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viernes, 14 de junio de 2024

El proletariado generacional y la salud mental

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Este es un tema recurrente en estos años. Llevamos diciendo desde hace una década al menos que la gran sacrificada de las crisis económicas españolas ha sido la juventud, convertida en una suerte de proletariado generacional. Hoy esto se ha normalizado, se ha convertido en una verdad que no se discute, que se evita, pero que no por ello deja de tener consecuencias en diversos niveles.

En su momento empezaron a aparecer mensajes del tipo "una generación que vivirá peor que sus padres". Esto es terrible porque se supone que parte del trabajo de una generación es, como suele decirse, "dejar un futuro mejor para sus hijos". La aceptación de esto como un hecho —de nuevo— "natural" supone una concepción de la vida ligada al presente, una vida concebida como "gasto", como "consumo" más que como inversión de futuro. Lo terrible de esta concepción económica egoísta y egocéntrica es cómo ha modificado nuestras vidas y la visión de su sentido. El "sistema" da por hecho que ha de extraer el máximo posible y dar lo menos posible. Es el lado oscuro de neoliberalismo radica surgido de la era Reagan-Thatcher y que sigue reinando como mentalidad dominante, incapaz de ofrecer una visión solidaria intergeneracional que permita un avance de mejoras hacia el futuro, en el que una generación dedique una parte de su esfuerzo para crear un futuro mejor en diversos sentido.

Con una juventud convertida en proletariado generacional, a la que solo se dedica atención en su condición de consumidora (extrayendo a través de ella los recursos de la generación anterior, la paterna), el siguiente paso de conseguir fondos es la llamada "silver economy", es decir, recoger los recursos de las generaciones anteriores (ahorros, inversiones, etc.). La economía tripartita generacional funciona como un engranaje preciso que busca explotar a unos y ofrecer a otros las posibilidades de gasto.

Pero todo esto tiene sus consecuencias más allá de lo económico, que no es más que un nombre para evitar decir que esto afecta a la totalidad de nuestras actividades, momentos, decisiones, etc. ya que todo, absolutamente todo, se ha convertido en transacción mercantil de un tipo u otro. Los negocios fraudulentos durante la pandemia, los negocios con las guerras, etc. nos muestran y demuestran que no hay límites, no hay fronteras ni principios que resistan al beneficio. Los nuevos tipos de delincuencia con los que nos enfrentamos no son más que la concepción del espacio social como una jungla en la que vale todo, donde explotas y eres explotado. La política, los negocios, el crimen, etc. se funden en esa jungla en la que vale todo hasta que te pillan.

EFE 13/06/2024

La explotación de la juventud, su ausencia de perspectivas de futuro, tiene consecuencias en eso que llamamos "salud mental", de la que cada día surgen noticias más preocupantes, pero que no preocupan a los que debían preocupar. Su transformación en un nuevo negocio muy lucrativo es todavía más preocupante. De los fármacos a la asistencia, todo tiene un precio. De la misma forma que hay una "silver economy" que incluye las residencias, los cuidados y tratamientos, los viajes organizados, etc., los jóvenes ofrecen nuevas posibilidades de negocio. El sistema estresa y cobra por calmar el estrés. Una persona joven me comentaba hace unos días su ida al psicólogo por la que le cobraron 180 euros, más otros 125 euros por las pastillas que le recetaron. España es el país con mayor consumo de antidepresivos. ¡Buen negocio!

En RTVE.es vuelven a publicar los datos de la salud mental juvenil: 

Los problemas de salud mental entre la juventud española se han multiplicado por seis en los últimos diez años. Así lo ha confirmado un nuevo informe llamado Equilibristas: las acrobacias de la juventud para sostener su salud mental en una sociedad desigual, realizado por el Consejo de la Juventud de España y Oxfam Intermón.

Además, el 55,6% de las personas jóvenes con carencias materiales severas tienen problemas de salud mental frente al 37,7% que no tienen estos problemas económicos. Este estudio se centra en la precaria situación económica y social que obliga a las personas jóvenes a realizar equilibrios cuando tienen que combinar estudios con trabajos precarios y alquileres inalcanzables.

Otro aspecto crítico es el acceso a la terapia, ya que solo el 17% de los jóvenes afirman haber sido atendidos por especialistas de la sanidad pública en menos de un mes, y casi el 38% confiesa que no busca ayuda profesional debido al alto coste. Recibir terapia privada no es asequible para muchas personas, dado que dos sesiones mensuales representan el 15% del salario medio de un joven. Esto refleja una brecha de desigualdad en la atención sanitaria que afecta especialmente a las mujeres, a la juventud con carencias materiales severas y a aquellos que están en paro.

“Para la generación de personas jóvenes es complicado soñar con un futuro estable, ya que tiene que lidiar con la precariedad laboral, la temporalidad y el desempleo, viven en un constante estado de desequilibrio económico” indica Raquel Checa, responsable del programa Desigualdad Cero de Oxfam Intermón.* 


 

Hay que dejar de tratar la salud mental como una "fatalidad" y empezar a hacerlo como un "causalidad"; hay que empezar a derribar ese paraíso vacacional que vendemos cada día, esa "barización" hostelera, esta "festivalización" constante, etc. para afrontar esta realidad que se nos dice en las últimas palabras citadas: "Para la generación de personas jóvenes es complicado soñar con un futuro estable, ya que tiene que lidiar con la precariedad laboral, la temporalidad y el desempleo, viven en un constante estado de desequilibrio económico", que repetimos y deberíamos entender sin maquillaje.

Hemos hecho un país a la medida del turismo, donde la mitad está vacía y en la otra mitad es imposible vivir. Las manifestaciones últimas en zonas turísticas contra el precio de la vivienda, la temporalidad y precariedad del empleo ajustado a las temporadas turísticas tras las cuales vas a la calle a esperar que llegue el siguiente puente o cualquier festivo, etc.


Estos días hemos visto los lamentos hosteleros diciendo que los jóvenes están "poco motivados" para servir mesas y los horarios necesarios para los que tienen la suerte de poderse pagar estos lujos a su medida. Los mensajes desde distintos lugares atacan lo que llaman la "sobrecualificación", es decir, la formación de los jóvenes para tratar de escapar del destino de servir mesas. Eso fastidia a los propietarios y a los que le producen lo que hay que consumir.

No hay solidaridad; que tu futuro no modifique presente. ¿Por qué nos extraña el estado de la salud mental de los jóvenes? ¿Qué futuro es el que tienen por delante si lo que ven es solo explotación y un interés limitado a los beneficios a los que apenas tienen acceso con malos sueldos?



