Joaquín Mª Aguirre (UCM)
David Cameron se ha dado una
vuelta por la comisión parlamentaria que investiga las relaciones de la
prensa con el poder, es decir, del imperio de Rupert Murdoch con los gobernantes
sucesivos del imperio británico.
Las sesiones de la Comisión Leveson son una mezcla de
preguntas de todo tipo tratando de analizar las relaciones entre prensa y
políticos, No se trata solo de que intercambien mensajes (“Lots of Love”), o de
que hayan montado en un viejo caballo jubilado cedido por Scotland Yard —¿con
cuántos años se jubila un caballo en la Policía británica?— a Rebekah Brooks, o
que hace unos días Tony Blair nos explicara por qué era el padrino de un hijo
de Rupert Murdoch. No, no. Todo esto es importante, pero no es lo esencial. Son las formas, no el fondo.
A las ideas aportadas por Tony Blair el otro día ante la
Comisión, ahora le siguen las del teórico
mediático David Cameron en ese “”reality” en que se ha convertido la
investigación. De estas comparecencias, surge una especie de serie —Juego de Micros— en la que los reinos de
la prensa y la política conviven en una intimidad forzada que acaba
resolviéndose, como en Casablanca, en
una futura amistad caminando hacia la niebla. Demasiada mezcla, demasiada
intimidad; demasiada niebla.
Dicen todas las crónicas que David Cameron fue acorralado en
las seis horas de interrogatorio y que acabó hablando de “caza de brujas”. Y es
que cuando los políticos se ponen a entrevistarse, son como la Milá, sin concesiones; te agarran por
ahí y retuercen sin piedad. Las
preguntas hechas oscilan entre la proximidad personal y los entresijos
empresariales, que es la traducción a términos cuantificables de la relación. Y
se trata de eso, de cómo se traduce
una amistad en términos de valores de
mercado y políticos. Para cada
uno de ellos, esa relación tiene su propio valor: influencia, imagen, dinero y
poder. Como si de un sistema de intercambios de moneda se tratara, lo que intentan
saber en la comisión es cómo una relación personal se acaba convirtiendo en una
relación política que acaba convirtiéndose en delitos como las escuchas, los sobornos,
las prevaricaciones, etc. Es un problema de lenguajes y equivalencias. Ellos
intentan descubrir “pactos”, pero no es necesario; son tácitos.
Los delitos y negocios son la punta del iceberg, el hilo del
que se tira hasta llegar a la política pura en la que los tronos se enfrentan mientras celebran su amistad montados en ese
caballo jubilado llamado Raisa. ¡Si
los caballos hablaran! Pero del único que tenemos constancia que lo hiciera es
de Mr Ed, caballo televisivo al que Murdoch podría haber comprado y quedarse
con los derechos de emisión. Raisa no
declarará ante la comisión. Los medios británicos se han explayado en este
asunto, conocido popularmente como el “Horsegate”.
El diario El País
recoge las reacciones de Cameron ante las presiones del interrogatorio en la
Comisión:
El primer ministro negó que jamás
hubiera alcanzado un acuerdo con Murdoch para conseguir su apoyo y beneficiarle
luego desde el Gobierno. Y acusó a su antecesor en Downing Street, Gordon
Brown, de haberse inventado la tesis de que Murdoch apoyó a Cameron a cambio de
que este recortara la financiación a la BBC y redujera el poder del regulador
británico de las telecomunicaciones, Ofcom.**
Como si fuera el acusica de clase, Cameron se defiende
lanzando rumores contra el ventilador, con lo que se demuestra que ha aprendido
mucho de su relación con Rebekah y Rupert. Más allá de sus palabras están sus
intenciones. Por eso la teoría de Cameron —su argumento central— de que los medios son demasiado poderosos, en
la que coincide con las declaraciones de Toni Blair hace unos días, no deja de
ser cainita y farisea. Es cainita porque a todos ellos les dio por llevar sus
relaciones al terreno de una gran familia,
y es farisea porque nadie les obligó a ello, sino que todos esperaban sacar
tajada en su propio terreno. La proximidad afectiva no es más que la justificación
de sus acciones, la creación de espacios de relación que cubrieran la
conveniencia del contacto tapando su inmoralidad, su ruptura del contrato social que dice que las
relaciones entre los medios y el poder deben ser otras.
