Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En Pasenow o el romanticismo (1931), la
primera parte de su extraordinaria trilogía titulada globalmente "Los
sonámbulos", Hermann Broch describe el sentido que da modernamente a la
palabra "romanticismo":
Y, como siempre es romántico elevar lo
terrenal a lo absoluto, he aquí que el romanticismo estricto y verdadero de
esta época es el romanticismo del uniforme, igual que si existiera una idea
ultraterrestre y ultratemporal del uniforme, una idea que no existe y que sin
embargo es tan poderosa que arrastra con más fuerza a los hombres que cualquier
otra ocupación terrenal, una idea inexistente y sin embargo tan poderosa que
convierte el uniformado en un poseso del uniforme...*
La idea
de que el uniforme transforma al que lo posee va más allá de los uniformes
convencionales —el militar, el sacerdote...— y se extiende como una plaga en la
que, en la visión de Broch, se combate la tendencia a la disolución mediante el
encierro tras los límites del uniforme, envoltura protectora de la fragilidad interna. Los seres humanos esconden su miedo y debilidad tras uniformes y convenciones, como analizó Broch en su obra. El uniforme no es solo refugio
frente al caos, sino también un impulsor de la acción; posee al que lo usa y lo transforma,
lo enajena dotándolo de una personalidad "sonámbula" que genera caos.
No
puedo dejar de pensar en esta posesión "demoniaca" del uniforme
cuando leo lo ocurrido en el encuentro de fútbol entre el Sevilla y el Atlético
de Madrid, que el diario El Mundo
titula "Los 'ultras' del Sevilla se mofaron de la tragedia del Arena en el
Calderón":
A lo largo de toda la semana los futbolistas del Sevilla amenazaron
con retirarse del campo si volvían a reproducirse los gritos contra Antonio
Puerta por parte de los 'ultras' rojiblancos. Desde el fondo sur del Calderón
no hubo ni un sola canción contra el futbolista fallecido en 2007 por un paro
cardiorrespiratorio, aunque si insultos contra el club hispalense y contra
Reyes cuando saltó al campo.
Los radicales del Sevilla devolvieron la moneda en el Vicente Calderón
de la peor forma. Se mofaron de la tragedia del Madrid Arena a sabiendas de que
una de las cinco fallecidas, Cristina Arce, era aficionada rojiblanca y
voluntaria del equipo en los partidos del Calderón.
[...]
A lo largo del encuentro, se repitieron los
cánticos: "Madrid Arena, lo lo lo lo Madrid Arena" y "Atocha
¡boom!" en referencia a los atentados del 11-M en Madrid. También desde el
segundo anfiteatro se escucharon más insultos contra el Atlético de Madrid
durante todo el partido. La afición rojiblanca, con sus silbidos y gritos, hizo
que pasasen menos inadvertidos los gritos del grupo de los 'Biris'.*
La
lectura de lo anterior provoca una sensación de desasosiego, de intranquilidad
asqueada ante la pérdida de humanidad que supone el enfundarse en un uniforme
partidista para realizar tales acciones. La conversión del dolor, de la tragedia, en motivo de mofa solo es
explicable desde la pérdida absoluta de la sensibilidad humana, de la
racionalidad misma. Es la alienación del uniforme.
El
"militante", el que "milita" en cualquier facción, como nos
dice en DRAE al referirse a la "milicia", es "gente de
guerra". La "milicia", nos indica el Diccionario de la Real Academia,
en su primera acepción, es el "Arte de hacer la guerra y de disciplinar a
los soldados para ella". Pienso en Egipto, en las setenta y dos muertes del partido de fútbol de Port Said, en las veintiuna condenas a muerte que han desembocado en más muertes en los últimos días. Comenzó en un estadio. Uniformes. Sonámbulos, marionetas. Caos.
"Hinchas",
"ultras", "militantes"... son formas sectarias poseídas por
el uniforme en el que se enfundan, como señalaba Broch. La pérdida de valores
compartidos, decía el novelista austriaco, deja a la gente a la deriva y esos "uniformes"
son los troncos mediante los cuales la gente se "salva" de los
naufragios, del caos reinante, mediante un falso orden. Es lo mismo que ocurre con las
"sectas", otra forma de uniformidad mental; el débil se refugia en la
"fortaleza" del uniforme. Pero ese falso orden provoca también nuevo caos formando ciclos de destrucción.
Que
personas —simplemente personas— puedan corear gritos de burla sobre otras personas
muertas en un incidente como el de Madrid Arena o burlarse de los asesinados en
el atentado de Atocha, nos debería hacer reflexionar sobre la punta de este
iceberg, sobre el tipo de sociedad que tenemos y desarrollamos.
El
sectarismo es una de las grandes plagas modernas. Es rígido y diferencial;
busca asentarse en la distinción que se convierte finalmente en fractura. El
sectarismo niega la humanidad del otro y por eso lo convierte en sujeto de
desprecio y escarnio. No está hecho para el diálogo, sino para la lucha. El sectarismo es atractivo para muchos; su simpleza atrae.
Los que
corean en los estadios gritos crueles, insultos racistas, etc. —espectáculo
bochornoso y frecuente en muchos lugares del mundo— pisotean junto con la
humanidad de los otros su propia humanidad, que queda relegada por su misma
iniquidad. Su grotesco uniforme los posee, los convierte en marionetas cuyos
hilos son manejados desde fuera; los convierte en sonámbulos.
La
elasticidad necesaria para adaptarse a la vida queda destruida por la rigidez
inmisericorde, inhumana de ese uniforme que convierte en enemigos a todos los
que no lo llevan, en el deporte, en la política, en la religión, etc.
No
tengo la esperanza de que cuando regresaron a sus casas y escucharon
sus propios cánticos se avergonzasen. Probablemente señalaron orgullosos la
pantalla del televisor y, con un brillo en sus ojos como sonámbulos orgullosos,
dijeron: "¡yo estaba allí!"
*
Hermann Broch (2009 [1931]): Pasenow o el
romanticismo. Debolsillo, Madrid, p. 31.