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jueves, 27 de mayo de 2021

Las odiosas comparaciones

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



La política interior norteamericana se ve de nuevo sacudida por los excesos verbales y las odiosas comparaciones. Esta vez ha sido a cargo de otra destacada participante en el aquelarre republicano que se permitió realizar un comentario comparando el uso de las mascarillas protectoras contra el COVID-19 con la estrella cosida en las ropas de los judíos camino de ser gaseados en los campos de concentración nazis. La autora de la poética declaración ha sido la republicana Marjorie Taylor Greene y ha sido motivo de innumerables artículos condenando inmediatamente el absurdo desde todos los ángulos, excepto el propio Partido Republicano que tardó 5 días en descalificar la comparación.

En la CNN, la periodista Jill Filipovic hace un detallado análisis de estas complicaciones que sacan los colores a los republicanos.  Tras presentarnos el caso, la periodista va al origen de la cuestión:

 

Republicans made a deal with the devil when they supported Trump for president, and after they saw how resonant his message of sexism, racism, anti-immigrant sentiments and alternate reality really was (though it failed to keep them in power) they continued to cling to it, in the process elevating shameful bigots and sycophants to positions of power.

Indeed, GOP leaders only condemned Greene after other members of their party and prominent conservatives -- including those who were willing to tolerate high levels of Trump's offensive behavior -- publicly criticized her. That inability to call her out without drawing false equivalencies or insisting that the other guy does it, too, speaks to a cancer in the Republican Party and conservativism more broadly.

Greene is merely Exhibit A: It is not her first trip to crazytown, nor the first time she has let rip some seriously antisemitic or otherwise bigoted tripe.*

 


La descripción de Trump y el trumpismo con esos cuatro rasgos —sexismo, racismo, anti-inmigración y realidad "alternativa"— se completa con esa "atracción" por todo este tipo de personajes —fanáticos y aduladores— que ha dejado como rastro a la espera de su regreso. El carácter polarizador de Trump es notable y tiene ese doble efecto: atraer y repeler. Los sensatos se alejan, pudiendo enfrentarse o no; los fanáticos aduladores, por el contrario, toman posiciones rellenando el silencio de su faro ideológico, el propio Trump.

Se percibe entre los republicanos una especie de fe mesiánica en el regreso de Trump, en que su elevación de los niveles de participación y apoyo, incluso de "aceptación" en los momentos anteriores a la pandemia, basados oficialmente en el buen desempeño de la economía, volverán a llevarle a la Casa Blanca. Extraoficialmente, el efecto de Trump ha sido de otro tono: el aumento del racismo y de la violencia policial, el mencionado sexismo y el fanatismo religioso fundamentalista, para el que le bastó con fotografiarse con una Biblia en las manos, una de las pocas veces que la tocara.

"Trumpismo" no es más que la etiqueta, la marca común de una serie de fenómenos alentados por el ex presidente cuya raíz retrógrada les emparenta. Trump sembró entre los marginados de la mayoría acallada para convertirse en la voz aduladora que les prometía un futuro y los pasaba por una "normalización". De repente y de forma sorprendente, la gente que se ocultaba empezó a creer que tenía derecho a insultar o a pedir que despidieran a una camarera de Nueva York por escucharla hablar en español o calificar la ex primera dama, Michelle Obama, como "mona con zapatos", podía hacer comentarios xenófobos amparados por un presidente que calificaba como "terroristas", "bad hombres", "violadores" a los que llegaban por su frontera sur procedentes de países a los que calificaba como "pozos de mierda".

Una vez retirado Trump —amenazado de juicios en Nueva York— queda su retórica, que es lo que la gente compró. Los ricos se hicieron más ricos con él, pero a los que no tienen mucho dinero les quedan los gestos, la retórica, el insulto como forma de sentirse poderosos. No puedes tener un apartamento decorado de oro en la paredes en la Torre Trump, ¿pero qué te impide insultar al que pasa por delante, sentir que tienes el poder en tu boca y gestos, el poder morboso del desprecio?




