Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Uno de los problemas en cualquier situación de crisis es quién da la cara. Es algo que se
plantean tanto los causantes como las víctimas. Todo el mundo reclama que
alguien salga y dé la cara, mientras que los causantes buscan la forma de
evitarlo diluyendo las responsabilidades en conceptos generales o buscando cabezas de turco. A veces los causantes están muy lejos, son desconocidos o se
esconden tras perfectas metáforas que evitan que se les pueda poner cara. No es fácil llegar a ellos, echárselos a la cara.
Nos cuenta el breve reportaje de Raquel Quelart* en la
sección de Salud de La Vanguardia de
hoy que aumentan las depresiones y los problemas psíquicos entre los empleados
de la Banca por los efectos de la crisis. Ellos no solo sufren los efectos de la crisis sino también el acoso de los que sufren la crisis, es decir, ración doble. Pero la angustia y la frustración de mucha
gente reclaman poder desahogarse ante alguien, que den la cara. Y la gente se manifiesta en las calles o va a las sucursales.
Desgraciadamente, las sucursales bancarias no pueden hacer
como esas empresas que se camuflan tras voces automáticas en las que te
desahogas a través de gritos al vacío cibernético, marcando los números que te
dicen hasta perderte en el laberinto que han creado. Los empleados, quienes
sufren las mismas presiones y recortes laborales que otros grupos, son los
receptores de la ira de mucha gente desesperada porque lo han perdido todo o no
consiguen nada. Por eso, nos cuenta La
Vanguardia, los sindicatos han pasado a la defensiva y Comisiones ha
lanzado una campaña tratando de establecer las distancias y diferencias: “Somos bancarios y no
banqueros”. Otros empleados, esta vez de UGT, han abierto un blog con el nombre “Me
declaro inocente”. Es tratar de pasar la agresividad hacia arriba, al lugar que
le corresponde. Pero arriba solo están las nubes.
Las sucursales son la cara próxima de la Banca, la que
tenemos cerca, la que se implica personalmente, para bien y para mal. Las de los
pueblos y barrios forman parte del centro de la vida económica real pues en ellas se guardan los ahorros o se financian los proyectos, se cobran
las nóminas y se realizan las transferencias. “Tú” banquero es el que está tras
una ventanilla o un mostrador. La distinción “banquero / bancario” que ellos
piden puede estar menos clara en algunos casos cuando se han producido las
recomendaciones para determinados productos. Se recoge en La Vanguardia:
“La gente nos culpabiliza”,
comenta Lidia Herrero, la responsable de la sección Cajas de Ahorros de UGT.
“Nosotros solo somos empleados, no hemos creado los productos, sino que nos han
obligado y forzado a venderlos”, explica.*
Esto puede ser cierto, pero hasta cierto límite.
Evidentemente, ellos no han creado los productos, pero sí han elegido los
clientes a los que vendérselos en muchos casos. La creación de los productos financieros
es una cosa, pero la política de incentivos —el que más vende más cobra— no es
exactamente una amenaza, aunque el que queda rezagado se pueda sentir en la
cuerda floja. Habrá “bancarios” que no hayan implicado a demasiada gente en los productos financieros raros y
habrá otros que hayan jugado a ser el “empleado del mes”.
Efectivamente, hay gente que van contra un ente abstracto y acaba buscando una cara concreta. Pero hay ocasiones en que la ira de manifiesta al recordar la sesión en la que te atendieron amablemente, tras llamarte a casa para decirte que tenías un dinero inmovilizado, que eras tonto por no ponerlo en marcha y que tenían unos productos muy buenos que te podrían interesar. Esto también ha ocurrido. Y mucho. Si la persona que te llamaba estaba siendo apuntada por su jefe con una pistola, es algo que no podemos saber, aunque hoy las pistolas son hoy de muchos tipos.
Las sentencia que acaba de hacerse firme ayer sobre la indemnización
que el Banco Popular deberá hacer a dos ancianos a los que se les vendieron
productos financieros de alto riesgo sin información ni conocimientos adecuados
para percibir lo que aceptaron en su momento, no es una sentencia solo contra
la “banca” sino que implica a los “bancarios”, pues no fue una cara anónima la
que se sentó sonriente ante los ancianos para decirles cómo podían mejorar su
dinero, que finalmente perdieron. La Cadena SER explica:
La Asociación de Usuarios de Servicios
Bancarios (AUSBANC) ha llevado el caso, y tiene abiertos otros similares, todos
de forma individual, como este matrimonio de 80 años que el año 2006 acudió a
Popular Banca Privada para depositar sus ahorros a un interés del 6%. Pensaban
que era un plazo fijo que vencía a los tres años, porque había fecha de
vencimiento. Pero nadie les explicó, que estaban comprando unas acciones de
otro banco el Kaupthing Bank de Islandia, y que el dinero no se devolvía, que
si había beneficios se empezaba a cobrar la rentabilidad a los tres años.