Que los premieres
británicos de ambos partidos justifiquen después sus relaciones con Murdoch y
su entorno inmediato —Rebekah se nos ha presentado siempre como una hija del gran patrón— como una especie
de servidumbre que debían aceptar para no ser destruidos o para conseguir sus
fines de salvar o promover el laborismo o el
conservadurismo, en cada caso, es escandaloso. Y es que los políticos ya no
saben a quién echarle las culpas de sus meteduras de pata y debilidades.
Cameron supera a Tony Blair en su retórica porque está en
activo y tiene que mantener su imagen en el poder. El premier británico tiene
una vena didáctica y actoral demasiado acusada y por eso le salen esas
lecciones en las que, haciendo gala de esa firmeza que procede del ancho de su
cuello, suele decir grandes palabras:
"La transparencia no es
suficiente", añadió Cameron. "Hacen falta nuevas regulaciones para
limitar ese poder y evitar situaciones como las que hemos vivido en estos
últimos años". Cameron admitió que la prensa escrita se ha encontrado
acorralada por la competencia de la televisión, de Internet y se ha visto
forzada a encontrar "un nuevo ángulo" y "cambiar a peor"
ante los nuevos retos del universo mediático.*
Casi nada. ¡Cameron víctima! Llevar la cuestión al plano
general es una argucia, un intento de difuminar en lo abstracto algo que
concierne a David, Rebekah, Tony y Rupert (entre otros). ¿Regulaciones?
¿Se refiere a las concentraciones empresariales? Cuando Blair habló en su
comparecencia de que no se podía gobernar contra
los medios, estaba reconociendo la inferioridad del político por la
necesidad de contar con los medios para lograr sus fines. Sin embargo, se debe
diferenciar entre los objetivos de los medios y los de las personas que pueda
haber tras ellos.
Lo que Rupert Murdoch ha hecho no es lo que un medio hace,
sino lo que el empresario les ha
hecho hacer para conseguir sus objetivos, que no eran informativos sino de
poder, es decir, políticos y económicos. Se ha aprovechado de la deriva
mediática de la política, de su conversión en discurso e imagen, para sacar su
propia tajada. Porque no se trata solo de haber orientado la política
británica, sino de hacer verlo a los demás. Lo que ha abierto las puertas de
los negocios, lo que ha hecho huir a sus enemigos o competidores, es esa imagen
de David y Rebekah compartiendo un caballo jubilado donado por Scotland Yard o mostrar
a Toni Blair apadrinando al hijo de Rupert Murdoch o ver la foto escolar en la
que David comparte patio con el marido de Rebekah en la selecta Eton. En un
mundo de imágenes, esas valen mucho.
Todo lo demás está la imaginación del que las contempla. Y así es más fácil lograr
que Scotland Yard te facilite pinchazos telefónicos o mire para otro lado
cuando se consigue la información sin escrúpulos.
La gran falta de todos estos políticos —y no es el único
lugar del mundo en el que ocurre— es ampliar la lista de amigos más allá de lo
razonable. Lejos de distanciarse, lo que hicieron fue exhibir su proximidad, que era el peaje que Murdoch
les exigía para poder lograr otros objetivos más directos. El círculo vicioso
es que los políticos aceptan a los medios poderosos porque los necesitan y al
necesitarlos los hacen más poderosos. Murdoch no es la prensa —mucho menos la prensa
acorralada, que pretende Cameron—, solo un episodio. No es de extrañar que a Cameron le
llovieran reproches por todas partes.
En este culebrón
sobre el poder, a este Juego de Micros,
les toca ser los malos a los personajes
mediáticos, a Rebekah y a Rupert. Los lamentos de David y Tony no nos convencerán,
con su victimismo y lágrimas de cocodrilo, de que ellos no sabían las
consecuencias de sus acciones y familiaridades. Cada uno con su papel. Como bien le dijo en un
mensaje Rebekah Brooks a David Cameron: “Te doy mi apoyo no sólo como una amiga
personal, sino también profesionalmente porque definitivamente estamos en esto
juntos”. Fue en 2009 y entonces Cameron era el aspirante a ocupar Downing
Street. Cameron ha tenido tres años para saber qué significa “esto” y “juntos”**.
La estrategia era familiar, no de mesa de despacho, sino de mesa camilla; no de salones, sino de paseos por el campo con los niños, de un cumpleaños familiar y entrañable en el que se discute sobre lo que ocurre en el mundo, como se hace en cualquier hogar. El resultado, el mismo.
* "La prensa británica está en un momento “catártico”,
dice Cameron". El País
14/06/2012 http://internacional.elpais.com/internacional/2012/06/14/actualidad/1339656853_731363.html
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