Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
historia de los "jordis" tiene bemoles. Hasta Amnistía internacional
se ha negado a considerarlos como "presos políticos", pero ¿a quién
le importa? No va a tirar las decenas de miles de carteles y pancartas hecha
con los dos sonrientes personajes. Lo peor de todo esto es que todo el mundo lo
sabe en Cataluña.
Este
show festivalero en las calles está diseñado no para que salgan, que entraron muy a gusto y sonrientes, saludando a dos
manos y con el pulgar en alto. Todo esto
es para las personas que saben poco o nada de Cataluña, poco o nada de España.
Ver unos cientos de miles de personas saliendo a reivindicar algo siempre es un
espectáculo reconfortante en estos tiempos en los que los gobiernos tienen
siempre mala fama. Son tiempos ludo-ácratas, una mezcla de lo festivo (la gente
se lo pasa bien) y de poca confianza en los gobiernos.
En su
dorado auto exilio de Bruselas, Puigdemont no engaña a sus socios, que le han
dado de lado. Su utilidad es ya muy relativa. Todos quieren seguir jugando a la
ficción europea, pese a que Europa y
sus instituciones han sido muy claras en el desafío planteado. Tampoco les han
ayudado mucho los pocos amigos que han conseguido, pues ha sido en general la
ultraderecha nacionalista y eurófoba. Las noticias de que los ejércitos
informáticos de Putin (y Maduro) les han echado una mano tampoco ha sido una
ayuda propagandística. En estas circunstancias no se pueden escoger amigos, la
verdad sea dicha.
A
muchos sorprenderá el titular del editorial del diario El País, "Franco ha
muerto". Sin embargo un Franco resucitado, zombi, sí interesa al
nacionalismo secesionista que ha sido incapaz de generar nuevas ficciones más
allá de las reediciones de los viejos gritos y consignas de otros tiempos, ya
pasados y superados por toda España. Pero es precisamente eso lo que irrita, que
el tiempo haya pasado y España haya dejado de ser lo que se esperaba de ella
desde el secesionismo. La secesión no tiene más argumento real que el deseo. Y al deseo le son indiferentes
las realidades, que es precisamente lo que no quiere ver.
Y lo
primero que no ha sabido ver es la profunda fractura que ha producido en la
sociedad catalana. Ese es el principal desastre causado por el secesionismo
catalán, romper la sociedad. La frustración por no haber conseguido, tras años
de esfuerzos y recursos, llegar al cincuenta por ciento de la población es
grande. Perversas campañas de inmigración selectiva, políticas lingüísticas
impuestas, años de adoctrinamiento escolar y mediático... no han conseguido
romper el lazo que querían: el deseo de seguir siendo españoles de una mayoría
de catalanes, que no ven incompatibilidad en ello, que se niegan a románticas
aventuras llenas de odios y ficciones.
La
mayor ficción, la más peligrosa de Puigdemont y los suyos, es decirse
portavoces de un pueblo al que escuchan
solo en parte. La segunda gran ficción es que Europa les esperaba con los
brazos abiertos e iban a ser un pueblo inmensamente rico. La tercera ficción es
la de vivir bajo el yugo de un estado opresor y represivo. Son tres ficciones
absurdas, kafkianas, solo vendibles a
los que las han convertido en el obsesivo monotema de sus vidas, receptores de
cuentos sin fin sobre el mundo que les rodea.
La
ruptura de la entente cordiale entre
los grupos nacionalistas muestra dos cosas, que saben que ha fracasado lo que
pretendían, en primer lugar, pero también que se hacen responsables unos a
otros. El desconcierto en las bases, de que hablábamos ayer, es precisamente producido
por algo que descubría aquel profético vídeo de 40 segundos, emitido por TV3 y
recogido por El País. Detrás de los gloriosos llamamientos a la secesión, los
dirigentes carecían —más que de planes— de confianza mutua en poderlos sacar
adelante. El miedo de unos a otros sabiendo que se dirigían al desastre era muy
elocuente. Nadie se atrevía a parar la maquinaria y retroceder por temor a que
los disparos de los compañeros cortaran la retirada. Ya se entonan lamentos
reconociendo que algo les falló. Hay
tiempo para pensar en el futuro.
Hoy son
tiempos de rupturas, como la que se acaba de producir en el ayuntamiento de
Barcelona. Ada Colau reprocha a los socialistas el apoyo al 155 y trata de
sacar adelante una coalición que convertirá la ciudad en espacio de
antisistemas.
