Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nos informa El País
lo que se les ha pasado por las cabezas a los miembros del jurado de los
premios Rey Jaime I 2012, entre los
que se encuentran, 22 premios Nobel, más otros que no los son*. La verdad es
que la información del diario es bastante confusa en cuanto a las condiciones
de lo que se presenta como una especie de declaración, pero que luego se
disuelve en una serie de comentarios individuales. Se habla de su preocupación durante las deliberaciones,
fórmula que acaba de oscurecer lo poco que se entendía.
Es lógico que cualquier persona con sentido común apueste
por la inversión e I+D+i, sobre todo si son investigadores, que es por lo que
le dan a uno el premio Nobel. Lo que no está tan claro es dónde encontrar las
personas con sentido común que lo apliquen. El diario nos da una síntesis —no
sabemos muy bien realizada por quién— de los problemas —sale Bankia por medio,
con Rodrigo Rato en el Jurado— y de las soluciones:
Economistas y científicos
defienden que “es necesario apostar por la inversión en I+D+i” y abogan por “un
mayor reconocimiento a la ética, el emprendurismo y el valor del esfuerzo y la
responsabilidad” como claves para generar desarrollo económico, frente a la
negligencia.*
La cuestión del I+D+i está muy bien pero lo que no está
claro es quién debe hacerlo, porque con un tejido empresarial tan atomizado
como es el nuestro y tan volcado a los servicios, la idea de un I+D+i salvador no deja
de ser peregrina, aunque necesaria. La división europea del trabajo no nos ha
asignado ese papel, el de investigadores, que es lo malo de las obras de teatro internacional, a unos
les toca de galanes y a otros de graciosos. La gracia en este caso ha venido por el turismo y el ladrillo,
profundamente implicados, algo que uno entiende en cuanto ve las monstruosidades
urbanísticas, campos de golf, parques temáticos, etc. que son nuestra
contribución principal a la grandeza de la Europa unida y repartida. Si “nuestras”
grandes empresas en los sectores industriales son multinacionales —miren el
mapa del sector automovilístico, por ejemplo—, el I+D+i lo realizan en Alemania
o donde toque y aquí se asienta la factoría que aprieta las tuercas mientras lo
haga barato.
Uno de los dramas hispanos es precisamente la competencia a
la baja, es decir, la de la mano de obra, cuyo resultado es esa tragedia del
empobrecimiento de los sueldos bajo, auténtica marca de fábrica española. Los
ánimos constantes para que la gente se monte su propia empresa, es decir, que
se autoemplee, es que no existen contrataciones o estas son de tan poca calidad
por ser precarias o estacionales y mal pagadas. La degradación del empleo que
comenzó con los contratos basura de los años ochenta condicionó nuestro
crecimiento marcándolo hasta el momento. La excusa entonces era cumplir los
requisitos europeos. La letanía que se ha escuchado desde entonces era siempre
la reforma del empleo. Cada vez que hay problemas en la economía, el culpable
es el empleo, que es demasiado rígido. Eso en un país con cinco millones de
parados y otros cuantos millones de mal pagados.
Telefónica (41) e Indra (141) en el I+D (2007) |
Nuestro empleo es malo porque nuestros sectores son malos, altamente sensibles a los cambios
externos. No es que el turismo sea malo
en sí; lo malo es poner todos los huevos en la misma cesta y no salir de ahí. El
turismo es por su propia naturaleza estacional, por más que se mantenga una
parte todo el año. Hay temporadas altas
y bajas para el negocio y, por tanto,
para el empleo. Después de repudiarla, la España de pandereta ha vuelto para regocijo
de turistas. Nuestra fuerza hostelera no es más que la del entrenamiento del
músculo turístico. Es lógico que tengamos los mejores cocineros, como es lógico
que otros tengan los mejores químicos o astronautas. Lo raro sería lo
contrario.
