viernes, 22 de marzo de 2019

El músculo atencional

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El diario El País reproduce una entrevista con Daniel Goleman, el famoso psicólogo autor del concepto de "inteligencia emocional". El titular de la entrevista introduce un problema cada vez más acuciante: “Saber concentrarse es más decisivo para un niño que su coeficiente intelectual”.* En un mundo obsesionado con el rendimiento, la eficiencia y demás conceptos que hemos arrastrado a todos los ámbitos de la vida hemos convertido el estudio de nosotros mismos en una disciplina que debe cuidar al detalle nuestra productividad. Como esa tensión no se puede mantener de forma indefinida es necesario rebajar las tensiones, tanto personales como sociales, es decir, la incomodidad, insatisfacción que sentimos por una vida que nos arrastra, y las relaciones con los demás, que tienden a ser conflictivas en un mundo competitivo y explotador.
El diario nos ofrece la conversación mantenida por el psicólogo con María Luisa Moreno sobre la definición de la inteligencia emocional, pero también sobre otros muchos aspectos hacia los que se deriva cada vez que se menciona la educación: el liderazgo, el éxito, etc. auténticos motores sociales y obsesión personal en mucho casos.
En la entrevista se resalta tipográficamente lo siguiente, que es llevado también al titular:

"La práctica de la atención es como un músculo. Si no lo utilizamos se debilita; si lo ejercitamos, se fortalece", afirma. “El control cognitivo y la concentración pueden ser más decisivos para la vida de un niño que su coeficiente intelectual”, concluye.*



Me vino a la memoria la entrevista con un catedrático de Lingüística que me dijo una vez que todo el mundo estaba obsesionado con la ortografía, pero que nadie se preocupaba por la puntuación, que era el elemento determinante. Mientras que la ortografía es fácilmente revisable, la puntuación afecta a la lógica del texto, a su correcta división y compartimentación para establecer las conexiones entre la idea, determina la comprensión del que lo escribe y guía el entendimiento del que lo recibe.
Con la atención ocurre algo similar. Mientras todo el mundo considera que el nivel intelectual es lo esencial, la atención resulta ser un requisito imprescindible para poder lograr objetivos o incluso poder pensar de forma ordenada y eficaz.
Antiguamente se usaba la expresión "distraerse con el vuelo de una mosca" y se entendía que la atención era un elemento imprescindible para el aprendizaje o la resolución de problemas. Como hemos "patologizado" todo, la atención también tiene sus problemas, pero se enfoca sobre todo como la capacidad de seguir lo que se te propone. Por eso se hablaba en el texto de concentración, que sería la forma de evitar que la atención se distraiga.

Vivimos en un mundo lleno de estímulos que compiten por nuestra atención. Incluso se ha desarrollado el concepto de "Economía de la atención", propio de nuestra Sociedad de la Información. El concepto fue desarrollado por el premio Nobel de Economía, el psicólogo Herbert Simon, en 1971. La idea central es que en espacios de abundante información, lo valioso pasa a ser lo escaso, la "atención", lo que tiene una serie de consecuencias en la elaboración de la comunicación, que ha de tener en cuenta esta circunstancia.
Que a la gente le resulta cada vez más difícil concentrarse, prestar atención, atender, etc. lo podemos apreciar sobre todo en los más jóvenes, con el inconveniente en que —es ley de la naturaleza— estos crecen, por lo que tenemos ya muchos adultos incapaces de este tipo de estado atencional.
Cualquier docente lo puede ilustrar con múltiples ejemplos cotidianos. La gran lucha que se da en el aula no es por aprender, sino por atender. La extensión de las clases más allá de un cierto tiempo las convierte en una verdadera batalla por intentar desarrollar cualquier tipo de contenidos. Las noticias de las prohibiciones de los teléfonos móviles en las aulas es una noticia que de vez en cuando salta a la prensa recogiendo una realidad: la incapacidad de desconectarse.


En realidad, muchas veces no es que les distraigan, sino la angustia del contacto, la tensión por no recibir mensajes o cualquier otro tipo de notificación. No pueden concentrarse porque se vive como una especie de adicción. Esto no es una cuestión de los jóvenes. Lo notamos en ellos porque es muy evidente en las aulas, pero se puede percibir igualmente en los adultos en forma muy parecida.
Se puede experimentar incluso en el cine, en donde puedes tener asistentes que "ven" la película mientras manejan o chequean sus móviles a la espera que llegue el siguiente mensaje insustancial.
Nos invaden los "psicólogos gerenciales", los que nos ven como operarios y tratan de ajustar nuestra conducta a los parámetros de la productividad. El problema de la falta de atención nos impide también tener una visión de la realidad acorde con la realidad misma. Somos llevados de un lado a otro, a golpe de estímulo que se lleva nuestra mirada y detrás se va el cerebro.


Todo se fracciona para intentar caber en nuestras pobres capacidades. Recuerdo aquellos compañeros que abogaban por lo que decían los gurús del mundo digital, que los textos no debían superar la extensión del tamaño de una pantalla. El paradigma es, claro está, Twitter, y el maestro mayor el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que ha conseguido meter su toda ignorancia o maledicencia en un tuit con pleno éxito.
La atención se ha ido fragmentando, lo que quiere decir que percibimos un mundo fragmentado, que nos lanza destellos para que nos desplacemos de un lugar a otro, para que seamos efímeros en un mundo efímero.
Sí, saber concentrarse es "decisivo". Pero lo importante es si la atención que queda fijada es por nosotros (es decir, lo que nos interesa) o si se trata de otro ejercicio más de control para evitar que nos apartemos de aquello en lo que quieren nos quedemos fijos. La primera atención es la deseable; la segunda es la que muchos desean para que no nos distraigamos de lo que quieren decirnos.
La atención puede venir de fuera a dentro, pero también de dentro hacia afuera, es decir, guiada por nuestros propios intereses en el mundo. Pero eso implica madurez, atención y no distracción, que es lo que mayormente se genera. Una persona formada, con intereses propios, puede discriminar entre los reclamos e ignorar los cantos de las seductoras y perversas sirenas. Una persona fragmentada, simplemente irá detrás de quien grite más alto, vista con colores más chillones,  huela más intenso, etc.


* "Daniel Goleman: “Saber concentrarse es más decisivo para un niño que su coeficiente intelectual”" El País /Santillana/BBVA https://aprendemosjuntos.elpais.com/especial/saber-concentrarse-es-mas-decisivo-para-un-nino-que-su-coeficiente-intelectual-daniel-goleman/

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