Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Si hay
un campo de complicada interferencia entre lo mundano y la investigación científica
es la Historia. Quizá por eso ningún otro campo tiene tanta necesidad de
reflexionar sobre sí mismo, sobre sus condiciones y naturaleza que la Historia,
siempre bajo sospecha. Puede que haya otros campos con necesidades parecidas,
pero pocos con la misma trascendencia.
Reconocerse
como "historiador" puede tener graves consecuencias si se gestiona
mal, como le ha pasado al candidato del partido de extrema derecha cuando se ha
puesto a dudar de lo que la práctica totalidad de los historiadores están de
acuerdo. Como "historiador", tenía su propio público, pero los
aplausos de aquellos que escuchaban lo que querían oír no llegaba más allá de
los mítines y encuentros de refuerzo ideológico. Pero el caso nos enseña que
todo grupo necesita de aquellos que les garantizan un pasado acorde con sus
deseos.
La
llamada "crisis de la Historia" es de gran profundidad pues no la
anulaba, sino que la sometía a permanente escrutinio, concediéndole un estatus
interpretativo que no se pierde por más que trate de buscar datos más fiables,
como la historia económica u otras formas.
Hacía
bien Keith Jenkins en su obra Repensar la Historia en recomendar a todo el que
se acerque a su aprendizaje profesional en someterla la separación entre
"pasado", lo que se ha ido y del que solo quedan "huellas",
restos, y el discurso historiográfico, una forma de narración que juega con
esos restos integrándolos en diferentes formas de textos. La senda ya la había
marcado Hayden White, el profesor, filósofo e historiador norteamericano, con
su obra Metahistoria, a principios de
los 70. La aplicación de lo aprendido en la nueva crítica literaria, los
enfoques textuales sobre la "cultura" y su construcción, sobre cómo
la cruzan los flujos semióticos para darle las texturas de cada tiempo alentó
una necesaria reflexión sobre un elemento esencial de la Historia y su carácter
performativo. Es decir, el discurso
histórico no solo contaba, sino que creaba la Historia en un acto simultáneo del
decir y el hacer. Reinhart Koselleck también plantearía los problemas de la Historia y el lenguaje que la describe, con especial atención a los cambios semánticos, influido por la hermenéutica gadameriana.
Gracias
a la necesidad de los populismos nacionalistas de crear su pasado al escribir su historia (una forma clara de
performatividad), la cuestión vuelve a estar otra vez sobre los tableros
académicos y políticos. Al hilo de la necesidad, surgen obras de historiadores
que complementan la petición de un pasado acorde con las necesidades presentes
para su uso político.
Leyendo
estos días una obra de la académica mexicana, la historiadora Josefina Vázquez
de Knauth, su Historia de la historiografía que con enorme perspicacia ya
señalaba la función del discurso historiográfico en las tempranas fechas de
1965.
La profesora e investigadora realizó una rica síntesis de la evolución
del discurso historiográfico en Occidente, señalando ya los peligros de la
parcialidad de la mirada desde un punto y la necesidad de un mirar más amplio de la propia Historia. Es algo que hoy se plantea en muchos campus, la necesidad de una
"historia universal", de enorme complejidad pues la historia es
conexión e interpretación, que es lo que da sentido al discurso. No es fácil
conectar lo que hemos considerado separado y no es fácil interpretar desde
distintos marcos culturales.
En su
introducción ya hacía la profesora Vázquez la distinción necesaria que más de
veinte años después Jenkins considerará esencial:
En varios idiomas, y el nuestro entre ellos,
la palabra historia, derivada de la istoría
de Herodoto, sirve para designar principalmente dos cosas. En primer lugar, lo
pasado, los hechos ocurridos, lo que más precisamente podríamos llamar lo
histórico. En segundo lugar, entendemos también como historia el relato de esos
hechos, la historia narrada, lo que nosotros denominaremos historiografía, es
decir, historia escrita. Nos quedaría para la palabra historia todavía un
último significado, el concepto de ese pasado en una forma total. De esta
manera, entendemos que la historiografía intenta aprehender lo histórico y contiene
generalmente ese concepto total, que varía de época a época, según las
necesidades del momento y la visión del mundo y de la vida. Por eso resulta
apasionante seguir el proceso vivo de la historiografía y observar en cada
momento histórico a través de ella las relaciones vitales que el hombre tuvo
con su pasado. Así podemos entender el sentido profundo de la historia y la
importancia que ha tenido y que tiene, quizá ahora más que nunca.*
Lejos
de considerar la historia como inmutable o verdadera, Vázquez de Knauth
considera que el viaje en el tiempo — ese proceso vivo— nos permite comprobar las variaciones de
puntos de vista, de evaluación, de interpretación de los hechos en un proceso
que podríamos considerar casi homeostático, es decir, de reajuste de las
condiciones para los fines que se le van dando.
Esas
relaciones variables "del hombre con su pasado" son precisamente las
que permiten comprender la historicidad
de la Historia, es decir, el acoplamiento de los discursos historiográficos con
el momento en el que se producen.
El
repaso breve que Vázquez de Knauth realiza sobre los historiadores de cada
periodo —Grecia, Roma, la Edad Media, el Renacimiento...— hasta llegar a su propio
momento, deja destellos de intuiciones y observaciones que nos resultan hoy muy
pertinentes en este olvido interesado de la Historia y de la reflexión
historiográfica.
Me han
resultado especialmente interesantes algunas de las cuestiones que plantea
sobre el sentido romano de la Historia y la función que se le atribuía en
contraste con lo ocurrido en los diversos periodos en Grecia.
