Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Mientras
que salir a celebrar en Egipto el 25 de enero puede acabar con tu vida a manos
de las fuerzas de seguridad (como Shaimaa al-Sabbagh, la mártir de las flores)
o desaparecer (como Giulio Regeni, reaparecido muerto y torturado), celebrar el
día de hoy en Egipto es un acto patriótico de gran celebración. El "30 de
junio" se celebra el "no-coup", es decir la toma del poder por
parte del Ejército que sacó al islamista Mohamed Morsi del gobierno.
La
retórica inicial, que posteriormente se fue consolidando, hermanaba el 25 de
enero de 2011 con el 30 de junio de 2013 y lo presentaba como una
"corrección" del secuestro de la revolución de la Primavera árabe que
hizo caer a Hosni Mubarak en Egipto y a otros dictadores en la zona. La propia
constitución egipcia enmendada en 2014 habla en su preámbulo del
"25-30" como de un hecho conjunto, interconectado. El 30 de junio,
explica la versión oficial, el Ejército egipcio sintió la llamada del pueblo y
derrocó al presidente Morsi. A esto se llamó "revolución".
Pero
esto no es tan sencillo y queda mucho por contar todavía. Los encarcelamientos
del jefe militar Sami Anan y de su compañero de viaje político, el ex auditor
general del estado, Isham Geneina, se producen cuando el segundo advierte que
Anan —arrestado por presentarse a la campaña presidencial— dispone de documentos
sobre las actividades del período centrado en el 30 de junio y posterior. La
detención del segundo es fulminante. Esto son los hechos; lo que los documentos
—esos u otros— puedan mostrar algún día, es ahora puramente especulativo.
El
diario estatal Ahram Online publicó ayer una información masiva—proveniente de Al-Ahram Weekly, convertida en centro
ideológico del régimen— a la celebración e interpretación del 30 de junio. Los diversos textos firmados por los
más afectos al régimen tienen una antesala explicativa: "Egypt’s 30 June
Revolution ended the political ambitions of the Muslim Brotherhood, but an
accurate account of the group’s aims and methods is still necessary from the
region today to correct widespread Western misunderstanding".
El mensaje es sorprendente porque muestra una vez más la
idea central del régimen: nadie les comprende o nadie quiere comprenderles, lo
que lleva de la ignorancia a la conspiración. Las quejas y el lamento son una
constante de la vida política egipcia, tan dependiente siempre del exterior en
todo tipo de ayudas y financiaciones debido a su habitualmente desastrosa
gestión. Las autoridades están ya acostumbradas a tapar sus carencias mediante
echar la culpa a los demás. Esto tiene un efecto muy destructivo e
intencionado: abre una separación entre Egipto y los países occidentales y crea
un sentimiento antioccidentalista, responsabilizando a los demás de los
problemas propios. Cuando Egipto es criticado, siempre se da por supuesto que
esas críticas proceden de instituciones controladas por la Hermandad Musulmana,
a la que se le concede un enorme poder por su capacidad infinita de
manipulación.
El caso del "30 de junio" es especialmente
significativo de esta actitud. La insistencia en que Occidente no entiende el
papel de Egipto es una de esos constantes mensajes que se repiten para consumo
político interno y responsabilizar a otros de los propios errores, algo
habitual en la política egipcia.
Los artículos recogido de Al-Ahram Weekly llevan una
introducción y una somera presentación de esta insólita celebración, ya que nunca
se había "explicado" con tanta intensidad. La presentación del
conjunto de artículos explica los motivos por los que los egipcios deben dar
las gracias al régimen que tan bien les interpretó sacando del gobierno a Morsi
y a los hermanos:
Five years after the millions-strong grassroots
uprising that ousted the Muslim Brotherhood from ruling Egypt along with its
president Mohamed Morsi, the country continues to suffer from the strains
precipitated by a rebellion against an Islamist organisation that had leveraged
itself to power behind a democratic façade while its actual practices during
its year in power foreshadowed a form of totalitarianism that would have had
disastrous consequences for Egypt.
After the successful overthrow of the nascent
Muslim Brotherhood theocracy in the 30 June 2013 Revolution, various Islamist
groups vowed revenge against the Egyptian people and their new political
authorities.
For months, these sustained a campaign of
terrorist attacks across the country in the hope of turning the clock back and
forcing the reinstatement of the Muslim Brotherhood regime.
