Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hace
unos minutos escuchaba a Michael Che, en su sección de noticias de Saturday
Night Live decir que ya estaba harto de hacer chistes sobre Donald Trump. Creo
que no era un chiste más, sino la confesión pública de un estado de hartazgo
que mucha gente siente ante tener que escribir o hablar sobre lo que hace, no
hace, dice o calla el presidente actual de los Estados Unidos.
Sí, la
palabra es hartazgo, una sensación tanto
física como mental de tener que manejar basura todo el día porque se vive en la
duda constante de que lo que el presidente del país más poderoso de la tierra tenga
que ser tratado.
Pero el
hartazgo va más allá convirtiendo el trato con la actualidad en algo que provoca
una sensación de náusea, sin llegar a sartreana. Hay como una especie de
envenenamiento o parásito que nos está haciendo mella al dejarnos arrastrar por
una serie de sentimientos negativos con los que vivimos y participamos en la
realidad que nos rodea, una realidad social con la que nos retroalimentamos
cogiendo ese alimento putrefacto y devolviéndolo en forma de vómito.
Uno de
los testimonios más duros y sentidos sobre esta sensación nauseabunda ante lo
que nos rodea la publica el diario El País de la mano de Juan Arias. El
artículo lleva por titular "La muerte del nieto de Lula desata los
monstruos del odio" y recoge las reacciones sociales causadas por la
muerte de un niño, el nieto del ex presidente Lula da Silva. Tras unos primeros
párrafos intentando comprender lo que ha ocurrido, Arias explica:
Intenté recordar tiempos oscuros de la
historia en los que el ser humano llegó a degradarse hasta el punto de no solo
no respetar la inocencia de la infancia, sino de hacer de ella carne de
infamia. Solo me vinieron a la memoria aquellos campos de concentración nazi
donde los niños eran quemados vivos porque “no servían para trabajar”. Fue en
uno de aquellos campos donde uno de los responsables dedicaba la poca agua que
había a regar las flores de su jardín, dejando morir de sed a los niños.
Para alguien como yo que ha dedicado tantas
columnas a contar lo positivo del alma brasileña (que tanto me ha enseñado y
reconfortado en los momentos en que no es difícil perder la confianza en el ser
humano), el hecho de leer comentarios sin alma, sin empatía, cargados de odio,
sarcasmo e incluso regocijándose de la muerte de un inocente, solo por el odio
a Lula, hace que prefiera no haber vivido este día.
Soy de los periodistas que criticaron, en su
momento, el hecho de que Lula, que llegó con la esperanza de renovar la
política, hubiese acabado contagiado por los halagos de los poderosos y por la
política fácil de la corrupción. Hoy, sin embargo, ante esos camiones de basura
que las redes sociales están vomitando contra él y hasta contra el nieto inocente
que ha perdido, me atrevo a pedirle perdón en nombre de esos millones de
brasileños que aún no se han vendido al odio fácil y saben aún mantener su
dignidad ante la muerte de un niño.*
No es
fácil que un informador olvide el foco informativo y haga una confesión de
hartazgo tan profunda y dura sobre lo que ve. No creo que sea fruto de un bajón
de ánimo, sino el final de una resistencia, del acoso feroz con el que la
realidad nos abruma cada día. Tener un mínimo de sensibilidad ante lo que
ocurre a tu alrededor, ante el odio permanente en el que vivimos no es
sencillo. Es agotador comprobar cómo crece ese odio estimulado desde las
fuentes más diversas para deshacer las mínimas reglas de la convivencia.
En varias
ocasiones hemos tratado aquí esté crecimiento nauseabundo del odio, de esta
pérdida de humanidad a la que hace referencia Arias en su artículo sobre el
odio desatado contra Lula aprovechando la muerte de su nieto. Este odio se
manifiesta en los comentarios, en los mensajes que se envían mostrando la baja
catadura de una parte cada vez más amplia de la sociedad.
Las
imágenes idílicas de la sociedad quedan pulverizadas cuando esta tiene la capacidad
de expresar si límites o miedos lo que siente, su forma de percibir el mundo y
la creencia en que es un problema del otro la ofensa que se le haga. La
libertad de expresión es desde luego un bien apreciable, pero muchos lo usan de
una forma rastrera e insultante. Lo que señala Juan Arias no es un elemento
característico de Brasil, sino de allí en donde la lucha política se convierte
en escenario de un odio imparable y sin límite.
Los
responsables de esto, sin duda, son los políticos que ha elevado el tono de la
comunicación social. Ya no existen periodos de calma. No creo ya que sea
adecuado pensar en tiempo de "precampaña". Creo que la agresividad
que se alcanza es la de un estado de campaña constante y permanente. Los medios
chequean cada mes las encuestas como si se estuviera cerca de unas elecciones.
Esto tiene un efecto psicológico claro: lleva a la sobre estimulación de las
audiencias indiferenciadas ya de los electorados. Esta transformación conlleva
la sobre estimulación señalada, provocando una reacción constante de
agresividad, que va de los políticos a la gente.
Con los
medios tradicionales, esto estaba regulado, por lo que los efectos tenían menos
intensidad. Pero con la llegada de las redes sociales, se ha creado un ágora
virtual en la que se está recibiendo constantemente información con un nivel de
agresividad cada vez más intenso y elevado de tono. Se trata de llamar la
"atención" un fenómeno constantemente buscado e investigado en varias
de las facultades de nuestros campus Sociología, psicología, neurociencias,
economía, políticas y comunicación son florecientes espacios de investigación
financiada para poder influir sobre la gente, por un lado, y detectar los
cambios que se producen. Ambos aspectos, influencia y detección. Son los que
permiten saber a qué tipo de motivaciones hay que recurrir para obtener los
resultados.