Esto no es solo un problema de salud mental. Es un problema que se agrava cada día. Los precios suben y las sueldos bajan; el empleo de deteriora y se rebajan las expectativas, reducidas a un aquí y un ahora.

Los gobiernos se limitan a "proteger" este sistema, pues consideran que si no es futuro, sí es un presente continuo sostenido por los intereses de las poderosas patronales de los sectores implicados. La especulación inmobiliaria, los efectos de los pisos turísticos, la subida constante de la inflación, etc. hacen que ese futuro positivo deseado se vea cada vez más lejano y oscuro.

Hemos perdido el sentido de comunidad y de solidaridad. Las luchas constantes de intereses, la conversión en espectáculo de todo —de la política al deporte— etc. no nos permiten tener confianza en que el futuro será mejor, algo esencial para los jóvenes y sus motivaciones. Sin esperanza de futuro, el mundo se vuelve oscuro, los ánimos desaparecen y con ellos la motivación vital, la alegría de vivir porque se ve un mundo por delante.


Sin embargo, en vez de combatir los males, los convertimos en negocios. ¿Para qué vamos a combatir la ansiedad, la depresión, el estrés, etc. si podemos hacer negocio con ellos? Las generaciones que viven esta situación perversa es lo que han aprendido y lo que transmitirán a las siguientes. Como les trataron, tratarán ellos a los siguientes jóvenes. Transmitirán el mismo nihilismo (no se me ocurre otra palabra que lo exprese mejor) que recibieron. Explotación y beneficio; es sencillo.


Muchas veces se echa la culpa al sistema educativo. Este, se dice, no forma para los trabajos. El problema es que los trabajos no requieren mucha educación (de ahí el énfasis en la sobreducación como elemento negativo). Esto ya no vale. El alumnado se escinde entre los optimistas que creen que pueden salir adelante con más y mejor formación y los pesimistas, para los que no creen que les sirva de mucho y se fijan los mínimos suficientes. Hay sectores que necesitan mejor formación, pero el peso del sector turístico y afines es cada vez más fuerte. Las tensiones crecen.

Las consecuencias van más allá. Esa salud metal es una parte; la otra es la falta de fe en la sociedad que nos rodea. Sin futuro, todo se vuelca en la agresividad del presente, convirtiéndolo en una lucha en la que vale todo. El aumento de la violencia, de las escuelas a los espacios laborales, los estallidos en las calles, con peleas, apuñalamientos, etc. es palpable.

Todo esto va ya en una segunda generación. Muchos no resisten; otros comprenden que solo el más fuerte sale adelante y continúa el juego. Aumenta la violencia social, la de género, etc. No somos peores, pero es fácil caer en muchos males cuando no sientes que vives en un mundo mejor o que a nadie le importas.


* "Empeora la salud mental entre los jóvenes españoles: "Viven en un constante estado de desequilibrio económico"" RTVE.es 13/06/2024 https://www.rtve.es/noticias/20240613/problemas-salud-mental-jovenes-espanoles-sextuplicado-ultima-decada/16145706.shtml


viernes, 9 de septiembre de 2022

Empecemos con fuerza

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Las noticias se siguen acumulando sobre un mismo problema, la salud mental de los jóvenes. Conforme los problemas sociales en cualquiera de sus variantes —sanitaria, económica, desempleo, energética, medioambiental etc.— se acumulan, las noticias sobre problemas mentales se incrementan reflejando la intensidad del problema. En varias ocasiones hemos señalado que los problemas acaban todo en el mismo sitio, en la mente de las personas. Nuestra tendencia a separar en "secciones" el mundo, tal como aparece en los periódicos, tiende a hacernos olvidar que las víctimas de las que se nos habla en cada campo suelen ser las mismas, la misma gente que vemos por la calle o en diversos lugares, salvo que se indique lo contrario. También que los problemas no están aislados, sino que se interconectan y se suman en las mentes, que lo que decimos de un niño, joven, adulto o anciano, forma parte de una sistema más amplio que es la "familia" en la que compartimos los problemas de los otros.

Hace unos días recogíamos aquí los avisos sobre cómo los problemas del cambio climático afectaban a los niños. Ya no se trata de la agricultura o de la pesca o de cualquier sector independiente del resto. Todo está conectado, todo confluye sobre un amplio nosotros, ya sea directa o indirectamente. Los intentos de separar las cosas son irreales y todo nos acaba afectando, no solo en lo físico, sino en lo emocional, que es donde entra ese concepto, muchas veces difuso, pero no por ello irreal de la salud mental. Da igual cómo lo definamos (definir es un recorte racional de algo que puede no tener límites precisos en la realidad), lo importante es que nos afecta; da igual cómo lo midamos o si hacemos congresos sobre ello o no. Está ahí, manifestándose de formas distintas conforme a las personas que lo sienten.

En RTVE.es titulan "Los problemas psicológicos tras la pandemia se disparan entre los jóvenes del 9% al 24% en apenas un año". "Problemas psicológicos" es una forma de llamarlo. Lo importe es que sea como sea que lo definamos, el salto de un 9% al 24% en un año es mucho, muchísimo en este tipo de situaciones. En el artículo se aportan varios datos que deberían preocuparnos seriamente: 

El empeoramiento de la salud mental de los jóvenes y adolescentes y una mayor tendencia a sufrir problemas psicológicos es una de las consecuencias más visibles de la pandemia de coronavirus: el 24% presenta problemas psicológicos con cierta o mucha frecuencia, un porcentaje que en 2021 era del 8,6% y del 6,2% en 2019. Son los resultados de un estudio presentado este jueves y elaborado por la Fundación Pfizer y la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) a partir de 1.200 entrevistas realizadas entre febrero y marzo de forma telemática a jóvenes de entre 15 y 29 años sobre los efectos que la pandemia ha causado en sus vidas tanto en los aspectos psicológicos como en el posible impacto sobre su devenir vital.

El 66,8% de los entrevistados cree la COVID-19 ha tenido un impacto negativo en su salud mental, aunque también consideran que ha afectado negativamente a su capacidad económica (67,4%) y a su acceso al trabajo (63%). La investigación Jóvenes en pleno desarrollo y crisis pandémica. Cómo miran al futuro subraya que antes de la pandemia el 40% de los jóvenes nunca había experimentado problemas psicológicos o de salud mental, una cifra que actualmente se ha reducido hasta el 30,8%.

