Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La prensa es uno de los pilares sobre los que se asienta la
democracia. Es fácil decirlo, pero no tanto asumirlo y respetarlo. En los
países que tienen tradición de medios de comunicación públicos, la lucha por la
independencia de los profesionales es el reflejo del derecho de la ciudadanía a
ser informados honesta y verazmente.
La lucha informativa en Egipto va en paralelo a las demás
luchas abiertas a tres bandas: los restos del régimen de Mubarak y la alianza
circunstancial entre islamistas y laicos. A ambos les une Mubarak y les alejan
sus posiciones respectivas en todo lo demás. Estamos acostumbrados ya a que
Egipto sea el país de las síntesis imposibles, de las alianzas inverosímiles.
Algún día, esperemos, se normalizará en este sentido y la gente podrá votar por
lo que piensa y no para lograr que ganen candidatos con los que no se está muy
de acuerdo para evitar que gane otro con la que no está en absoluto de acuerdo.
Como bien ha señalado recientemente el ex candidato Abouel Fotouh, “hay que
elegir entre lo malo y lo peor”, refiriéndose al islamista Morsy y al
mubarakista Shafiq, que se disputarán la presidencia en segunda ronda, según lo
que los tribunales e manifiesten sobre la constitucionalidad de la ley que
apartaba a los candidatos del antiguo régimen. Los egipcios empiezan a sentirse
como en un partido de tenis, mirando alternativamente a parlamento y
tribunales, preguntándose de qué lado caerá el punto.
Se debate ahora si es la Asamblea del Pueblo (parlamento), a través del Consejo de la Shura —un consejo consultivo compuesto por 276 miembros, de los cuales 88 son propuestos por el Presidente y el resto electos—, es el que debe designar a los responsables de los medios públicos porque los profesionales temen que estando como está controlado el Parlamento en más de un setenta por ciento por los islamistas, Hermandad y Nour, se conviertan en órganos de expresión de estos grupos.*
El papel de los medios de comunicación es ahora muy
importante en Egipto. Lo es todas partes, por supuesto, pero aquí nos
encontramos con el intento de despegue de una democracia cuyo pesado lastre es
una larga tradición de concebir la información como propaganda y censura, los
dos grandes males de cualquier sistema político en cuanto al papel de los
medios. La propaganda obliga a cantar sus “bondades” y la censura a callar sus
defectos y excesos. Esto deja al profesional maniatado y al ciudadano ignorante,
inmerso en una ficción.
A esto se le puede sumar una concepción patriarcal del poder que mantiene en la infancia a los pueblos, decidiendo constantemente qué información está en condiciones de recibir. Este paternalismo político es real y tiende a blindar la imagen de las propias instituciones y personas, anulando las posibilidades de crítica. Lo que se presenta como "respeto", no es muchas veces más que el cinturón protector para evitar las denuncias por las actuaciones incorrectas.
Las entradas de capital para controlar la información en los
medios privados y los manejos políticos para hacerse con los públicos implican
que las posibilidades de formar una opinión pública con criterios
independientes son muy remotas. Pero los medios y profesionales siguen luchando
en todos los foros —políticos, sindicales, profesionales— para conseguir una
normativa que garanticen la independencia informativa y que no se conviertan
los medios, de nuevo, en un aparato más de control del estado.
En este momento hay dos iniciativas**, una gubernamental y
otra procedente de la sociedad civil, que tratan de fijar los límites y
principios de la Libertad de Información. El proyecto del gobierno es más
restrictivo, por ejemplo, en lo relativo al derecho de acceso a la información
sobre ciudadanos e instituciones. El proyecto civil, en cambio, apuesta por la
libertad de acceso y el derecho a conocer y usar las informaciones que las
instituciones almacenan. Son dos formas distantes de establecer los límites:
una pensando siempre en la información como un mal que erosiona y que hay que controlar; la otra
pensándola como un bien que hay que liberar.
Nos recuerda el diario Al-Masry
Al-Youm que cuando los egipcios asaltaron durante la revolución las sedes
de los servicios de seguridad del Estado**, se encontraron con millones de
documentos, cuidadosamente recogidos y almacenados, en los que había fotos y registros de conversaciones telefónicas de los ciudadanos. Se encontraron de
golpe con su propia vida seguida al minuto, documentada paso a paso. Es la forma característica de uso totalitario de la información: el estado tiene información de los ciudadanos, pero los ciudadanos no tienen información del estado.
La opacidad institucional es uno de los elementos clave en
la libertad de información, un defecto muy característico de los sistemas
autocráticos. El acceso a lo que las instituciones gubernamentales hacen y almacenan es
esencial en un sistema democrático y no puede serlo si no están sujetas a
transparencia y conocimiento público. Las regulaciones anteriores eran
demasiado laxas por su falta de precisión en los conceptos que definían las
restricciones. Al final son los gobiernos los que acaban interpretando dónde se
ponen los límites de forma más o menos arbitraria. Hoy exigen claridad y
transparencia para desarrollar las labores informativas de forma independiente.
Egipto necesita unas grandes dosis de independencia informativa, de medios y profesionales capaces de informar a su pueblo con honestidad para que este pueda salir de las deformaciones y silencios a los que ha sido sometido por los años de dictadura y sus discursos oficiales. El reto está —allí, como aquí o en cualquier parte— en que se acepte que los profesionales son los que suministran la información a los ciudadanos y no los que los adoctrinan en la sumisión o la aceptación de los poderes públicos, hagan lo que hagan.
No es fácil llegar a tener profesionales independientes y
medios equilibrados en la transmisión de la realidad política, social y
cultural. Son muchos los intereses. Pero es verdad que si no se lucha por ello
el descarrilamiento político y social es cuestión de tiempo. Sin la información
adecuada, el sistema se distorsiona. Si los medios pueden informar libremente,
sin condicionamientos, la posibilidad de mejora aumenta. Los medios no salvan
un país, pero advierten de los peligros y errores y alientan el debate social.
La prensa egipcia está luchando por sus derechos
profesionales para defender los derechos ciudadanos. Desde aquí, nuestra
solidaridad y apoyo.
* "Two
bills in Parliament compete to provide freedom of information" Al-Masry
Al-Youm 10/06/2012
http://www.egyptindependent.com/news/two-bills-parliament-compete-provide-freedom-information
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