El más
vulnerable, como se percibe cada día, es precisamente el partido de Puigdemont
y Artur Mas, convertido en apestado
después de sus juegos incomprensibles con el sí-pero no de la independencia. El ridículo de decir que, una vez proclamada
la república, pretendían sentar a España a negociar, de tú a tú, es espantoso. No lo entendían así los que recorrían las
calles envueltos en banderas, entre cánticos, abrazándose y brindando por las
calles. De repente se dieron cuenta que no eran más que el coro que los
solistas necesitaban para la mayor grandiosidad del espectáculo. Eran meros
comparsas, carne de cañón para ser apaleados y mostradas sus fotos después,
portadores de pancartas, meros figurantes para montar la trampa de la
"pena universal", del victimismo necesario. Esa noche Puigdemont
metió la pata al utilizarlos directamente, al dar por hecho que ellos eran la
razón de ser, cuando solo eran las víctimas de sus maquinaciones. ¡Por fin
Cataluña tenía "represión"!
Todas
aquellas negativas valientes ante los
requerimientos judiciales e institucionales, su negativa asistir al Senado, se
acabaron con su salida rocambolesca hacia Bruselas, escenario final de la farsa,
lugar del nuevo portazo. Aquí se quedaban los que pagaban el pato y tenían que reconocer que solo era una escaramuza.
Ni siquiera les encarcelaban y salían por una módica fianza. Quedan Junqueras y
los "jordis" en prisión preventiva, sin ningún reconocimiento por
parte de nadie de que sean "presos políticos". Solo para los amigos.
Un
pobre balance para esta aventura que ha sumido al país en la peor crisis de la
democracia, incluyendo un intento de golpe de estado. El editorial de hoy del
diario El Mundo, titulado "El reto de aprovechar la ruptura del bloque
separatista", realiza una panorámica de lo que ocurre:
El independentismo, tras el desconcierto
inicial a raíz de la aplicación del artículo 155 y la huelga política del
miércoles, volvió ayer a agitar la calle con una manifestación en Barcelona
para exigir la liberación de lo que en este entorno se denomina presos
políticos. Carme Forcadell -por consejo de su abogado- no asistió a la marcha,
aunque sí lo hizo la alcaldesa de Barcelona, empeñada en hacerle el juego al
separatismo. Junqueras y los consellers encarcelados no son presos políticos, sino
políticos presos por quebrantar la ley. Sin embargo, tanto ANC como Òmnium,
brazos sociales de los soberanistas, continúan empeñados en convertir el
victimismo en la argamasa que permita mantener movilizado a un movimiento
arrumbado por el fracaso de la hoja de ruta del Govern destituido.
La realidad es que, por mucho que el
separatismo se empeñe en presentar a España como un Estado represor, la
confección de las listas electorales ha puesto al descubierto la ruptura del
bloque independentista. Las elecciones del próximo 21 de diciembre no sólo van
a estar marcadas por el desastre y la inestabilidad a la que Puigdemont y sus
socios han conducido a Cataluña, sino por la vuelta al multipartidismo. Esto
significa que las formaciones separatistas no van a reeditar una candidatura
como Junts pel Sí, que en 2015 planteó los comicios a modo de plebiscito. ERC
aprobó ayer sus listas para el 21-D, lo que significa dar un portazo definitivo
a la posibilidad de concurrir en una lista unitaria. Resultan patéticos los
ruegos de Artur Mas, Marta Pascal y otros dirigentes del PDeCAT para implorar a
Esquerra ir de la mano, en un intento de evitar el desastre electoral que todas
las encuestas vaticinan para la extinta Convergència. Incluso Puigdemont, que
se negó a anticipar las elecciones autonómicas -perdiendo así la iniciativa
política-, se ha aferrado a la posibilidad de aglutinar al independentismo a
través de una agrupación de electores que ni siquiera tendría derecho a
disponer de espacios electorales.*
La
convocatoria electoral, efectivamente, propiciará un nuevo reparto de poderes y
un nuevo mapa. Esperemos que sea para bien, un escenario que permita el fin de
las tensiones, aunque esto es poco probable. Las fuerzas que van a recoger el
voto del hundimiento anunciado de PDeCat no estarán por la labor. La cuestión
es, una vez visto el fracaso del modelo seguido hasta el momento, hacia dónde
se dirigirán y si la condescendencia con la vía callejera va a continuar. El
espectáculo de la calle dejará de tener su público y provocará un más difícil
todavía.