Los investigadores inciden en que la pandemia ha afectado en el incremento de jóvenes que han pasado a sufrir este tipo de trastornos pero además advierten de que se han "feminizado" aún más los problemas de salud mental. Son ellas las que manifiestan en mayor medida experimentar problemas mentales: una de cada tres admite tenerlos frecuentemente frente al 16,3% de ellos.

La aparición de pensamientos negativos es el indicador psicológico que más empeora: más de la mitad (58,3% de mujeres y 49,6% hombres) reconoce que se han agravado; uno de cada tres jóvenes cree que nada tiene arreglo, que todo irá a peor y se siente un fracasado, y uno de cada cuatro considera que es una carga para los demás y que la vida es una carga inútil.* 


No creo que las cifras fueran tan malas en tiempos de "nihilismo", del "ennui" o del "tedium vitae", que han sido expresiones para definir el hartazgo, la melancolía, el sinsentido o la falta de vitalidad.

Las cifras y problemas que se nos muestran son realmente preocupantes y, como hemos sostenido en ocasiones anteriores, muchas son producidas por un efecto en cadena, por una acumulación de la "malas noticias", desgracias, "pronósticos", etc. sin esperanza o alternativa, que es algo que no nos podemos permitir.

Que uno de cada tres jóvenes piense que "nada tiene arreglo, que "todo irá a peor" y "se sienta un fracasado", que es una "carga" y que "la vida es inútil", como se nos dice en el párrafo final es realmente un problema de algo más que de salud. Es un problema de fracaso en la forma de presentar y afrontar los problemas. Aquí hemos tratado varias veces de eso.

No se trata de responsabilizar solo a los medios, que son quienes lo transmite, ni de hacer parecer todo como positivo. El éxito de los libros de autoayuda es precisamente la forma de percibir el mundo. Es el gran negocio en los tiempos de crisis con personas que creen que las fórmulas que les "salvarán" tienen que venir de fuera de ellas, que son incapaces de enfrentarse a los problemas del mundo. La negatividad vende, genera atracción, genera rentables enfrentamientos.

Hemos hablado ayer de los predictores. Se nos ha llenado el mundo de personas que saben lo que va a pasar en él. Como veíamos ayer, sus predicciones sirven para esos entes fantasmas llamados "inversores", "mercados", etc. no para las personas de carne y hueso, que los contemplan como visiones de un mundo en el que ya no caben, en el que las fuerzas oscuras tejen y destejen. Nada se puede hacer, piensan.

Llevamos tiempo señalando que la "predicción" nos roba el futuro y, con él, la esperanza. Trae lo inevitable, se anticipa a nuestros deseos y lo frustra. Así se percibe por muchos que quedan descorazonados ante los apocalipsis que se nos pronostican cada día, inevitables, lapidarios, sangrantes, deprimentes. La predicción quita energía haciéndonos ver que todo está "escrito", que unos leen el futuro y a otros se les cuenta.


En lo que nos toca, el lunes próximo empieza un nuevo curso universitario. En manos de todos —la autoridades, los profesores y los alumnos, del personal que se ocupa de la administración— está convertirlo en un escenario deprimente y depresivo, un espacio de negrura,  o por el contrario intentar trabajar en el atajo de esos "pensamientos negativos" de los que se nos habla en el informe.

Con esas cifras se hace imperiosamente necesario trabajar en contenidos y ánimos, en dar conocimientos y esperanzas de que lo que se hace en el aula sirve para algo. No se trata de transmitir "optimismo", sino de transmitir el sentimiento de que lo que se hace sirve para algo realmente y que es el esfuerzo lo que nos permitirá enfrentarnos mejor a las condiciones que reales o imaginarias vemos por delante. Es imprescindible cortar el negativismo que muchos transmiten en el aula y tratar de establecer la confianza de las personas en lo que hacen y en lo que pueden hacer.

Hay demasiada pasividad en nuestra sociedad, alentada por muchos intereses que nos convencen cada día de que nuestro destino está en sus manos, que depende de lo que ellos hagan. Hay que devolver el futuro a la personas, a su esfuerzo, a su alegría interior, a la confianza en sí mismos. Tenemos que lograr que se pierda ese sentido de inutilidad, de carga, de sinsentido, etc. del que se nos habla.

Tenemos que hacerlo cada uno es el espacio en el que nos encontramos, con los recursos disponibles y con la energía que podamos aportar y sacar de los demás. No es aceptable el derrotismo que nos hunde ante esos predictores de la desgracia constante de la que unos cuantos se aprovechan y les sirve para mantener ese futuro a la baja en el que algunas veces nos permiten entrar con falsa generosidad.

El lunes comienzan las clases; es el momento de cargar la mochila con lo que se puede cargar, de hacer sentir a cada uno que es una pieza importante, que su vida está en sus manos, que el presente no siempre es como nos dicen y que el futuro que nos cuentan se puede modificar si no lo aceptamos nosotros como inevitable; que, ocurra lo que ocurra, intentamos dirigirlo nosotros.

Lo que hacemos sí sirve para algo. Es el mensaje que hay que transmitir y fomentar, hacer propuestas cada día para que las personas recobren la seguridad que necesitamos todos para poder simplemente vivir con algún sentido. Hay que actuar y no dejarse arrastrar.

 


* "Los problemas psicológicos tras la pandemia se disparan entre los jóvenes del 9% al 24% en apenas un año" RTVE.es 8/09/2022 https://www.rtve.es/noticias/20220908/problemas-psicologicos-tras-pandemia-se-disparan-entre-jovenes/2401333.shtml

jueves, 26 de mayo de 2022

El futuro se prepara hoy o sin relevos

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Se anuncia para hoy y RTVE.es lo (pre)estrena esta misma tarde en RTVE Play y, para la noche, en La 1, en el programa "Comando actualidad". Se trata de un reportaje titulado "Sin relevo" que pone el dedo en el problema real que España tiene desde hace mucho y que los problemas artificiales creados por la clase política para vivir del conflicto oculta. Es el gran problema, el origen de los demás. "Sin relevo" es un título claro y que con solo dos palabras plantea la realidad de una situación que ha modificado nuestras condiciones de vida, un sistema complejo resultante de una serie de variables que se relacionan y que nadie ha querido o sabido enfrentar para darle un horizonte menos sombrío a este país.

En los dos primeros párrafos se nos da cuenta de la paradoja española:

En el campo, en la industria, en el transporte, en la medicina, en las aulas… la falta de relevo generacional oprime a sectores clave de la economía. Salarios que no compensan el esfuerzo, familias que prefieren que sus hijos tengan estudios universitarios, nuevas generaciones menos numerosas: hemos pasado de una natalidad de 700.000 niños al año a finales de los 70 a los 400.000 de 2005.

