Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
pregunta que se hace todo el mundo es si Vladimir Putin tienen realmente el control de lo que está
ocurriendo en el este de Ucrania o si es la ira de los despechados, de los que
se han visto utilizados para sus objetivos, la que está llevando, por encima de
cualquier otra consideración, a una situación explosiva. Es la gran pregunta.
¿Quieren hacer por su cuenta los habitantes de estas ciudades el mismo
proceso separatista que el de Crimea sin entender las diferencias entre uno y
otro según los intereses rusos? ¿Han creído realmente
la retórica nacionalista de Putin?
No es
fácil —como en los viejos tiempos— interpretar al Kremlin. La política rusa (y
soviética) ha sido siempre un campo de astucias y escenificaciones internas y
externas. Putin está dejando que hablen de forma más directa otros personajes
políticos de segunda línea, como el que acaba de decir que los norteamericanos
y europeos se busquen un trampolín para
llegar hasta la Estación Espacial Internacional. Es lógico que esté muy
enfadado porque le han incluido entre los sancionados y eso no hace gracia,
aunque sea un signo de reconocimiento de estatus. Putin, en cambio, usa
fórmulas como "no me gustaría verme obligado".
Tras
las "sanciones" se establece el combate dialéctico, la guerra de los
discursos interpretativos, en la que se trata de hacer el cálculo público de
los daños posibles. Como lo de la Economía suele ir lento, los políticos y
analista describen los futuros efectos de las sanciones, de las que se aplican
y de las que se podrían aplicar. Forma parte del duelo dialéctico. El mismo
político enfadado, por ejemplo, ha lanzado un aviso a la NASA y a la Agencia
Espacial Europea, señalando las consecuencias de la interrupción de los vuelos
rusos con astronautas occidentales. Con lo del gas ocurre igual. Te advierten y
dejan que tu imaginación calcule los efectos que tendría. Hechos con hechos y
palabras con palabras, han señalado que será su táctica, lo que no deja de ser
curioso después de invadir y haberte quedado con una parte de tu vecino. Pero
Rusia, oficialmente, nunca estuvo allí.
En su columna de The
New York Times, Thomas L. Friedman considera que Europa y los Estados
Unidos han usado la estrategia correcta ("I think America and the European
Union have done exactly the right thing in ratcheting up sanctions on Putin")
y que el conflicto es una cuestión de
Putin, más que de Rusia, que
desemboca en una cuestión de "valores":
Ukraine is not threatening Russia, but
Ukraine’s revolution is threatening Putin. The main goal of the Ukraine
uprising is to import a rules-based system from the E.U. that will break the
kleptocracy that has dominated Kiev — the same kind of kleptocracy Putin wants
to maintain in Moscow. Putin doesn’t care if Germans live by E.U. rules, but
when fellow Slavs, like Ukrainians, want to — that is a threat to him at home.
Don’t let anyone tell you the sanctions are
meaningless and the only way to influence Russia is by moving tanks. (Putin
would love that. It would force every Russian to rally to him.) If anything, we
should worry that over time our sanctions will work too well. And don’t let
anyone tell you that we’re challenging Russia’s “space.” We’re not. The real issue
here is that Ukrainians, as individuals and collectively, are challenging
Putin’s “values.”*
Creo que no le falta razón a Friedman en cuanto al valor de
las sanciones y la forma de actuar frente a otras estrategias, pero todo esto
de los "valores" de Putin se queda en el aire si la contestación a la
pregunta con la que comenzábamos hoy es "no". Si Putin no controla realmente a los grupos que se han
organizado en el este de Ucrania, lo que pueda ocurrir es muy diferente.
Putin sería —en un sentido especial— rehén de sus propios valores: el nacionalismo ruso que le
sirvió para reivindicar y anexionarse Crimea, el reconocimiento del teatral
referéndum realizado, y finalmente prisionero de sus argumentos sobre los
"nazis" que habían tomado el poder en Kiev. Todos esos argumentos son
convertidos en esperanzas y temores por los "prorrusos"
del este. Quieren: a) ser "independientes" para ser "rusos"
—nacionalización en dos etapas—; b) hacer un referéndum para darle los visos de
legalidad que Putin —y solo Putin,
pues el resto del mundo no lo acepta— ha dado como buena y legal —pueden
prescindir de soldados, camiones y blindados si es necesario—; y c) no quieren
caer en manos de los hitlerianos
ucranianos y occidentales, que es lo que les han dicho, y prefieren
pasearse con retratos de Stalin, que ha vuelto a ser el "padrecito"
(a la rusa, no a la mejicana, aunque Stalin pasó por el seminario). La retención
de los observadores de la OSCE para canjearlos por detenidos, por ejemplo, es
un síntoma claro de falta de perspectiva más allá de lo local que no creo que
un control férreo desde el Kremlin considerara adecuado para sus objetivos.
Está claro que el objetivo de los secesionistas es llegar a
un referéndum, más absurdo que el de Crimea, sin medios para hacerlo y que
pondrá a Putin en otro compromiso, salga lo que salga, si es que llega a
realizarse. Si se realiza, Putin no tendrá más remedio que mover sus fichas en
algún sentido y no tiene muchos, pues se encuentra enredado en sus propios
argumentos, creídos todos por los secesionistas.
¿Y si hacen el referéndum y sale que quieren ser independientes? ¿Aprobará la Duma en
veinticuatro horas la integración en la Federación Rusa? Me temo que no. ¿Lo
aceptará Ucrania y el resto del mundo? Me temo que tampoco.
La tesis implícita en las declaraciones de Serguei Lavrov
—que siempre hila fino— de que Kiev estaba atacando a su propio pueblo, como señalamos cuando las hizo, es un mensaje de que los que se creen "rusos"
en Sloviansk son "ucranianos" a los ojos de Lavrov. Pero me temo que
los "prorrusos" no están de acuerdo. Ellos no quieren ser atacados por su propio ejército, sino por un ejército imperialista que les
quiere invadir y pisotear, que es lo que vende.
Pero
este conflicto tiene más consecuencias. Me preocupa que de repente, en Siria,
se hayan vuelto a utilizar un gases tóxicos, como hay sospechas de que ha
ocurrido. La participación de Rusia como valedora de Al Assad en este tema
introduce una variable nueva que puede desplazar los focos —o reabrirlos— hacia
Oriente Medio. Si se vuelven a utilizar armas químicas, se reabren las
"líneas rojas" que pueden hacer que se aproximen las posturas en vez
de separarse. Si Rusia no interviene en el control de Siria, Occidente se ve de
nuevo obligado a poner en marcha la maquinaria. Cosas peores se han visto y nada
une más que los problemas comunes.
La perspectiva
de un conflicto doble y simultáneo en Ucrania, con la posibilidad de llegar a
las "líneas rojas" de Putin, y en Siria, con la reapertura de las
"líneas rojas" de Obama respecto al uso de armas químicas, pone los
pelos de punta.
* Thomas L.
Frieman "Challenging Putin’s Values"29/04/2014
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/04/29/actualidad/1398797359_414494.html