Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay que
ser críticos con los medios. Es el coste de su influencia. Si no la tuvieran,
no merecería la pena dedicar dos segundos a criticar su tarea. Hay una crítica
a la que no les importa; los critican buscando cierta notoriedad. Pero si
creemos realmente en su influencia y en su papel, en su función social y política
al servicio de la ciudadanía, hay que dar cuenta de desvíos y desmanes, de
incumplimientos y ventas al mejor postor. Puede que cambien pocas cosas, pero
las críticas quedarán ahí.
Vivimos
en una sociedad mediática. Una sociedad es un sistema de interacciones, de
relaciones entre las personas. En unas sociedades esas interacciones son
mayoritariamente cara a cara. Nos contamos unos a otros lo que vemos, pensamos,
sentimos y creemos. Pero nuestras sociedades posindustriales han crecido por
las enormes cantidades de personas concentradas en ciudades que, pese a estar
rodeadas de personas, necesitan tener información remota. Los medios nos traían
información de lugares lejanos, tal como Marco Polo y otros viajeros nos
contaban de otros lugares, sus costumbres y hechos.
Pasado
el tiempo, nuestra época ha hecho de la información objeto de flujos que
recorren el mundo en segundos, nos solo cuenta lo que pase sino que crea lo que
pasa. "Ocurrir", "suceder", etc. son verbos que requieren
redefinición porque ya no se cuenta lo que ocurre, sino que ocurre lo que se
cuenta. Lo que no circula no existe. Jean Baudrillard habló del "crimen
perfecto", la muerte de la realidad a manos del simulacro, la virtualidad
o, simplemente, la noticia inexistente generada para, ser eso,
"noticia".
Hoy la
creación de información no está en los medios profesionales, sino que cada
empresa, grupo, partido político, club de fútbol, etc. tiene su propio gabinete
de comunicación, su estratega mediático, etc. que asesora sobre lo que
trasciende o no, cómo y cuándo debe salir al exterior o quién debe protagonizar
cualquier evento; después presentará un informe sobre la eficacia comunicativa,
sobre los efectos alcanzados y que servirán para mejorar el próximo comunicado.
Convocará a los medios seleccionados y estos harán lanzarán nuevas versiones de
aquello que se les ofreció directa o indirectamente.
Hoy
hablamos de unidades personales, los "influencers", cuya función es
convencernos del uso, del sentido, etc. de algo. Cuando cambiaron los medios y
se transformaron en redes, se vio que las viejas formas publicitarias no
funcionaban, por lo que hubo que crear este nuevo tipo personalizado, desarrollado
desde el principio de la empatía, es decir la capacidad de conectar
directamente con cierto tipo de personas. Los "influencers" no nacen de abajo,
sino de arriba. Si funcionan, les mantienen.
Una
aspecto decisivo es la forma de empaquetar
la información, los formatos, los soportes, etc. que se usan para distribuir la
información. Basta un paseo por los transportes públicos o las calles para
comprobar que mucha gente no deja de consumir información. Ya no hay lugares
específicos como cuando se leía el periódico en el casino o bar, como cuando se
corría para llegar a casa y ver las noticias de las 3 o los noticiaros que se
nos ofrecían antes de las películas en los cines, por citar solo algunos
momentos pasados a la Historia. Hoy la información no deja de fluir y se nos
conecta como una prótesis informativa pegada a nosotros.
¿Supone
todo esto —este escenario tecnológico— una mejora en lo que es nuestra
necesidad de información? Cuando nos dicen la desesperación de muchas personas
—jóvenes y adultas— cuando se les separa de sus teléfonos unas horas o días,
nos damos cuenta que esa información que les crea la ansiedad no es la de las
noticias. Es otro tipo de "información", algo que tiene un efecto
placebo y adictivo. Es la adicción a la experiencia, a la sensación de estar
conectados a algo. Los expertos de diversos campos lo tratan como una
"adicción" más.
Eso
hace que esa producción masiva de información, de bit circulando en cada
segundo en el planeta, sea muy distinta a los flujos de información
periodística, cuya función no es la mera sensación sino algo muy diferente:
busca la consciencia de un mundo que nos rodea y sobre el que actuamos.
Las noticias que nos llegan de las zonas de Ucrania, de la mismísima Rusia suelen repetir algo: "no saben lo que pasa". Comprendemos entonces el poder y función de la verdadera información, el darnos la capacidad de representarnos internamente el mundo que no rodea, hacerlo desde una perspectiva de relevancia, es decir, de una comprensión real de lo que ocurre y de qué es necesario conocer.
Los
nuevos flujos informativos, por el contrario, buscan crear esa dependencia que
asegure que no se produce la desconexión. Fabrica elementos triviales, altamente
emocionales con los que nos atamos para asegurar la continuidad. La información
periodística lo hace sobre el mundo y su estado, detecta las variaciones,
critica y anticipa para prevenir problemas. Es lo contrario de los que buscan
el impacto de la trivialidad adictiva, que tiene ese efecto placebo respecto a
la realidad. Te desengancha del mundo y te crea uno socialmente intenso, con
sentido de pertenencia y con una fuerte emocionalidad. Sobre él investigan cada
día miles de centros repartidos por todo el mundo; en ellos se indaga cómo
crear esas sensaciones adictivas en los receptores. La vieja Retórica ha sido
sustituida por las nuevas disciplinas basadas en las neurociencias, la
psicología de las emociones y la basada en el lenguaje. A través de lo que
están disciplinas aportan, se crea esa nueva retórica emocional y adictiva,
destinada a mantenernos conectados a las fuentes de la información y al consumo
de lo trivial.
