Global Studies en el Royal Melbourne Institute of Technology.
La obra se presenta casi como un manual, pero va más allá de la descripción de hechos y teorías. Se agradece su claridad expositiva y sobre todo su sistematicidad, el orden con el que está diseñado el conjunto, que permite avanzar por la historia hasta el momento actual —está escrita en 2010 en su versión original—, en el que se ven las consecuencias de lo expuesto.
Cuando abordan la doctrinas neoliberales en su conjunto, los autores señalan que sus partidarios:
[…] saturan el discurso público con imágenes idealizadas de un mundo de libre mercado y consumista. Su habilidad para negociar con los medios de comunicación les permite vender a un público muy amplio su versión favorita del mercado global unificado, y proyectar una imagen positiva del mismo, en tanto que herramienta imprescindible para conseguir un mundo mejor. Estas visiones de la globalización se filtran a la opinión pública y determinan las opciones políticas en buena parte del mundo. Porque de lo que no hay duda es de que los neoliberales influyentes son verdaderos expertos a la hora de diseñar atractivos envoltorios para las medidas políticas con las que pretenden impulsar el mercado. (30)
La idea apuntada expresada sobre el diseño de los discursos se queda corta en el papel que han jugado los medios de comunicación en la transformación neoliberal del mundo. La reducción de los medios a una dimensión de mercado ha hecho invertirse la función tradicional que deberían cumplir en una democracia, convirtiéndolos en una pieza importante de expansión de las doctrinas, por un lado, y convertir la información en un objeto más de consumo. Una vez que la ideología neoliberal se aplica, desaparecen otras funciones que quedan supeditadas a la obtención del beneficio, único criterio aceptado y aceptable desde esta óptica. Los medios han jugado ese papel en casi todas partes. Vaciados de cualquier otro tipo de consideración, la trivialización de la información ha sido el veneno que les ha acabado afectando al producirse un crecimiento especular, acompasado, entre unas audiencias empobrecidas y unos medios empobrecedores. La rentabilidad actúa como factor directivo por encima de cualquier otra función social. Y eso se paga.
Efectivamente, los neoliberales han sabido extender su mensaje por los medios; pero más allá, como Marshall McLuhan señaló en su conocido aforismo, “el medio es el mensaje”. Probablemente nunca haya estado tan claro el sentido de esta frase. La ideología del consumo trivial y extenso de la información ha calado hondo. No se trata de informar bien; se trata de obtener beneficios con la información. Los profesionales han padecido —y muchos han aprovechado— esta situación que los convertía en suministradores de pan en el circo mediático. Lo trivial es ideología en acción. Los medios, señalan los autores, han jugado un papel importante en la difusión y calado doctrinal.
Son importantes en la obra las explicaciones sobre la transformación de la doctrina económica en las diferentes formas de gobierno. La idea de que el único sistema eficaz es el que se deriva de la autorregulación de los mercados tiene unas consecuencias importantes a la horade concebir los gobiernos y sus funciones:
En lugar de operar de acuerdo con patrones más tradicionales y perseguir el bien común (frente a los beneficios), promoviendo el desarrollo de la sociedad civil y de la justicia social, los neoliberales pretenden aplicar al gobierno técnicas extraídas del mundo de los negocios y del comercio; y así hay que desarrollar necesariamente «planes estratégicos» y programas de «gestión de riesgos» orientados a la obtención de «superávits»; realizar analizar análisis de costo-beneficio y otros cálculos de eficacia económica; es obligado disminuir el peso de la intervención política (llamado «código de práctica óptima»); se deben establecer metas cuantificadas y promover el seguimiento detallado de resultados; crear planes de trabajo altamente individualizados basados en el rendimiento e introducir modelos de «elección racional» que permitan interiorizar y, por tanto, normalizar un comportamiento orientado al mercado.
