Mostrando entradas con la etiqueta Hermann Broch. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Hermann Broch. Mostrar todas las entradas

sábado, 2 de febrero de 2013

Los sonámbulos sectarios

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En Pasenow o el romanticismo (1931), la primera parte de su extraordinaria trilogía titulada globalmente "Los sonámbulos", Hermann Broch describe el sentido que da modernamente a la palabra "romanticismo":

Y, como siempre es romántico elevar lo terrenal a lo absoluto, he aquí que el romanticismo estricto y verdadero de esta época es el romanticismo del uniforme, igual que si existiera una idea ultraterrestre y ultratemporal del uniforme, una idea que no existe y que sin embargo es tan poderosa que arrastra con más fuerza a los hombres que cualquier otra ocupación terrenal, una idea inexistente y sin embargo tan poderosa que convierte el uniformado en un poseso del uniforme...*

La idea de que el uniforme transforma al que lo posee va más allá de los uniformes convencionales —el militar, el sacerdote...— y se extiende como una plaga en la que, en la visión de Broch, se combate la tendencia a la disolución mediante el encierro tras los límites del uniforme, envoltura protectora de la fragilidad interna. Los seres humanos esconden su miedo y debilidad tras uniformes y convenciones, como analizó Broch en su obra. El uniforme no es solo refugio frente al caos, sino también un impulsor de la acción; posee al que lo usa y lo transforma, lo enajena dotándolo de una personalidad "sonámbula" que genera caos.


No puedo dejar de pensar en esta posesión "demoniaca" del uniforme cuando leo lo ocurrido en el encuentro de fútbol entre el Sevilla y el Atlético de Madrid, que el diario El Mundo titula "Los 'ultras' del Sevilla se mofaron de la tragedia del Arena en el Calderón":

A lo largo de toda la semana los futbolistas del Sevilla amenazaron con retirarse del campo si volvían a reproducirse los gritos contra Antonio Puerta por parte de los 'ultras' rojiblancos. Desde el fondo sur del Calderón no hubo ni un sola canción contra el futbolista fallecido en 2007 por un paro cardiorrespiratorio, aunque si insultos contra el club hispalense y contra Reyes cuando saltó al campo.
Los radicales del Sevilla devolvieron la moneda en el Vicente Calderón de la peor forma. Se mofaron de la tragedia del Madrid Arena a sabiendas de que una de las cinco fallecidas, Cristina Arce, era aficionada rojiblanca y voluntaria del equipo en los partidos del Calderón.
[...]
A lo largo del encuentro, se repitieron los cánticos: "Madrid Arena, lo lo lo lo Madrid Arena" y "Atocha ¡boom!" en referencia a los atentados del 11-M en Madrid. También desde el segundo anfiteatro se escucharon más insultos contra el Atlético de Madrid durante todo el partido. La afición rojiblanca, con sus silbidos y gritos, hizo que pasasen menos inadvertidos los gritos del grupo de los 'Biris'.*


La lectura de lo anterior provoca una sensación de desasosiego, de intranquilidad asqueada ante la pérdida de humanidad que supone el enfundarse en un uniforme partidista para realizar tales acciones. La conversión del dolor, de la tragedia, en motivo de mofa solo es explicable desde la pérdida absoluta de la sensibilidad humana, de la racionalidad misma. Es la alienación del uniforme.
El "militante", el que "milita" en cualquier facción, como nos dice en DRAE al referirse a la "milicia", es "gente de guerra". La "milicia", nos indica el Diccionario de la Real Academia, en su primera acepción, es el "Arte de hacer la guerra y de disciplinar a los soldados para ella". Pienso en Egipto, en las setenta y dos muertes del partido de fútbol de Port Said, en las veintiuna condenas a muerte que han desembocado en más muertes en los últimos días. Comenzó en un estadio. Uniformes. Sonámbulos, marionetas. Caos.


