Joaquín Mª Aguirre (UCM)
“Las autoridades políticas tienen que guiar a los mercados
con sus acciones, en lugar de permitir que sean los miedos del mercado los que
guíen sus políticas”*, ha señalado la directora gerente del Fondo Monetario
Internacional, Christine Lagarde, en un discurso ante la Conferencia Anual de
Líderes en Nueva York.
Para ser
más precisos, deberíamos ir a las fuentes originales y ver el contexto de la
frase, que creo que es interesante: “We know from history that, at times of
deep uncertainty, policymakers need to lead markets with their actions, rather
than allowing market fears to lead policies. We must act upon this
lesson now.”**
El recorte de la frase —¡ay, los recortes!— elimina una
parte sustancial, que es la importancia de la “historia” como fuente de
experiencia y su papel ante la “profunda incertidumbre” que Lagarde señala.
A pesar de los desastres, llevamos unas cuantas décadas en
las que la economía centrada en los mercados ha adquirido un protagonismo básico —teórico y político— que ha afectado
a los que tienen que tomar decisiones. La Economía ha pasado a orientar como orientaba la Teología en su momento, marcando todo otro pensamiento.
Los políticos actúan;
los mercados reaccionan. Pensar las
acciones en términos de reacciones puede ser adecuado en ciertas circunstancias,
pero no cuando las reacciones son desproporcionadas porque el mercado ha
entrado en eso que la historia enseña que ocurre en ocasiones: miedo histérico,
pánico, pérdida de rumbo, reacciones descontroladas. ¿Por qué presumimos más
inteligencia que la que hay?
Los que sí deben, en cambio, mostrar inteligencia son los
políticos, Y lo deben hacer dando soluciones a los problemas: liderar los
cambios, no buscar señales. La
cuestión grave se plantea cuando los políticos tratan de pensar desde las
reacciones de los mercados. Es la muerte de la política.
El profesor Jesús Ramos Martín, de la Universidad de
Barcelona, en un artículo sobre “Economía biofísica”, aparecido en el número
más reciente de la revista Investigación
y Ciencia (junio 2012) señalaba:
El problema fundamental radica en
que la ciencia económica predominante ha perdido el contacto con la base
material del proceso económico: se ha centrado, casi de forma exclusiva, en
analizar el funcionamiento de los mercados y el intercambio comercial. Esta
visión se muestra incapaz de explicar el origen de algunos de nuestros
problemas más graves y de ofrecer alternativas en términos de políticas
públicas. Pone énfasis en el aumento de la producción económica (crecimiento)
sin considerar la finalidad ni los costes del mismo. Olvida, pues, que el
objeto del proceso económico no debe ser el aumento de la producción per se, sino la mejora en el disfrute de
la vida. ***
Podemos combinar las dos ideas, la de Christine Lagarde y la
de Jesús Ramos. Si las decisiones políticas económicas son tomadas desde
parámetros abstractos por encima de lo real, que son las personas a las que
afecta; si la política se maneja desde la visión económica y la visión
económica ha perdido la condición de proximidad en sus fines, la
política se convierte entonces en el arte de cuadrar números y en no el de la satisfacción social, concepto global que
acoge todos los elementos que nos afectan en la vida. Se trata de volver otra vez a la Economía
como el arte de satisfacer las necesidades de los pueblos y no las de los
mercados; es volver al verdadero Adam Smith o las ideas de Keynes sobre la Economía como ciencia moral y no como una simple herramienta analítica neutral o una consulta de arcanos.
La idea de Lagarde, en su sencillez, esconde una sutileza.
No plantea la alternativa de que sean los políticos o los mercados los que
dirijan la sociedad. Sobre eso no se duda. No son los mercados los que deben decirnos lo que debemos
hacer; los mercados solo reaccionan a nuestras acciones, incluidos nuestros
miedos. La política debe jugar con blancas. Hay que hacer lo que se debe
hacer; no actuar desde el miedo, sino desde la prudencia. No se trata de
ser irresponsables, sino de quién
marca las pautas y de hacia dónde mirar.
Cuando Lagarde invoca la Historia, es decir, la experiencia,
como forma de marcar rumbos en tiempos de incertidumbre, quiere decir que la
memoria de lo acontecido es mejor guía que el miedo paralizante a las reacciones de los mercados, especialmente, cuando los “mercados”
son una metáfora para un complejo entramado indefinido, uno de cuyos móviles
principales —siempre lo ha sido, como en todo sistema basado en el riesgo— es el miedo: el miedo a perder. Esa perspectiva aterrada y conservadora no puede ser la de la política. La política es también economía y toda economía es política. De lo que se habla aquí es de la mentalidad y actitud que deben guiar a una y otra. Hace bien Lagarde en recordarlo.
Los políticos deben ser políticos
y no meros agentes artísticos de los mercados. Ni tan siquiera agentes dobles,
como algunos parecen. Su objetivo debe ser esa satisfacción social que es el estado de ánimo existente cuando las
cosas van bien, realmente bien. Y eso es lo que valoran los mercados.
Y si no, peor para ellos.
* "Lagarde pide una
institución paneuropea que actúe directamente sobre los bancos". El País
9/06/2012
http://economia.elpais.com/economia/2012/06/09/actualidad/1339213227_126831.html
** Christine Lagarde: "Completing the
Task: Financial Sector Reform for Stability and Growth". Address to the
Annual Leaders' Dialogue Hosted by Süddeutsche Zeitung International Monetary Fund 8/96/2012 http://www.imf.org/external/np/speeches/2012/060812a.htm
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