Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Permítaseme comenzar con una cita de un texto de Keynes que no se encuentra en nuestra obra de hoy, pero que me parece una introducción adecuada a lo que seguirá después. La cita pertenece a la obra Las consecuencias económicas de la paz (1919):
Veo pocos indicios de acontecimientos próximos en ninguna parte. Motines y revoluciones los puede haber; pero no tales en el presente, que tengan una significación fundamental. Contra la tiranía política y la injusticia, la revolución es un arma. Pero ¿qué esperanzas puede ofrecer la revolución a los que sufren de privaciones, que no son producidas por las injusticias de la distribución, sino que son generales? La única salvaguardia contra la revolución en la Europa central está positivamente en el hecho de que ni siquiera al espíritu positivo de los hombres que están desesperados ofrece la revolución de ninguna forma perspectivas de mejora. Puede, pues, ofrecerse ante nosotros un proceso largo y silencioso de extenuación y de empobrecimiento continuado y de lento de las condiciones de vida y bienestar. Si dejamos que siga la bancarrota y la ruina de Europa, afectará a todos a la larga, pero quizá no de un modo violento e inmediato.
Esto tiene una ventaja. Podemos tener todavía tiempo para meditar nuestros pasos y para mirar al mundo con nuevos ojos. Los acontecimientos se encargan del porvenir inmediato de Europa, y su destino próximo no está ya en manos de ningún hombre. Los sucesos del año entrante no serán trazados por los actos deliberados de los estadistas, sino por las corrientes desconocidas que continuamente fluyen bajo de la superficie de la historia política de las que nadie suele predecir las consecuencias. Solo de un modo podemos influir en estas corrientes: poniendo en movimiento aquellas fuerzas educadoras y espirituales que cambian la opinión. La afirmación de la verdad, el descubrimiento de la ilusión, la disipación del odio, el ensanchamiento y la educación del corazón y del espíritu de los hombres deben ser los medios. (190-191)*
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El autor, Sir Robert Skidelsky |
El fragmento es extraordinario porque nos muestra sintéticamente el pensamiento de John Maynard Keynes en su plenitud de preocupaciones, diagnósticos y remedios. Señala los problemas de un empobrecimiento contra el que no cabe la personalización de la tiranía, del que queda excluida la revolución como solución. No ve estallidos de furia ante situaciones concretas, sino un lento empobrecimiento y pérdida de capacidad de reacción. Intentar predecir acontecimientos y consecuencias de acontecimientos es desconocer el funcionamiento de la Historia y un trabajo vano. Y finalmente señala lo que considera un remedio: los estadistas no deben tratar de descifrar lo indescifrable, sino tratar de mejorar la situación de sus pueblos a través de su educación. Con pueblos mejores, más y mejor educados, en un sentido que veremos más adelante, los peligros del futuro son ya de otra naturaleza. El secreto del éxito está en la gente.
La idea que podamos tener hoy de lo que es y cómo trabaja un economista no vale para analizar a Keynes, fruto de una época en transición cultural representante de una especie de intelectual en estinción. Tal es la idea, que compartimos plenamente, manifiesta en las páginas de la obra de uno de los grandes especialistas en John Maynard Keynes, Robert Skidelsky, catedrático emérito de Economía Política de la Universidad de Warwick, y autor de una biografía de Keynes merecedora de diversos premios. El regreso de Keynes** es una obra de gran interés para el conocimiento general de Keynes con aspectos que habitualmente no se recogen en las obras de Economía y, especialmente, en su aplicación a la situación actual, es decir, a la crisis que vivimos.
Esta doble perspectiva, la personalidad y los fundamentos intelectuales de Keynes, dotan a la obra de su peculiar estilo, contenido y estructura. Hemos dicho “personalidad” y no “vida” porque no se trata de una biografía, de hecho los acontecimientos de la vida se mantiene medianamente distantes y solo son invocados cuando justifican la explicación de un elemento de su formación que se traduce en idea. La existencia de una crisis de las características de las actuales dirige el contenido de la obra. Esta tiene una presentación de las ideas de Keynes desde la perspectiva de lo que ocurre hoy, que es contrastado de forma permanente para su análisis. Y finalmente determina su estructura, que comienza con un análisis del tipo de crisis que tenemos, lo errores cometidos y su origen intelectual, desarrolla una síntesis de las principales ideas keynesianas y finaliza con un “Keynes hoy” que trata de confrontar ideas y situaciones reales.
