Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El
final de la etapa Obama al frente de la Casa Blanca se está pareciendo a un
extraño juego a tres bandas entre el propio Obama, Vladimir Putin y Donald
Trump. Obama juega con la partida perdida y contra el tiempo, pero quiere dejar
el campo los suficientemente minado para forzar a Trump a jugadas que le dejen
en evidencia.
En esta
categoría se pueden considerar dos jugadas: la abstención en la condena de los
asentamientos judíos en las Naciones Unidas y la investigación de la CIA sobre
la influencia de Rusia en las elecciones norteamericanas. Obama va a aprovechar
sus pocos días en la Casa Blanca para que Trump se enfrente a retos concretos:
deshacer lo hecho por el presidente anterior en los dos terrenos, Rusia e
Israel.
No creo
que nadie recuerde una transición de poder en los Estados Unidos de esta
naturaleza, un cambio tan terrible de ciclo en el que el recién llegado trata
de destruir lo que el inquilino anterior ha hecho gasta pulverizarlo en lo
interior y en lo exterior.
Por su
parte, Vladimir Putin también tiene en su agenda el cambio americano. La
aceleración de la "paz" prefabricada en Siria junto a Turquía es una
jugada doble: deja fuera a Barack Obama —algo que se venía venir desde hace
mucho tiempo y que aquí comentamos sería el final— y apuntarse el tanto antes
de que Donald Trump intente apropiárselo con alguna extraña jugada.
Rusia
se ha asegurado la influencia en la zona mediante el apoyo al régimen sirio y su
nueva alianza con Turquía, a la que recibe vigilante tras el enfriamiento de las
relaciones de Erdogan con Estados Unidos y con Occidente en general. Erdogan no
le perdona a los Estados Unidos dos cosas: su apoyo a los kurdos en la guerra y
no entregarle a su archienemigo el clérigo Gulen, al que responsabiliza de todo
lo malo que ocurre en Turquía. Erdogan ha elegido ser cabeza de ratón a cola de
león. Prefiere convertirse en apoyo de Putin en la zona junto con Irán a
mantener un papel subordinado a Occidente que le recuerda cada día que es un retrógrado
dictador islamista. Puede que la guerra que se para en Siria la aproveche Erdogan para terminar las suyas, internas y externas.
Esto
tiene otra consecuencia, arroja al dubitativo Abdel Fattah al-Sisi en brazos de
su "buddy" Donald Trump, que necesitará alguien que le reciba con una
sonrisa y un abrazo. La foto de Trump en las pirámides está ya cantada. Al-Sisi
seguirá con sus problemas económicos, pero recibirá abundante ayuda para
defenderse de las protestas. No le entregarán lo que necesita, solo material
militar y un bonito regalo añadido: la ausencia de preocupación norteamericana
por los derechos humanos en el mundo, lo que le quitará una preocupación de la
cabeza, si es que alguna vez le preocupó. Pero sí le servirá, en clave interna,
para intensificar la propaganda. Para la prensa promocional egipcia, Donald
Trump es un admirador e imitador de al-Sisi, verdadero
despropósito.
La
maniobra de Obama en la ONU para dejar en evidencia a Netanyahu será recogida
por Trump, lo que le creará conflictos con el resto de los países árabes, que
ya tienen una enorme desconfianza por las declaraciones islamófobas de Trump y
su forma drástica de meter a todos los musulmanes en el mismo saco. Es probable
que se produzca toda una reorganización de la zona en cuanto a alianzas y el
papel de Rusia junto a Irán y Turquía. Eso no quiere decir nada respecto al
terrorismo, sino simplemente que se considerará a Bachar al-Asad consolidado y
un apoyo para mantener la línea de Putin, una línea casi vertical que establece
un eje desde Kaliningrado hasta Siria pasando por Crimea. Es el nuevo muro.
