Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El artículo publicado antes de ayer por
el ex presidente norteamericano Jimmy Carter en The New York Times, con el título “A
Cruel and Unusual Record”, pone el dedo en la herida
norteamericana de los Derechos Humanos. De todos es conocido el papel que Carter
ha estado jugando desde que abandonó la presidencia y que llevó a la concesión
del Premio Nobel de la Paz en el año 2002. Las actividades mediadoras y de
observación del Centro Carter por todo el mundo son constantes y se ha
convertido en un personaje presente en los principales conflictos y desacuerdos
mundiales. Por eso la carta en la que denuncia, en plena campaña electoral
norteamericana, el camino seguido por los Estados Unidos en esta década y en
especial tras el 11-S, tiene una especial significación y resonancia allí y
fuera de las fronteras, por todo el mundo.
La idea de que la declaración universal
de los Derechos Humanos es un programa irrenunciable, un programa cuya
integridad moral puede servir de referencia en cualquier lugar del mundo, tanto
por su cumplimiento como por su transgresión, es hoy aceptada por muchos, que
ven en la Declaración un punto de partida político, un marco de convivencia en
los estados y entre ellos.
Jimmy Carter, observador en la elecciones egipcias |
El comienzo del artículo de Carter no
deja lugar a ambigüedades o eufemismos: “The United States is abandoning its
role as the global champion of human Rights.”* Me imagino que Carter habrá
tenido serías dudas en el uso del verbo con el que poner en marcha su denuncia:
¿“está abandonando”, “ha abandonado”…? La fórmula elegida por el ex presidente deja un proceso en marcha
y, por tanto, rectificable.
La cuestión para el resto del mundo no
es solo el “liderazgo” de Estados Unidos en los derechos humanos, algo que les
afecta en su propia autoestima. Por supuesto que es importante que la primera
potencia mundial cumpla con los derechos humanos, que sea un ejemplo. Tan
importante como el hecho negativo de que no los cumpla, que sea un mal ejemplo.
Unos y otros aprovecharan los que Estados Unidos haga con los Derechos, para
bien o para mal.
La Declaración no es un programa que se firma sin más, una operación cosmética, un discurso vacío. Es un compromiso con el resto de los pueblos. La Declaración y su cumplimiento
ponen de un mismo lado a los estados que las respetan frente a los que no lo
hacen. Y esa debería ser la verdadera línea de división mundial y el impulso
que hiciera a los pueblos salir de una situación negativa hacia ese
cumplimiento como ideal. Carter, que va por el mundo tratando de explicar la necesidad de cumplir la Declaración de los Derechos Humanos, debe conocer bien el mal trago de que le recuerden los incumplimientos de su propio país por donde vaya.
Señala Carter:
The declaration
has been invoked by human rights activists and the international community to
replace most of the
world’s dictatorships with democracies and to promote the rule of law in
domestic and global affairs. It is disturbing that, instead of strengthening
these principles, our government’s counterterrorism policies are now clearly
violating at least 10 of the declaration’s 30 articles, including the
prohibition against “cruel, inhuman or degrading treatment or punishment.”*
La Declaración es compromiso interno,
pero también una exigencia de firmeza externa, la que lleva la presión a
aquellos países que no los cumplen, amparando a los que sufren su
incumplimiento. Pero ¿quién presiona a Estados Unidos en sus propias
violaciones? Esas violaciones que Estados Unidos comete en nombre de su seguridad,
¿cómo debe afrontarlas? ¿Debemos asumir todos que la defensa de los Derechos
Humanos no funcionan como un imperativo categórico, sino como una herramienta
utilitarista que se exige a otros y se ignora en los propios casos?
Una de las diferencias importantes entre los presidentes y candidatos norteamericanos es su prioridad entre seguridad —siempre nacional, aunque sea en el extranjero— y Derechos Humanos. Carter señala que Estados Unidos, al que define como el principal promotor desde 1948 de una política de Derechos Humanos, ha perdido esa brújula de los Derechos y en consecuencia ha dejado de ser respetado por sus aliados y dado armas a sus enemigos por los incumplimientos. No han sido solo en la política internacional, escribe el ex presidente:
In addition to American citizens’ being
targeted for assassination or indefinite detention, recent laws have canceled
the restraints in the Foreign Intelligence Surveillance Act of 1978 to allow
unprecedented violations of our rights to privacy through warrantless
wiretapping and government mining of our electronic communications. Popular
state laws permit detaining individuals because of their appearance, where they
worship or with whom they associate.
La cuestión no es trivial y no se puede dejar caer en la
demagogia o en la hipocresía porque las invocaciones sean siempre las de la
seguridad nacional, la de los sacrificios que se deben hacer en nombre de los
pueblos para salvar a los propios pueblos. O se entienden en su radicalidad o
son simplemente una herramienta autopromocional y un arma arrojadiza contra terceros.
El incumplimiento de los Derechos Humanos se paga siempre porque se paga en degradación
democrática y ética.
Carter concluye en su artículo:
As concerned citizens, we must persuade
Washington to reverse course and regain moral leadership according to
international human rights norms that we had officially adopted as our own and
cherished throughout the years.*
Son los ciudadanos, por tanto, los que marcan el rumbo con
su deseo de vivir en un marco ético que les permita sentirse identificados con
su propio país. Cuando un país o una institución se distorsionan tanto como
para que sus propios gobiernos vulneren sus principios éticos, el deterioro es
muy grande y se producen grandes fracturas. Y esto va más allá de las lógicas
discrepancias que puedan existir entre las fuerzas políticas en un país
democrático.
Los Derechos Humanos son un programa común, un punto de
unión, una Constitución Universal. No es algo que afecte solo a Estados Unidos,
evidentemente, y nosotros mismos debemos plantearnos cada día si mejoramos o
perdemos la referencia de estos derechos. Los Derechos Humanos son nuestra
propia garantía ante nosotros mismos y ante los demás. Nada más peligroso que
las grandes palabras escondan grandes incumplimientos.
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