Hacia el final de la obra, en sus últimas páginas, Robert Skidelsky señala:
La tesis en la que se basa este libro propugna que, subyacente a la continua sucesión de crisis financieras que hemos experimentado recientemente, está el fracaso de la teoría económica para tomarse la incertidumbre en serio. Ha ocultado esta negligencia por medio de unas sofisticadas matemáticas.
Keynes no creía que toda la vida económica fuera incierta. La teoría clásica era apropiada para muchos mercados y problemas: para la mayoría de los mercados de bienes de consumo, así como para las políticas de fijación de empresas e industrias. En estos casos era razonable suponer que había agentes a los que motivaba el interés personal y que poseían conocimientos suficientes de las condiciones del mercado para alcanzar sus objetivos. El problema era que la teoría clásica había colonizado todo el ámbito de la actividad económica, incluyendo todas aquellas actividades cuyos resultados eran inciertos. A consecuencia de ello, se sobrestimaba enormemente la estabilidad de la economía de mercado, y se extraían conclusiones engañosas para la política. El ataque de Keynes no iba contra la teoría clásica como tal, sino contra su objeto y aplicabilidad. (216-217)**
Si hay una idea que subyace en todo el pensamiento de Keynes, que se extiende desde su origen profundo hacia las manifestaciones más específicas, es la idea de “incertidumbre”. Es sobre este concepto sobre el que gira todo su pensamiento determinándolo. Y la incertidumbre, como bien señala Skidelsky, no es “riesgo”, que sería un concepto en un orden inferior.
“Incertidumbre” es, en este caso, un concepto filosófico que sirve de marco a muchos otros y que queda reflejado en el fragmento con el que iniciábamos este texto, Las consecuencias económicas de la paz. “Incertidumbre” significa, en definitiva, una forma de percibir el mundo y nuestras relaciones con él. Toda la teoría económica, en especial su concepción del dinero, parte de ahí. El dinero es una forma de protegerse de la incertidumbre, es decir, de los cambios que no podemos prever. Los sujetos tienen que estar tomando decisiones permanentemente sobre sus acciones en el mundo. El hecho de que crean que tienen la información suficiente y su valoración de la relación existente entre lo conocido y lo desconocido es relevante y determinante. Toda decisión es el resultado de una evaluación del futuro con una cantidad determinada de información.
El hecho de que en la economía se parta de agentes racionales, no significa que el mundo sea racional ni previsible. Como saben las personas sensatas, solo los imprudentes creen que pueden saberlo todo. La vida no es controlable y ante esto, lo único sensato es la prudencia. Lo demás es incurrir en una “soberbia del conocimiento”, es decir, la presunción de que se puede tener un conocimiento de lo que va a ocurrir más allá de lo que es sensato esperar. La obra de Keynes parte de una epistemología que deriva en una psicología del comportamiento económico y finalmente en una teoría de la decisión: partimos del principio de que no podemos controlar o saber el futuro; eso nos hace enfrentarnos a él desde una construcción de universos estables, físicos y mentales, y, finalmente, actuamos a través de decisiones ajustadas que son el resultado de lo anterior, de nuestra forma de concebir el mundo.
Lo contrario es creer que podemos tener información suficiente y representarnos un futuro sobre el que —al estar seguros— apostamos demasiado. Las herramientas matemáticas, la sustitución de la realidad por los modelos nos inducen a tomar riesgos crecientes. Cuando se produce una turbulencia, un imprevisto histórico, todo se viene abajo con efectos destructivos demoledores dado lo mucho que se arriesgó y lo falaz de nuestras mentiras y autoengaños para avanzar en el riesgo creciente.
Hay crisis que, como la financiera que padecemos, se producen cuando se ignoran estos fundamentos y se pretenden repartir los riesgos pensando que así dejan de existir. Es la imprudencia que se basa en la creencia en las falsas seguridades la que nos arroja al desastre. Y más si se ha perdido el sentido de responsabilidad y se aborda desde un deseo fraudulento.