A Trump
le ha salido un aliado que buscaba: Reino Unido. Tras el debilitamiento de
Europa con el Brexit, con el beneplácito de Putin, al que admiran también los
Farage y compañía, los antieuropeístas, ahora Theresa May parece haber
aprendido de la humillación de Trump de recibir a Farage y gastar bromas a su
costa y la de la Unión. May parece también querer llevar la contraria a su
antecesor, James Cameron, como política general. Allí donde Cameron quería hacerse
con el dinero árabe para la City, May parece que quiere hacerse con las
simpatías de Israel tras las críticas al discurso de John Kerry sobre la
solución de los dos estados. Las iras de Netanyahu tendrán que moderarse ante
una Unión Europea en la que Putin sigue sembrando discordia, como acaba de
manifestarse a través del nuevo presidente de Moldavia. El largo brazo de Putin
sigue funcionando, cono hackers o sin ellos.
El
panorama que se presenta no es nada bueno. Un mundo con dos potencias de "acuerdo" (o fingiendo que lo están),
guiadas por Putin y por Donald Trump, es un escenario de pesadilla. Los que se
dejen arrastrar por él lo van a pagar con creces. Veremos en qué queda la
política de la dubitativa Theresa May si Trump la coge como vehículo para
presionar a Europa.
La gran
incógnita es precisamente Europa. Ya se han podido leer muchos titulares en la
prensa del continente fijando los ojos en Angela Merkel, a la que se ve como la
única capaz de poner algún freno a lo que se avecina. Pero Merkel, que creo que
ha entendido el problema, tiene frente a sí un movedizo espacio llamado Unión
Europea. Si Putin ha podido intervenir mediante unos hackers en la campaña
electoral norteamericana liberando informaciones y dando empujoncitos, en
Europa su campo de maniobra es mucho más amplio variado. Puede influir directa e
indirectamente sobre la Unión a través de los partidos euroescépticos que
acuden a él sabedores de encontrarán apoyo indirecto a través de financiaciones
o hackeos oportunos. Para ello Putin
se ha convertido en familia de acogida de los distintos filtradores de información
de la etapa Obama.
Los
países que salieron de la órbita soviética están siendo poco a poco llevados de
nuevo hacia Rusia. A Putin le basta con financiar o apoyar a los antiguos
nostálgicos de la época soviética tras la frustración europea que a algunos se
le ha producido. La ha bastado con dejar de pasar un poco de tiempo para que
los recién llegados comprobaran que Europa no era un paraíso y que los otros
amigos de Putin se volvían tremendamente xenófobos, convenciendo a todos de que
les iría mejor sin extranjeros en sus tierras. Las políticas cruzadas de
rechazo han hecho que funcionen amplificadas: el movimiento anti emigración británico
servía de apoyo para alejar a los miembros de los países del Este de la Unión
al sentirse rechazados. Lo que han ido avanzado es el modelo querido por Rusia:
populismos nacionalistas, antieuropeos, deseosos de encontrar comprensión y
mercados ventajosos.
Putin les promete eso y les coloca mercancías y acuerdos
en cómodos plazos.
Putin
va recogiendo el descontento que se va creando y que contribuye generosamente a
expandir. Ucrania ha sido un ejemplo de lo que espera de Europa y de las
consecuencias de llevarle la contraria en sus planteamientos.
Pero
las miradas se centran en los Estados Unidos y la presidencia de Donald Trump,
algo que todos —por unos motivos u otros— temen. Trump comenzará haciendo
gestos exteriores y acciones interiores. Los conflictos que ahora mismo tiene
sobre la mesa, sin haber empezado, son muchos y de muy variado cariz. Los hay
de los intereses empresariales, que son muchos; los hay sobre sus relaciones
exteriores con Rusia esencialmente.