El problema es que al desaparecer Trump del activismo directo, algunos le quieren emular o ganar posiciones para el futuro o para próximas elecciones locales que les permitan continuar en sus puestos o ascender. Marjorie Taylor Greene, por ejemplo, ya se había destacado haciendo trumpismo, ganando protagonismo mediático proponiendo una lista de demócratas merecedores de un tiro en la cabeza. No han sido sus únicas salidas de tono. Esta es simplemente la penúltima.

El trato con el diablo, tal como lo califica Jill Filipovic, por parte del partido de los republicanos es real. Aquí lo hemos estado señalando desde que Trump pisó la casa Blanca y empezó a trabajarse sus propios seguidores a golpe de tuit reduciendo la dependencia del partido y transfiriéndolos a su "cuenta personal". En efecto, lo que Trump consiguió con sus artes personalistas es producir "trumpismo" antes que "republicanismo". Cuando le interesaba era "republicano", pero los más de los días era el "antisistema", la paradoja del millonario por parte de padre vendiendo populismo y doctrina antipartidos, De esta forma, Trump podía reclamar los votos diciendo que eran suyos y metiendo el miedo en el cuerpo a todos los que tuvieran que presentarse a una elección. Si su apoyo, hizo ver pronto, no sale nadie elegido. Y eso es mucho poder.




El final del artículo de Filipovic muestra el dilema republicano, la decisión del miedo, la que les bloquea e impide tener respuestas acordes con un sentido más allá del poder. Escribe Filipovic: 

 

The Republican Party has an off-ramp it can take right now -- away from the conspiracy theorists, Jew-haters, Islamophobes, xenophobes, racists and reality-deniers. It won't be easy, and it may cost the party some votes in the short-term, but the option is there. They could take it.

The sad, scary truth is that for all their words about the need for integrity and the wrongness of Greene's comments, Republicans aren't willing to change course. That's not an indictment of the steadily terrifying Trump base. It's an indictment of the party and its leaders.*

 

La política, en estos términos, acaba convertida en una caricatura de su verdadero sentido. La atracción negativa, la búsqueda de las frustraciones y los miedos subyacentes, es un peligroso estanque en el que ir a pescar votos. El Partido Republicano pierde crédito cada día, con cada silencio, en cada rectificación tardía. Se muestra como una maquinaria paralizada por el miedo a ser desestabilizados, movidos de sus sillones, por efecto de las decisiones de ese Nerón contemporáneo que usa Twitter como lira para cantar el incendio de la República que él mismo ha provocado.



Los efectos del trumpismo, que existía desperdigado antes de Trump y que sus principales asesores le unificaron, se extenderán más allá de su persona. Por eso el drama norteamericano es la división sin esperanza, un mal que se extiende allí donde se despliega el populismo.

Si Trump hubiera sido cosa norteamericana, de puertas adentro, la cuestión sería otra. Pero Trump quería ejercer de "imperio", poner el mundo a sus pies y contentar la rabia frustrada de muchos por haber ido perdiendo protagonismo y poder en el mundo. Con Trump perdieron algo más importante: la credibilidad que permite el liderazgo. El mundo ha aprendido que tiene que confiar en algo más que lo que salga de las urnas en USA, donde la insensatez puede llegar a la Casa Blanca en cualquier momento, con Trump o con cualquiera de sus discípulos o imitadores. Lo malo del caso de Marjorie Taylor Greene es que un día ella u otros como ella puede llegar muy alto gracias a esas odiosas e improcedentes comparaciones.

 


* Jill Filipovic "Why Republicans don't dump Marjorie Taylor Greene" CNN 26/05/2021 https://edition.cnn.com/2021/05/26/opinions/why-republicans-wont-dump-marjorie-taylor-greene-filipovic/index.html