Egypt paid dearly in the face of this onslaught
in the form of civilian lives, attacks against Christian churches throughout
the country, and sacrifices among the Armed Forces and police.
However, the Egyptian people demonstrated their
extraordinary capacity for social cohesion as the political forces finalised
the new constitution and prepared for the presidential elections in 2014.
In this special section, Al-Ahram Weekly brings
together a variety of articles that combine to form a fuller picture of where
Egypt stands today, five years after the grassroots uprising that has been so
poorly understood in the West.
The West's sometimes negative image of Egypt,
largely generated by the Muslim Brotherhood’s massively funded propaganda and
lobbying machinery that operates through a network of interwoven interests with
governments and influential circles abroad, is one reason why it has been
necessary to offer readers an alternative and deeper view of what has happened
in the country in recent years.*
Esta parte introductoria del texto está meticulosamente
medida en cada uno de sus párrafos para reforzar las ideas centrales del discurso
oficial. A través de estas pocas líneas se puede comprender perfectamente la
estrategia que trata de cubrir las carencias y justificar las actuaciones ante
el pueblo egipcio y los poco inteligentes y mal informados gobiernos
occidentales, que es a los únicos a los que se menciona. Ignoramos si Asia y
África entienden bien o solo es un problema "nuestro".
En el primer párrafo se canta a las masas que lo apoyaron
frente a la pseudodemocracia de la Hermandad, a la que se califica como
"totalitaria" y su objetivo, en el párrafo siguiente, como de
"teocracia". Es cierto, una
vez más, que el gobierno de Morsi fue autoritario y que su objetivo fue
acelerar la conversión del estado. El ejemplo de lo ocurrido con la Turquía de
Erdogan sirve de ejemplo: tras el fracaso en Egipto, Erdogan acelera la
concentración de poderes y refuerza su discurso y acciones islamistas subvirtiendo
la democracia laica existente. Será difícil sacar del poder a los islamistas
turcos. El gobierno de Mursi fue poco democrático. Pero tampoco se puede decir
que el de Al-Sisi lo sea. Las iniciales proclamas de democracia que cristalizaron
en la constitución enmendada de 2014 se vieron pronto defraudadas.
La versión del gobierno egipcio es siempre que ellos
defendieron la democracia frente al totalitarismo islamista. Los hechos muestran
lo contrario: la represión aumentó en Egipto. Se hizo contra la Hermandad
volviendo a la lucha de décadas, desde Nasser, pero también se hizo contra los
demócratas y críticos, que eran quienes se habían levantado inicialmente contra
Mubarak. La responsabilidad de que los Hermanos se hicieran con el poder es
exclusivamente de los gobiernos de la época de Mubarak que impidieron la creación
de partidos e instituciones democráticas dejando a la Hermandad como único
grupo fuerte organizado, junto a los salafistas. Fueron ellos los que barrieron
en las elecciones democráticas. Es cierto que engañaron a todos presentándose
como partidarios de una democracia que nunca pusieron en marcha, pero también
es cierto que lo que pidieron no era un "no-coup" sino que abandonara
la presidencia del país y convocar nuevas elecciones. Pero la obcecación de
Morsi no supo ver su propio fracaso político ni que tenía la serpiente dentro
de su gobierno en los papeles del ministro del Interior y de Defensa, que sería
quienes organizarían todo para sacarlos del poder.
El apoyo mayoritario de partidos y probablemente pueblo para
que se fueran los islamistas pronto se quebró cuando la brutalidad de la
represión dejó mil muertos en las calles y miles de encarcelados. Muchos, como
Mohamed el Baradei, cogieron la puerta y no regresaron.
Desde entonces, el Ejército egipcio, que es quien controla
el país (como siempre) ha hecho lo único que sabe hacer medianamente, controlar
el país con mano de hierro. La represión, hemos señalado, es muy superior a la
época de Mubarak. Pero hay una consideración importante que hacer: no solo se
ha reprimido a los demócratas, sino también a los periodistas (más de 500 bloqueos
de sitios web, y una gran contestación
contra las nuevas leyes represoras de la información y amenazantes para los
profesionales), artistas, etc. La censura es superior a todo la anterior porque
en la época de Mubarak estaban despuntando las redes sociales ("We want
Facebook!", era la proclama) y ahora se han intensificado, lo que ha
desatado la vigilancia del régimen sobre los usuarios y la idea de hacer un
"facebook egipcio".
