domingo, 17 de marzo de 2019

La tentación del narcisismo criminal

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Lo ocurrido en Nueva Zelanda, la matanza de cincuenta musulmanes que oficiaban los ritos del viernes en sus mezquitas añade más datos a un fenómeno que va creciendo, el del narcisismo criminal.
A los motivos ideológicos que se esgrimen se les añaden las personalidades narcisistas de los que necesitan de un público para perpetrar sus crímenes, necesitan, por decirlo así, un público en el que contemplar las reacciones a sus crímenes.
Los detalles de la retransmisión vía Facebook de la matanza que se van sabiendo no hacen sino mostrarnos esa patología individual y social. El espejo social del narcisista son los otros, actúa para llamar su atención y sentirse el centro. En un mundo en el que se compite por la atención (economía de la atención), conseguirla solo logra superando a los otros en sus atrocidades.
La necesidad patológica de que se observe lo que se observe lo que se hace conlleva unos enormes riesgos con lo que se ha denominados "viralidad". A sabiendas de que hoy existen foros con audiencias de millones, prestas a lanzarse sobre cualquier cosa que les saque de su vida aburrida, los criminales las buscan con el poder de la tecnología de las comunicaciones.
El diario El País titula "Una matanza de 17 minutos planeada para ser viral" y escribe:

La búsqueda no dura más de 30 segundos. Son las siete de la tarde de ayer, esto es, 17 horas después del atentado contra dos mezquitas de Christchurch, en Nueva Zelanda. Uno de los hashtags de Twitter con más mensajes de la matanza de al menos 49 personas es #ChristchurchAttack. La cuenta @malikshahzaib94 incluye algo más de un minuto de la retransmisión en directo del ataque sobre la mezquita de Al Noor. El perfil es lo de menos; expresa sus condolencias y cuelga una grabación que otro ha subido antes. Lo que no tiene parangón es el éxito de este terrorista al difundir en un directo de la red social Facebook una de las mayores masacres terroristas islamófobas. El nombre del tipo que difunde el ataque, Brenton Tarrant, coincide con la identidad del pistolero difundida por las autoridades australianas.
El terrorista, según se puede ver en la parte superior derecha de la retransmisión, usa LIVE4, una aplicación muy sencilla. Vincula una cámara GoPro al teléfono móvil y de ahí a Facebook para que lo grabado salga al aire de forma inmediata.
El impacto es extraordinario e imparable. Una vez que un vídeo está en la Red, aunque la web que lo aloja lo elimine, en este caso Facebook, cualquier tiempo de emisión es suficiente para que cientos de usuarios lo graben y difundan en otras plataformas. Pero la intención de este atacante no es novedosa. En junio de 2016, el francés de origen marroquí Larossi Abballa mató a un agente de policía y su pareja a las afueras de París. Después de acuchillarlos hasta la muerte, retuvo a su hijo y se conectó a Facebook Live, el servicio de la red para retransmisiones en directo. Allí, mostró a las víctimas y juró lealtad al Estado Islámico. Posteriormente fue abatido por las fuerzas de seguridad francesas.*


 A la patología individual se suma la colectiva, la cultural. El sociólogo norteamericano lo estudió en su obra "La cultura del narcisismo", publicada al final del milenio. Lasch no se equivocaba.
Lo que el periodista llama "éxito" es lo que se busca. ¿Por qué llamarlo con otra palabra? "Éxito" implica reconocimiento por encima de la aceptación. Es la fascinación del mal.
Durante siglos, moralistas, religiosos, escritores y psicólogos han tratado la cuestión del mal. Pero el mal ya no es una cuestión individual, una cuestión de conciencias y pecados. El mal forma parte de la "sociedad del espectáculo", Debord.
La grabación-clonación de la información crea sus propias realidades, que son consumidas por los adictos como parte morbosa y fantasmática de su propia existencia.
El asesino no se ha suicidado, como hacen otros con la expectativa poco razonable de recibir su premio en el paraíso. Necesita seguir vivo porque su premio es contemplar y ser contemplado. Ya no le vale el recuerdo  que se pueda tener de él: necesita verlo. Esto es lo que caracteriza las matanzas de estos tarados ultraderechistas, supremacistas, racistas. Es lo mismo que ocurrió con la matanza de Utoya, donde Anders Breivik recorrió la isla matando a los jóvenes socialistas para llamar la atención del mundo, para convertir en un circo mediático su juicio, lanzando soflamas y alzando el puño.


Los nuevos medios están transformando nuestras mentalidades y haciendo aflorar comportamientos dormidos que toman la energía para cometer sus actos a través de ellos. Así ha sido siempre. Las sociedades —es la hipótesis central de la Escuela Canadiense, con Marshall McLuhan, Paul Zumthor, Walter Ong...— se vertebran a través de sus formas de comunicación, es decir, de los medios que usan, de la oralidad a la escritura, de la imprenta a las redes sociales. Esto tiene su propia lógica económica: se trata de favorecer las comunicaciones, por lo que se acaban creando las adaptaciones que facilitan la comunicación.
No se ha estudiado tanto, en cambio, los efectos psicológicos de los medios de comunicación y de cómo afectan a las relaciones sociales e interpersonales. ¿Crean patologías específicas o, por el contrario, hacen aflorar las existentes selectivamente? Es indudable que cada forma de comunicación favorece algún tipo de modelo.

