Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El diario
El País reproduce una entrevista con Daniel Goleman, el famoso psicólogo autor
del concepto de "inteligencia emocional". El titular de la entrevista
introduce un problema cada vez más acuciante: “Saber concentrarse es más
decisivo para un niño que su coeficiente intelectual”.* En un mundo obsesionado
con el rendimiento, la eficiencia y demás conceptos que hemos
arrastrado a todos los ámbitos de la vida hemos convertido el estudio de
nosotros mismos en una disciplina que debe cuidar al detalle nuestra
productividad. Como esa tensión no se puede mantener de forma indefinida es
necesario rebajar las tensiones, tanto personales como sociales, es decir, la
incomodidad, insatisfacción que sentimos por una vida que nos arrastra, y las
relaciones con los demás, que tienden a ser conflictivas en un mundo competitivo
y explotador.
El
diario nos ofrece la conversación mantenida por el psicólogo con María Luisa
Moreno sobre la definición de la inteligencia emocional, pero también sobre
otros muchos aspectos hacia los que se deriva cada vez que se menciona la
educación: el liderazgo, el éxito, etc. auténticos motores sociales y obsesión
personal en mucho casos.
En la
entrevista se resalta tipográficamente lo siguiente, que es llevado también al
titular:
"La práctica de la atención es como un
músculo. Si no lo utilizamos se debilita; si lo ejercitamos, se
fortalece", afirma. “El control cognitivo y la concentración pueden ser
más decisivos para la vida de un niño que su coeficiente intelectual”,
concluye.*
Me vino
a la memoria la entrevista con un catedrático de Lingüística que me dijo una
vez que todo el mundo estaba obsesionado con la ortografía, pero que nadie se
preocupaba por la puntuación, que era el elemento determinante. Mientras que la
ortografía es fácilmente revisable, la puntuación afecta a la lógica del texto,
a su correcta división y compartimentación para establecer las conexiones entre
la idea, determina la comprensión del que lo escribe y guía el entendimiento
del que lo recibe.
Con la
atención ocurre algo similar. Mientras todo el mundo considera que el nivel
intelectual es lo esencial, la atención resulta ser un requisito imprescindible
para poder lograr objetivos o incluso poder pensar de forma ordenada y eficaz.
Antiguamente
se usaba la expresión "distraerse con el vuelo de una mosca" y se entendía
que la atención era un elemento imprescindible para el aprendizaje o la resolución
de problemas. Como hemos "patologizado" todo, la atención también
tiene sus problemas, pero se enfoca sobre todo como la capacidad de seguir lo
que se te propone. Por eso se hablaba en el texto de concentración, que sería
la forma de evitar que la atención se distraiga.
Vivimos
en un mundo lleno de estímulos que compiten por nuestra atención. Incluso se ha
desarrollado el concepto de "Economía de la atención", propio de
nuestra Sociedad de la Información. El concepto fue desarrollado por el premio
Nobel de Economía, el psicólogo Herbert Simon, en 1971. La idea central es que
en espacios de abundante información, lo valioso pasa a ser lo escaso, la "atención",
lo que tiene una serie de consecuencias en la elaboración de la comunicación,
que ha de tener en cuenta esta circunstancia.
Que a
la gente le resulta cada vez más difícil concentrarse, prestar atención,
atender, etc. lo podemos apreciar sobre todo en los más jóvenes, con el
inconveniente en que —es ley de la naturaleza— estos crecen, por lo que tenemos
ya muchos adultos incapaces de este tipo de estado atencional.
Cualquier
docente lo puede ilustrar con múltiples ejemplos cotidianos. La gran lucha que
se da en el aula no es por aprender, sino por atender. La extensión de las
clases más allá de un cierto tiempo las convierte en una verdadera batalla por
intentar desarrollar cualquier tipo de contenidos. Las noticias de las prohibiciones
de los teléfonos móviles en las aulas es una noticia que de vez en cuando salta
a la prensa recogiendo una realidad: la incapacidad de desconectarse.
En
realidad, muchas veces no es que les distraigan, sino la angustia del contacto,
la tensión por no recibir mensajes o cualquier otro tipo de notificación. No
pueden concentrarse porque se vive como una especie de adicción. Esto no es una
cuestión de los jóvenes. Lo notamos en ellos porque es muy evidente en las
aulas, pero se puede percibir igualmente en los adultos en forma muy parecida.
Se
puede experimentar incluso en el cine, en donde puedes tener asistentes que
"ven" la película mientras manejan o chequean sus móviles a la espera
que llegue el siguiente mensaje insustancial.
Nos
invaden los "psicólogos gerenciales", los que nos ven como operarios
y tratan de ajustar nuestra conducta a los parámetros de la productividad. El
problema de la falta de atención nos impide también tener una visión de la
realidad acorde con la realidad misma. Somos llevados de un lado a otro, a
golpe de estímulo que se lleva nuestra mirada y detrás se va el cerebro.
Todo se
fracciona para intentar caber en nuestras pobres capacidades. Recuerdo aquellos
compañeros que abogaban por lo que decían los gurús del mundo digital, que los
textos no debían superar la extensión del tamaño de una pantalla. El paradigma
es, claro está, Twitter, y el maestro mayor el presidente de los Estados
Unidos, Donald Trump, que ha conseguido meter su toda ignorancia o maledicencia
en un tuit con pleno éxito.
La
atención se ha ido fragmentando, lo que quiere decir que percibimos un mundo
fragmentado, que nos lanza destellos para que nos desplacemos de un lugar a
otro, para que seamos efímeros en un mundo efímero.
Sí,
saber concentrarse es "decisivo". Pero lo importante es si la
atención que queda fijada es por nosotros (es decir, lo que nos interesa) o si
se trata de otro ejercicio más de control para evitar que nos apartemos de aquello
en lo que quieren nos quedemos fijos. La primera atención es la deseable; la
segunda es la que muchos desean para que no nos distraigamos de lo que quieren
decirnos.
La atención puede venir de fuera a dentro, pero también de dentro hacia afuera, es decir, guiada por nuestros propios intereses en el mundo. Pero eso implica madurez, atención y no distracción, que es lo que mayormente se genera. Una persona formada, con intereses propios, puede discriminar entre los reclamos e ignorar los cantos de las seductoras y perversas sirenas. Una persona fragmentada, simplemente irá detrás de quien grite más alto, vista con colores más chillones, huela más intenso, etc.
*
"Daniel Goleman: “Saber concentrarse es más decisivo para un niño que su
coeficiente intelectual”" El País /Santillana/BBVA
https://aprendemosjuntos.elpais.com/especial/saber-concentrarse-es-mas-decisivo-para-un-nino-que-su-coeficiente-intelectual-daniel-goleman/
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