El
énfasis en lo trivial es importante, porque las noticias dependen de lo que
ocurre en el mundo (una guerra, una crisis económica, etc.). Pero lo trivial,
por el contrario, se fabrica expresamente para ser consumido.
En
nuestro país tenemos una serie de "personajillos" intrascendentes
cuya vida y conflictos artificiales tienen millones de seguidores diarios,
personas que dedican tiempo, risas y lágrimas a lo que se nos cuenta de ellos.
Podemos asistir a horas de programación en la que profesionales de la
trivialidad informativa discuten sobre la veracidad o no de los rumores que
ellos mismos crean y transmiten, que rivalizan inventando exclusivas, etc.
Llenan páginas y se les dedica más espacio que a importantes acontecimientos
mundiales. Personas creadas en los
medios tienen millones de emocionados seguidores triviales que les han
convertido en el centro de sus aburridas, pero emocionalmente intensas vidas.
La
información nos ofrece hoy un amplio recorrido que ve desde un teléfono
inteligente a nuestra pantalla del TV o del ordenador. Al no tener límite la
información virtual, al no tener que seleccionar cada día qué se queda dentro y
que sale de las páginas o de la programación, todo tiene cabida, no hay filtro,
sino que se busca acumular "visitas", un concepto que debería ser
centro de mucha más atención, pues se ha convertido en el centro de medida, un
punto cerrado sobre sí mismo y sin más finalidad que la de acumularse generando
ingresos.
Desde
el punto de vista de los informadores, el espectro es también muy amplio, algo
que va desde el que dedica su vida a fabricar personajes intranscendentes que
congenien con un público ávido de dramas y escándalos a los que se juegan la
vida para contarnos lo que no se quiere que se cuente. Metemos todo ello en un
mismo paquete. Quizá por eso hayan sido los propios profesionales los que hayan
asentado el término "influencer" para establecer una barrera
profesional entre lo que muchos hacen, que consideran valioso, esa figura vacía
cuyo sentido es aparentar una personalidad que no tiene (es guion) para que se
confíe en lo que afirma ante personas deseosas de creerles por mecanismo
empáticos.
Es
necesario que medios, profesionales, facultades, asociaciones, etc. reflexionen
sobre lo que supone actuar en un mundo inflacionario en el que la información es
la materia prima. Una información que ya no se corresponde con el mundo más que
en señaladas ocasiones, que se produce para satisfacer apetitos y animar
desganas. Efímera, volátil, sin apenas huella en la memoria, busca más la
adicción que el razonamiento. Lleva en sí misma los mecanismos del olvido para
dejar hueco a la siguiente, que nos pide atención pocos instantes después.
Hoy son
esos flujos los que nos agrupan, los que nos dan identidad y pertenencia. Somos
lo que consumimos, pertenecemos al grupo de aquellos con los que compartimos.
Hay que recuperar la identidad informativa, el sentido de unos medios que
simplemente producen y recogen para modificar unas cifras de audiencias a
cualquier precio. Tiene que haber de todo,
nos dicen algunos. Sí, pero son importantes las proporciones, qué cantidad hay
de cada cosa. Y tenemos que ser conscientes de que la trivialidad genera trivialidad,
que hay muchas lágrimas desaprovechadas para buenas causas y derramadas porque
son un buen negocio.
Es
mucho más barata la información trivial que la que nos es relevante. Es mucho
más barato reunir a cinco personas en un plató a discutir acaloradamente sobre
trivialidades que enviar un reportero a un punto crucial del planeta, a un lugar de riesgo donde realmente se decide nuestro futuro. Al final ese
reportero acaba como freelancer, jugándose la vida y arriesgándolo todo sin
ningún tipo de cobertura. Le pagarán, si regresa, por la información que haya logrado obtener
Hay que
sobrevivir, dicen los responsables de las empresas. Sí, claro. Pero quizá lo que
no sobrevivan a esto sean muchas otras cosas. Hoy todos compiten por nuestra atención y por el tiempo que dedicamos a mirar teléfonos, televisores o pantallas de ordenadores. La jungla informativa nos devora en términos temporales y atencionales.
Los medios cumplían —mejor o peor— una función respecto al desarrollo del propio mundo que describían. El consumo de información está hoy desarrollado sobre pilares distintos. Eso no significa que no sea necesario seguir manteniendo su función. Pero lo que sí parece claro es que si se deja de cumplir el conjunto se resentirá. Es más "útil" tener receptores adictos que tener receptores críticos, capaces de entender, interpretar y tomar decisiones.
No es fácil cambiar este entorno mediático. No se trata de eso. Se trata más bien de hacer que los profesionales y los medios profesionalizados cumplan su función y no se dejen tentar por la trivialidad, el monstruo cotidiano que todo lo consume. Se trata de que haya buenos profesionales que puedan escribir para buenos medios y buenos receptores capaces de aprovecharlo, porque —se diga lo que se diga— nos hace falta estar bien informados.