Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En el Desayunos de TVE
de ayer, José Antonio Griñán*, Presidente de Andalucía, señalaba que hay una
cantinela que le molesta mucho, que se diga que “hemos vivido por encima de
nuestras posibilidades”. “¿Quién… y quiénes han vivido por encima de sus
posibilidades?”, se pregunta el político. La periodista Victoria Prego se
remueve en su asiento y, sin respetar la pausa dramática con la que Griñán ha
dejado en suspenso una respuesta —quizá esperando que llegue una voz desde
Alemania— le contesta: “¡El país…, gastando más que lo que ingresa!”.*
Habría muchos ejemplos, más allá de las respuestas más o
menos ingeniosas (“¿los de la amnistía fiscal?”, se pregunta) con las que
Griñán sale del paso, pero él sabe muy bien qué responder, como lo saben bien
muchos otros políticos cuya responsabilidad —más bien irresponsabilidad— es
parte del problema.
Salvo casos muy extraños —la economía funciona en un mundo
natural, con recursos naturales, y siempre puede haber una catástrofe, una
sequía, un terremoto…—, las crisis económicas son el resultado de la exposición
excesiva a algún tipo de riesgo, de la no corrección de los defectos o de la
profundización en los vicios. Por decirlo así, los problemas que causan las
crisis económicas tienen más de insolación que de atropello. La crisis es el
nombre que le pones a una situación cuando llega a un nivel determinado. Y España ha estado demasiado tiempo al sol. Tenemos un fuerte dolor de cabeza, la espalda quemada y un corte de digestión.
La pregunta de Griñán nos demuestra que los políticos
españoles siguen haciendo discursos absurdos, sin reconocer que eran ellos los
que tenían la obligación de haber gestionado correctamente los recursos para
evitar que se llegara a un endeudamiento tan grande, y eso incluye desde el
alcalde de un municipio pequeñito hasta el Gobernador del Banco de España. Un
endeudamiento público que proviene en gran medida del deterioro de la economía lastrada
por un paro que han sido incapaces de atajar durante décadas y del gasto
excesivo de las administraciones multiplicadas. Esto último es lo que
reconocieron los partidos políticos cuando pactaron controlar el gasto
autonómico disparado en un golpe de mano frente a sus “estratos autonómicos”.
Todos los dedos —los de dentro y los de fuera— apuntan a las Autonomías, que
igualmente se han endeudado.
Parece mentira que sea José Antonio Griñán el que se
pregunte “quién o quienes” han vivido por “encima de sus posibilidades” en
España. Podrían darse nombres y apellidos en muchos casos. Tiene ejemplos
sobrados en los últimos meses en Andalucía, de la que es presidente autonómico.
Pero los ejemplos podrían multiplicarse por casi todas las autonomías. No es
ningún consuelo, aunque alguno lo utilice.
Nuestros problemas han sido y son crónicos: el paro. Pero el
paro puede enfrentarse como “problema” o como “resultado” de un problema. Los
políticos se han centrado en resolver el problema del paro (cómo financiarlo)
frente al problema de cómo eliminarlo. Y es en este segundo enfoque donde han
fracasado. Cinco millones de personas y sus familias pueden testimoniarlo.
Demasiado empeñados en esa permanente pelea de gallos en que han convertido la
política española, no ha existido ni la voluntad real ni la capacidad de
resolver el problema, que habría requerido de grandes acuerdos y un estado que
no sentara solo a dialogar a
empresarios y sindicatos, reproductores especializados de la misma trifulca,
sino que analizara y planteara modelos viables para resolver el problema del
que derivan todos los problemas: nuestra incapacidad de dar el salto de un
modelo productivo económico a otro acorde con nuestra riqueza y potencial.
Se equivocaron con el motor económico del ladrillo, que no
solo ha generado una inmensa y mortal burbuja, sino que ha sembrado de
corrupción aquellas instituciones vinculadas con el suelo. Con la idea de que
la construcción era el sector que más extensos e intensos efectos tenía sobre
el resto de la economía, lo que se ha hecho es distorsionar las posibilidades
de crecimiento del empleo y de la economía misma. El complemento era el
turismo, nuestro motor de los sesenta, cuyo efecto ha sido el mismo: llevarnos
en una dirección limitando otras posibilidades de crecimiento. La emigración de
nuestros investigadores es la prueba.
