Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La Economía está acabando con todo. ¡Al diablo con el demonio
de Laplace! Ya nadie entiende nada, y eso que no dejan de dar explicaciones. Aquí
esto ya empieza a ser kafkiano y disfuncional en grado sumo. Creemos saber, pero no. No hay efectos y causas;
todo es efecto, todo es causa. ¡Maldita causalidad!
Creemos saber
gracias al gran número de expertos discordantes existentes en este país y más
allá. Tienes los teóricos del antes y
los del después. Los primeros te
explican por qué hay que hacer algo; los siguientes te explican con el mismo o
superior convencimiento por qué no ha funcionado. El número de teorías ha
sobrepasado al de hechos. Con esto se salva el sistema explicativo a granel. Y
los expertos, claro. Los que no nos salvamos somos el resto, que vivimos
abrumados por tanta explicación y tan pocos resultados.
¿De dónde salen los expertos
si todo esto es nuevo? Y de ahí viene una parte del problema: que todo es muy
nuevo. Tienen que poner cara de que se enteran y saben lo que hacen, pero no.
Esto es ya demasiado grande, demasiado complejo, demasiado nuevo. Se meten en
cosas de las que luego no saben cómo salir. Y nueva explicación.
Los economistas están divididos entre los que creen en los modelos
matemáticos y los que creen en la historia como maestra, como fuente de
enseñanza y recetas. El problema de los modelos
es que si no sabemos cómo diantres funciona esto, difícilmente vamos a poder
establecer un modelo que lo reproduzca. El problema de la Historia, en cambio,
es que nada ha sido así anteriormente y las recetas no valen más que por
aproximación. Lo dicho: esto es demasiado grande y complejo. Podría haber algún
genio que lo entendiera realmente, pero parece que no lo hay. Y si lo hay, no
hay nadie a su altura para reconocerlo. Solo después de que todo se hunda
podremos comprobar que tenía razón aquel oscuro becario al que recortamos la
beca. Si queda vida inteligente sobre la Tierra, le daremos el premio Nobel de
Economía, y realizará una gira por las universidades inexplicablemente más
prestigiosas del mundo, que lo aclamarán, los rectores le pondrán bandas y
medallas, y le cantarán el Gaudeamus
porque todos se saben la letra.
Como ya todos se mueven en el terreno de las metáforas, los
expertos podrían ser clasificados según las escuelas literarias y reducirlos al
valor estético de mercado. Ya nos dijo Nietzsche que todo era metáfora, con lo que la desviación aristotélica se nos queda en nada, ya que no sabemos de
qué se desvía la metáfora. Y hay metáforas peligrosas, deslizantes como las
curvas de una carretera mal peraltada. Empiezas creyendo que tienes una verdad, te
embalas y acabas en el arcén.
Cuando la ciencia vuelve a las formulaciones oraculares,
deja de ser ciencia. Y es que no hay posibilidad de hacer ciencia con lo que se
manifiesta cada vez de una manera distinta. ¡Por favor, un poco de regularidad!
Cada caso (Irlanda, Portugal, Grecia, España…) ha sido distinto y nos dicen ahora
que Europa hace experimentos a ver
qué es lo que sale. Si además de no ponernos de acuerdo en si es un “rescate” tenemos
que llamarlo “experimento”, estamos apañados. Nosotros que teníamos la
confianza en que se nos daba el dinero porque alguien creía que servía para algo, nos sentimos inmensamente
frustrados con esta ruleta expendedora de recetas sin diagnóstico ajustado. ¿Es
que no hay ratones? Mejor no
preguntes.
Nos sorprende el diario El
Mundo —aunque nuestra capacidad de sorpresa está tan erosionada como el
Cañón del Colorado— con el titular “Bruselas estudia cómo evitar que la ayuda a
la banca contamine la deuda”*. ¡Toma, toma, toma! Uno cree que está ante gente
competente —en cualquier sentido—, pero primero te dan algo y luego se ponen a “estudiar”
cómo evitar que te mueras con lo que te han dado. Antes era “contagio”, ahora
es “contaminación”. Es como en aquellas viejas películas mudas en las que le
tiraban un salvavidas al que se estaba ahogando con tan mala puntería que le daban
en la cabeza y se hundía. Sí, si será con buena intención, no lo dudamos. Pero
no deja de ser chocante que el mundo vaya de bien intencionados en bien
intencionados, de despropósito en despropósito, de
metáfora en metáfora, sin que nada se arregle. El mundo se ha llenado de teorías y ya no cabe la realidad.
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