Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La victoria de Mohamed Morsi, el candidato de la Hermandad
Musulmana abre tantas puertas como cierra. La fractura prácticamente del
cincuenta por ciento de la población no debe engañar en cuanto a los apoyos que
cada uno tiene. Más parece una excusa para que la SCAF siga sosteniendo que el
ejército es neutral y debe seguir manteniendo las dos partes de Egipto en sus
rincones del cuadrilátero para mantener la paz.
El dilema que los egipcios han tenido que vivir ha sido muy grande.
El proceso político para salir de la dictadura hacia una democracia no ha
concluido y puede que tarde en cerrarse. Lo importante es la determinación del
pueblo egipcio para completar una revolución que comenzó teniendo claro lo que
no querían y fue avanzando hacia la oscuridad en la que la sumía la política
rastrera de la SCAF, brazo armado de un régimen que se resiste a dejar el
poder.
Se ha dado un paso, pero solo uno y habrá que determinar
hasta dónde llega la zancada. Lo importante es que los egipcios hayan
comprendido cuál es la resistencia a la que se enfrentan para conseguir sus deseos.
Si la Hermandad entiende que las grandes diferencias existentes en Egipto no se
deben agrandar mediante un radicalismo que le obligaría a asumir el papel
represor justificador de los militares durante años, que democracia no
significa solo conseguir el poder, sino garantizar los derechos de todos,
aunque no piense como ellos, que pueden tener un programa político pero que eso
no los convierte en dictadores de costumbres o conciencias; si la Hermandad,
como decimos, logra entender todo eso, habrá hecho un servicio importante al
futuro de Egipto.
Las salidas de las dictaduras siempre son distorsionadas por
los restos que se resisten a dejar su poder. Las resistencias en Egipto son y
serán brutales y requerirán de toda la capacidad de los políticos para poder
llegar a acuerdos que les permitan recabar los apoyos necesarios más allá de
ese cincuenta y uno por ciento e votantes. Los que han votado por Shafiq unos
lo han hecho por amor al “dictador”, otros por amor al “orden” en general —frente
a una revolución que consideran caótica y ruinosa—, y otros por intentar
continuar algo que valoran, su individualidad, en peligro ante un programa
político religioso. Los que han votado a Morsi lo han hecho unos porque creen en
la Hermandad y otros porque querían enterrar los restos del régimen de Mubarak
representados por un Shafiq militar. Muchos lo han entendido por encima de sus
políticos.
En medio, los egipcios ya empiezan a hablar de un “tercer
bloque”, el de los que no comparten los principios de unos u otros. Para que
ese bloque se pueda formar, tiene que ir perdiendo influencia y peso en la
sombra el régimen de Mubarak, prácticamente intacto y repartido por toda la
sociedad egipcia en forma directa e indirecta. Para muchos ha sido un arranque
frustrante de la democracia, en la que no se han visto reflejados hasta el
momento, porque la añoranza de la dictadura no puede ser un “partido” político,
especialmente si la dictadura sigue presente. Shafiq no es un partido, no hay
nada tras él más que la sombra del Ejército y el temor al integrismo, y es de
esperar que su presencia se disuelva en esas mismas sombras. Lo que quedará
entonces es un país políticamente cojo, sin oposición que represente a los que
no comulgan con las ideas de la Hermandad. Por eso deben asumir lo atípico de
este arranque de la democracia y tratar de avanzar hacia la normalidad con el mayor número posible
de apoyos.
Mohamed Morsi es el primer presidente civil en la historia
de Egipto. Es el primero que no lleva uniforme desde que en los años cincuenta
se dio el golpe de estado que llevó a los militares al poder. Una vez que el
Ejército, a través de la SCAF y de las tropas mismas, decidió convertirse en
actor principal de la revolución egipcia, imponiendo sus criterios e intereses
frente a los intereses del pueblo, eligió un camino complicado y sangriento
para todos. Lo que podía haber sido una fiesta de la democracia, un ejemplo, se
convirtió en un ejercicio de manipulación colectiva y de violación permanente de
derechos en un país que ya los tenía bastante recortados. Y no se ha terminado.
Mohamed Morsi no tiene un camino fácil por delante. La SCAF,
que sigue en el punto de mira de la gente, pondrá todos los obstáculos posibles
y tratará de recortar los poderes de todos los que puedan hacer sombra y
peligrar sus intereses. Se le ha elegido presidente sin saber cuáles serán sus competencias.
Se ha disuelto el parlamento sin más y se han asumido también sus poderes.
Morsi es ahora mismo un presidente fantasmal, sin realidad administrativa,
pendiente de que alguien le dé cuerpo. Disuelto el parlamento, no hay voz capaz
de decirle qué debe hacer ni dónde. Es un caso insólito, único. La única voz
que queda es la de la SCAF. Y los problemas del país, paralizado, se siguen acumulando sin que nadie los solucione.
Hace tiempo advertimos sobre el peligro de una situación a la turca, un gobierno islamista y un
ejército tutelar en permanente riesgo de golpe de Estado, convertido en
contrapeso ideológico armado. Parece que ese escenario posible ha ido tomando
realidad.
En estos momentos, la mejor estrategia de Morsi sería
rodearse de todas las fuerzas políticas e instituciones capaces de apoyarle
como representante electo de los egipcios, hacer avanzar los principios de la
revolución y empezar a buscar apoyos internacionales allí donde pueda lograrlos,
dejar de visitar el Golfo y recorrer el mundo para ver más allá de las arenas
del desierto ideológico. Para conseguirlo tendrá que guardar en la maleta
muchas cosas a la espera de mejores tiempos, de tiempos más seguros, o
sencillamente dar el salto hacia el futuro que su pueblo merece. En sus manos
está cumplir con la revolución o hacer añorar la dictadura, algo que sería
dramático para el país.
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