Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La estrechez de la concepción
tradicional de la cultura tiene mucho que ver con el descrédito en que ha caído
la cultura en la opinión pública. La genuina cultura consiste en llegar a ser
ciudadano del Universo, no solo de uno o dos fragmentos arbitrarios del espacio
y del tiempo. La verdadera cultura ayuda al hombre a comprender la sociedad
humana como un todo, a determinar sabiamente los fines que la comunidad debe
perseguir, y a considerar el presente en relación con el pasado y el futuro. La
auténtica cultura es por ello tan valiosa para quienes han de ejercer el poder
como la información detallada. Para hacer que los hombres sean útiles hay que
hacer que sean sabios, y parte esencial de la sabiduría es poseer una mentalidad
amplia. (109-110)
Russell escribió esto en los años treinta. Es sorprendente
cómo nos hemos dirigido en dirección opuesta a la señalada por el filósofo. Eso
sería la confirmación práctica de la tesis de Russell, somos muy poco sabios y
por eso vamos en la dirección que vamos. En estos días en los que algunos
debaten sobre los conocimientos de la lengua inglesa de nuestros dirigentes y piden
que “se exija idiomas” como para otros empleos, se revela lo poco que se les
pide y, una vez más, la marginación de la cultura como idea individual y
social. Que una persona sea culta se considera como un elemento paralelo, un
adorno, frente a la utilidad que se
le exige. Y, como bien señala Russell, la cultura da sobre todo una mentalidad amplia, algo esencial para construir
una sociedad mejor. Sin saber hacia dónde caminamos, mal camino nos espera. Y la cultura lo que hace es darnos nuevas miras para tener mejores fines.
Desespera por eso ver que las reformas que se pretenden
desde hace décadas en España y en otras partes del mundo, una y otra vez, ven la educación desde un punto
de vista exclusivamente laboral, para ser “más competitivos”, y no desde la
formación de la persona, que sería el ideal cultural. La pregunta —explícita o
tácita— del “¿para qué te sirve?” acompaña a cualquier actividad cuya finalidad
no sea obvia por sí misma y se traduzca en la obtención de un rendimiento
económico para quien la realiza o para quien la fomenta u organiza. Invertimos
en todo menos en la persona. Ignoramos que el mejor motor social es la cultura, porque es la que estimula la mente y
abre más posibilidades para todos. Si los conocimientos son elementos
concretos, la cultura es el fondo sobre el que se recortan.
Esta “utilidad sin sabiduría”, como señaló Russell es lo que
nos domina en todos los órdenes y, lo que es peor, se ha convertido en la
doctrina oficial de los políticos y responsables del mundo mal llamado de la cultura y que se ha transformado
en puro espectáculo con fines a un rendimiento económico o de imagen. Nuestros
festivales, premios, concursos, etc. no tienen otra finalidad que atraer la
atención, convertirse en espectáculos mediáticos que son empaquetados y
vendidos como pseudocultura. Un ejemplo es la proliferación de “academias” de
las cosas más insólitas cuya función principal suele ser la organización de una
gala anual con una alfombra roja como invitada principal y constante. Su
eficacia se mide en función del grosor del dossier de prensa del día siguiente.
“Utilidad sin sabiduría” significa también una
instrumentalización permanente de las personas, a las que se considera como un
material maleable y rentable. Sin cultura las personas son más manejables,
fácilmente manipulables ya que desconocen el fondo de lo que les ocurre e
ignoran las consecuencias de sus actos. La incultura siempre es a corto plazo,
no permite ver más allá de lo que nos ponen delante de los ojos. La sustitución
de la cultura por sucedáneos permite la producción de un ambiente que genera la
ilusión cultural, cuyo centro
principal es la idea de “evento”, mera excusa para la concentración consumista.
Frente a la comprensión de la universalidad humana, que
Russell reclamaba, tenemos la superficialidad del tópico. Es sorprendente que
los impresionantes medios de que disponemos hoy para conocer mejor el mundo se
utilicen para la transmisión permanente de tópicos distorsionados en vez de para la
profundización de nuestras raíces comunes. Y es que la diferencia se vende
mejor que la identidad. A través de las diferencias se fomenta, por ejemplo,
los nacionalismos y otras ideologías sectarias que buscan el manejo emocional
de las personas haciéndoles ver que el suelo que pisan estuvo bajo sus pies
desde la noche de los tiempos, que las fronteras fueron dibujadas por los
dioses, y que ellos son los privilegiados que viven en su interior. La
incultura, sí, nos hace más manejables.
Tenemos abiertas de par en par las puertas de la cultura y
pasamos ante ellas indiferentes, atareados, reclamados por urgencias irrelevantes
y distracciones estúpidas. Vamos corriendo a todas partes, huyendo de nosotros
mismos para no tener que sentarnos y mirar en el espejo el ridículo espectáculo
de los “hombres huecos” que apuntó Eliot. Avanzamos hacia una sociedad informada, pero profundamente inculta y todas nuestras instituciones —parlamentos, tribunales...—, en cambio, nacieron para ser guiadas por personas cultas, de mentes amplias, que buscaran los acuerdos y soluciones mejores, y no por sectarios natos. Una democracia emocional no es una democracia; es un mero adular y construir sobre odios y recelos, un abandono de la inteligencia, que en tiempos de crisis se acrecienta, como vemos en el surgimiento del extremismo individual y colectivo, de un Anders Breivik a los ultranacionalistas que crecen por el mundo o los fanáticos religiosos.
La cultura nos obliga a comprendernos y eso, para algunos,
no es bueno ni tranquilizador. Nos obliga a pensar en nuestras diferencias y
similitudes; nos hace ser conscientes de nuestros errores y relativiza nuestras
prioridades. El embrutecimiento siempre ha sido un arma poderosa. Lo extraño es
que hoy somos nosotros los que elegimos el modelo en la armería para volarnos
la tapa de la inteligencia.
* Bertand Russell (2004) [1932]: La educación y el orden social. Edhasa, Barcelona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.