Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Siempre se ha dicho que los artistas viven en su mundo. Es
verdad. De otra manera no hay forma de entender las respuestas del pintor
Antonio López ante lo que se le plantea por el coste del retrato que tiene
encargado por el ministerio de Fomento para dejar testimonio de que por
aquellos pasillos fue reverenciado Don Francisco Álvarez Cascos. Antonio López
tiene, como artista, todos mis respetos. Es el respeto que se le debe a la obra
cuando alcanza la maestría. Y él es un maestro.
Pero lo que se está debatiendo es otra cosa muy distinta. Y creo
que son básicamente dos: los precios que se barajan y la tradición en que se
enmarca el retrato de encargo. Dice el pintor que no entiende que, con la que
está cayendo es España, nos preocupemos de cosa tan nimia como es el retrato
del ex ministro*. Precisamente, don Antonio, por la que está cayendo.
Y es que en este país recortable, todos somos
imprescindibles. Personas y retratos. No sé si se parará el arte occidental
porque se interrumpa esta tradición que ha llenado nuestros ministerios de
retratos y nuestras plazas de señores montados a caballo o señalando hacia
algún lugar del horizonte. Los hombres de paz lo hacen con el dedo; los de
armas, con el sable. La verdad es que creo que se meten en política por el
retrato o la estatua. Algunos se conforman con calle o plaza, un rotulito por
esquina; pero el retrato… ¡ay, el retrato! Tiene un hechizo único.
La polémica —que ha afectado a otros retratos, como el de
José Bono— va algo más allá de precio y algunos cuestionan el encargo en sí.
Comete don Antonio la imprudencia inocente de comentar los detalles de este proyecto
y de los que tiene comprometidos dentro de esta tradición institucional:
Al margen del retrato del
expresidente del Principado de Asturias, Antonio López está enfrascado en otros
dos nuevos proyectos que tienen a Sevilla como protagonista. Uno es un retrato
del rey Juan Carlos en la Maestranza y el otro es un paisaje en el que la
ciudad antigua (Giralda, Torre del Oro…) se funden con la modernidad. “En el
caso del retrato del Rey, financiado por La Real Maestranza, se trata de que la
figura del monarca aparezca rodeado de detalles esenciales de Sevilla que aún
no tengo muy definidos”.*
Se consigue con esto que además de cuestionar el precio, se meta la gente en líos de si eso debe ser así o asao, que en cuestiones de arte se mete a opinar todo el mundo, y si es complicado hacer la crítica de una obra, nada más fácil de criticar que una idea. Y pronto estaremos con los de por qué la Giralda y no este otro rinconcito o sobre por qué demonios nos tenemos que fundir con la modernidad o ¿y eso qué es?, que se preguntará alguno que no sepa nada de arte.
Debo confesar que esta tradición de pintar a los ministros y
colgarlos después no me atrae lo más mínimo. También debo confesar que, en
algunos casos me sentiría más complacido si se invirtiera el orden y se les
colgara primero y se le diera una mano de pintura después. Pero todo esto no
son más que fantasías y juegos de palabras que se le vienen a uno después de
ver el estado de nuestra economía y recuerda la larga lista de servidores de la
patria que nos miran desde las paredes de ministerios e instituciones públicas.
Insisto en mi confesión: esto me parece desfasado, decimonónico y cursi.
Esa ristra de rostros, esa colección de caras que quedan, como se suele decir
—afortunadamente de forma metafórica—, inmortalizadas en los lienzos, me parece
algo antiguo. Y no nos libramos de ello porque la vanidad es un componente
importante de nuestras vidas y más de aquellos que consideran que sus vidas son
más importantes que las de los demás. Pero nadie rompe esta decorativa
costumbre porque parecería ser menos que los otros, y si está fulanito, que
inauguró la mitad que yo, ¡cómo no voy a estar yo ahí! Como es el sucesor el
que aprueba el presupuesto de inmortalizar al que pasó antes por el cargo, todo se
queda en una solidaridad del “hoy por ti, mañana por mí” que hace que nadie
diga basta.
Muchos intelectuales del siglo XVIII, especialmente Diderot,
abogaron por la liberación del mecenazgo porque les parecía que el arte no
debía estar supeditado al gusto de los reyes y poderosos. El artista había
decido abandonar los palacios e irse a las buhardillas a morirse de hambre o de
reumatismo por las goteras. Por eso sorprende esta tradición del retrato de
encargo, aunque sea la fuente principal de ingresos de muchos artistas.
Miguel Sanz, presidente navarro |
Soy partidario de que el estado fomente las artes, pero me
parece que el medio más saludable es dar libertad a los artistas y luego
comprar sus mejores obras para que queden en los museos y todos puedan
visitarlos para disfrute estético. Por eso, invertir el proceso y encargar
cuadros, bustos, estatuas, etc. que van a quedar en los pasillos y despachos de
los ministerios, me parece un despilfarro. Si consideramos que esta se práctica realiza
no solo con los ministros, sino con presidentes autonómicos, presidentes de
cámaras y cabildos, rectores, decanos, alcaldes y todas aquellas personas que
están al frente de instituciones públicas y privadas que lo consideran
necesario, la cifra no es desdeñable. ¡Hay tanto ego por pintar!
Ya puestos a colgar cuadros en las paredes de los ministerios, mejor que retratos, podrían colgarse imágenes de los problemas por resolver, así los ministros en vez de fijarse en su gloria particular se centrarían en lo que debe ocupar su atención al completo. Cuadros con colas de parados, mares surcados por pateras u horizontes llenos de grúas, por ejemplo, serían interesantes motivos pictóricos, a los que el hiperrealismo de Antonio López daría interesante forma.
Soy consciente de los maravillosos retratos de Velázquez y
Goya, hechos de encargo por las autoridades y que han transcendido su tiempo.
Pero precisamente porque era su tiempo,
ya no es el nuestro. No va con nuestro gusto actual invertir 190.000 euros en
adular el ego de nadie, personal o institucional, por más que de la adulación
pudiera salir una obra maestra. Tampoco construimos pirámides.
Apoyemos el arte, no el ego de los políticos. Sería un
detalle por su parte, por ejemplo, regalar a las instituciones los retratos que
les han hecho. Pero entonces, ¿qué gracia tendría ser ministro?
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