La creencia en que nosotros no somos los que controlamos el mundo, sino que solo vivimos en él tiene profundas consecuencias en la toma de decisiones. Las personas se hacen prudentes y toman decisiones prudentes. Aprenden que la mejor manera de no tener un futuro inestable es tener un presente estable. Lo que tenga que ocurrir ocurrirá, lo imprevisible —un tsunami—; lo sensato es avanzar con tiento, parece decirnos Keynes. Los irresponsables son los que pretenden poseer un conocimiento total, que excluye todo imprevisto, y acaba arrastrando al sistema a las crisis.
Por eso los principios que Skidelky señala como rectores del pensamiento keynesiano se derivan no de la Economía, sino de un estamento superior y anterior que es la Ética, de la cual se derivan los principios responsables en un mundo incierto. Señala el autor:
El enfoque ético de Keynes ofrece consideraciones que han adquirido una nueva importancia en el contexto de la actual «crisis del capitalismo».
En primer lugar, y de la mayor importancia, mantiene viva la transcendencia de tener una idea de la buena vida. Sin ella, la actividad económica tiende a ser simplemente un envidioso esfuerzo por la ventaja relativa, sin ningún término natural.
En segundo lugar, introduce la relevancia de la filosofía para la economía. Keynes no fue un liberal económico, en el sentido actual, sino un liberal filosófico, pues reflexionó constantemente sobre la relación entre objetivos económicos, objetivos no económicos y comportamientos […]
En tercer lugar, nos obliga a plantearnos cuál es la finalidad de la actividad económica. En general, él creía en un óptimo de Pareto-ético: el progreso material aumentará el bienestar del universo hasta el punto en que comience a disminuir la cantidad de bondad ética. Al abogar por el patrocinio del Estado sobre las artes y el embellecimiento de las ciudades proporciona un argumento de base ética para la acción pública para influir en la composición, así como en el nivel, de la demanda.
En cuarto lugar, Keynes mantuvo viva la idea del «precio justo».
Por último, planteó la cuestión de si la moral puede sobrevivir a largo plazo sin religión. (179-180)
Creo que es un buen resumen de ese primer nivel, de ese macro nivel envolvente o fundamental, en el cual se desenvuelve el pensamiento keynesiano. Es desde esos principios y preocupaciones desde los que se puede empezar a pensar económicamente. Algo que Skidelsky recrimina a muchos neokeynesianos, los autores que trataron de reconstruir desde los 80 un Keynes alejado de sus principios fundamentales y aquejados muchas veces de los mismos defectos que el propio Keynes había denunciado: la matematización excesiva, la creencia en que el modelo es igual que la realidad que representa, el carácter abstracto del pensamiento frente a los hechos y el sentido común y, especialmente, el pecado de la soberbia del conocimiento, es decir, la creencia en que se pueden tomar todo tipo de decisiones porque conocemos suficientemente el futuro.
Habría que añadir otro pecado capital: el de una economía que no tiene como fin la mejora social porque ha perdido su carácter ético de compromiso. En este sentido, la intervención de los gobiernos en la economía va más allá del control, ha de estar orientada a la mejora social. Para Keynes, la intervención gubernamental no es una cuestión de restricción de libertades sino, por el contrario, para la creación de una sociedad que pueda acabar disfrutando de su propia libertad en un entorno estable y de calidad. Para Keynes, la economía no debía buscar otra cosa que la creación de las condiciones para que la “vida buena” fuera posible. Es ese concepto el que se ha pervertido desde la degradación de fines sociales y particulares que Keynes no hubiera entendido como una libertad, sino como un deterioro de ella. En el fondo, hay un ideal platónico e ilustrado, una concepción de una sociedad cuya aspiración final no es material sino espiritual. Los logros materiales no son más que la liberación del ser humano de la dependencia de unas necesidades que le impiden ser feliz y disfrutar de esa “vida buena”. Est vida es posible cuando se han cubierto los mínimos y se ha llegado a una sociedad en la que las personas pueden empezar a preocuparse por el disfrute de bienes superiores, pueden acceder a los placeres del conocimiento, la bondad y la belleza. Recuerda esta idea de Keynes la aspiración hölderliniana de una “sagrada teocracia de lo bello”, un mundo en el que fuera posible vivir en disfrute de lo bueno que la vida y el Arte, como plasmación de la aspiración humana a la Belleza y al Bien, encarna. La Política es el arte de llevar a los pueblos hacia ese ideal de vida.
