Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El único recorte que no ha sembrado discordia —por ahora— es
el del número de diputados autonómicos, concejales, etc. Solo los “hermanos
mayores” del congreso de los diputados han dicho que una cosa es bajarse el
sueldo y otra bajarse del burro, que en términos de ingresos es un recorte del
cien por cien para el que se queda fuera.
Y es que lo de la reducción del número de políticos electos es
bien visto por la mayoría de los ciudadanos. Hay demasiadas instituciones con
demasiada gente. La cuestión no es, en cualquier caso, algo que deba tomarse a
la ligera porque ha de ser contemplada desde la eficacia institucional más que
desde los números rotundos —¡la mitad!—
que se barajan.
Hay al menos dos aspectos que deben ser tenidos en cuenta: que el número de electos garantice la mayor representatividad social y el que
se puedan ejecutar con eficacia las tareas que tienen encomendadas los
políticos en los parlamentos autonómicos y ayuntamientos.
Si la reducción supone un afianzamiento del bipartidismo
porque quedan menos puestos parlamentarios para cubrir, el coste en términos de
polifonía social puede ser alto y habrá que evaluar las propuestas. Y
evaluarlas a fondo, no vaya a ser que lo que se provoque sea una maniobra para
afianzar el sistema ahora que la gente quiere mayor diversidad en la representación introduciendo fuerzas políticas que
realicen una fiscalización parlamentaria, como es el caso de Compromis. Habrá que estudiar cómo se
traducen los votos en escaños al reducir el número para ver si la medida es
solo de ahorro económico y de eficacia de gestión.
El que la gente está tan contenta con la posibilidad de
recortar el número de políticos en las cámaras, en cualquier caso, no deja de
ser un síntoma de insatisfacción con la casta gobernante a la que se contempla con
poca consideración. Sea esto justo o injusto, tanto en términos personales como
generales, no es cuestión que se pueda resolver fácilmente. Nadie duda que pueda
haber políticos ejemplares, pero siempre nos vendrán a la mente primero y en
mayor número los que menos valoramos, ante los que algunos desarrollan
reacciones alérgicas con solo escuchar su nombre o verlos aparecer en un
telediario. La política se mueve entre el sistema límbico y el neocórtex, de lo
emocional a lo racional, según esté la situación. Misterios de la mente humana.
Sin embargo, lo más preocupante no se plantea: ¿se quedará
la mitad buena? A ver si resulta que
dividimos y nos quedamos con los que no queríamos. La cuestión de los costes
económicos es importante, pero no caigamos en el mismo error de considerar que
todo es cuestión de gastos. Hay otras cuestiones.
El primer efecto de esta medida es interno. Mientras se
mantengan las listas cerradas elaboradas por las directivas de los partidos,
reducir a la mitad el número de electos significa duplicar el poder político
del que decide. Eso significa, por el mismo motivo, la reducción de las voces
críticas en el interior de los propios partidos y un refuerzo dominante del “líder
alfa” del grupo. Los habrá que callen por temor a disgustar a los jefes y algunos,
en cambio, tratarán de ganar protagonismo a la desesperada en la discrepancia
ruidosa para intentar romper la primacía reforzada por el aumento del poder
selectivo.
Eso conllevaría unas asambleas mucho más obedientes puesto
que el que llegara a sentarse en un escaño lo habría hecho por ser sumiso antes
que por ser crítico. Y esto sería grave, porque de lo que estamos necesitados
los ciudadanos es de políticos capaces de mantener la independencia necesaria
para denunciar desde dentro los males que aquejan a la política misma.
La paradoja de la política es que hay que hacer política
para decir que no se está de acuerdo con la política, porque si no todo se
queda en ruido de fondo, en folklore más o menos llamativo. No se puede
renunciar a la política porque es la gestión de lo de todos. Lo que hay que hacer
es mejorarla mediante los controles y ajustes necesarios, mediante la
supervisión constante interior,los propios políticos, y exterior, a través de los ciudadanos y las instituciones. Necesitamos políticos que mire por todos y no que miren para otro lado.
Si reducimos los políticos a la mitad, sería deseable que
mejoraran los mecanismos de elección de esa mitad superviviente, no sea que los
defectos que queremos corregir se vean aumentados por la concentración.
Tenemos que poder elegir mejor a las personas encargadas de
nuestros destinos porque luego, lo estamos viendo, todos padecemos sus errores.
Ya sea porque son incapaces de superar los suyos o de decirnos los nuestros,
los políticos tienen que exponerse más, ser más
transparentes para el elector, demostrar que merecen la confianza de los
ciudadanos y no solo la de unos jefes en la sede de su partido.
Hay que asegurarse que nos quedamos con la mitad buena, si
no lo que ahorramos por un lado lo perderemos, con creces, por otro. No solo queremos la mitad de políticos; los queremos el doble de honestos.
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