Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Me deja anonadado la información que trae La Vanguardia hoy. Nos habla su
corresponsal en Turquía de una pequeña isla —apenas un peñasco de 0,05 kilómetros cuadrados,
perteneciente al archipiélago de Las Princesas— situada frente a Estambul, que
tiene el nombre de Sivriada*. La isla, próxima a la costa, fue utilizada como
retiro espiritual de monjes y como aparcamiento político de personajes molestos
en el período bizantino. Hoy está deshabitada y quedan los restos del
monasterio que allí hubo y las tumbas de los que no salieron por voluntad propia o ajena.
En esta pequeña isla, un partido animalista turco —el
Partido del Animal— ha ido a conmemorar el aniversario de unos acontecimientos
ocurridos en 1911. En ese año, las autoridades locales decidieron deshacerse de
los cincuenta mil perros vagabundos sueltos por la ciudad —los medios turcos hablan de 80.000— y dejarlos
abandonados a su suerte en la isla. El “a su suerte” es un eufemismo, pues la
única suerte disponible era matarse unos a otros, devorarse cuando el hambre
comenzara a apretar a las pocas horas, ya que la isla no dispone de recursos de
subsistencia, ni alimentos ni agua. Los lamentos caninos debieron oírse
nítidamente desde la ciudad, un desgarrador aullido coral, un ladrido
insoportable.
Los activistas del nuevo Partido del Animal turco en Sivriada |
Dicen la mayor parte de las fuentes consultadas sobre este
caso —aunque otras no lo hacen, como La
Vanguardia misma— que se produjo inmediatamente un fuerte terremoto en la
zona, el gran terremoto de 1911 —uno de los más intensos junto al previo de
1894 y al posterior de 1964—, y que los habitantes de la ciudad lo interpretaron
como una reacción de manifiesta reprobación por el abandono cruel de los animales
y fueron a recogerlos. Ya fuera por la mala conciencia que debían tener o por
miedo a la irritación divina, sintieron que la tierra se movía amenazadoramente
bajos sus pies. El miedo y la culpa van de la mano.
Aquella barbaridad se hizo en nombre del progreso, como una
forma de erradicar de las calles el problema de los animales sin dueño. El
partido Comité de la Unión y el Progreso fue el responsable del acto, no otros.
Y es que, muchas veces, los que viven en la miseria suele tener buen trato con los que por no tener no tienen ni dueño, mientras que se han perpetrado grandes monstruosidades en nombre del progreso y la modernidad. Los que están en la miseria tienden a convivir, aunque sea de mala manera, a compartir hasta las pulgas. Es al progreso al que le molestan estos restos que identifica con el atraso y que trata de erradicar de cualquier manera. Sin embargo, no hay mayor atraso que la crueldad en cualquiera de sus vertientes. Si el progreso no nos hace más humanos, no es progreso; es mecanización, nuestra conversión en maquinarias insensibles.
Y es que, muchas veces, los que viven en la miseria suele tener buen trato con los que por no tener no tienen ni dueño, mientras que se han perpetrado grandes monstruosidades en nombre del progreso y la modernidad. Los que están en la miseria tienden a convivir, aunque sea de mala manera, a compartir hasta las pulgas. Es al progreso al que le molestan estos restos que identifica con el atraso y que trata de erradicar de cualquier manera. Sin embargo, no hay mayor atraso que la crueldad en cualquiera de sus vertientes. Si el progreso no nos hace más humanos, no es progreso; es mecanización, nuestra conversión en maquinarias insensibles.
La idea de convertir ese islote en una auténtica carnicería despiadada nos conmueve
profundamente hoy y nos dice algo sobre cómo nos comportamos los seres humanos
en determinadas situaciones, dando muestras de una monstruosidad intencionada que
difícilmente encontraríamos en otras especies. El que es esclavo de sus
instintos, el animal, tiene alguna excusa. El que lo es de sus ideas, ninguna.
* "Turquía recuerda el exterminio de 50.000 perros en
Estambul". La Vanguardia
6/06/2012
http://www.lavanguardia.com/internacional/20120606/54303660307/turquia-exterminio-perros.html
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