La recuperación de una finalidad ética de la política y la economía, de la ciencia incluso, es una demanda que cada vez se hace más presente e imperiosa. Lo que Keynes planteaba no era otra cosa que una vida con principios que comprometieran al individuo consigo mismo y con los demás. Este era el compromiso de la función pública y los gobiernos. La era poskeynesiana abrió, por el contario, el paso a enfoques muy distintos en casi todos los ámbitos. Las necesidades no son ya algo que hay que superar, sin algo que hay que utilizar y fomentar para el consumo. Se crece para crecer, sin objetivo: Se crece económicamente, pero no se madura ni social ni individualmente. Recuperar un Keynes intervencionista sin plantearse el sentido ético de las intervenciones es absurdo porque es seguir moviéndose en un terreno cada vez más arriesgado. El desprecio de Keynes al “amor al dinero”, al dinero por el dinero, es decir a la avaricia y la codicia, se fundamenta en su idea de que el dinero debía servir para algo, y para algo bueno. Su racionalidad estaba en la vieja concepción de que quien conoce el bien quiere el bien. Por el contrario, el concepto de acumulación , de“más es mejor”, carece de fines y, por tanto, de justificación ética o moral. Por eso para Keynes —y por eso comenzamos desde ahí—, lo esencial es la mejora educativa de los pueblos para que puedan elegir bien: puedan elegir bien a los que han de administrarles y puedan elegir bien en qué invierten el tiempo de su vida, el auténtico bien escaso. El embrutecimiento que hoy vivimos no es el mejor camino.
Esa moderación que pretende fijarse en las tablas pétreas de la Constitución española, mejor haría en intentar inscribirse en el espíritu de los ciudadanos y de los dirigentes políticos y empresariales mediante la educación, el factor que se deja fuera siempre. La educación no es la formación técnica y profesional, como nos repiten hoy los que deberían responsabilizarse de la formación social. No tiene nada que ver con la competitividad, que desgraciadamente nos obsesiona. Es esencialmente, y en paralelo, una formación ética y moral, una formación en fines y límites, una formación en lo que es deseable y aconsejable, personal y colectivamente. En suma una formación de ciudadanos, personas con aspiración a mejorar en lo personal y comprometidas con los demás en una sociedad con una voluntad común de progreso real. Mientras no se produzca esa escritura y lo que se ofrezca como sociedad sea el embrutecimiento colectivo a través de un consumismo que solo tiene como objetivo el enriquecimiento económico y no la prosperidad social, que es un concepto que abarca lo material, pero también lo espiritual, no servirá de mucho que escribamos nuestros compromisos en letras de oro sobre el mejor mármol.
Lo que deberíamos aprender y recuperar de Keynes es el Keynes que hemos sepultado, el que creía en algo hoy en desuso, la idea de un bien común y de la responsabilidad de políticos e intelectuales haciendo suya la causa de todos: la mejora social. Una sociedad mejor es una sociedad que sabe ser moderada y armoniosa en sus demandas porque ha aprendido a fijarse en lo que es importante y esencial en la vida y rechaza lo superfluo y banal. Lo que orienta finalmente la demanda es la formación del gusto, un gusto que es capaz de apreciar y reconocer, como señalaba Keynes, la “vida buena”, la que tiene por objeto la maduración de las personas y no la acumulación indiscriminada e infantil de bienes que caracteriza a nuestras sociedades consumistas, desprovistas de criterios capaces de discriminar entre lo esencial y lo trivial, entre las personas y lo que simplemente acumulan. Una sociedad que deje de admirar el dinero y se preocupe del bien que se puede generar con él.
La obra de Robert Skidelsky es altamente recomendable y no solo a los interesados en la Economía, porque —como hemos dicho— la Economía no es algo que competa solo a los economista, una ciencia oscura y críptica, sino la traducción de nuestros sueños y deseos a acciones. La lección de Keynes es que mejoremos en nuestros sueños y deseos y así serán mejores nuestras acciones y contribuirán a un mundo mejor en el que podamos seguir soñando sin pesadillas. O con las justas.
* John Maynard Keynes (2010 3ª ed.): Las consecuencias económicas de la paz. Col. Biblioteca de Bolsillo. Crítica, Barcelona.
** Robert Skidelsky (2009):
El regreso de Keynes. Crítica, Barcelona. 249 pp. ISBN: 978-84-9802-033-8.