Me
gustaría recuperar un artículo publicado en el diario El país por la escritora
catalana Nuria Amat, con el título "Querido Orwell". Tras señalar la
gravedad de lo que está ocurriendo en una Cataluña en manos de los partidos
nacionalistas, la represión intelectual de escritores y profesores, escribe:
Virus imparable el independentista porque,
además, un Gobierno de derecha anestesiada gobierna la actual España y con su
falta de sensibilidad se ha sumado a la intoxicación de la concordia de los
ciudadanos del país pequeño, creando los nacionalistas de aquí una situación
que haría escandalizar a usted mismo, querido Orwell, y a su obra Homenaje a Cataluña, libro de cabecera
de todo catalán que se preciara. Ni usted, referente universal de la defensa de
las libertades, ni sus imprescindibles Notas
sobre el nacionalismo, convencerán a un nacionalista catalán que deje de
serlo. Una moda escapar de España; una tendencia festiva y obligatoria quedarse
encerrados en la pequeña finca particular, como quien se va de campin una
temporadita, cuando sabemos la gravedad de toda ideología populista que lleva
“al nacionalista no solo a desaprobar las barbaridades cometidas en su propio
lado sino que tiene una extraordinaria capacidad para ni siquiera oír hablar de
ellas”.
Por eso los nacionalistas separatistas han
dejado de leerle a usted, señor Orwell, a la vez que rechazan libros de valor
intelectual o estético alejados de la emoción patriótica y de opinión opuesta a
sus tejemanejes nacionales. Usted vuelve a dar en el clavo cuando dice: “Todo
nacionalista se obsesiona con alterar el pasado... Hechos importantes son
suprimidos, fechas alteradas, citas removidas de sus contextos además de
manipuladas para cambiar su significado”. Sin ir más lejos, entre otros muchos
falseamientos selectivos de la historia llevados a cabo en su querida Cataluña,
maestro Orwell, el más reciente y al que han dedicado monumentos, congresos,
libros y museos, ha convertido la guerra de Sucesión dinástica de la Corona
española de 1714, desatada entre Borbones y Austrias, en guerra civil de
victimización de catalanes, como si Cataluña hubiera perdido una guerra cuando
en realidad no hubo vencedores ni vencidos por razones de país, sino por dar
apoyo a uno de los dos reyes en palestra.
De todo cuanto le digo, querido Orwell, lo
que me sacude el ánimo hasta un extremo doloroso es la división entre buenos y
malos catalanes según sea nuestro grado de simpatía o antipatía por el
independentismo, de manera tal que una frontera divisoria nunca vista desde la
dictadura nos ha separado de amigos, familiares y conocidos, de ilusiones y de
proyectos comunes, de nuestro futuro inmediato, de nuestra literatura célebre
por su entidad y riqueza formal exclusiva, y hasta de nuestros trabajos
literarios y universitarios, de los que también nos han ido apartando como esos
insectos molestos y peligrosos a los que usted hace referencia en sus notas
antinacionalistas. Sin violencia física, como les gusta justificar a viva voz;
con intimidación solo psicológica, pero violencia al fin, nos miden el grado de
catalanidad con baremos tan infantiles, por no llamarlos racistas, como el
nivel de catalán de sus ciudadanos, el partido al que pertenecen, la bandera
que cuelgan en su balcón, los libros que compran y su sentimiento de independencia.**
Está
escrita en 2014. Las víctimas entonces eran otras y no se las escuchaba mucho. Ese
es el pecado más grave. Los mismos que se lamentan hoy por la
"represión" son incapaces de reconocer, como ya señalaba Orwell, la
que han ejercido sobre personas, tan catalanes como ellos, pero que no invocan
ninguna divinidad de los montes o las fuentes para justificar su relación con el
mundo bajo sus pies.
El
lamento de Nuria Amat en su carta a su querido Orwell es un lamento que afecta
a los que han tardado mucho, a los que han esperado a que la sociedad saliera a
la calle a decir ¡basta! El nacionalismo, como bien se dice, no admite
versiones diferentes a las suyas por el fundamentalismo inherente.
Nunca respondas al necio de acuerdo con su necedad,
para que no seas tú también como él;
responde al necio como merece su necedad,
para que no se tenga por sabio en su propia
opinión.
Proverbios, XXVI, 4-5
Estos
son los versículos bíblicos con los que George Orwell hizo comenzar su obra
"Homenaje a Cataluña". Siguen manteniendo la vieja sabiduría y
ofrecen consejo. Pero la Historia suele ser un camino plagado de errores con
desenlaces inesperados. Lo han aprendido en sus espaladas algunos. Esperemos
que sirva de ejemplo, pero hay pocas esperanzas.
* "El
reto de aprovechar la ruptura del bloque separatista" El Mundo 12/11/2017
http://www.elmundo.es/opinion/2017/11/12/5a0740c7268e3e6a178b457a.html
** "Nuria Amat "Querido Orwell" 2/09/2014 https://elpais.com/elpais/2014/08/27/opinion/1409164594_027926.html