Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ayer
falleció nuestra amiga Ana. Somos muchos los que nos hemos quedado sin ella. La
familia, los primeros; después todos los amigos que la queríamos. La hemos
perdido todos y somos muchos.
Ana era
una persona atípica por muchos motivos, singular por su forma de ser. Catedrática
de Lengua Española, manifestó en su campo de trabajo la misma singularidad que
en las demás facetas de su vida. Se dedicó a trabajar en el campo del coloquial
cuando nadie trabajaba en ese campo. Produjo el magnífico "Morfosintaxis
del español coloquial. Esbozo estilístico" (Gredos 1992), que ha sido un
texto de referencia cuando los lingüistas huían de la pragmática y del
coloquial. Después trabajó en campos poco transitados. Como editor, publiqué a
medidos de los noventa un artículo suyo sobre los grafitis que fue pionero y
que ha sido el artículo más consultado, con cientos de miles de lecturas, durante
años en la revista. Se centró en otros campos, especialmente en el del lenguaje
del humor y también en la cuestión del género en el lenguaje, convirtiéndose en respetada especialista. Sus preferencias,
como puede apreciarse, eran por la parte viva del lenguaje, su desarrollo a
través de la manifestaciones reales. Entre la teoría y la práctica, se quedaba con la práctica, con lo vivo.
Me pidió
crear una sección en la revista —se llamó "El cajetín de la Lengua"— para
ocuparse de las dudas y problemas que plantea el uso de lenguaje a los
profesionales del periodismo. Se le pidió que rehiciera el Libro de Estilo del
diario ABC y aceptó el reto, dejando un magnífico texto, prácticamente nuevo.
Le
gustaba enseñar a periodistas y lo hizo en la Facultad con los alumnos de
primero, cuando la hubieran disfrutado más los de quinto. Creó un Título de Experto para tratar los problemas de la lengua en los medios de comunicación y
dio clases habitualmente en másteres destinados a periodistas.
En el
ambiente de los comunicadores se encontraba mejor que en otros. Llegó a la
Facultad de Ciencias de la Información y se quedó allí, muy a gusto. Los alumnos son muy creativos, decía. Eso
significó —así de injusta es la política universitaria— que su cátedra tardó
más de la cuenta para sus méritos reconocidos y acumulados. En un tribunal le preguntaron intencionadamente
si no preferiría estar en una facultad de Filología y les dijo que estaba
contenta donde estaba.
Le preocupaba más estar con la gente que le apetecía que otro tipo de escalinatas que la gente lleva en la mente. Trataba de disfrutar lo que hacía, por más que siempre estuviera agobiada.
En una
ocasión le pedí que me dejara para echarle un vistazo unas actas de un congreso
celebrado en Alemania. Se lo devolví varios días después.
—¿Qué
son todos estos papelitos que has puesto? —me preguntó.
—Son
las páginas en las que se te cita —le contesté.
La
vanidad profesoral nos hace mirar índices, notas y bibliografías en busca de
nuestros nombres; a ella ni se le había ocurrido. Podía tener otros defectos,
pero desde luego no el más frecuente en nuestra profesión.
A ella
le debo el contacto con Egipto y las relaciones posteriores. Le llegaban
derivadas tesis que le remitían desde otros departamentos, tesis que desafiaban
el academicismo imperante y que ella aceptaba como reto, sobre todo por las
personas, por no dejarlas tiradas con sus proyectos. Se lanzaba de cabeza y lo
hizo muchas veces. Fruto de una de esas tesis surgió un proyecto de investigación
con la Universidad de El Cairo, donde era muy querida por sus profesores,
recibiendo una medalla como reconocimiento durante las celebraciones de los 25
años del departamento de español.
Como escribí una vez a raíz de una historia que me contó, a nosotros nos pasan "cosas" a Ana le pasaban "anécdotas". Su espontaneidad permanente le llevaba a exteriorizar sus reacciones sin callarse lo que se le pasaba por la cabeza, dando lugar a situaciones que contaba con todo tranquilidad entre risas. En una ocasión, se encontró con un afamado lingüista de nombre poco frecuente.
—¿A que
le has dicho que "¡vaya nombre"!? —dije cuando me lo contó.
—¿Y tú
cómo lo sabes? —dijo echándose a reír.
La vida
nos lleva en los momentos más imprevisibles, en los que parece que estamos tan
satisfechos que parece que nada nos puede ocurrir. Salió para Estados Unidos a
pasar un año con un proyecto de investigación en una universidad y acompañar a
su hija, una auténtica pasión en su vida. La despedimos con una cena para
desearle lo mejor y compartir su ilusión por el año que tenía por delante. Y a
mitad de estancia, las cosas se torcieron y tuvo que regresar. Tuvo una gran
entereza y pensó en los suyos antes que en ella, en tratar de ahorrarles el
mayor sufrimiento, agradeciendo cada día lo mucho que se ocupaban de ella.
