Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Parece
inevitable que el crecimiento del dogmatismo y del autoritarismo en todo el
mundo suponga un ataque constante a la prensa y a la libertad de información.
Cuando la prensa cumple su papel real, no solo contar las cosas, sino el
análisis competente de lo que ocurre y establecer hipótesis sobre el
funcionamiento del mundo social, se vuelve un enemigo peligroso.
Los
tiempos empeoran para los periodistas en dos sentidos graves y peligrosos: son
atacados y quedan desvirtuados en su papel. La primera parte es más fácil de
entender porque mueren, son acosados, desaparecen o tienen que emigrar lejos de
alcance de los enemigos que se han buscado intentando decir lo que piensan o,
lo que es muy parecido en sus resultados, no decir lo que los poderosos
quieren.
A los
dogmáticos sociales, a los que desean que se transmita una verdad que coincide
con su pensamiento y sus palabras. Son fabricantes de discursos y exigen que
sean transmitidos sin cambiarle una como, sin discrepancia alguna.
Estos
días hemos visto (seguimos con la historia) cómo el gobierno egipcio pretende
que nadie discrepe y que todos acepten la orden de silencio dada por el
presidente en este tema y repetida por el fiscal, que se ha limitado a seguir
sus deseos.
La BBC
británica no trae un caso más —otro—, el de una periodista pakistaní
desaparecida. La cadena
la presenta de una forma muy sencilla: «Zeenat Shahzadi was a freelance
reporter for local channels and also liked to call herself a human rights
activist.»*
La combinación no es mala porque nos indica que Shahzadi tenía
un sentido social y moral de su trabajo. Era algo más que una forma de ganarse
la vida —y sostener a su familia—; era también una vocación en un entorno en el que no tener el apoyo de un medio es
estar expuesta a que nadie pregunte más por ti y eso es un acicate para
aquellos a quienes les resulte molesta.
Cada vez desaparecen más periodistas. En algunos sitios es
ya una profesión muy peligrosa, como en México. Otros son encarcelados, como en
la Turquía de Erdogan o el Egipto de El-Sisi. En estos países puedes
desaparecer "con todas las de la ley" porque el poder dicta leyes a
medida para frenar a los periodistas encerrándolos. También puede ocurrir que,
en vez de perder tiempo con formalismos, se recurra a la acción paralela de la
que nadie se hace responsable.
Este último caso parece ser el de Pakistán. La Policía se la
lleva y no ha regresado un año después. Señalan los de la BBC:
She is the first female journalist to be
"disappeared" and it happened in broad daylight in the busy city of
Lahore, not some remote rural road.
"We are convinced that this is the work of
the secret government agencies, because when someone is detained by them, the
police can be quite helpless, and we have seen that in this case," said
Hina Jillani.
The government sponsored Commission on Enforced
Disappearances has been investigating Zeenat Shahzadi's case.
A senior official, who would only talk off the
record, said efforts were being made to "recover" her and expressed
hope that there would be progress on her case soon.
This senior official also said security
agencies had denied any link to her disappearance.*
Puede parecernos extraña esta forma de desaparecer delante
de todo el mundo, pero es el signo de la impunidad del poder, la demostración
de que puede hacerlo sin preocuparse. Es un grado más de terror.
Si ayer hablábamos del novelista Ahmed Naji, condenado a 2
años de cárcel en Egipto por dejar su imaginación narrativa volar, Zeenat
Shahzadi ha desaparecido por intentar saber el destino de otra persona desaparecida
antes que ella. Creía que sus lectores tenían derecho a saberlo. Y se puso al
servicio de esa causa informativa. Consiguió —cuenta la BBC— que las
autoridades admitieran que estaba en su poder. La hicieron reaparecer, la enjuiciaron
y la volvieron a encerrar. Con juicio o son juicio, no querían soltarla.
Las excusas para estos abusos son cada vez más perecidas y
comunes. La leyes antiterroristas están sirviendo —como ocurre en Egipto— para reprimir, condenar o
hacer desaparecer a las personas, sean o no terroristas. Nos quejamos en Europa
de ciertas molestias derivas de los controles, pero no son nada en comparación
con lo que ocurre en países con esa tendencia autoritaria.
Muchas
veces en Occidente les aplaudimos o miramos para otro lado, porque nos da igual
que paguen justos por pecadores, que se aprovechen para perseguir disidentes.
Lo importante para nosotros, se callan nuestras autoridades, es que no pase
nadie. Si los que quedan son inocente, pues qué se le va a hacer.
Y esto
se debería de terminar. Deseamos que la joven periodista regrese pronto a su
casa y que mantenga el mismo compromiso. Si la sociedad reconoce la importancia
de su acto y el valor que representa, mejor. Lo contrario suele ser más
frecuente, que la acusen de complicarles la vida a todos.