La
falta de humanidad encontrada en un episodio como el fallecimiento del nieto de
Lula es un ejemplo de un estado agresivo y carente de cualquier tipo de
principio. Es posible detectarlo en casi cualquier espacio social donde se
utilizan las redes para la política. Los propios medios actúan fomentándola y
no se abastecen ya de información si no es a través de las propias redes, por
lo que cada vez sirve para amplificar más cada mensaje de odio en un proceso
constante de retroalimentación.
El
modelo social ha cambiado rápidamente por el efecto de lo que comenzó a
socializarse a mediados de los años noventa, que es cuando internet dio el
salto a través de la web. Desde ese momento se perdieron las reglas estrictas
con las que los "neticens" (acrónimo de net y citizens), como
entonces se denominaban, se conducían en la red. Sin idealizaciones, había un
sentido del respeto y de creación de una comunidad donde la colaboración,
compartir, donar, etc. eran la base.
Es sorprendente
para cualquiera que haya vivido el nacimiento social de la red y su desarrollo,
cómo las ideas iniciales de distanciarse del "mundo real", de evitar
su males, de crear una república universal del conocimiento, de
ciberdemocracia, de espacios abiertos para las identidades, etc. tal como se
teorizaba frente a los males del mundo exterior, fue invadido rápidamente por
aquellos que han hecho de ella un espacio virtual en el que se han
intensificado las luchas del mundo material; simplemente un paralelo intenso;
para muchos, un lugar en el que desahogar iras y frustraciones.
Pronto
se vio que se trataba de crear una forma de expansión sin escrúpulos. No se
trata ya solo de lo que tú hagas, sino de lo que hacen contigo, reducido a una
serie de datos cuya información es usada para la manipulación, como nos dejó en
evidencia el episodio de Cambridge Analytica.
Juan
Arias se siente frustrado, hundido, por la forma de reaccionar en Brasil. No
reconoce lo que otras veces ha valorados. Brasil es un episodio más de un largo
camino hacia la intransigencia, al odio y a la violencia. Es lo que vemos cada
día. El único remedio es evitar exponerse a las zonas de riesgo, eliminar los
contactos tóxicos y tratar de ser lo menos manipulado posible por las noticias
falsas, los mensajes de odio y la deshumanización creciente.
Lo que
estamos creando es un monstruo emocional e incontrolado, rebosante de ira. Son
ya voces las que empiezan a hablar que no se puede seguir haciendo política de
esta forma porque no hay límites. La ira y el odio se depositan en una urna,
pero también estallan en los cada vez más frecuentes conflictos sociales.
Depositarlos no acaba con los sentimientos explosivos generados que acaban en violencia.
El
párrafo de cierre del texto de Arias estalla en su lamento de hartazgo:
Hubo quien escribió que, después de los
campos de concentración del nazismo, no era posible seguir creyendo en Dios. ¿Y
después de esos odios y sucios insultos lanzados contra Lula tras haber perdido
a su nieto, es posible seguir creyendo en Brasil? El Brasil de las cloacas, que
hoy han manchado gratuitamente el alma de un niño, terminará como le sucedió al
nazismo. El otro Brasil, el anónimo, el que hoy se ha horrorizado viendo
desfilar a los monstruos sueltos en las redes sociales, el mayoritario, acabará
(¿o será solo mi esperanza?) dominando a los monstruos que hoy nos asustan para
dar paso a los ángeles de la paz.*
Son
palabras duras para una realidad dura, para un Brasil que se arroja en brazos
de cristianos devotos, de personas cuyas bocas se llenan con la palabra
"Dios" miesntras su corazón se vacía de cualquier sentimiento. Ya no
son los ángeles los que relevan a los monstruos sino monstruos mayores, más
abyectos, monstruosos deseosos de atención, espoleados por las espadas
flamígeras de los que gritan consignas de odio, construyen muros y abrazan
dictadores.
El
hartazgo es una sensación cada vez más extendida. Provoca desánimo y pesimismo,
algo que hay que combatir internamente para no dejarse llevar o tentar. No sé
si tenemos capacidad de respuesta ya ante el odio que lleva a alegrarse por la
muerte de un niño de siete años, a festejarlo. Tampoco de la muerte de inmigrantes en el mar o en tierra. Me vienen a la memoria los ataques furibundos contra los jóvenes que, tras vivir una matanza en su instituto, recibieron todo tipo de ataques por proponer la limitación de las armas. Ya no hay respuestas dialogadas, solo la brutalidad.
Al
menos seamos conscientes de que este camino no es el bueno, por más que se empeñen
todos en llevarnos de forma irresponsable por él. Hay que pedirles que reflexiones, que moderen formas y objetivos. Se ha hecho célebre la frase de Clausewitz «La guerra es la continuación de la política por otros medios»; quizá hayamos invertido el sentido y ahora la política es la continuación de la guerra por otros medios, los de comunicación, la redes, etc.
Se trata de hacernos sentir que todos somos enemigos. Y esto provoca un profundo hartazgo.
* Juan
Arias "La muerte del nieto de Lula desata los monstruos del odio"
2/03/2019
https://elpais.com/internacional/2019/03/02/america/1551483966_572695.html
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