El régimen del 30 de junio, que hoy se celebra, tiene
características propias. Está altamente centrado en Abdel Fattah al-Sisi como
figura providencial, salvadora y refugio ante todos los males; tiene unas
pretensiones "virtuosas" con las que pretende mantener a los más
tradicionalistas dentro de su ámbito, algo poco probable, pues seguirán con su
filiación islamista; carece todavía de un partido
soporte para canalizar el control local y asegurarse el clientelismo (este
aspecto está en marcha después de las elecciones presidenciales recientes); y
trata de presentarse como un recurso hacia el futuro ante el pueblo egipcio. En
lo internacional, en cambio, casi todo son problemas de enfrentamientos. Ha
sido condenado por la mayor parte de la instituciones internacionales, incluido
el Parlamento Europeo, por su pisoteo de los Derechos Humanos.
En el texto de Ahram Online se habla de "mal
entendimiento" de Occidente. En realidad es lo contrario, Occidente ha
entendido demasiado bien la retórica de los discursos del régimen. Esto implica
que el único "amigo" que le queda (y es difícil saber si realmente lo
es) es Donald Trump, un amigo complicado y que se ha aprovechado de la soledad
internacional de Abdel Fattah al-Sisi, que coquetea como siempre han hecho los
egipcios con la Rusia de Putin, con riesgo de perder la financiación militar y
de otro tipo que recibe el país. Los saudíes se cobran todo lo que dan
directamente y se han convertido en amos más que socios, por más que el orgullo
egipcio lo disfrace de solidaridad. Con los vecinos del sur, la complicación es
grande debido a la Presa Renacimiento, que ha abierto conflictos con la
administración del agua del Nilo, que Egipto considera propia ignorando los mapas.
Con la presa, además, Etiopía se desarrollará fuertemente y ya tiene contratada
energía eléctrica con los países de la zona, que no apoyan las pretensiones
egipcias.
La insistencia del texto de presentación sobre la "revolución
popular", sobre el levantamiento, es un intento de mostrar la cohesión del
régimen precisamente en un momento en el que el pueblo egipcio ha sido llevado
al límite del sufrimiento por la estrategia brutal de reconstrucción de la
economía, un lastre insoportable para cualquier país, fruto del abandono, la
rapiña y la mala gestión de décadas de intervencionismo y compadreo económico.
La economía egipcia es una farsa subsidiada y amiguista que ha servido para
frenar lo único que el pueblo no puede evitar: sentir hambre.
El régimen carece de ideas y de sensibilidad para afrontar
una crisis como la creada por la depreciación de la libra, reducida a la mitad
por el nuevo cambio, y una inflación del 30%. La reforma fiscal ha sido acusada
de centrarse en la clase media y de
proteger el patrimonio de los ricos.
Son muchos los movimientos en este último año por parte del
régimen. Ha recrudecido la represión, pero también se perciben tensiones entre los
intereses representados por el parlamento y el gobierno, al que sienten alejado
y, especialmente, con una política que se limita a seguir las instrucciones de
arriba. El movimiento para fabricar una oposición y aparentar una democracia ha
sido paralelo a la farsa electoral presidencial, en donde se buscó un candidato
"opositor" (declarado admirador de su rival) mientras que se
encarcelaba a casi todos los demás aspirantes. Solo se libró el que se retiró,
como Mohamed Anwar el-Sadat, quejándose de haber sido sometido a difamaciones.
Los demás todavía están detenidos.
Mi modesta opinión es que estos artículos no están hechos
para explicar nada a Occidente, sino
son una forma de justificación ante el propio pueblo egipcio, frustrado por la
situación económica. La situación de crisis exige un esfuerzo recordatorio de
porqué los egipcios deben aceptar la situación actual como una especie de
"sacrificio" por haberles librado del gran enemigo, la Hermandad
Musulmana y, en su conjunto, los islamistas.
La finalidad de estos discursos es, pues, pedagógica y
defensiva. Están centrados en reforzar los cimientos del régimen, en recordar
las amenazas para garantizar que el discurso del miedo sigue funcionando.