"Hinchas", "ultras", "militantes"... son formas sectarias poseídas por el uniforme en el que se enfundan, como señalaba Broch. La pérdida de valores compartidos, decía el novelista austriaco, deja a la gente a la deriva y esos "uniformes" son los troncos mediante los cuales la gente se "salva" de los naufragios, del caos reinante, mediante un falso orden. Es lo mismo que ocurre con las "sectas", otra forma de uniformidad mental; el débil se refugia en la "fortaleza" del uniforme. Pero ese falso orden provoca también nuevo caos formando ciclos de destrucción.

Que personas —simplemente personas— puedan corear gritos de burla sobre otras personas muertas en un incidente como el de Madrid Arena o burlarse de los asesinados en el atentado de Atocha, nos debería hacer reflexionar sobre la punta de este iceberg, sobre el tipo de sociedad que tenemos y desarrollamos.
El sectarismo es una de las grandes plagas modernas. Es rígido y diferencial; busca asentarse en la distinción que se convierte finalmente en fractura. El sectarismo niega la humanidad del otro y por eso lo convierte en sujeto de desprecio y escarnio. No está hecho para el diálogo, sino para la lucha. El sectarismo es atractivo para muchos; su simpleza atrae.
Los que corean en los estadios gritos crueles, insultos racistas, etc. —espectáculo bochornoso y frecuente en muchos lugares del mundo— pisotean junto con la humanidad de los otros su propia humanidad, que queda relegada por su misma iniquidad. Su grotesco uniforme los posee, los convierte en marionetas cuyos hilos son manejados desde fuera; los convierte en sonámbulos.


La elasticidad necesaria para adaptarse a la vida queda destruida por la rigidez inmisericorde, inhumana de ese uniforme que convierte en enemigos a todos los que no lo llevan, en el deporte, en la política, en la religión, etc.
No tengo la esperanza de que cuando regresaron a sus casas y escucharon sus propios cánticos se avergonzasen. Probablemente señalaron orgullosos la pantalla del televisor y, con un brillo en sus ojos como sonámbulos orgullosos, dijeron: "¡yo estaba allí!"

* Hermann Broch (2009 [1931]): Pasenow o el romanticismo. Debolsillo, Madrid, p. 31.
** "Los 'ultras' del Sevilla se mofaron de la tragedia del Arena en el Calderón" El Mundo 1/02/2013 http://www.elmundo.es/elmundo/2013/02/01/madrid/1359742651.html





jueves, 28 de julio de 2011

Uniformes

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las fotos uniformado del asesino de Oslo nos dan parcialmente cuenta del funcionamiento de su mente. En todas las fotos que se nos han mostrado, aparece siempre envarado, en poses y posturas artificiales. Es un ser antinatural, que se refugia en la artificialidad del uniforme para ocultar su interior, que resulta distante y opaco.
El gran escritor Hermann Broch escribió en su obra Pasenow o el romanticismo, parte de su trilogía Los sonámbulos:
El hombre que lleva el uniforme está imbuido hasta las cejas del convencimiento de que está consumando la forma de vida propia de su tiempo y también con ello la seguridad de su propia vida.
[…] un auténtico uniforme proporciona al que lo lleva una delimitación muy clara entre su persona y el mundo circundante; es como una rígida funda, en la que el mundo y persona chocan viva y claramente entre sí y se distinguen uno de otra; la verdadera misión del uniforme es mostrar y establecer un orden en el mundo y rescatar lo que tiene la vida de fugitivo y efímero, al igual que esconde lo que tiene de blando y fugitivo el cuerpo del hombre, cubre su ropa interior, su piel y el centinela de guardia tiene que ponerse guantes blancos.(22-23)*

De militar, de masón, hasta con su abrigo de ejecutivo, el asesino se enfunda en un uniforme. Percibimos la artificialidad de todas las fotos, su falta absoluta de naturalidad. No está vivo, es un autómata que se ha vestido con las ideologías reaccionarias que le han resultado más próximas a sus odios. Como autómata, odia lo vivo. El objeto de su odio son las personas que encarnan exactamente lo opuesto a él. Ha asesinado lo que no ha podido, sabido o querido ser. Sus víctimas, nos confirman hoy, están entre los catorce y los diecisiete años.