Los romanos, aunque tuvieron en sus manos un
tema de tan grandes proporciones, no nos han legado ninguna gran figura
historiadora. No es que necesariamente se debiera a falta de interés en el
pasado; sabemos por Cicerón cómo los nobles romanos gustaban verse ensalzados
en poesías que cantaban las hazañas de sus antepasados y con qué cuidado
conservaban constancia de toda clase de hechos en los anales. Con seguridad se
debe a lo obscuramente que surgió el pueblo romano, sin los elementos heroicos
de los cuales se había desprendido la historia griega. El elemento legendario de
la historia romana es un producto artificial, elaborado tardíamente bajo la
inspiración de la mitología griega, cuando iniciada la conquista del
Mediterráneo, sintieron la necesidad de explicar sus orígenes.
Por otra parte, la historiografía romana tropezó
constantemente con un gran obstáculo: siempre estuvo al servicio de la
política. Y hay que anotar que el pragmatismo del romano no buscó la lección
que señalaba la fatalidad con que la historia repetía sus hechos. La tendencia
práctica del romano convirtió a la historia en un apoyo para los estadistas y
los oradores que querían justificar sus acciones o, las más de las veces, en la
necesidad que sentían los historiadores de justificar la grandeza romana.
De esta manera, el historiador se tuvo que
enfrentar a su tarea con una pauta preconcebida; el relato tenía que conducir
necesariamente a colocar a Roma como corolario del proceso histórico. Con ello
la historiografía romana, prácticamente da la idea de haber llegado a su meta:
la grandeza de Roma según voluntad de los hados. Este empeño tan político, que
limitó en muchos aspectos la historiografía hacía, sin embargo, que el héroe de
las hazañas fueran no ya los personajes particulares, sino el pueblo romano en
anónimo.*
Creo
que los tres párrafos citados son notables y dignos cada uno de ellos de servir
para muchas obras de estudio. Verlos juntos, con tanta elegancia y sencillez,
es algo que explica la trayectoria de su autora.
El
primero de ellos entra en señalar la diferencia entre los hechos de los que se
conservaba nota, los anales, y lo que es un discurso historiográfico en el que
los hechos aislados encuentran encaje y explicación. Los anales pueden contar
lo que ocurrió, pero con eso solo se guarda memoria. El
"conocimiento" no viene del recuerdo en sí, del dato, sino de lo que
hacemos con él, de cómo lo integramos en un sistema.
Pero es
la segunda parte del párrafo la que atrae nuestra atención: la necesidad de la
invención de un origen mítico para la fundación de Roma por imitación de la griega.
Se revela aquí el carácter performativo: el discurso mítico creó el origen, que
pasó a convertirse en la verdad del origen. Se hizo mediante la creación de
objetos que creaban la leyenda de Rómulo y Remo. Es una leyenda hacia atrás. No
es algo que nos llega del pasado, sino algo que enviamos hacia el pasado con una
mano para recibirlo con la otra.
Para
aquellos que se sorprendan, diremos que los nacionalismos decimonónicos y
algunos actuales actúan de la misma forma, mediante la creación de los orígenes
de la "nación" recién creada que sitúan en un punto clave desde el
que comenzar la Historia, es decir, empezar a contar hasta llegar al momento
presente.
Ya sea
para unirse o para separarse, la Historia es invocada. Esto nos lleva al
segundo párrafo, la dependencia política de la historiografía romana. Los que
escribían lo hacía en su mayoría para decir lo que otros querían escuchar... y
usar. La Historia no solo aglutina sobre un concepto o un momento de origen,
sino que ese momento es manipulado al servicio de los intereses de un grupo,
casta o individuo que lo va a invocar como realidad y como necesidad. Estos dos
últimos conceptos son esenciales, pues si el primero lo hace incontestable, el segundo lo hace ineludible: pasará lo ha de pasar.
Lo
inevitable de la Historia nos lleva al truco desvelado del tercer párrafo: todo
lo pasado nos lleva en volandas hasta hoy. Es la justificación del presente, un
presente desde el que se escribe y al que se da forma de manera complementaria
al pasado. Hablar del pasado no solo lo crea, sino que es el momento de la
escritura el que queda justificado por la trayectoria descrita.
Aquellas
formas de la Roma de antaño, las podemos ver también hoy. Basta con mirar
nuestros titulares de prensa de hoy para entender que la Historia no es lo que
ha ocurrido, que ya es inevitable, sino el discurso que lo interpreta, que le
da forma en función de satisfacer necesidades e intereses de hoy.
Roma
necesitaba de un origen mítico, necesitaba el prodigio convertido en mito que
sirviera al pueblo romano a seguir adelante sin complejos ante Grecia. Reconoce
Josefina Vázquez de Knauth en la historiografía romana el valor de Cicerón, que
reflexiono sobre su papel en la sociedad y en la vida.
Ante la
condena de la Historiografía a ser arma arrojadiza, los historiadores actuales
se rebelan. Ponen la profesionalidad, la reflexión sobre su trabajo, etc. como defensa de su actividad. Con todo, hay enormes diferencias entre lo que son los límites
del conocimiento y lo que es la manipulación interesada. Como en muchos otros
campos, la honestidad debe ir junto al método.
La necesidad de construir discursos históricos está presente en nuestra búsqueda de identidad creando las raíces, en la justificación de nuestra situación o en la explicación de nuestros actos. La Historia no se busca solo por el pasado; busca su rentabilidad en el presente.
Josefina
Vázquez de Knauth (1965). Historia de la historiografía.
México, Utopía, 1975.
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