Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nos dice el diario El Mundo
que en Italia hay una verdadera fiebre “capitán Schettino”*, que hace furor con
esto de los carnavales. Va más allá del disfraz y se adentra en el coleccionismo
de objetos e imágenes relacionadas con el trágico suceso del Costa Concordia.
Así, mientras se siguen encontrando cadáveres y otros siguen sin aparecer, las
calles y tiendas se llenan de festivos capitanes schettinos y se subastan los restos del naufragio.
Los carnavales siempre han servido para exorcizar los
demonios y fantasmas mediante su exhibición pública y festiva, pero esto va más
allá y se adentra en la necrofilia consumista. ¡Tanto vampiro y hombres lobo,
que al final…!
En una sociedad como la que hemos hecho, el concepto de
distancia ha quedado suprimido por el de oportunidad inmediata. Sin sentido de
la historia, sin memoria, las cosas son exprimidas por temor, como los
antiguos, a la fosa del olvido, a que caigan en un limbo amorfo sin que se les
haya sacado el rendimiento económico oportuno. El miedo a que alguien se
adelante, nos hace ir recortando las distancias prudenciales con los
acontecimientos. Porque, sí, existen unas distancias de respeto y duelo ante
cierto tipo de acontecimientos que marcan la broma.
Algunos apuntan al sentido del humor italiano, otros a la
irreverencia carnavalesca. Yo creo que —sin negar el peso de ambos—, tiene que
ver más con ese sentido emprendedor que ve oportunidades
en las catástrofes y crisis; ese pensamiento mercantil que teme que sean otros
los que se lleven la oportunidad de sacarle un rendimiento económico a la
broma convertida en negocio.
La excusa de que el carnaval se ríe de lo serio solo explica una parte de la cuestión, pero muchas otras
se alejan de la fiesta carnal, en la que los valores se invierten, y se
adentran en lo meramente mercantil, es decir, en el otro tipo de inversión. Ya no es la inversión de los valores,
sino los valores económicos de la inversión.
Probablemente, en algún astillero apartado, en el más
riguroso secreto, se esté construyendo una réplica a escala del Costa Concordia y el Capitán Schettino
haya recibido ya algunas ofertas para tripular el barco en el que se realizarán
peligrosas travesías cercanas a la
costa, en las que —por un módico precio— se podrá bailar la rumba y cenar en su
mesa cada noche. Si él no acepta, habrá algún buen mozo, todo simpatía y moreno
marino, que represente su papel, porque las fantasías se contentan con poco y basta una insinuación para ponerlas en marcha.
Son los héroes modernos, los héroes rentables. Como todos
los que han alcanzado la gloria en forma de portada, Schettino tiene un futuro
más allá de lo penal, como lo tiene Dominique Strauss-Kahn, ya fuera de la
política, en el porno si decide
dedicarse a ello. La porno parodia DXK,
a cargo de la productora My Porn, está en marcha y según anuncian se rodará en
parte en el hotel neoyorkino y en la
cárcel. Un capítulo de la serie Ley y
Orden. Unidad de víctimas especiales, la veterana serie con Mariska Hargitay
y Christopher Meloni, dará cuenta también del caso, aunque termine con la
consabida advertencia de que los personajes que allí aparecen no son reales. ¿Quién es real ya en estos tiempos de avatares y perfiles?
El porno con morbo tiene más gancho y la ficción entre
líneas más audiencia. En el fondo se trata del viejo si no puedes vencerlos, únete a ellos que tan buenos dividendos les
han dado a muchos.
Schettino y DSK han
renunciado a sus sueños en la vida, de los que han despertado bruscamente. Ahora les queda la misión —mucho más importante— de entrar a formar parte de
los sueños y fantasías de los demás. Es el destino, ser pasto de emprendedores, de aquellos a los que los
dioses castigan cruelmente fulminándolos con sus rayos.