Quiero
recordar a Ana Vigara como la vi tantas veces, en tantas horas de regreso en
coche a casa juntos, tantas comidas, tantos cafés, tantos congresos,
discusiones, charlas, risas... Quiero recordarla apuntando chistes y
ocurrencias en servilletas de papel para que no se le olvidaran e incluirlas en
sus artículos sobre el humor. Quiero recordarla discutidora como yo, los dos mano a mano, erre que erre. Quiero recordarla acogiendo
gatos y personas, por buen corazón. Quiero recordarla desesperada delante de un
ordenador diciendo que ella "no había tocado nada, que ya estaba así".
Creo que así la recordamos todos. Porque así era y con muchos otros matices que la vida va permitiendo apreciar y que se han quedado por desarrollar, en el tintero.
Qué homenaje más precioso. Se me han caído las lágrimas al leer tu texto, recordando a Ana y los momentos en que coincidí con ella, era simplemente genial. Lo siento tantísimo...
ResponderEliminarGracias, Alma. Acabamos de regresar de despedirnos de ella. Es un vacío para todos los que tuvimos la suerte de conocerla y quererla. Es una pérdida muy grande; una buena persona se ha ido. JMA
ResponderEliminarTodos, Joaquín, todos los que la hemos conocido, queremos recordarla así... Para mí hoy ha sido un palo, el viernes te iba a preguntar por ella pero te me escapaste. La recordaré siempre, con sus consejos, con su sinceridad, su comida para gatos, su sonrisa imposible de quitar, sus ideas, sus bondades. Es de las pérdidas más grandes que he tenido. Todavía la recuerdo aquel día diciéndome "son muchos años" y la recordaré siempre, porque lo eran. Era lista, ingeniosa, chispeante, capaz, inteligente, buena, cariñosa, emotiva. Grande. Era grande. Sigue siendo grande. Un beso enorme, Joaquín.
ResponderEliminarOtro para ti, Belén. Efectivamente, lo era, sin comparaciones porque solo hay una. Si se puede decir algo de Ana es que solo trataba de ser ella a todos los efectos y en todos los planos.
ResponderEliminarDescansa en paz, Ana, "habebty" (cariño). Uso la misma palabra con la que muchas veces te me dirigías. La pérdida es descomunal y no tengo palabras...¿Recuerdas, Ana, cuando te conté alguna vez que tuve contacto, en mis sueños, con la gente querida que había perdido? Me escuchabas con atención e interés.... Ahora me da fuerza y paciencia la esperanza de tener contacto contigo... Esperaré que me visites en mis sueños... Y mientras tanto, cuidaré a mis alumnos con amor y cariño, como lo hacías conmigo; trataré de "ser elegante" en mis reacciones especialmente con la gente que me es injusta. De eso me aconsejaste un par de veces; seré como soy y como más me apetezca; no olvidaré cuando me lo dijiste...Te quiero, Ana.
ResponderEliminarTuve la suerte de ser alumna de Ana Vigara, allá por el 2000. Tanto me gustaron sus clases, su cercanía, su claridad de ideas, que aun habiendo pasado varios años, seguía hablando sobre ella a mis amigos y a mi familia. Y ahora, que estoy fuera de España, han sido precisamente mis padres los que me han comunicado la triste noticia, cuando reconocieron su nombre en un periódico. A pesar de no tener contacto con ella, hoy ha sido un día muy, muy triste para mí. Es una profesora que nunca olvidaré. Todo mi cariño para su familia y amigos. Un abrazo. Gracias, Ana.
ResponderEliminar¡Muchísimo la queríamos! Gracias Joaquín por tan bonitas palabras y tan buena manera de recordarla, como la luz que era. Yo siempre digo que hay dos personas que tienen la culpa de que yo me haya metido en esto de ser profesora de universidad: tú, Joaquín, mi mentor científico y ejemplo del profesor de verdad, como ya quedan pocos, y Ana, porque teníamos orígenes sociales parecidos y yo también me siento bastante bicho raro entre tanta gente que es académica de pedigrí y con 7 generaciones de profesores a sus espaldas... Además era de las pocas personas que a pesar de su gran inteligencia y valía profesional no era arrogante, sino cercana, humana y llena de humor. Descanse en paz, profesora, amiga, siempre.
ResponderEliminarGracias, Susana. Yo siempre digo que hay dos personas que han justificado mi actividad académica de todos estos años, una de ellas eres tú. Algunos profesores, Ana entre ellos, prefieren transmitir el conocimiento no como algo distante, sino como algo que involucra a la personas, a quien da y a quien recibe. La proximidad de Ana a las personas era parte de su personalidad irrenunciable, porque no quería ser de otra manera, establecer barreras aristocráticas. Sencillamente, pasaba, no era su estilo. No te haces profesor para alejarte de la gente sino para acercarte. Eso no se entiende en un mundillo que ama las jerarquías y las distancias. Para ella fue una dura lucha llegar hasta donde llegó porque no era amiga de castas, grupos o de cálculos interesados en las relaciones para medrar. Era amiga de sus amigos y trataba de ser amiga del mayor número posible. Por eso tiene tanto cariño de tanta gente, de los que descubrían que tras la persona desenfadada no había una pose, sino otra persona desenfada. Un abrazo, Susana.