El informe
que Obama dejará como legado hará ver que Putin ha estado tras Trump, que le
quería en la Casa Blanca sobre Hillary Clinton. Los medios norteamericanos más
liberales ya le han declarado la guerra. Sus titulares e investigaciones contra
sus tuits explosivos. ¿Es posible gobernar los Estados Unidos a golpe de tuit,
manejando la opinión pública desde un oráculo virtual, decidiendo a golpe de
teclado qué es el bien y qué el mal, qué es verdad y qué es mentira?
Indudablemente Trump lo intentará.
Lo que
nos espera a todos es bastante complejo. No es probable que la guerra de Siria
se pare en seco y lo es más que el terrorismo —como llevan tiempo advirtiendo—
se extienda por determinadas zonas. Será el momento de las células durmientes.
Y veremos cómo trabajan los servicios de inteligencia mundiales con los nuevos
mandatarios al frente. A Putin le basta con sacar a la luz un par de atentados
para que los votantes de Trump se congratulen del "nuevo orden". Lo
más probable es que la propia Rusia se convierta en el objetivo de los grupos
terroristas, si bien Putin tiene blindado el país. Pero no es descartable que
pueda ocurrir como una señal de que el cambio se ha producido. Hoy por hoy, es
difícil controlar las células durmientes o los yihadistas vocacionales que se
vean alentados por el cese el fuego parcial en Siria.
El
nuevo escenario con al-Assad tiene que tener todavía el refrendo de los países
árabes que no comparten la visión rusa. Verán en ella un intento iraní de
desestabilizar la zona y de aumentar la influencia. Esto obligará a Israel a
tomar medidas complejas tras la llegada de Trump al poder.
Dejamos
de lado los miles de factores sobre los que pende la amenaza de Trump en la
política norteamericana. Empezando por la emigración y pasando a Sanidad y
Educación, que se verán seriamente afectados por sus premisas. Está por ver la
reacción de los diferentes estados, aspecto decisivo. Muchos aspectos quedarán
en manos locales y podrán ser mantenidos, pero otros no.
La
obsesión con la eficacia de Trump hará que las medidas lleguen en cascada inmediatamente.
Los efectos se pueden amplificar y provocar una reacción brutal en los espacios
de las ciudades. Muchos perciben lo que viene como la lucha del campo y la
ciudad. Es en la América campesina donde Trump ha conseguido sus apoyos. Las
ciudades serán más resistentes, pero eso para él es un aliciente. Solo
significará que serán un reto para su ego.
La
mayor condena que Trump ha lanzado es tener que seguir hablando de él en los
próximos años. Muchos ya advierten que no hay que alimentarle con titulares, ¿pero cómo mantenerse indiferente ante
un provocador constante que busca el cara a cara sin límite? ¿Es el silencio la
mejor solución al problema de Trump? Lo cierto es que necesitará un coro de
amplificación, un bombardeo constante que mantenga a los medios a raya en una
batalla que se presenta verdaderamente épica. De Trump se puede esperar todo menos
discreción.
Para
muchos, 2016 ha sido un año horrible en muchos los sentidos. Seguir pensando en
lo ocurrido solo restará energía para emplearlas en lo que se avecina, un 2017
que puede superarlo. Difícilmente se recordará una peor despedida de año que la que se merece este 2016. The New York Times lo ha representado así, con el titular "Take a Bad Year. And Make It Better":
Let’s pretend we’re in some cosmic therapist’s
office, in a counseling session with the year 2016. We are asked to face the
year and say something nice about it. Just one or two things.
The mind balks. Fingers tighten around the
Kleenex as a cascade of horribles wells up in memory: You were a terrible year.
We hate you. We’ll be so glad never to see you again. The silence echoes as we
grope for a reply.
Sí, es mejor dejarle partir después de haber sacado enseñanzas para el futuro. La flecha del tiempo juega a nuestro favor; los años nunca vuelven. Pero, cuidado, los errores sí.
* "Take a Bad Year. And Make It Better" The New York Times 20/12/2016 http://www.nytimes.com/2016/12/30/opinion/take-a-bad-year-and-make-it-better.html