Estas son, según los expertos, algunas de las claves por las que escasea mano de obra en sectores decisivos para la economía española. Y todo en un país donde hay tres millones de parados y solo el 38 % de los jóvenes tiene empleo a los 24 años, según datos de la OCDE.*

A lo largo de los más de 10 años que tiene de vida este blog, hemos repetido una triste situación, cómo una generación explota a la siguiente convirtiéndola en mano de obra barata y repitiendo que el futuro de los hijos será peor que el de los padres. Cosa que no ha ocurrido con los abuelos y anteriores. Las generaciones de la posguerra se sacrificaron para hacer un destino mejor para los hijos, les dieron lo que ellos no habían tenido. Se extendió la enseñanza en los 60 y a las universidades llegaron los hijos de los analfabetos. En la España de los 70 y 80 todavía quedaban, según las zonas, analfabetos. Yo mismo, durante mi servicio militar en los primeros años de democracia, dedicaba unas horas diarias, a enseñar a leer o a ayudar a mejorar a jóvenes de mi edad que habían trabajado desde casi niños y apenas habían acudido a las escuelas. Las universidades laborales que se habían creado unos años antes acogían todo tipo de profesiones. España se expandía, recibía a millones de turistas, éramos una potencia industrial que fabricaba muchas cosas que se exportaban o se consumían, empezando por los SEAT que nuestros padres esperaban que les sirvieran durante meses por la elevada demanda.

Tras nuestra entrada en Europa se produjo una enorme expansión. Cualquiera que recuerde los años 70 y 80 tiene en mente, con claridad, la diferencia. España se transformó. Lo hizo con ilusión, con democracia y expansión. Nos ajustamos a los criterios europeos y entramos en la Unión, fue un sacrificio de muchos sectores. Pero ocurrió también algo muy raro. Empezamos a tener menos controles sobre nuestro destino y, sobre todo, sueños comunes. Dejamos de tener ilusión común y empezó a llenarse nuestro mundo de palabrería y con muy poco sentido del conjunto, poco acuerdo para resolver problemas generales. Cada uno se buscó la vida en detrimento de los demás.

Hace años empezó a utilizarse el término "mileurista". Trataba de describir de forma despectiva a los jóvenes que cobraban "mil euros". Hoy, tras muchos años y mucha inflación, muchos se consideran felices por cobrar esos mil euros que antes nos parecían ridículos.

Se ha producido una extraña desvalorización del trabajo en donde trabajar más no significa ganar más, sino tener posibilidades de sobrevivir. Los sueldos descienden y el trabajo aumenta. No sé si en el resto del mundo se da estas situaciones de personas que no entierran a sus padres y abuelos, que los esconden en las casas para seguir cobrando sus pensiones. No lo sé, pero es un ejemplo macabro de una situación real.

Dejamos de tener el compromiso tradicional de trabajar para mejorar a la siguiente generación y nos dedicamos a explotar, en sentido literal, a los jóvenes pagándoles poco y creando un mundo de ocio organizado al que se les lanza como una burbuja ante el desastroso presente y el más oscuro futuro.

Aquí lo hemos aceptado todo como "natural", aceptando que el "mercado" es un azaroso destino contra el que no se puede luchar, cuando el mercado es todo menos un destino, ya que sobre él actúan todo tipo de fuerzas manipuladoras, como nos está demostrando Vladimir Putin controlando países enteros con un corte de energía, cerrándoles puertos de exportación o bloqueando las ventas de grano.

Las noticias que se nos dan es que los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres, que para algunos teóricos es la demostración de que el que tiene la sartén por el mango siempre tiene razón. Les hemos aplaudido y admirado; ellos simplemente nos han explotado ante la apatía o la complicidad de una clase política perdida y a su aire.

Los modelos reales los estamos viendo estos días gracias a la pandemia: el parasitismo. Son los comisionistas, jóvenes en este caso, "bien conectados", con acceso privilegiado a ofertas. Lo que ganan "pa' la saca" no los ganan en decenas de años las personas de su generación. La inmoralidad de este tipo de procedimientos no acalla el desastre, la desmoralización, que causan en las personas que enlazan contrato tras contrato para intentar vivir con una miseria que se les paga.

Estos días vemos cómo no se cubren plazas de médicos de familia. No compensa el esfuerzo hecho, la inversión en tiempo y dinero, para especialidades mal pagadas y peor consideradas en el ranking social que ya solo se fija en cuánto ganas.

Si en algo insiste el reportaje de RTVE.es es en la idea del relevo. Se recogen testimonios de profesiones, de conductor de camión a pastor, de electricista a albañil, de maestro a pecador, a cualquier tipo de operario. La salvación está en la mano de obra extranjera, que viene de países donde los sueldos son inferiores. Los jóvenes españoles no están dispuestos a encerrarse en pueblos semi abandonados, donde les cierran las escuelas a sus hijos, donde no tienen centros de atención médica y donde los trenes ya no paran. Todo porque no son "rentables", es un círculo vicioso.

Los testimonios por sectores se acumulan:

Galicia es la comunidad con más marineros de España. Hay casi 20.000, pero el 65 % ronda la edad de jubilación. Manolo es patrón de barco en el puerto de Burela, en Lugo. Lleva 41 años saliendo a la mar. Busca tripulantes, pero no encuentra: “Los extranjeros nos están salvando. Indonesios, africanos, marroquíes, peruanos… y eso que la vida es menos dura ahora que antes, que los barcos son mejores, que hay duchas, baños, internet…”, cuenta.  “Si mi hijo no quisiera seguir con la profesión, tendría que desguazar el barco”, apostilla.

Raúl, que también es patrón, cuenta con 15 tripulantes de los que sólo cuatro son españoles. “Antes salíamos al mar cien barcos a por bonito, ahora solo tres. Los aprendices se van a la marina mercante y a la pesca de recreo”, subraya.*

Pero ¿quién quiere vivir de una profesión dura, arriesgada y con salarios bajos, con empleo inestable, con producción por debajo de costes? La ganadería muestra un panorama similar:

[...] El relevo generacional es mínimo. Según cifras del Ministerio de agricultura, los menores de 35 años que gestionan el campo no llegan al 5 %. En la huerta la situación no es más halagüeña: sólo el 0,23 % de la tierra en España está gestionado por menores de 25 años.*

Pese a que muchos han regresado a las tierras y han creado pequeñas empresas con las que mantener su vida, lo cierto es que el entorno sigue siendo el problema. La España que se ha despoblado en beneficio de unas pocas ciudades en las que se concentra la población.