En 2009 se encontraron con que
habían perdido, y que no tenían posibilidad de recuperar nada. Ausbanc ha
conseguido demostrar que el producto ofrecido por el banco no se adaptaba al
perfil conservador de los clientes, con escasa formación académica y mayores, y
que no se les informó de otros productos, ni de los riesgos que asumían. El
juez de primera instancia ya falló a favor de la indemnización, y ahora la
audiencia provincial de Zaragoza ha ratificado este fallo.**
Ese “nadie les explicó” significa que el “alguien” que les
atendió durante una hora, les sonrió, les dijo lo bien de salud que estaban, el
futuro angustioso de las pensiones y cómo era una pena tener esos ahorros
inmovilizados y estar perdiendo valor cada día, o argumentos similares. Y eso
implica ya tanto a “bancarios” como a “banqueros”. Un bancario “honesto” no
solo está obligado a vender, sino a explicar las consecuencias y a elegir qué
productos se adecúan a los clientes a los que se los ofrece.
Es algo que se ha hablado mucho en la crisis norteamericana, pero aquí no tanto, es de la crisis de la confianza o, mejor, de la crisis del abuso de confianza. Hay actividades en las que no solo te venden, sino que te asesoran. Eso implica un compromiso en el que la idoneidad de la elección responsabiliza al que realiza el asesoramiento y recomendación. Es lo que, en el fondo, está señalado la sentencia: esos dos ancianos nunca habrían elegido motu proprio ese producto financiero si hubieran sabido sus características reales; fueron asesorados, mal asesorados.
Los productos que los bancarios vendían, ¿les suponía algún tipo
de beneficio? Esa es la pregunta moral.
El sistema hace tambalearse la moral a través del incentivo. El buen trabajador
no es el que mantiene una ética que rige sus relaciones con los clientes
asesorándoles lealmente. El buen
trabajador pasa a ser aquel que logra colocar más productos, por encima de
cómo lo haya hecho. A ese es al que se promociona o asciende. Y eso acaba
siendo una política destructiva de las relaciones de confianza entre los
clientes y las entidades y que afectan a la propia institución.
La queja de los sindicatos sería más efectiva y creíble si hubieran denunciado antes que se les obligaba a vender productos de alto riesgo, a informar limitadamente a los clientes de las consecuencias, si en vez de ser tan profesionales hubieran sido más sociales. Pero, que yo sepa, no lo hicieron. Lo hacen ahora para defenderse ellos, pero no lo hicieron antes para defender a sus clientes, a los que veían sus caras todos los días, a los que estudiaban el estado de sus cuentas para llamarlos a ofrecerles productos financieros. El alto endeudamiento de las familias españolas no proviene de que se negaran los créditos, sino de lo contrario. La subida del precio de la vivienda hacía que subieran los préstamos de los bancos y, por tanto, el endeudamiento. Y esos créditos se pedían en la sucursal, al bancario.
Que se produzcan agresiones, amenazas a las personas o a sus
familias, es inaceptable y condenable. La ira y la frustración se tienen que canalizar hacia
otro tipo de fórmulas, como han hecho los ancianos “mal informados” a los que
los tribunales han dado la razón. Tampoco se puede pretender que todo el mundo
fue engañado. Las euforias financieras solo funcionan si se juntan el hambre y
las ganas de comer. El boca a boca también ha funcionado y el hecho de que
algunos presumieran de las altas rentabilidades lanzó a muchos otros a hacer lo
mismo. Esos ya discuten fuera de las sucursales, en familia.
Que los sindicatos reivindiquen su inocencia, la de los
trabajadores, me parece muy bien. La gran mayoría de ellos lo son. Pero
deberían mirar también por la responsabilidad sindical que tenían de denunciar
aquello que se les obligaba a vender. A lo mejor nos hubiera ido mejor a todos
y los bancarios no tendrían tanto estrés. Tampoco los demás.
* "Aumentan las
depresiones y problemas psíquicos entre empleados de banca" La Vanguardia
1/06/2012
http://www.lavanguardia.com/salud/20120601/54302077300/aumentan-depresiones-problemas-psiquicos-empleados-banca.html
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