Cuando en Egipto se invoca la "unidad", se debe traducir como apoyo a
la presidencia y a lo que representa, la personalización de la igualdad creada
"ejército-estado-pueblo". Frente a esa "unidad" se
encuentran los traidores nacionales y los conspiradores extranjeros, grupo este
último variable. Siempre se presenta la unión de los enemigos interiores y de
los exteriores. En la versión oficial los gobiernos del mundo despachan cada
mañana con los representantes de la Hermandad que les informan sobre cómo
castigar a Egipto por su bravura y entereza. Eso se sugiere y eso cala en el
pueblo egipcio que no ha acabado nunca de entender porque todos les envidian en
la situación tan precaria en que se suelen encontrar. Pero la respuesta les
llega del nacionalismo patriotero: los egipcios son únicos. Esa es la idea que
permite mantener la cordura en un país que hace agua en una crisis de varias
dinastías faraónicas.
Habla el texto introductorio a los artículos didácticos de la "West's sometimes negative image of
Egypt". Se identifica, una vez más, Egipto con su régimen. Pues no a
Egipto a quien se critica sino las acciones que se realizan.
La difícil situación de los activistas que tratan de
mantener la esperanza en que el régimen pueda renovarse alguna vez sin caer en
manos de los islamistas y de los militares y lo que tras ellos está a la
sombra, no mejora. Muchos de ellos han tirado la toalla ante la situación
actual, en la que son presentados por el aparato mediático como conspiradores y
delincuentes al servicio de envidiosas potencias extranjeras. Son la esperanza
de un país que no cierra heridas y las abre cada día.
Los islamistas son un cáncer en Egipto, voraces y dogmáticos.
Engañaron, efectivamente, a todos. La mano tendida de los carteles electorales
de Morsi no era más que una ilusión óptico
política. Tenían y tienen su bien arropada organización dispuesta a salir a
la luz cuando sea necesario y controlan amplías zonas del país donde tienen sus
poder social bien asentado. Los islamistas no se fueron; lo hicieron sus
líderes, pero la fuerza de su base social (70% de los escaños en el primer
parlamento) permanece agazapada y es alimentada por el encierro de liberales,
activistas y artistas, gracias al conservadurismo centralizado puesto en marcha
por al-Sisi y su ministerio y los jueces. Con ello el régimen está cavando su
propia tumba, pues lo que está surgiendo de nuevo es ese partido oficialista al
que tan buen partido le sacó Mubarak para poder controlar localmente y
asegurarse la fidelidad de los agraciados.
Es difícil que la situación mejore mucho en Egipto en estas
condiciones. Seguirá siendo criticada y denunciada —para irritación del
gobierno— por parte de las instituciones públicas y privadas. La llegada de
Trump —al que no le importa nada Egipto— ha sido un pequeño respiro, pero poco
más.
Las iniciativas, como construir escuelas
"japonesas" para los hijos de las élites, dado su precio prohibitivo
de matrícula, no dejan de ser brindis al sol y experimentos que serán
recordados como anécdotas. Las iniciativas para acabar con la sobrepoblación o
con el analfabetismo, verdaderos dramas sociales, tampoco van mejor
encarrilados. Las órdenes que llegan desde la presidencia dejan pasmados a los
soldados rasos que las tienen que poner en práctica.
La glorificación de un momento triste, como fue el 30 de
junio de 2013, es un ejemplo de esta actitud retórica que no lleva a ningún
lado. El 30 de junio el pueblo había pedido la salida de Mohamed Morsi del
gobierno y la realización de nuevas elecciones. El Ejército solo le dio la
mitad, la toma del poder. La elecciones que se hicieron primero fueron las
presidenciales y solo después de haber diseñado una ley electoral que asegurar
el poder, las generales. No solo era el poder lo que se aseguraba, sino la
desaparición de la posibilidad de emergencia de partidos. Se creó una fachada electoral
para asegurar al presidente y al gobierno el control de la cámara. El resultado
está ahí, la pronta repetición de la comedia, con un futuro partido poderoso y
otro que haga el número de la oposición.
Cuando se les critique, harán ver que no son comprendidos. Sin embargo, lo que ocurre en Egipto es
perfectamente comprensible para todo el planeta, incluidos los egipcios,
quienes viven su peculiaridad con resignación, por el momento. Los pinchazos de
la crisis acabarán pasando factura si no se da un poco de oxígeno a los egipcios.
No sé si hay salida a todo esto, pero por mi parte yo se la deseo. Prosperidad y libertades que permitan al país mostrar no su excepcionalidad, sino su normalidad, que es lo que necesita. Necesita toda su energía para hacerlo.
* "30
June: Five years on" Ahram Online
29/06/2018
http://english.ahram.org.eg/NewsContent/1/64/305804/Egypt/Politics-/-June-Five-years-on.aspx