Los economistas hablan del “cortoplacismo”. Eso es lo que
genera un modelo como este, un crecimiento ilusorio y mal repartido, un modelo
que aceptó el sacrificio interesado de una generación a la que se forma para
después infrautilizar y mal pagar con el beneplácito de la clase política,
cuyas regulaciones laborales siempre han ido en el mismo sentido: rebaja del
empleo antes que generación real de empleo, creando una inmensa bolsa de mano
de obra barata que acepta cualquier situación como alternativa a la emigración
o al hambre. Puro siglo XIX, pero en
boca de nuestro progresistas sociales y neoliberales, aceptando conjuntamente
la premisa de que el empleo barato es mejor que el paro. Los resultados los tenemos
delante: poco empleo, mal pagado y cada vez más desprotegido.
Tiene razón Victoria Prego al decir que un país que gasta más de lo que ingresa vive por encima de sus
posibilidades. Sobre todo si eso se mantiene mucho tiempo, como es nuestro
caso, y cada vez se ingresa menos porque hay menos cotizaciones y en menor
cuantía porque los sueldos son menores. Simplemente con esto queda contestada
la pregunta de Griñán. Los responsables no son los españoles por pedir
hospitales o escuelas. Los responsables son los que han sido incapaces de
cambiar las condiciones económicas para que se pudieran mantener los servicios
que los ciudadanos españoles demandábamos con pleno derecho.
Los responsables son los que han construido urbanizaciones que
han quedado en pueblos fantasmas, sin ocupantes ni compradores (“From boom town
to ghost town”, titulaba ya en 2008 la BBC un reportaje sobre Seseña, que ha
vuelto a ser utilizada como argumento internacional estos días para criticar a
España); o en hoteles construidos donde
no debían, alentados por alcaldes generosos (como el caso del macro hotel construido
en el Parque Natural del Cabo de Gata-Níjar); los que han construido
gigantescos centros culturales sin pensar que había que trabajar por la cultura
y no solo por los edificios que debían albergarla, en una competencia absurda
entre ciudades o autonomías (como la Cidade da Cultura, en Santiago de
Compostela, solo amortizable en ciudades del tamaño de Nueva York). Podríamos
multiplicar los ejemplos, con bibliotecas sin libros u hospitales sin personal.
La pregunta de Griñán se contesta con su propia actitud. "Los ingresos se caen porque se desploma la economía", dice con total convencimiento, "no por un exceso de gasto". Habrá que advertirle de lo peligrosas que son las tautologías en la economía. No explica, claro, por qué se desploma la economía, la potentísima —hasta el momento— economía española. Si en España se crearan cinco millones de puestos de trabajo, como nos
viene a decir el político andaluz, no nos
estaríamos preguntando estas cosas. Si nos tocara a todos la lotería,
tampoco.
Hace unos días —dimos cuenta de ello— el popular Esteban González Pons
defendía las bondades de la burbuja
inmobiliaria. Su respuesta es muy similar a la del socialista José Antonio Griñán:
si los precios de las casas siguieran subiendo, no tendríamos problemas, todos
seríamos más ricos. Efectivamente, y con esa riqueza creciente podríamos ir a nuestros bancos a seguir pidiendo
préstamos. Los bancos, generosos, nos darían más dinero del que pedimos porque
confiarían plenamente en nosotros, poseedores de bienes siempre en ascenso. Y
los bancos se considerarían más ricos dándonos más préstamos porque estarían convencidos
de nuestra solvencia porque la burbuja nunca estallaría. Como el Estado recaudaría mucho más, finalmente, nos sobraría dinero. ¡Qué listo Griñán! Los ingresos se caen porque se desploma la economía.
Por pensar así, estamos como estamos. Los problemas siguen
ahí, una veces porque no existen, otras veces porque se llaman de otra manera
y, finalmente, porque son otros los causantes.
No me extraña que a José Antonio Griñán no le guste la molesta cantinela. A otros le molesta
tener que vivirla. Demasiados fantasmas
en la ciudad fantasma.
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