El uniforme, como muy bien expresó Broch, es un dique frente a lo exterior, es lo que evita que la mente se les desparrame y la transforma en una fuerza dirigida hacia un fin, la destrucción al servicio de una causa a la que se agarran, sobre la que pasa a girar toda su vida. La obsesión les da coherencia, unidad, uniformidad a sus acciones.
Cuanto más rígidas son las ideas, cuanto mayor es el fanatismo que llevan, con más seguridad se expresan, más cómodos se sienten en ellas estas personalidades necesitadas del orden. La seguridad es algo que les viene de afuera a dentro, los uniformes les calman y les dan sentido. Son las manos que modelan la blanda arcilla de sus personalidades absolutamente dispersas.
El peligro de enfrentarse a las patologías es olvidar las patologías sociales, las ideas enfermas que son las que les dirigen a matar un objetivo u otro. Puede que la idea del crimen se corresponda con facetas trastornadas de la personalidad, pero eso no debe ocultar que la fuerza de esas corrientes se dirige por los cauces preexistentes en los que el flujo va cogiendo fuerza.
Es demasiado peligroso, a la vista de lo ocurrido, dejar sin atención todos estos fenómenos xenófobos que se diluyen en la normalidad de nuestras ciudades, ante la indiferencia social. En varias ocasiones hemos señalado el crecimiento de este tipo de sentimientos en la deriva discursiva que la crisis económica va creando. Es peligroso el movimiento de deriva de los partidos moderados para que no les coman el terreno los nacionalistas o los ultranacionalistas.  Los extremos políticos atraen a los extremos patológicos; las ideas enloquecidas atraen a los locos. Algunos llegan, como hemos visto, a construir en su mente enferma un sistema que pronto adquiere la consistencia patológica que perciben en su entorno. El perturbado comienza a ver que su mundo interior caótico se ordena con los mensajes que le llegan de fuera, que el odio que llevan dentro se dirige hacia un blanco exterior y comienza a dar por buenas las peticiones que llegan de fuera. Lo que antes era locura, ahora es causa. Lo que eran sus odios personales, ahora le convierten en un cruzado. Ha encontrado en la sociedad el mecanismo justificador de sus deseos.

Señalamos en un texto anterior la extrañeza que nos causaba que, odiando al Islam, dirigiera sus armas contra sus compatriotas. Es a ellos a los que odia; son lo que él no ha podido o sabido ser. Es la alegría de esas personas lo que no soporta, su tolerancia y deseo de convivencia. El Islam es solo la excusa que le sirve para articular su discurso de odio. Tenía el odio y encontró la causa en la que volcarlo.
Nos podía haber tocado a nosotros, blanco también de sus odios. Y en cierta forma, también nos ha tocado. Porque bajo sus armas han estado todos los que tienen deseos de construir sus relaciones sociales y culturales lejos de cualquier fobia, los que desean una sociedad construida sobre la convivencia posible de las personas de buena voluntad. Muchas personas habrán comprendido que es tan injusto considerar a este asesino como "cristiano" como clasificar a otros asesinos como "musulmanes" por el simple hecho de que ellos cometan crímenes en su nombre. Cualquier cristiano coherente, como cualquier musulmán coherente, rechazará los crímenes que se cometen en el nombre de su fe. No se gana el paraíso provocando infiernos.
Cuando cualquier religión, ideología política o cualquier otro sistema de ideas se convierte en “uniforme”, pasa a ser un peligro. El uniforme reviste de santidad o de heroicidad a lo que nos es más que una acción criminal. Por eso es esencial mantener la firmeza de los discursos abiertos, evitar la tibieza o la ambigüedad porque las circunstancias lo aconsejen o se puedan perder votos. El aumento de la deriva nacionalista europea por la crisis económica es el caldo de cultivo de futuros peligros. Los pagaremos todos si no se frenan dejando firmes y claros los principios.
El asesino vestirá, durante muchos años, un nuevo uniforme, el de presidiario. Lo peor de todo es que sentirá un placer extraño cada día al ponérselo. Para él será el hábito de su santidad.

* Hermann Broch (1974): Pasenow o el romanticismo. Lumen, Barcelona.

El alcalde de Oslo recordando a la víctimas