ResponderEliminarQue pena profe :( La recuerdo con mucho cariño!!!!
ResponderEliminarUna pena enorme sin dudas. Conocerla fue maravilloso, siempre atenta y cariñosa.
ResponderEliminarSi, Samantha, una verdadera pena y grande, que iremos comprendiendo en el tiempo. La pregunta no es por qué pasan las cosas, sino cuánto nos queda, y Ana nos dejó mucho a todos. Llega el momento del recuento. Un saludo, Samantha. // Sí, Violeta, siempre lo fue o trató de serlo para mucha gente. Saludos
ResponderEliminarGracias, Joaquín por tan bellas y sentidas palabras. Como bien dices, somos muchos los que que la llevaremos siempre en nuestro recuerdo por su empatía, su gracia y su generosidad en todos los ámbitos. Lo único que consuela de su pérdida es saber que fue muy querida y que fue consciente de ese cariño.
ResponderEliminarGracias, Justina. Efectivamente. Ver el reconocimiento de las personas es siempre un consuelo porque comprendes que son muchos los que han podido apreciar su forma de ser y dimensión humana, que no es algo solo entre algunas pocas personas, sino que lo llevó como una constante. Quien quiso conocer a Ana, pudo hacerlo porque no se escondía. Un abrazo
ResponderEliminarQuerido Joaquín.
ResponderEliminarHasta hoy me he enterado de la muerte de Ana y aún sigo sin comprenderlo, no logro comprender las palabras con las que me dijeron que había muerto, aún no parece real, pero en su partida me dejó muchas cosas que aprendí con ella, historias que ahora le cuento a mis alumnos y entre otras tantas cosas, el inolvidable recuerdo del abanico color lila que siempre me cedía para aplacar mis inexplicables calores de invierno. Estará siempre presente. Un fuerte abrazo desde aquí.
Querida Elina: Sí, hay cosas que son incomprensibles por más que nos las expliquen, que nos den cuentas de enfermedades y procesos. Volvemos al punto de incomprensión, de resistencia. Ana está en nosotros con todos esos detalles, gestos y momentos con los que tratamos de combatir las ausencias, detalles absolutamente reales, concretos y palpables. Al leer tu comentario he revivido aquella imagen del abanico y de los calores y sofocos invernales. Son los pequeños momentos que nos vinculan con los demás y que no perdemos aunque no estén. Nos reunimos el otro día para su funeral en la Facultad y salieron muchas historias concordantes, señal de que fue ella siempre que pudo y eso da unidad a nuestros recuerdos. Sentimos que todos hablábamos de la misma persona. No llegaremos a comprenderlo nunca. Y quizá así tiene que ser. Recuérdala contándola. Un fuerte abrazo, JMA
EliminarTuve la inmensa suerte de ser su alumna en el Máster de ABC y de aprender mucho más que a usar correctamente el español: aprendí a ir por la vida siempre con la sonrisa puesta. He recibido con muchísima pena la noticia y quiero mostrar mi apoyo a todos aquellos, en especial a su familia, que han sentido su ausencia. Todo mi cariño para ellos.
ResponderEliminarGracias, Estrella. No es mala enseñanza para la vida y muy propio de ella. Se lo transmitiré a la familia. Un saludo, JMA
EliminarPrecioso texto y precioso homenaje. Sin apenas conocerla, tengo ahora la sensación de haberla conocido muy bien. Gracias, Joaquín. Seguro que a ella le habría encantado.
ResponderEliminarGracias, Isabel. Eso me gusta pensar, que ella se reconocería en el retrato. Ana no era muy diferente, porque era ella desde el principio. Podías descubrir cosas nuevas, pero todas en la misma dirección. Un abrazo, JMA
EliminarNo salgo del asombro…
ResponderEliminarAcabo de enterarme…
Lo siento, lo siento tanto!!
Querido Joaquín, gracias por este blog, gracias por este hermoso homenaje, gracias por seguir escribiendo!
Además de una gran profesional, Ana era un ejemplo de humanidad, de cercanía. Tengo presentes su chispa, su sonrisa y sus palabras de ánimo. Ana se acercó con mucho cariño a mí. Siempre que me veía, me decía algo en rumano, como guiño a mi origen. Siempre me hablaba como si me conociese de toda la vida, con mucho amor. Porque Ana era amor! Y ahora Ana está en todos nosotros (como bien dices, Joaquín).
Querida Ana, te echo de menos!
Querida Iuli: Estás describiendo a Ana como la ha visto todo el mundo, como una persona absolutamente próxima, sin doblez. Te trataba como ella pensaba que era mejor, diciéndote esas cuatro palabras rumanas que confesaba que le costaba aprender pero que se empeñaba en recordar. Te decía algo en rumano y luego riéndoese eso "¡No sé más, porque yo, para eso de los idiomas, soy un desastre!" Efectivamente no trataba de mostrar que sabía algo de rumano, sino de hacer un gesto de amistad. Es lo que le viene a la mayor parte de la gente como primer recuerdo, lo poco que le interesaba ser distante y su esfuerzo por estar próxima. Un abrazo para todos, Iuli. JMA
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