Para subsanar las carencias del I+D de las empresas
españolas, que no tenían el más mínimo interés en mantener equipos de
investigadores —por dos motivos, por los campos y por la atomización—, se
intentó vincularlas con los centros de investigación universitarios. Se mataban
así dos pájaros de un tiro: a las empresas les salía más barato y los ingresos
servían para paliar las penurias de la universidad española mediante la
recaudación de fondos. Lo dramático del asunto es que las universidades han
tenido que buscar sus propios proyectos de investigación para intentar que las
empresas se interesen en ellos, cosa que no siempre sucede. Se firman contratos
con las empresas, sí; pero existe una gran cantidad de “investigación” que no
va a ningún sitio por el simple hecho de que no hay ningún sitio al que ir. No
hay empresas interesadas en financiar. Desde hace años los investigadores
mendigan recursos de puerta en puerta, nacional o extranjera, para poder
mantener sus proyectos de investigación, la mayoría de ellos mueren en el
vacío, tras cumplirse sus plazos.
Por eso, la receta de los 22 premios Noble —ética,
emprendurismo, esfuerzo y responsabilidad— sirve de muy poco, incluso aunque se
aumente la inversión, ya que eso solo sirve para mantener en marcha la
maquinaria, pero apenas crea empleo, ya que son los investigadores de las
universidades los que los llevan a cabo.
Nuestro problema es el tejido empresarial, esos
emprendedores de los que tanto gusta hablar. Son enanos en comparación con las grandes empresas que tienden a ser
multinacionales. El fuerte abandono escolar contra el que se clama cínicamente
no es más que la constatación social de un hecho muy preocupante: España es el
país de Europa con menores diferencias económicas entre el que estudia y el que
no lo hace. Esa es la consecuencia natural de la baja calidad de los empleos,
de la desproporción entre lo que sale de nuestras universidades y los puestos
de trabajo que se ofrecen. El subempleo es un mal que acaba pasando factura a
través de la emigración de investigadores a aquellos lugares en los que sí se
investiga.
Es el tema más preocupante de todos. No podremos
recuperarnos de nada si no somos capaces de invertir esa tendencia, esa triste
realidad de que solo necesitamos gente para los puestos de trabajo que se
crean. Y solo se crean en las empresas que tenemos, pequeñas y poco necesitadas
de investigadores. Es de pura lógica. No hay más cera que la que arde.
Nuestra potencial deportivo, uno de los mayores del mundo,
no depende de que seamos más altos y más fuertes. Depende principalmente de su
transformación en “espectáculo” y los miles de millones que se mueven aquí y
por todo el mundo. El deporte ya no es simple deporte, sino un gigantesco espectáculo, un sector económico
que requiere grandes inversiones y recauda enormes cantidades. Es
complementario con el turismo y la construcción, ya que mueve gente y pide
infraestructuras. España se ha convertido en potencia deportiva por sus inversiones.
Es solo un ejemplo.
Las cantidades de dinero que el deporte mueve en España
dejan en evidencia cualquier problema de ética, emprendeduría, esfuerzo, responsabilidad o cualquier otro factor.
Nuestro problema es que nos hemos ido de cabeza a un modelo del que es difícil
salir reequilibrándolo con otras propuestas que den salida al potencial social.
Corresponde a los poderes públicos hacer planes estratégicos, diseñar las
formas de canalizar el potencial social.
El caso de las vaquillas extremeñas de ayer no es más que un
ejemplo de una forma de concebir la economía que pasa por que “venga gente al
pueblo”. Y eso incluye visitas papales, olimpiadas, fórmula 1, campeonatos del
mundo o lo que haga falta con tal de que reúnan unos cuantos miles de personas
que duerman en los hoteles, coman en los restaurantes y beban en las terrazas.
Para ninguno de esos casos hace falta investigar. Si no hay
empresas capaces de desarrollar las investigaciones, sencillamente no hay
necesidad de investigar. No se puede empezar la casa por el tejado. Están muy
bien las recomendaciones de los 22 premios Nobel y las de los que no lo son,
pero no basta con invertir más en investigación. Hay que hacer algo con ella
para que se transforme en empleo —y no solo de investigadores—, el gran drama
de este país.
Póngame una de chopitos y dos de paella, que estoy en el paro pero tengo que colaborar a que este país salga adelante.
ResponderEliminarTotal, si no trabajo da igual, estoy dando trabajo a otros (aún me queda paro para 15 días, pues a vivir la vida) jajaja. Madre mía, qué mundo al revés es nuestra realidad.
Saludos Joaquín.