Pero no creamos que esto es solo cuestión de jóvenes. La falta de relevo es importante, pero el hecho de que las provincias envejecen de forma intensa tiene sus consecuencias terribles. Lo ocurrido con la pandemia, los miles de muertes de ancianos en residencia, nos muestra que igual que se ha montando un negocio de explotación de los jóvenes, otro gigantesco se ha creado para los ancianos. Es un mundo en el que se han convertido a los ancianos en una industria para los que se lo pueden pagar. Se les cobra y cuando tienen algún problema se les manda en una ambulancia a la Seguridad Social, que será quien corra con los gastos. Solo quieren beneficio, el gasto se cobra al pensionista, otra figura clave.

En los pueblos quedan a su suerte los ancianos, sin asistencia médica, alejados de todo. Sin bancos, que en el mejor de los casos, hacen que se acerque alguna oficina móvil para intentar paliar el cierre de oficinas para hacer más rentables las que quedan en uso. Despidos, cierre de oficinas y, finalmente, campaña como las que hemos visto de las personas mayores reclamando una asistencia "humana" de sus propios bancos. Las personas ancianas han hecho ver que ya son la mayoría social, que aunque no haya mucho dinero en sus cuentas, sí pueden crear movimiento social de protesta y hacer daño a la imagen de los bancos que cantan cada año el crecimiento de los beneficios mientras reducen gastos y servicios. Los ancianos son, además, los que deben sostener el sistema turístico con los viajes del IMSERSO, pensados para sector cuando los extranjeros no vienen, en las temporadas bajas.

Queda la generación intermedia, la obligada a sostener a hijos y abuelos, a la que ahora se castiga con la elevación del precio de la energía, la inflación galopante y unos sueldos cada vez menores, con aportaciones mínimas al sistema de pensiones del futuro, pues apenas han cotizado.

Carecemos de la iniciativa que frene la explotación juvenil, el éxodo de los pueblos, la discontinuidad de los sectores, que solo se salvan por la inmigración, a la que además algunos consideran culpable de lo que ocurre, cuando la realidad, como se menciona en el artículo y los expertos llevan años señalando, es la salvación del conjunto del sistema, los jóvenes que trabajan en los huecos que los demás no cubren o dejan.

Se buscan albañiles, fresadores, yeseros, escayolistas… Isidro es empresario de la construcción. “Nos cuesta mucho conseguir personal. Todo lo que tenemos es gente en edad a punto de jubilarse. Ni nuestros propios hijos quieren venir. Algunos han venido y no quieren saber nada del yeso ni ladrillo ni nada… “, asegura. “Podemos seguir trabajando porque hay mucha mano de obra extranjera”, remarca.*

Y más adelante, respecto al sector del transporte:

“Por 18.000 euros vendería todo…”, dice tocando la carrocería del vehículo con el que ha hecho un millón y medio de kilómetros. “Los camiones ya no valen nada. Cada día se exige más, se trabaja más, se echan más horas… nadie quiere esta vida, sólo los extranjeros. Yo hace 30 años ganaba 3.000 euros. Hoy en día eso no lo sueña nadie… los precios del transporte están por los suelos y el precio del gasoil por las nubes. Al final malvenderé el camión”, asegura.*

Hay una tendencia desde hace años a responsabilizar a los jóvenes porque se han vuelto demasiado "finos", prefieren estudiar huyendo del trabajo duro, dejan colgados los negocios familiares, etc. Es profundamente injusto porque se debería haber acoplado el desarrollo económico español a la formación, es decir, haber transformado nuestros sectores y hábitats. No se puede mejorar la formación sin transformar el mundo que han de habitar. Sin embargo, la experiencia que tenemos es precisamente la contraria, que la se señala hoy con el abandono de los espacios en beneficio de las concentraciones, donde es el consumo lo que se busca deforma prioritaria. No se puede pretender formar a las personas, hacerles viajar de Erasmus, enseñarles idiomas, etc.  y luego dejar abandonada la mitad del país, sin conexiones al mundo, ya sean cables y banda ancha o transportes; sin servicios, de los bancos a los médicos, por citar solo algunos casos comentados diariamente.

Cuando una sociedad evoluciona económica y culturalmente, pero solo viven bien los que se dedican al "boom inmobiliario" o al "turístico", y solo se necesitan albañiles, vendedores y camareros, está comienza un proceso de descomposición. Es muy fácil decir que los jóvenes españoles no quieren ser albañiles, que esos puestos mal pagados son ocupados por la inmigración. Pero el fenómeno ya no produce solo en el campo, en los oficios más duros. Lo que nos acaban de decir es que ese proceso llega ya a los médicos, donde determinadas especialidades nadie las quiere porque suponen una forma de vida muy diferente (vivir en un pueblo, por ejemplo) y unos ingresos menores que otras especialidades que permite vivir mejor y montarse negocios florecientes, como clínicas y consultas privadas. Otro tanto ocurre en sectores como la enseñanza. ¿Se ha hecho rico algún maestro?

En un mundo mal pagado, los sectores débiles son los que no abren expectativas de mejora. Ser comisionista es el futuro, tener agenda, contactos, buenos amigos en los sitios adecuados. Vale más invertir en eso, en contactos, que en una formación que te lleve a una profesión con contratos temporales enlazados, malos sueldos y horarios extensos ante los que nos puedes quejarte y te piden que des las gracias.

Algo falla en una sociedad que acepta que la siguiente generación viva peor. Estamos devorando los recursos del futuro y nuestra economía —lo repetimos a menudo— es la más débil de Europa, la que tiene niveles de paro que doblan la media europea y el mayor paro juvenil. Sin embargo, los parásitos se enriquecen cada día más. Ellos no producen, cobran por mediar.

Tenemos una inmigración que acepta nuestros puestos de trabajos y a la que no tratamos demasiado bien. Habrá que recordar aquí los casos de contagios de temporeros en el inició de la pandemia, por ejemplo, o aquel trabajador hispano abandonado, muerto, a las puertas de un centro de salud murciano. Incluso algún partido populista les acusa de ser los culpables de ocupar los puestos de trabajo que no queremos ocupar.

Hemos creado un laberinto de empresas subsidiarias que menguan los sueldos porque compiten, de forma desgarrada, por quedarse con los mayores márgenes en detrimento de los trabajadores. El lujo pasa a ser escándalo en una sociedad empobrecida y, sin embargo, se nos mete por los ojos cada día en los medios de comunicación donde esa fábrica de parásitos que se llaman "famosos" nos ofrecen ya su tercera generación de "personajes profesionales", ahora convertidos en "influencers", la palabra que hace soñar a cientos de miles de pre adolescentes y adolescente con un futuro maquillado y vistoso, donde el dinero les llegue a base de "likes". No hay vocaciones en su vida, algo que les obligue a aceptar trabajos mal pagados. Es lo que se dice de los que aceptan ser "médicos de familia", que son vocacionales por aceptar un trabajo que no les va a enriquecer.