Los modos de gobierno neoliberales impulsan la transformación de la mentalidad burocrática en identidad empresarial: los empleados del Estado ya no se consideran funcionarios ni garantes de un «bien público» definido en términos cualitativos, sino participantes interesados y responsables del mercado, de quienes se exige que contribuyan a lograr que las adelgazadas «empresas» del Estado alcancen éxitos económicos. (31-32)
Cualquiera que lea este párrafo probablemente habrá sentido que ha encontrado una explicación de muchos de los movimientos que han cambiado su forma de trabajo, sus condiciones de vida, durante las últimas décadas. El “neoliberalismo” ha sido una ideología que se ha filtrado en todos los rincones, especialmente en las mentes de unos políticos que han abrazado estos planteamientos por diferentes motivos que van desde la inocencia y la estupidez (no son incompatibles) hasta los intereses más declarados. Que el mercado actúe como mercado no tendría un efecto tan demoledor como el que padecemos si no se hubiera convencido primero de la necesidad de desmantelamiento y transformación del Estado. Durante tres décadas se ha convencido (ese papel de los medios señalado anteriormente) a la ciudadanía y a la “clase” política de la eficacia de un sistema que desintegraba los subsistemas de defensa frente a catástrofes como la provocada actualmente por el propio sistema.
Como bien señalan los autores, lo primero que había que hacer desaparecer era la idea de “bien común”, una aberración en un sistema de ideas cuyos ejes son la competencia y la depredación social. El extremo de estas ideas, reforzado por la globalización, ha creado bolsas riqueza personal y bolsas de pobreza colectivas por donde se ha aplicado, ya que se desmantelan los sistemas de redistribución de la riqueza. Igual que se ha tendido de forma natural al monopolio mediante fusiones y desapariciones, se ha tendido a la concentración de la riqueza en pocas manos. La idea imperante en la actualidad de “impuestos a los ricos” es la reacción a unas teorías que preconizaban que los muy ricos son un beneficio para el conjunto y que así la gente tiene el estímulo de querer emularlos. La codicia ha sido la auténtica ideología, con el contrapeso del consumismo, actividad fomentada para que otros se hagan ricos. Un sistema que se basa en el consumo, pero que tiende a empobrecer (ese es el dato real en todas partes) a los que trabajan, solo puede llevar al fracaso social: una sociedad con unas pocas personas inmensamente ricas y una mayoría de la población que se adentra en la pobreza, desprovista cada vez más de servicios asistenciales, que pasan a ser ruinosos porque descienden los impuestos medios por el empobrecimiento y no se puede tocar a los ricos. El consumo desciende y la esperada recogida de impuestos a través del fomento del consumo se convierte en una broma pesada. Cuando el consumo se para, se para todo menos las cifras del paro que crecen sin remedio. No estoy hablando de ninguna utopía o caso teórico, como habrán comprendido.
Los autores describen la idea de «economía de la oferta» que ha servido para justificar ese abandono de los impuestos:
Defendida por economistas neoliberales como Arthur Laffer y favorecida por el presidente Reagan, la «economía de la oferta» se basa en la idea de que el crecimiento económico a largo plazo depende de la cantidad de capital que se liberalice para la inversión privada. En este modelo de economía de la oferta existe un componente teórico esencial, la «curva de Laffer», utilizada para ilustrar gráficamente la tesis de que el aumento de los índice impositivos no siempre conduce al aumento de las rentas públicas. A medida que los índices impositivos se acercar al 100%, la curva indica que las rentas públicas irán disminuyendo, pues los ciudadanos carecen de incentivo para trabajar más. Todos los seguidores de la economía de la oferta defienden sistemáticamente la necesidad de reducir los impuestos sobre la renta de las personas físicas. Según ellos, teniendo en cuenta la curva de Laffer, el nuevo crecimiento económico que se deriva del aumento de la inversión genera automáticamente un superávit de ingresos públicos más que suficiente. Ingresos que los gobiernos podrían usar, a su vez, para devolver deuda, y en último término, para equilibrar sus presupuestos. Esta «economía de la oferta», también llamada «economía de goteo», convenció a Reagan y a los legisladores republicanos en el Congreso estadounidense, que estaban deseando bajar los impuestos. (48)
A los antecedentes históricos neoliberales más remotos, como F. Hayeck, los situados tras la Primera Guerra Mundial, Steger y Roy hacen seguir lo que ha sido el momento clave de la transformación social y económica en todo el mundo, la aparición de la primera generación política que impulsó la doctrina neoliberal: Ronald Reagan y Margaret Thatcher. A esta revolución de los conservadores, siguió la de los liberales y la socialdemocracia que, lejos de matizarlas, profundizaron en ellas. En la obra se analizan los ascensos al poder, las diferencias de enfoques entre ambos, las consecuencias políticas y económicas de sus acciones y los cambios que aplicaron en cada caso.
