martes, 26 de marzo de 2019

Historia/s

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Si hay un campo de complicada interferencia entre lo mundano y la investigación científica es la Historia. Quizá por eso ningún otro campo tiene tanta necesidad de reflexionar sobre sí mismo, sobre sus condiciones y naturaleza que la Historia, siempre bajo sospecha. Puede que haya otros campos con necesidades parecidas, pero pocos con la misma trascendencia.
Reconocerse como "historiador" puede tener graves consecuencias si se gestiona mal, como le ha pasado al candidato del partido de extrema derecha cuando se ha puesto a dudar de lo que la práctica totalidad de los historiadores están de acuerdo. Como "historiador", tenía su propio público, pero los aplausos de aquellos que escuchaban lo que querían oír no llegaba más allá de los mítines y encuentros de refuerzo ideológico. Pero el caso nos enseña que todo grupo necesita de aquellos que les garantizan un pasado acorde con sus deseos.
La llamada "crisis de la Historia" es de gran profundidad pues no la anulaba, sino que la sometía a permanente escrutinio, concediéndole un estatus interpretativo que no se pierde por más que trate de buscar datos más fiables, como la historia económica u otras formas.

Hacía bien Keith Jenkins en su obra Repensar la Historia en recomendar a todo el que se acerque a su aprendizaje profesional en someterla la separación entre "pasado", lo que se ha ido y del que solo quedan "huellas", restos, y el discurso historiográfico, una forma de narración que juega con esos restos integrándolos en diferentes formas de textos. La senda ya la había marcado Hayden White, el profesor, filósofo e historiador norteamericano, con su obra Metahistoria, a principios de los 70. La aplicación de lo aprendido en la nueva crítica literaria, los enfoques textuales sobre la "cultura" y su construcción, sobre cómo la cruzan los flujos semióticos para darle las texturas de cada tiempo alentó una necesaria reflexión sobre un elemento esencial de la Historia y su carácter performativo. Es decir, el discurso histórico no solo contaba, sino que creaba la Historia en un acto simultáneo del decir y el hacer. Reinhart Koselleck también plantearía los problemas de la Historia y el lenguaje que la describe, con especial atención a los cambios semánticos, influido por la hermenéutica gadameriana.
Gracias a la necesidad de los populismos nacionalistas de crear su pasado al escribir su historia (una forma clara de performatividad), la cuestión vuelve a estar otra vez sobre los tableros académicos y políticos. Al hilo de la necesidad, surgen obras de historiadores que complementan la petición de un pasado acorde con las necesidades presentes para su uso político.
Leyendo estos días una obra de la académica mexicana, la historiadora Josefina Vázquez de Knauth, su Historia de la historiografía que con enorme perspicacia ya señalaba la función del discurso historiográfico en las tempranas fechas de 1965. 
La profesora e investigadora realizó una rica síntesis de la evolución del discurso historiográfico en Occidente, señalando ya los peligros de la parcialidad de la mirada desde un punto y la necesidad de un mirar más amplio de la propia Historia. Es algo que hoy se plantea en muchos campus, la necesidad de una "historia universal", de enorme complejidad pues la historia es conexión e interpretación, que es lo que da sentido al discurso. No es fácil conectar lo que hemos considerado separado y no es fácil interpretar desde distintos marcos culturales.
En su introducción ya hacía la profesora Vázquez la distinción necesaria que más de veinte años después Jenkins considerará esencial:

En varios idiomas, y el nuestro entre ellos, la palabra historia, derivada de la istoría de Herodoto, sirve para designar principalmente dos cosas. En primer lugar, lo pasado, los hechos ocurridos, lo que más precisamente podríamos llamar lo histórico. En segundo lugar, entendemos también como historia el relato de esos hechos, la historia narrada, lo que nosotros denominaremos historiografía, es decir, historia escrita. Nos quedaría para la palabra historia todavía un último significado, el concepto de ese pasado en una forma total. De esta manera, entendemos que la historiografía intenta aprehender lo histórico y contiene generalmente ese concepto total, que varía de época a época, según las necesidades del momento y la visión del mundo y de la vida. Por eso resulta apasionante seguir el proceso vivo de la historiografía y observar en cada momento histórico a través de ella las relaciones vitales que el hombre tuvo con su pasado. Así podemos entender el sentido profundo de la historia y la importancia que ha tenido y que tiene, quizá ahora más que nunca.*


Lejos de considerar la historia como inmutable o verdadera, Vázquez de Knauth considera que el viaje en el tiempo — ese proceso vivo— nos permite comprobar las variaciones de puntos de vista, de evaluación, de interpretación de los hechos en un proceso que podríamos considerar casi homeostático, es decir, de reajuste de las condiciones para los fines que se le van dando.
Esas relaciones variables "del hombre con su pasado" son precisamente las que permiten comprender la historicidad de la Historia, es decir, el acoplamiento de los discursos historiográficos con el momento en el que se producen.
El repaso breve que Vázquez de Knauth realiza sobre los historiadores de cada periodo —Grecia, Roma, la Edad Media, el Renacimiento...— hasta llegar a su propio momento, deja destellos de intuiciones y observaciones que nos resultan hoy muy pertinentes en este olvido interesado de la Historia y de la reflexión historiográfica.
Me han resultado especialmente interesantes algunas de las cuestiones que plantea sobre el sentido romano de la Historia y la función que se le atribuía en contraste con lo ocurrido en los diversos periodos en Grecia.