Algo nos falla. El "sin relevo" es también un "sin ilusiones", "sin confianza" y sin muchas otras cosas que deberíamos crear como perspectivas de trabajo y vida. Lo único que nos ha preocupado en los medios en esta pandemia es la hostelería, el ocio nocturno, el cafelito en la terraza, la falta de camareros según se queja el sector.

Si no entendemos que el futuro no se hace solo, que es necesario crear las condiciones para sembrar lo que queremos que crezca, difícilmente este será un país habitable. Se nos llenará de parásitos como los que vemos cada día en los escándalos de las comisiones, intermediarios, apoyos a las empresas de amigos, creadas para sacar dinero público. Seguiremos teniendo gente que acude a la política financiados por sectores para asegurarse buen trato posterior; gente sin vocación de servicio, que viven de la política y para ellos mismos. Prosperarán todos ellos, ahogando a los demás, tragándose los recursos.

La alternativa de los pueblos para atraer gente son las fiestas y el turismo en sus diversas versiones. No hay otra iniciativa que veamos productiva y pensada en la vida en el propio pueblo. ¿Qué tiene de extraño que se huya de esto? Nadie quiere encerrarse en los pueblos que han sido abandonados de todo, en donde solo quedan los que no tienen más remedio que quedarse. La vida a los pueblos la dan las conexiones, las carreteras, los servicios disponibles, de la sanidad a la educación. No es esa la política seguida. El "relevo" no es solo una cuestión generacional; no se ha preparado el espacio para las transformaciones culturales. Otros países han conseguido modernizar sus sectores más tradicionales. Nosotros no. Los necesitamos, pero no hemos previsto la llegada de la siguiente generación a la que explotamos descaradamente en nuestras ciudades y sus lugares de ocio. 

El reportaje de RTVE.es se anticipa como un baño de realidad en la que se muestra el cuadro de forma distante. No el que nos ofrecen los programas del "corazón", sino lo que nos dejan descorazonadoramente preocupados por la situación y por la falta de remedios que deberían salir de las administraciones e instituciones y de una organizaciones empresariales, los sindicatos, los grupos profesionales, etc., en suma, de todo el tejido social sobre el que hay que plantar esperanzas y regar con recursos que aseguren que este país, en su conjunto, le importa a alguien, que invertir en su futuro no es solo en el beneficio propio, sino crear un sentido ciudadano, responsable, comunitario. Lo demás es palabrería.

La paradoja del titular de RTVE.es solo es aparente. La situación se sigue ignorando o se quiere mostrar como propia de algunos sectores. Lo cierto es que afecta a todos en este mundo de becarios y precarios expandidos.

Las generaciones anteriores sufrieron el pluriempleo para poder dar un mejor futuro a las familias y a la generación siguiente. La actual sufre el subempleo y el desempleo, la precariedad, los contratos seguido, los becarios que deben dar las gracias, las horas no contabilizadas, la agresividad acumulada en los trabajos... Los mejores se van y los que se quedan denuncian su situación, de los médicos y maestros a los investigadores o científicos. Solo unos pocos se benefician de su talento para explotar al resto. 

Hemos dicho que el futuro se prepara hoy, lo que es bastante optimista. Quizá habría que decir que el futuro empezó ayer, que vamos con retraso y que cada día sin actuar supone años de prolongación del problema. Los comisionistas, en cualquier caso, viven mejor de los problemas y carencias.


* SILVIA SÁNCHEZ y MÓNICA HERNÁNDEZ "España: un país sin mano de obra pero con tres millones de parados y un 40 % de desempleo juvenil" RTVE.es 26/05/2022 https://www.rtve.es/noticias/20220526/comando-actualidad-sin-relevo-falta-mano-obra-tres-millones-parados/2351223.shtml

miércoles, 15 de diciembre de 2021

Suicidas

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Entre en la sala de cine sin saber lo que iba a ver. Por exclusión, me metí en la película Querido Evan Hansen (Stephen Chblosky 2021) si saber qué era. Me encontré con un extraño musical sobré jóvenes suicidas, sobre la inseguridad y la presiones por cumplir las expectativas sociales y familiares, sobre las adicciones a los medicamentos para poder sobrevivir a la presión, sobre la indiferencia del mundo.

Vi la película yo solo, en una sala que se me antojó demasiado solitaria para ver aquel drama que no por cantando es irreal. Quizá haya que cantar tanto dolor, tanta presión, tanta soledad, tanto malentendido, tanta indiferencia. Las canciones y las ironías no ocultan la verdad del drama, la verdad de la verdad.

Vivimos en una sociedad más enferma de lo que pensamos. Nuestra enfermedad es nuestra propia forma de vida, la presión que creamos sobre nosotros mismos y sobre los demás. No, Querido Evan Hanson no es un musical escapista, sino una bofetada en plena cara. Son bofetadas de payaso trágico que se golpea él solo sus mejillas una y otra vez.


Escribí mi reseña de la película como suelo hacer en el fin de semana. Pero no he dejado de darle vueltas a la película. Escribí que quizá habría que verla en los institutos y colegios a cierta edad para que sepan los peligros, pero sobre todo para que comprendan cómo se sienten los que desaparecen en un silencio mayor o menor, los que desaparecen quitándose la vida y luego la gente se pregunta por qué. Creo que ese es el mensaje de la obra, que los síntomas están ahí, delante, claros, pero que no sabemos o no queremos verlos. Luego llegan el asombro y la culpa.

Tras la noticia del fallecimiento de la actriz Verónica Forqué hace dos días, leo ayer el siguiente titular en RTVE: "La pandemia triplica los trastornos mentales en niños y el 3% pensó en suicidarse". En niños se incluyen personas hasta los 14 años, según se nos dice, algo que resulta un tanto complejo pues las diferencias de la franja de edad son enormes, aunque el resultado final pueda ser el mismo.


La noticia en RTVE nos explica:

La pandemia ha triplicado el número de trastornos mentales en niños y adolescentes, según el informe Crecer Saludable(mente) de Save the Children. Además, un 3% de los menores en estos grupos de edad ha tenido pensamientos suicidas en 2021, periodo en el que se han reducido los diagnósticos y los servicios de salud mental infantojuveniles están saturados.