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Ronald Reagan y Margaret Thatcher |
A los dos políticos conservadores, les siguen Bill Clinton, en USA, y Tony Blair, en Inglaterra, un liberal y un socialdemócrata, que se impregnan de neoliberalismo, por más que mantengan determinadas políticas sociales. Pero los avances en el desmantelamiento ideológico de la idea de Estado y del Estado mismo continúan.
El mejor testimonio del poder que ostentaron el thatcherismo o la política de Reagan lo tenemos en el hecho de que las fuerzas de la izquierda democrática pronto empezaron a incorporar a sus propios programas políticos las principales medidas del esquema neoliberal. (86)
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Bill Clinton y Tony Blair |
El triunfo económico de Occidente sobre el Bloque del Este y sus formas obsoletas de gobierno, su corrupción generalizada, allanaron el camino de una revolución que ha prendido en todos los ámbitos políticos y se traslada a todos los órdenes de la vida. El neoliberalismo es esencialmente un sistema de prioridades. No trata de conquistar el poder, en el que no cree, sino de transformar el Estado, desmantelarlo y dejarlo en el tamaño requerido para que no interfiera y sirva solo para dirimir conflictos.
Su problema original es que no se redistribuye la riqueza (carece de la idea de justicia) y convierte en negocio la propia ayuda que pudiera servir para paliar las diferencias. Es voraz y quiere que cualquier cantidad de dinero sea lanzada a la arena competitiva. Ese es su carácter parasitario. Por eso devora ahorros y fabrica burbujas. Pero lo peor es el deterioro a que somete principios básicos para la construcción de una sociedad mejor para todos. Ya conocemos lo que quiere decir “mejor” en términos estrictamente neoliberales, millones de personas ya lo saben.
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El economista Friedrich Hayeck |
La crisis económica mundial que padecemos es una consecuencia directa del problema de haber practicado las desregulaciones que la teoría neoliberal preconizaba en todos los ámbitos. Puede que las teorías están muy bien, pero es la práctica lo que cuenta.
Cuando se plantean porqué se extendió la crisis económica hasta los niveles actuales, los autores señalan:
Primero […] los esotéricos paquetes de valores solían ocultar el nivel de riesgo implicado y los inversores no comprendían la complejidad de los nuevos fondos de inversión. Segundo, los inversores confiaban en la excelente reputación de unos gigantes financieros de la talla del Bank of America o Citicorp. Tercero, se creían el contenido de los informes de calificación que emitían Standard and Poor’s o Moody’s sin darse cuenta de que estas empresas estaban involucradas en la creciente burbuja especulativa. Para maximizar sus beneficios estos gigantes de la calificación bancaria tenían interés bastardo en que crecieran los mercados de valores y por eso pintaban los intereses inherentes con un tono exageradamente optimista. (197-198)
Este cuadro se repite ya en todos los análisis, se mire donde se mire. No ha sido un accidente, sino la consecuencia lógica y natural de una forma de pensar y de actuar. Cuando han señalado muchos que el capitalismo había tocado fondo, que necesitaba ser reformulado, se han referido precisamente al fracaso demostrado de un sistema que trata de eliminar las defensas, donde el tramposo juega con ventaja. Los tres elementos citados anteriormente son claramente negativos en un sentido moral, por más que pudieran no serlo en el legal, lo que ha hecho preguntarse a millones de personas porque esta crisis no ha servido para retirar de la pista a los que la han generado. La respuesta está muy clara: antes se preocuparon de desmantelar las normas que pudieran hacer que dieran con sus huesos en las cárceles. Estos desreguladores natos saben, en cambio, dejar claras las salidas legales para poder hundir empresas, arruinar a miles de personas y salir con indemnizaciones con la cabeza muy alta y la cuenta bancaria algo más repleta. La cuestión ahora es qué pueden hacer unos estados que han ido debilitándose progresivamente y carecen de la fuerza para afrontar esta situación.
Una obra muy recomendable como introducción, bien ordenada, sistemática y clara en sus planteamientos y conclusiones. La parte de análisis de las prácticas locales en cada continente son también de interés ya que explican las políticas aplicadas en cada caso. Más que un simple manual y menos que un libro técnico, dispone de unas buenas herramientas para la comprensión de lo expuesto a través de gráficos comparativos, explicaciones de ideas básicas, etc. Como decimos, recomendable por su claridad y proximidad.
* Manfred B. Steger y Ravi K. Roy (2011).
Neoliberalismo. Una breve introducción. Alianza, Madrid. 239 pp. ISBN: 978-84-206-5283-2.