Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Me ha
llamado la atención algunos carteles y pancartas en las manifestaciones de los
antivacunas revisando. Suelen ser sorprendente por su ingenuidad o ignorancia,
también por su rotundidad. Es realmente penoso encontrar este tipo de
argumentos defendidos con vehemencia y
una seguridad pasmosa que deberíamos analizar con detalle.
En
estos días comenzará una nueva batalla, la de la vacunación de los niños en la
que, sin duda, van a volcar todas sus energías. En manifestaciones del País
Vasco hemos podido leer en vasco y español "¡¡Los niños no se
tocan!!", en otros lugares "Los niños no se tocan. Por la libertad y
la verdad", "Los niños contagian alegría y salud", "Esto es
un juego de niños. ¿Por qué juegan con su salud?"...
Todas
estas afirmaciones y muchas otras abren este conflicto, que será duro teniendo
en cuenta que es la población infantil la que está actuando como súper
conductora al no estar vacunada y además concentrarse en las escuelas, en patios
y aulas.
La
vacunación de los más pequeños es una forma de protección para ellos, pero
también una forma de evitar que una parte de la población pueda extender la
propia pandemia sobre el resto.
Creo
haber contando aquí el caso del compañero que a la vuelta de verano nos contó
cómo su nieto se había contagiado en el primer día en el colegio y cómo había
contagiado a sus padres. Nos lo dijo con tristeza y cierto aire de inevitabilidad.
¿Cómo protegerse dentro del núcleo familiar, cómo explicar a un niño de cinco o
seis años la situación, cómo evitar los abrazos y besos? Puede que en la
familia no sea posible, pero si quizá en las propias escuelas. Habría que
desarrollar algún tipo de estrategias que intentaran dar alguna respuesta a
estas preguntas para evitar que los niños se contagiaran y llevaran a sus
familias el coronavirus.
Por eso
la estrategia de vacunación ha tenido que llegar finalmente hasta ellos. Las
disputas sobre vacunarse o no —"mi cuerpo, mi derecho", proclamaba
otra insólita pancarta— no tienen sentido más que el de la pérdida del sentido
social. Las ideas de que todo esto es una "farsa", una
"conspiración", un "experimento", etc. siguen estando vivas
en decenas, cientos de miles de personas que son incapaces de avanzar.
El caso del líder de los antivacunas austriacos, con la familia acusando a los médicos de haberle envenenado antes que reconocer el contagio y la muerte por su estúpida obcecación, nos muestra la resistencia mental, por llamarlo de alguna manera.
Con los
niños tendremos un serio problema para la vacunación. Ya se han planteado casos
en los que han chocado las intenciones de los padres, mientras que uno era
partidario, el otro no. Eran casos de separaciones con distintos tipos de
estado con los hijos.
Los conflictos de derechos y deberes que se pueden producir con la vacunación de los niños van a poner a prueba nuestras leyes, tribunales y sentido común. ¿Puede vacunarse a los niños si los padres deciden que no se vacune? ¿Puede evitarse que niños o niñas no vacunados acudan a los colegios? ¿Usarán los padres el derecho a la educación? ¿Usarán las autoridades el argumento de la protección del menor frente a los padres que le niegan la protección de la vacuna? Son muchos los interrogantes que se abren.
La idea de que "no se toca a los niños" ya nos anticipa que la
lucha va a ser fuerte y que debemos estar preparados para actuar con serenidad
y contundencia. Los niños, evidentemente, no son una propiedad de los padres y
deben velar por su salud, por lo que esos argumentos del "envenenamiento",
del "experimento", incluso el de que la "vacuna no ha sido probada"
deberían ser convenientemente cerrados de forma oficial, aunque no sé cómo se
puede convencer a alguien que vive en otra realidad alternativa, tomando sus
fantasías por realidades.
La batalla, en cualquier caso, está asegurada y no hay ningún tipo de estrategia por lo que vemos. Los poderes públicos solo se plantean la duda de dónde vacunar (centros sanitarios, escuelas...) y no qué ocurrirá con los niños a los que sus padres priven de la protección de las vacunas.
El País, Uruguay |