Christopher Lasch vio que el mundo de la comunicación moderna favorecía el narcisismo por encima de otros rasgos.
La única duda que existe es, como es frecuente en el campo social, la relación entre efecto y causa. Es decir, crean el narcisismo o solo dan salida a los que ya lo son. El fenómeno del supremacismo se ajusta al narcisismo y las tecnologías actuales permiten la visibilidad completa y casi automática. Cualquier punto del globo se convierte en escenario, en el punto de salida de información hacia millones de espectadores de nuestra representación, sea una canción o un crimen horrendo.
No evolucionamos. Cambiamos individualmente y producimos cambios en nuestro entorno que generan nuevos cambios. Has no hace mucho, los cambios eran lentos. Hoy la aceleración de los tiempos es un hecho. Las brechas generacionales se agrandan porque el mundo en el que crecemos está cambiando continuamente y el mundo en el que creces pronto se te hace irreconocible. Por eso los que venden ideas eternas, inmutables, dogmáticas, etc. ofrecen el resguardo frente a la tormenta de la vorágine. El cambio constante produce tensión y desequilibrio. No todos se adaptan de la misma manera. Lo que antes solo se percibía en centurias ahora se muestra en un lustro o menos.
Hasta la educación, que era lo que daba forma a las personas, se ha vuelto un elemento inestable que nos ofrece solo la capacidad de aprender a cambiar. Desde todos los puntos se nos dice que nuestros anclajes deben ser ligeros para no ofrecer resistencia y dejarnos caer en brazos del cambio. Lo llaman "formación continua", "aprender a aprender", etc.  Vivo en un entorno educativo en el que se atacan las Humanidades en beneficio de la tecnología cambiante. Nadie quiere entender el pasado, solo vivir un presente que se asemeja al paisaje desde un tren de alta velocidad, un exterior irreconocible por el que viajamos privados del paisaje.
Lo ves en las nuevas generaciones, que se distancian de un pasado que les resulta irreconocible y con el que no mantienen lazos. Son ya la segunda generación que vive delante de una pantalla para conectar con el mundo, que no necesita bibliotecas, que no entiende el concepto de privacidad en beneficio del exhibicionismo y el compartir sus datos. En este contexto es fácil anclarse en aquello que nos promete coherencia, sentido, frente a la velocidad. Ya sea la "raza", la "tierra", el "pueblo", la "clase", "Dios", es el retorno de aquello que nos ata emocionalmente y en cuyo nombre somos capaces de matar o morir. Es el regreso de los mitos que nos transforman de espectadores en protagonistas.
El asesino australiano necesitaba en su vida el reconocimiento de "su" supremacía, un acto de consagración. Quería mostrar al mundo cómo se sentía superior frente a aquellos a los que debía matar. Lo que el diario El País nos señala es precisamente ese "éxito", la doble vida del hecho: la barbarie del hecho real y la monstruosidad del hecho viral. Le damos aquí a "monstruosidad" el sentido de lo enorme, de lo diferente.


Otra de las informaciones del periódico dice "Facebook elimina más de 1,5 millones de vídeos del ataque de Nueva Zelanda a las 24 horas del atentado"**. Jamás llegaron tan rápido y tan lejos las hazañas de Alejandro, de Saladino, de Gengis Khan. Cubrir el globo en unas horas forma parte de lo monstruoso, de lo enorme, feo y diferente a una normalidad cada vez más esquiva.
Las matanzas de este tipo van aumentando y lo hacen al ritmo de expansión de los medios. La patología social e individual crece con ellos porque el narcisismo es una patología de la mirada y conforme esta aumenta, se extiende por su atractivo. Ya no se trata de que te vean los que te rodean. El mundo es tu escenario. Tienes las cámaras, las luces, los condenados a ser los extras de tu fantasía mortal.
Hemos cometido el error de abrir la caja tecnológica de Pandora y no preocuparnos de sus efectos. Nos desprotegemos al no comprender o ignorar lo que suponen nuestra acciones. Creemos estar a salvo, pero la locura es aleatoria. Le sacamos beneficios económicos, pero perdemos muchas cosas de enorme valor. Para que no nos duela, dejamos de valorarlas.
Las llamadas a la cordura no son suficientes. Hay que entender qué ocurre. Avanzamos hacia lo peor sin hacer nada más que lamentarnos. En una sociedad intensamente comunicada, los motivos de conflicto aumentan exponencialmente. La retroalimentación intensifica las reacciones. Los odios se alimentan de los odios a través del flujo viral.
Los millones de vídeos borrados son solo una capa. De esos millones muchos han realizado ya su cometido, la llamada del odio. El arma del asesino llevaba inscritos los nombres de sus héroes de todos los tiempos. Ahora solo le queda esperar que su nombre se difunda y que alguien escriba el suyo en esta siniestra expansión viral. De Bin Laden y el 11-S en adelante la muerte es la excusa para el espectáculo. Se busca la viralidad, despertar con las imágenes el narcisismo de nuevos asesinos con los que proseguir el ritual de las matanzas. Es una macabra y brutal senda en la que seguimos sin diseñar estrategias de resistencia.
Una anécdota: el asesino nombraba a un tal PewDiePie, convertido en su héroes por haber manifestado un comportamiento racista insultante. La irresponsabilidad de individuo es recogida por el asesino, que la usa para satisfacer su necesidad de formar parte de la élite admirada. Lo que hacemos tiene trascendencia, para bien y para mal. Solo que en el mundo se dicen muchas más tonterías que cosas inteligentes al cabo del día. Los descerebrados necesitan  más que las personas normales que les rían las gracias.



* "Una matanza de 17 minutos planeada para ser viral" El País 16/03/2019 https://elpais.com/internacional/2019/03/15/actualidad/1552683762_746777.html 
* "Facebook elimina más de 1,5 millones de vídeos del ataque de Nueva Zelanda a las 24 horas del atentado" El País 17/03/2019 https://elpais.com/internacional/2019/03/17/actualidad/1552810871_434409.html

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