Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los resultados de la primera vuelta de las elecciones siguen
siendo un misterio digno de Egipto. Pasados los días, las sospechas crecen y
dos candidatos están pidiendo que se anule el paso de Ahmed Shafiq, el ex de
Mubarak, a la segunda vuelta. Para algunos, no tendría que haber competido, en
aplicación de la ley que dejaba fuera a los miembros del antiguo régimen. En
realidad, no deberíamos llamarlo “antiguo”, porque lo cierto es que no se ha
ido nunca, siempre ha estado presente. Se da pues la paradoja de que Shafiq sea
el candidato de la oposición de un régimen derrocado por una revolución o el
candidato oficialista de un régimen que no ha sido derrocado. No creo que en ningún país se
haya dado esta paradoja, la de no saber si un candidato es oposición u oficialista. En todo el mundo cuando los regímenes caen, caen; pero en Egipto
se quedan flotando.
Las denuncias y los ataques han ido en aumento. La sede de
Shafiq fue asaltada por cientos de manifestantes y prendida fuego mediante
cócteles molotov. Las acusaciones entre unos y otros son también constantes,
incluidos los candidatos que han quedado fuera para la segunda vuelta.
Especialmente beligerante se ha mostrado el tercero, el nasserista Hamdeen Sabbahi.
Lo ha hecho con ambos participantes, señalando el drama egipcio de tener que
elegir entre dos fuerzas de esas características, el islamismo o la dictadura
anterior. La Hermandad musulmana le ha contestado preguntándole cómo puede
comparar a su candidato con un “asesino”, que es como han definido al militar y
antiguo primer ministro Shafiq. Han insinuado, además, que ellos —la Hermandad—aportaron
cantidades de dinero a la campaña de Sabbahi, algo que él ha negado
rotundamente.
Por encima de estos enfrentamientos —o más correctamente, en
paralelo— los hay que siguen intentando encontrar un consenso frente al
candidato que representa la dictadura de Mubarak. Unos ofrecen y otros
reclaman, pero es difícil. Finalmente, otros tiran la toalla y no se molestan
en pensar a quién votarán porque no creen en ninguna de las alternativas que
han quedado. Eso es el absurdo de esta situación.
Los analistas daban a través de encuestas o de otro tipo de
herramientas de investigación social resultados muy distintos. Es cierto que no son
instrumentos exactos, pero o el voto de Shafiq estaba “muy oculto” o ha surgido de
la “nada”. Han fallado todas las estimaciones por cualquier método, no solo las
encuestas. ArabCrunch estimaba, tras
una serie de análisis de cientos de miles de datos recogidos por los medios y
redes sociales, que a la segunda vuelta irían los dos candidatos islamistas,
Morsi y el escindido Fotouh:
Data analyzed by News Group, the region’s
leading media intelligence group, shows that voting in Egypt will conclude in a
run-off between Muslim Brotherhood candidate Mohammed Morsy and the independent
Islamist candidate Abdel Monem Aboul Fotouh. […]
SocialEyez research results are based on
collected data from several hundred thousand user comments and online public
opinion polling. SocialEyez estimates that Morsy and Aboul Fotouh are
benefitting from the support of 32% and 28%, respectively, of Egypt’s voting
public. The research also shows that remaining contenders, including Amr Moussa
and Ahmed Shafik, are not likely to gather any substantial support at the
polls.*
La entrada de Ahmed Shafiq en la segunda ronda, con solo unas
décimas de diferencia respecto al primero no tiene explicación alguna. Nada
apuntaba en esa dirección. Y en Egipto la tradición de votaciones es la del
fraude oficial. Presiones de matones y compra de votos es la tradición
vinculada con las elecciones que siempre ganaba el poder. Y es aquí donde entra
la cuestión: ¿quién es en Egipto el poder?
Incluso: ¿cuántos poderes hay? Esa es
la cuestión que planteamos hace unas semanas y cuya consecuencia lógica es
esta.
El poder es la capacidad de hacer. Y poder tiene quien
consigue meter los votos en unas urnas o, si se saltan este trámite, la
capacidad de que aparezcan unos resultados y no otros. Eso es el poder y no lo
que dice en las placas de los despachos. A veces coincide; a veces se traslada
al edificio de enfrente, pero no por ello deja de ser poder.
Un grupo de jueces ha denunciado que las diferencias del
censo entre las elecciones generales y las presidenciales son de cinco millones
de votantes, cifra realmente grande para tan pocos meses y especialmente si no
se ha renovado. Otros han denunciado que se ha permitido votar a la policía,
que lo habría hecho masivamente por Shafiq (hablan de 900.000 votos). Hay
muertos que no se quisieron perder esta ocasión de votar, tal como denuncian algunas
comisiones que se crearon para vigilar la limpieza de las elecciones.
Salga lo que salga de aquí, son pocas las perspectivas
positivas. El conflicto está garantizado y significará división entre el pueblo
egipcio y degradación institucional, ya que estarán condenadas al enfrentamiento. Lo
que Egipto necesitaba para salir adelante era lo contrario: unidad y
consolidación institucional.
La responsabilidad de todo esto es de la SCAF que
ha conseguido sembrar el más absoluto caos en todos los niveles. Los militares,
una vez más, han demostrado ser desastrosos en su papel. Cuando poseían los
instrumentos del estado para ser cantado como gloriosos, el autobombo
funcionaba por encima de sus miserias. Ahora que sus acciones han estado sometidas a crítica, han quedado en
evidencia.
Los resultados estarán bajo sospecha y no serán respetados
por nadie. Eso significará más caos y más degradación de la vida cotidiana
arrastrando al país a la ruina y al hartazgo, algo que vendrá bien a algunos,
pero será la desgracia de casi todos.