Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La contemplación de las ediciones digitales de los
periódicos de ayer era bastante deprimente. No me refiero a las noticias
económicas—que también lo son—, sino a la extraña acumulación de titulares en
los que se hacía mención a que alguien se oponía a que se investigara a otros.
Era una sensación muy rara porque parecía reflejar un mundo que girará al revés
de cómo debiera, un mundo de perros
verdes, especie extraña que deba ser protegida de las miradas descuidadas
que alteraran su hábitats e impidieran, pongo por caso, su reproducción. El país
se había llenado de repente de protectores y defensores de alguien o algo que
no debía ser investigado, manta de la
que no era bueno tirar. Unos por los ERE, otros por Bankia, otros por el
Presidente del Consejo General del Poder Judicial, otros, en fin, hasta por la
misma Casa Real. Ayer nadie quería que nada se investigara como reacción
pendular al deseo de que todo sea investigado.
Pero aquí la investigación va por barrios. Si ayer
comentábamos la petición de los 22 premios Nobel de que había que invertir y
fomentar la investigación en España, no podíamos suponer que la negativa a investigar llegara a estos extremos.
Ciencia, poca; política, mucha. Ese parece ser el lema de nuestros políticos,
que se han lanzado de lleno al furor
investigador, extraña patología, ante la que el organismo afectado se
defiende mediante la creación de anticuerpos que la rechazan. El sistema
inmunológico de los políticos es de los más robustos que se conocen. No pasa ni
uno.
Como con esto de la corrupción se cumple la Ley de los
Grandes Numeritos (LGN), es decir, que contemplando todos los casos la mierda
está igual de repartida, el efecto de los titulares acumulados era bastante deprimente,
como decíamos, porque se constataba que más que el deseo de saber, la
curiosidad natural o el compromiso con la verdad, de lo que se trata es de
ejercer esa famosa máxima que dice que la mejor defensa es un buen ataque. Tú
me pisas un juanete, yo te meto el dedo en el ojo.
Se olvidan sus señorías y autoridades, de cualquier signo, que el hecho de
que haya que estar pidiendo que todo se investigue deriva de la general
negligencia con la que llevan los asuntos de todos. Que eso de la denuncia está
muy bien, que el que la hace la paga, etc., etc., pero que la misma Ley de los
Grandes Numeritos dice que el que corre con los gastos generales de sus incumplimientos
de control, ya sea del propio o del ajeno, somos los ciudadanos, pozo con fondo del que todo sale, desde
una cena en Marbella hasta esos agujeros que van dejando por ahí, entre unos y otros, en bancos e
instituciones.
Son dos Teorías Generales las que explican —junto a la Ley
de los Grandes Numeritos— esto de la investigación política. La primera es la Teoría
del Desgaste General (TDG), que es la que lleva a los políticos a exigir que se
investiguen los fallos y meteduras del rival. La segunda es la Teoría General
del Chupado de Cámara (TGDC), que consiste en sacarle el mayor rendimiento
comunicativo posible a cualquier fallo y metedura del contrincante. La
consecuencia de esto no debe menospreciarse pues significa que algunos llegan a
la pobre conclusión de que en la Política lo más importante es sacar pecho en los
fiascos ajenos. Hay gente que no tiene una sola idea, pero ¡cómo borda eso del
rasgado de vestiduras! ¡Con qué gracia y donaire lanza el grito deseado: que se investigue, que se investigue!, mientras grita lo contrario allí donde le compete En
la contraofensiva, los que se oponen a las investigaciones suelen argumentar
que solo se busca, más que la luz, el lucimiento, que es otra cosa. Y bien
distinta. Cuando comprobamos que los mismos que piden que algo se investigue,
luego se oponen con la misma contundencia a que se remueva lo suyo,
comprendemos la parte teatral del asunto.
El otro día, una “banquera” entrevistada en un programa de
Radio Televisión Española contestaba en un arranque de sinceridad a la pregunta
de si debía de investigarse lo ocurrido
en Bankia en el Congreso de los Diputados. Contestó señalando que la
experiencia decía que cualquier comisión parlamentaria era aprovechada para
tirarse los trastos a la cabeza más que para saber qué es lo que ha pasado
realmente. Y no le falta razón, porque es la conclusión general que sacamos los
ciudadanos habitualmente. CSI-Ferraz y CSI-Génova no funcionan bien; los Horatio y Grissmon locales no dan la talla.
Y es que con el afán por llevar todo al Congreso, a las
comisiones que sus señorías forman, históricamente casi nunca se llega a ningún
sitio. Una vez que entiendes que no se trata de investigar, que eso es muy
cansado y puede salir cualquier disparate de la caja de los truenos —¡vaya
usted a saber cómo y quién lo empezó!—, sino de conseguir un buen titular en el
que aparezca que tu oponente político se niega a que se investigue algo, el efecto
está conseguido. Así funciona la opinión pública: si no quieres que se
investigue, es que algo tienes que
ocultar, y así ya está hecha la mitad del trabajo con apenas unas
palabritas de nada, con una simple petición.
La acumulación de peticiones de investigación no puede
servir para que unos y otros se laven la cara ante la ciudadanía. Es el
resultado de la dejadez general y de la falta de control y respeto a las
instituciones y a los ciudadanos a los que se debe servir y de los que se
sirven. Desde luego, es mejor no tener que investigar nada porque el país va
bien, sus instituciones funcionan correctamente y las personas que están a su
frente son ejemplares. Sin embargo, lo que tenemos delante con frecuencia es lo
contrario. Aquellos que han elegido o pactado unos y otros, juntos o por
separado, defraudan a menudo. Con todo este espectáculo bochornoso lo que se
está haciendo es desacreditar al conjunto institucional, precisamente el que los
ciudadanos deberían ver y tener como garantía de sus derechos y deseos.
Y lo desacreditan los que nombran a las personas
inadecuadas, los que no mantienen los controles necesarios para que actúen
correctamente en los puestos que ocupan y, finalmente, aquellos que se niegan a
que salga a la luz el desmán, mayor o menor, que sus protegidos han causado por
temor a sus efectos de desgaste. Las instituciones tienen que ser ejemplares en
su funcionamiento y si no, al menos, en su corrección. Si se exculpa, ampara u
oculta al que actúa mal, estamos perdidos.
Y en esto son
responsables todos cuando les toca. Y nosotros también cuando les seguimos la
corriente y solo miramos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro. Lo
que está mal, está mal. Lo haga quien lo haga.
Hay que investigar para no tener
que investigar. Cada petición de investigación es un fracaso del conjunto; cada rechazo, otro.
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