"Ha traído nuevas preocupaciones, miedos, infelicidad y ha puesto de manifiesto la magnitud de los problemas de salud mental que sufren los niños", ha expuesto la organización en un comunicado este martes.  Los trastornos mentales han aumentado del 1% al 4% en menores de entre cuatro y 14 años y del 2,5% al 7% en el caso de los trastornos de conducta, de acuerdo con la encuesta realizada por la ONG a 2.000 padres y madres, que compara con los últimos datos oficiales disponibles de la Encuesta Nacional de Salud (ENS) de 2017.

"Se han disparado todas las alarmas a causa de la pandemia, aunque los problemas de salud mental no son nuevos. Hay mucho desconocimiento y un gran estigma. Un 3% de niños, niñas y adolescentes han tenido pensamientos suicidas este año", ha señalado el Director General de la ONG, Andrés Conde. En 2020 murieron por suicidio 61 menores.

Sin embargo, la ansiedad, la depresión, los trastornos alimentarios o las tentativas de suicidio "no las ha traído la COVID-19". "Ya en 2015 la salud mental fue incluida en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), teniendo en cuenta las circunstancias sociales y económicas que la determinan", ha insistido Save the Children.*


La noticia tiene una verdad, pero también un lenguaje, el contrario del que percibí en la película que me mostró desde otro ángulo la brutalidad de la situación. Allí donde el texto artístico ponía el énfasis en la ironía que dejaba al descubierto la gran hipocresía social, nos encontramos con la frialdad de las cifras, de los porcentajes, de los datos, etc. un lenguaje que ya no nos afecta.

Hoy tuve que hablar en mi clase de la "locura" en la obra de Michel Foucault, de cómo la analizó en su obra Historia de la locura en la época clásica. No era el centro de la explicación, pero sí hablamos de los mecanismos de exclusión del otro, del loco, del enfermo, de aquel que no se ajusta a nuestros ideales cada día más falsos de felicidad; de aquel al que se define bajo discursos legales, médicos, artísticos. Nos hace falta estudiar nuestros mecanismos de exclusión de esta enfermedad que ignoramos y que solo vemos cuando llega a los titulares. No hace mucho, la mención de la "salud mental" en el Parlamento español suscitó las bromas y risas de los que se siente a salvo y ven al enfermo como una debilidad.


Datos, encuestas, plazas, recursos... todo esto se funde con la realidad de las muertes y sufrimientos en unas sociedades que presumen de tantas cosas. Aquí, en estos años, hemos hablado de las muertes de ejecutivos en Francia por suicidio (alguien me escribió para darme las gracias). Hemos hablado de los suicidios de los veteranos en los Estados Unidos, con más bajas que las que producen las mismas guerras a las que sobrevivieron; nadie quiere ver los problemas tras esas sombras que viven en las calles.

Ahora es la pandemia la que deja al descubiertos nuestras carencias sociales, morales, asistenciales, etc. Somos una sociedad dura, pero de lágrima fácil y efectista. Nos gustan las sensiblerías, pero somos incapaces de afrontar nuestras enfermedades morales, que nos rompen por los escalones más débiles. Hacemos negocios con esas debilidades.

Como profesor, me tengo que enfrentar en muchos momentos a situaciones duras en las que veo a gente en el límite. Las presiones no vienen de los sistemas educativos, sino de las familias, de las exigencias sociales, de las presiones sobre el éxito que les exigen, sobre las responsabilidades brutales que siente sobre ellos. El sistema responde muchas veces con indiferencia porque se ocupa ya de sí mismo, se ha vuelto lo que nunca debe ser un sistema educativo, egoísta. Mucha gente solo se ocupa de su promoción y apenas se fija en aquellos que tiene alrededor. Es lo que el propio sistema te pide. Muchas veces se mira para otro lado no vayan a entorpecer nuestras brillantes carreras.

Como sociedad estamos desarrollando un doble discurso. Por un lado el sensible, el que pide atención; por otro lado —también lo he escrito aquí en varias ocasiones— somos una sociedad que está explotando a sus jóvenes a través de los contratos basura, de los becarios eternos, de la precariedad, de la temporalidad, de los decenas de contratos acumulados (los que tienen suerte) donde lo que comenzó justificándose en un momento de fuerte crisis se hizo recaer sobre los jóvenes. Y sigue. Se me crea un malestar físico cada vez que escucho al presidente de la patronal española decir que "no es el momento" cada vez que se plantea alguna mejora de los sistemas de empleo.


Usamos a los jóvenes para llenar esos bares que tanto queremos en vez de emplearlos, de crear una generación mejor. Hemos asumido que los jóvenes vivirán peor que sus padres y hasta abuelos. Lo decimos con un guiño porque viven peor porque esos mismos bares que nos traen placer están atendidos por otros jóvenes que cobran sueldos miserables, de economía sumergida en muchos casos, con jornadas brutales, sin descansos, por las que deben además dar las gracias. Se queja el sector de la hostelería de que no consigue que vuelvan a atender las barras y mesas. Muchos prefieren ser explotados de otra manera.

La noticia de RTVE no es la única que salta a la actualidad sobre la salud mental infantil. Pero voy más allá. La salud mental ya no admite estas divisiones. Las personas no están divididas para nuestra comodidad. Son personas. No son solo una tarea hasta que llegan a un límite de edad, como denunciaba hace unos días en los medios una persona que se sentía absolutamente derrotada al comprobar que solo podía ocuparse de las personas hasta los 18 años, más allá de los cuales si se matan o no deja de ser su responsabilidad. Estas son nuestras hipocresías, nuestras mentiras sociales en una sociedad que no crea fuerza sino que se deshace de los más débiles de cualquier edad mediante la desatención o la indiferencia. Es lo que se escondía detrás de muchas muertes en las residencias de ancianos, un mero negocio para muchos sectores, incluidos los que se dedican a llevarlos de turismo de un lado a otro y que les da igual su salud.

Me explico la sala vacía ese viernes de estreno. ¿Queremos vernos retratados? ¿Queremos que se nos recuerde la deshumanización en que vivimos? Los titulares duran unas horas; todo desaparece. Las muertes son estadísticas, como esos 61 menores muertos por suicidio en 2020, de los que nos hablan en la noticia. Habrá más, aquellas que se tapan por temor a quedar en evidencia, por miedo al estigma.