Los romanos, aunque tuvieron en sus manos un tema de tan grandes proporciones, no nos han legado ninguna gran figura historiadora. No es que necesariamente se debiera a falta de interés en el pasado; sabemos por Cicerón cómo los nobles romanos gustaban verse ensalzados en poesías que cantaban las hazañas de sus antepasados y con qué cuidado conservaban constancia de toda clase de hechos en los anales. Con seguridad se debe a lo obscuramente que surgió el pueblo romano, sin los elementos heroicos de los cuales se había desprendido la historia griega. El elemento legendario de la historia romana es un producto artificial, elaborado tardíamente bajo la inspiración de la mitología griega, cuando iniciada la conquista del Mediterráneo, sintieron la necesidad de explicar sus orígenes.
Por otra parte, la historiografía romana tropezó constantemente con un gran obstáculo: siempre estuvo al servicio de la política. Y hay que anotar que el pragmatismo del romano no buscó la lección que señalaba la fatalidad con que la historia repetía sus hechos. La tendencia práctica del romano convirtió a la historia en un apoyo para los estadistas y los oradores que querían justificar sus acciones o, las más de las veces, en la necesidad que sentían los historiadores de justificar la grandeza romana.
De esta manera, el historiador se tuvo que enfrentar a su tarea con una pauta preconcebida; el relato tenía que conducir necesariamente a colocar a Roma como corolario del proceso histórico. Con ello la historiografía romana, prácticamente da la idea de haber llegado a su meta: la grandeza de Roma según voluntad de los hados. Este empeño tan político, que limitó en muchos aspectos la historiografía hacía, sin embargo, que el héroe de las hazañas fueran no ya los personajes particulares, sino el pueblo romano en anónimo.*


Creo que los tres párrafos citados son notables y dignos cada uno de ellos de servir para muchas obras de estudio. Verlos juntos, con tanta elegancia y sencillez, es algo que explica la trayectoria de su autora.
El primero de ellos entra en señalar la diferencia entre los hechos de los que se conservaba nota, los anales, y lo que es un discurso historiográfico en el que los hechos aislados encuentran encaje y explicación. Los anales pueden contar lo que ocurrió, pero con eso solo se guarda memoria. El "conocimiento" no viene del recuerdo en sí, del dato, sino de lo que hacemos con él, de cómo lo integramos en un sistema.
Pero es la segunda parte del párrafo la que atrae nuestra atención: la necesidad de la invención de un origen mítico para la fundación de Roma por imitación de la griega. Se revela aquí el carácter performativo: el discurso mítico creó el origen, que pasó a convertirse en la verdad del origen. Se hizo mediante la creación de objetos que creaban la leyenda de Rómulo y Remo. Es una leyenda hacia atrás. No es algo que nos llega del pasado, sino algo que enviamos hacia el pasado con una mano para recibirlo con la otra.

Para aquellos que se sorprendan, diremos que los nacionalismos decimonónicos y algunos actuales actúan de la misma forma, mediante la creación de los orígenes de la "nación" recién creada que sitúan en un punto clave desde el que comenzar la Historia, es decir, empezar a contar hasta llegar al momento presente.
Ya sea para unirse o para separarse, la Historia es invocada. Esto nos lleva al segundo párrafo, la dependencia política de la historiografía romana. Los que escribían lo hacía en su mayoría para decir lo que otros querían escuchar... y usar. La Historia no solo aglutina sobre un concepto o un momento de origen, sino que ese momento es manipulado al servicio de los intereses de un grupo, casta o individuo que lo va a invocar como realidad y como necesidad. Estos dos últimos conceptos son esenciales, pues si el primero lo hace incontestable, el segundo lo hace ineludible: pasará lo ha de pasar.
Lo inevitable de la Historia nos lleva al truco desvelado del tercer párrafo: todo lo pasado nos lleva en volandas hasta hoy. Es la justificación del presente, un presente desde el que se escribe y al que se da forma de manera complementaria al pasado. Hablar del pasado no solo lo crea, sino que es el momento de la escritura el que queda justificado por la trayectoria descrita.
Aquellas formas de la Roma de antaño, las podemos ver también hoy. Basta con mirar nuestros titulares de prensa de hoy para entender que la Historia no es lo que ha ocurrido, que ya es inevitable, sino el discurso que lo interpreta, que le da forma en función de satisfacer necesidades e intereses de hoy.
Roma necesitaba de un origen mítico, necesitaba el prodigio convertido en mito que sirviera al pueblo romano a seguir adelante sin complejos ante Grecia. Reconoce Josefina Vázquez de Knauth en la historiografía romana el valor de Cicerón, que reflexiono sobre su papel en la sociedad y en la vida.


Ante la condena de la Historiografía a ser arma arrojadiza, los historiadores actuales se rebelan. Ponen la profesionalidad, la reflexión sobre su trabajo, etc. como defensa de su actividad. Con todo, hay enormes diferencias entre lo que son los límites del conocimiento y lo que es la manipulación interesada. Como en muchos otros campos, la honestidad debe ir junto al método. 
La necesidad de construir discursos históricos está presente en nuestra búsqueda de identidad creando las raíces, en la justificación de nuestra situación o en la explicación de nuestros actos. La Historia no se busca solo por el pasado; busca su rentabilidad en el presente.



Josefina Vázquez de Knauth (1965). Historia de la historiografía. México, Utopía, 1975.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.