Joaquín Mª
Aguirre (UCM)
The Washington Post dedica un artículo a hablar del estudio
publicado hace unos pocos días en el Journal of Neuroscience sobre un comportamiento
complejo, entre la impotencia y la desesperanza, "helpless". Así lo
ha definido el autor del estudio: “This helpless behavior is quite similar to
what clinicians see in depressed individuals — an inability to take action to
avoid or correct a difficult situation”* Se trata del sentimiento que niega la
posibilidad de hacer porque no ve sentido a nada ni cree que lo que se haga
sirva para cambiar el rumbo de los acontecimientos ni la situación en la que
uno se encuentra. En este estado, como en las depresiones, todo se vuelve
inútil y penoso, un esfuerzo colosal para un mínimo beneficio. Todo parece
imposible de cambiar.
El artículo nos habla de que esa impotencia puede ser
"aprendida", condicionada:
In his famous 1967 experiment on dogs, American
psychologist Martin Seligman discovered that helplessness can be learned. He
put a dog into a box with two chambers divided by a barrier that could be
jumped over. When one chamber became electrified, the dog ran around
frantically, finally scrambling over the barrier to escape the shock. In later
trials, evading the shock becomes easier and easier for the animal until it
would just stand next to the barrier waiting to jump.
But the outcome is much more grim if a dog
first learns that electric shocks are uncontrollable and unavoidable. If
animals are repeatedly shocked while tied up beforehand, then later placed in
the same box free to roam, most didn’t jump the barrier. Instead, they lay down
while whining and taking the jolt. Subsequent trials showcased the animal’s
same passive, defeatist response.
Seligman formed a theory he called learned
helplessness. It occurs when an animal or human has learned that outcomes are
uncontrollable and thus fails to take any action in the future despite a clear
ability to change its situation.*
La "impotencia aprendida" es mucho más frecuente
de lo que pensamos y puede tener carácter social a través de lo que llamamos
"derrotismo", la sensación de que nada puede ser cambiado, con la
frustración consiguiente y abandono de metas. ¿Para qué actuar, si nada
cambiara con lo que hagamos?
Como seres humanos necesitamos del estímulo de creer en lo
que hacemos; necesitamos objetivos que nos parezcan factibles y nos
proporcionen la gratificación necesaria para seguir adelante. Ni en lo personal
ni en lo social es posible avanzar si se tiene esa sensación de impotencia y
desesperanza que encierra el término "helpless", que va creciendo con
la constatación de que nada cambia o que nada cambiará hagamos lo que hagamos.
Dice una de las investigadoras del estudio realizado que en
los experimentos, el 20% de los ratones a los que se ha sometido a estos
procesos desarrollan un comportamiento que refleja esa "impotencia
aprendida", y señala:
“They sit in the corner and just take the
shock,” said study author and biologist Zina Perova, who worked on the study in Li’s group as a graduate
student. “It’s this belief of ‘No matter what I do, it won’t change anything’ —
it’s hopelessness.”*
Creo que cada vez hay más gente que desarrolla un
comportamiento similar al de esos ratones que se limitan a recibir la descarga
porque no tienen ninguna esperanza de cambio y no piensan que esté en su mano.
En estos días postelectorales han sido frecuentes las
conversaciones sobre las distintas formas de "impotencia aprendida"
que se manifiestan en la sociedad española y en la europea. Al poco de hablar,
salía a la luz un sentimiento de frustración con el sistema y, ante todo, por
ese sentimiento de incapacidad de cambiarlo que caracteriza a los ratones del
experimento.
Es necesario invertir ese comportamiento porque nada hay más
peligroso en la vida política —o simplemente en la vida— que esa sensación de
que nada puede ser cambiado y tirar la toalla quedándose en un rincón. Lo
inevitable negativo hace mucho daño; creer que nuestro destino no está en
nuestras manos es la forma efectiva de renunciar a él. El destino de esos
ratones deprimidos, en realidad, está en las manos de los que suministran las
descargas. Todos los días recibimos muchas y con intereses muy distintos, pero
con el mismo objetivo: quedarse, como el ratón, en una esquina.
En lo político, la "impotencia aprendida" tiene
aplicaciones distintas y tiene también sus propios suministradores de descargas
condicionantes. Los hay interesados en transmitir que el sistema no cambia,
como principio general, y también los que realizan sus descargas para recoger
la frustración parcial (son los otros los que no cambian).
Vivir la política, la vida misma, desde la depresión es un gran peligro. Hay
que encontrar proyectos más allá de la desesperanza para no quedarnos en las
esquinas, pensando en que nda se puede hacer, que nada cambiará con lo que hagamos. En lo personal y en lo social, hay que vencer la sensación de
impotencia. Todos podemos hacer algo, pero necesitamos creerlo para encontrar la energía para hacerlo.
La poeta y activista recientemente fallecida Maya Angelou
tiene un vitalista poema titulado "Life doesn't frighten me at all", un canto
contra esas descargas de frustración con las quedamos paralizados, como niños acosados arrinconados
en las escuelas:
Don't show me frogs and snakes
And listen for my scream,
If I'm afraid at all
It's only in my dreams.
I've got a magic charm
That I keep up my sleeve,
I can walk the ocean floor
And never have to breathe.
Life doesn't frighten me at all
Not at all
Not at all.
Life doesn't frighten me at all.**
Ante la desesperanza y el miedo, el canto valiente que nos
hace salir del rincón.
* "Why
are some depressed, others resilient? Scientists home in one part of the
brain" The Washington Post 06/06/2014 http://www.washingtonpost.com/national/health-science/why-are-some-depressed-others-resilient-scientists-home-in-one-part-of-the-brain/2014/06/05/db638498-e83f-11e3-a86b-362fd5443d19_story.html?hpid=z5
** Maya Angelou (1994) "Life doesn't frighten me at all" en The complete collected poems of Maya Angelou, Random House, Inc., NY p. 168