Han tenido que salir casos como los de Naomi Osaka o de otras deportistas para que, tras las burlas iniciales, nos diéramos cuenta de que el éxito deportivo tiene un coste, que eso que disfrutamos en estadios y televisores lleva a las personas a niveles excesivos en muchos órdenes. Presión, abusos, manipulaciones desde edades muy tempranas... Estos casos están saliendo a la luz por la celebridad de las personas, ¿pero qué ocurre con las anónimas, qué ocurre en el día a día, delante de nosotros?

Vendemos camisetas, sudaderas, posters, pulseras, todo tipo de artículos con las frases sacadas de Querido Evan Hunter. Hacemos negocio de ello con enorme hipocresía y ambigüedad, ¿pero qué más? ¿Qué hacemos realmente por las personas? ¿Estamos disponibles para ellas o son simplemente estadísticas, motivos de especulación?

Fallamos y simplemente lo ignoramos. Sigan clamando por los bares, por los botellones, por las terrazas, por la marcha... Son el ruido que tapa el grito.

* "La pandemia triplica los trastornos mentales en niños y el 3% pensó en suicidarse" RTVE 14/12/2021 https://www.rtve.es/noticias/20211214/pandemia-triplica-trastornos-mentales/2238793.shtml

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Ecoansiedad o algo que salvar

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


La página de RTVE.es introduce en su más llamativo titular el concepto de "ecoansiedad" y precisa antes de comenzar el texto sobre que esto afecta principalmente a los jóvenes, que viven en un sinvivir, por decirlo así. "Un 84% de los jóvenes están preocupados por el calentamiento global", nos explican para que nos vayamos haciendo a la idea. No son cifras bajas precisamente y hay que sumarlas a muchas otras que reflejan este tipo de problemas en la juventud, de las tasas de abandono y fracaso escolares a esta preocupación angustiosa por el futuro pasando por las cifras de alcoholismo que veíamos hace unos días a cuenta de los botellones y demás.

El otro día le dedicamos este espacio a lo que llamamos el "apocalipsis carencial", es decir, el miedo que nos meten en el cuerpo cada día sobre lo que nos va a faltar. Hoy, por ejemplo, se eleva a miedo universal la orden del gobierno chino para que guarden alimentos. Las voces oficiales hablan de hacer reservas por si hay nuevas restricciones por los brotes detectados, pero no hay que perder la ocasión de especular con cualquier desastre posible, tal como hacen con lo del "apagón austriaco", otro mal en el horizonte próximo, si hemos de creer a los austriacos. Los ejemplos podrían multiplicarse. Pero lo de la ecoansiedad tiene unos efectos más profundos.


Nos dice en el artículo, firmado por Álvaro Caballero: 

Vivir con la consciencia de que, si no actuamos urgentemente para remediarlo, el mundo será peor a cada año que pase por culpa del cambio climático. Así es el día a día para quien sufre ansiedad climática o ecoansiedad, un problema de salud mental cada vez más común entre los jóvenes, los que más sufrirán los efectos del calentamiento global.

"Para mí es un sentimiento de angustia en general que te puede paralizar. Te lleva a no ser capaz de imaginar tu propio futuro". Naiara Fernández tiene 23 años y es activista climática. Sufre ecoansiedad, una "incertidumbre muy grande" por el porvenir climático, que se suma a la "sucesión de crisis" que viven los jóvenes, como el paro o el acceso a la vivienda, relata a RTVE.es.

El testimonio de Fernández es solo uno de los miles que se repiten por todo el mundo a medida que los efectos del calentamiento global se hacen más evidentes en la vida cotidiana. Según un reciente estudio previsto para publicación en la revista Lancet Planetary Health, con entrevistas a más de 10.000 jóvenes de 10 países, un 84% están preocupados por el cambio climático. Un 45% asegura que esta crisis afecta a su día a día y cuatro de cada diez llega hasta el punto de dudar si tener hijos ante el futuro que les pueda esperar.*

 


¿No hay forma de crear una sensibilización ante los problemas futuros sin recurrir a esta angustia que producirá estrés crónico pasado cierto tiempo? ¿No hay otra forma de concienciar de los problemas que, como decíamos el otro día, el apocalipsis? Lo digo porque seguro que la hay sin necesidad de que acabemos todos encerrados antes del apocalipsis por efecto de esta ecoansiedad que no por llevar eco delante deja de ser un estado de ansiedad.

Hemos de comprender, además, que esa preocupación juvenil por quedarse sin planeta es solo una parte de los tipos de ansiedad que se padecen, como la ansiedad laboral tanto por no tener trabajo como por tener un trabajo de explotación constante y mal pagado, precario las más de las veces sin ir más lejos. Hay una ansiedad educativa como la que viven en determinados países —Japón es un ejemplo—, donde estudiar es una enorme presión que lleva a suicidios y demás enfermedades derivadas de la presión. En Japón y en China se han puesto en marchas movimientos de rechazo para combatir este estrés escolar. La gente que trabaja en el mundo académico ha forjado su propia ansiedad, absolutamente estresante, por la exigencia permanente de competencia, de publicar en unos lugares, de intentar sobrevivir entre escenario negro en que se ha convertido la educación. Este estrés acaba pasándose a los alumnos y el de los alumnos a los profesores creando climas explosivos en el día a día de la convivencia.


Decir que estamos en un estado de ansiedad por el cambio climático es quedarse cortos. Estamos en un sistema que produce ansiedad, por no decir angustia vital, que era como se calificaba. Puede que antes de destruir el mundo nos hayamos destruido a nosotros mismos como resultado de todos esos procesos deshumanizados en los que vivimos, de aumento de la pobreza, del mal reparto de la riqueza y de aquello que nos permitiría vivir de forma más armónica.

No crea que quiero meterle más presión en cuanto a esa ecoansiedad; lo que le digo es que los problemas ecológicos deben tener soluciones ecológicas y políticas, pero que hay otros problemas —los humanos, demasiado humanos— que requieren de otros tipos de esfuerzos y enfoques para solucionarse. 

Poder mantener limpio y sano el planeta mientras vivimos en el fango humano, lleno de inmundicia y tensiones no es la mejor solución. La ansiedad consume mucha energía, es destructiva. Habría que emplear métodos distintos, formas positivas de dirigir hacia los fines loables sin crear estas formas de ansiedad que se suman a las ya existentes. ¿Estamos condenados a vivir bajo la destructiva ansiedad por una causa u otra? Parece que hacemos todo lo posible para que sea así.

 


* Álvaro Caballero "Vivir con ecoansiedad:"Te paraliza no poder imaginar tu propio futuro"" RTVE.es 2/11/2021 https://www.rtve.es/noticias/20211102/ecoansiedad-imposibilidad-imaginar-futuro-cambio-climatico/2210020.shtml