domingo, 3 de marzo de 2019

El hartazgo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hace unos minutos escuchaba a Michael Che, en su sección de noticias de Saturday Night Live decir que ya estaba harto de hacer chistes sobre Donald Trump. Creo que no era un chiste más, sino la confesión pública de un estado de hartazgo que mucha gente siente ante tener que escribir o hablar sobre lo que hace, no hace, dice o calla el presidente actual de los Estados Unidos.
Sí, la palabra es hartazgo, una sensación tanto física como mental de tener que manejar basura todo el día porque se vive en la duda constante de que lo que el presidente del país más poderoso de la tierra tenga que ser tratado.  
Pero el hartazgo va más allá convirtiendo el trato con la actualidad en algo que provoca una sensación de náusea, sin llegar a sartreana. Hay como una especie de envenenamiento o parásito que nos está haciendo mella al dejarnos arrastrar por una serie de sentimientos negativos con los que vivimos y participamos en la realidad que nos rodea, una realidad social con la que nos retroalimentamos cogiendo ese alimento putrefacto y devolviéndolo en forma de vómito.
Uno de los testimonios más duros y sentidos sobre esta sensación nauseabunda ante lo que nos rodea la publica el diario El País de la mano de Juan Arias. El artículo lleva por titular "La muerte del nieto de Lula desata los monstruos del odio" y recoge las reacciones sociales causadas por la muerte de un niño, el nieto del ex presidente Lula da Silva. Tras unos primeros párrafos intentando comprender lo que ha ocurrido, Arias explica:

Intenté recordar tiempos oscuros de la historia en los que el ser humano llegó a degradarse hasta el punto de no solo no respetar la inocencia de la infancia, sino de hacer de ella carne de infamia. Solo me vinieron a la memoria aquellos campos de concentración nazi donde los niños eran quemados vivos porque “no servían para trabajar”. Fue en uno de aquellos campos donde uno de los responsables dedicaba la poca agua que había a regar las flores de su jardín, dejando morir de sed a los niños.
Para alguien como yo que ha dedicado tantas columnas a contar lo positivo del alma brasileña (que tanto me ha enseñado y reconfortado en los momentos en que no es difícil perder la confianza en el ser humano), el hecho de leer comentarios sin alma, sin empatía, cargados de odio, sarcasmo e incluso regocijándose de la muerte de un inocente, solo por el odio a Lula, hace que prefiera no haber vivido este día.
Soy de los periodistas que criticaron, en su momento, el hecho de que Lula, que llegó con la esperanza de renovar la política, hubiese acabado contagiado por los halagos de los poderosos y por la política fácil de la corrupción. Hoy, sin embargo, ante esos camiones de basura que las redes sociales están vomitando contra él y hasta contra el nieto inocente que ha perdido, me atrevo a pedirle perdón en nombre de esos millones de brasileños que aún no se han vendido al odio fácil y saben aún mantener su dignidad ante la muerte de un niño.*



No es fácil que un informador olvide el foco informativo y haga una confesión de hartazgo tan profunda y dura sobre lo que ve. No creo que sea fruto de un bajón de ánimo, sino el final de una resistencia, del acoso feroz con el que la realidad nos abruma cada día. Tener un mínimo de sensibilidad ante lo que ocurre a tu alrededor, ante el odio permanente en el que vivimos no es sencillo. Es agotador comprobar cómo crece ese odio estimulado desde las fuentes más diversas para deshacer las mínimas reglas de la convivencia.
En varias ocasiones hemos tratado aquí esté crecimiento nauseabundo del odio, de esta pérdida de humanidad a la que hace referencia Arias en su artículo sobre el odio desatado contra Lula aprovechando la muerte de su nieto. Este odio se manifiesta en los comentarios, en los mensajes que se envían mostrando la baja catadura de una parte cada vez más amplia de la sociedad.
Las imágenes idílicas de la sociedad quedan pulverizadas cuando esta tiene la capacidad de expresar si límites o miedos lo que siente, su forma de percibir el mundo y la creencia en que es un problema del otro la ofensa que se le haga. La libertad de expresión es desde luego un bien apreciable, pero muchos lo usan de una forma rastrera e insultante. Lo que señala Juan Arias no es un elemento característico de Brasil, sino de allí en donde la lucha política se convierte en escenario de un odio imparable y sin límite.


Los responsables de esto, sin duda, son los políticos que ha elevado el tono de la comunicación social. Ya no existen periodos de calma. No creo ya que sea adecuado pensar en tiempo de "precampaña". Creo que la agresividad que se alcanza es la de un estado de campaña constante y permanente. Los medios chequean cada mes las encuestas como si se estuviera cerca de unas elecciones. Esto tiene un efecto psicológico claro: lleva a la sobre estimulación de las audiencias indiferenciadas ya de los electorados. Esta transformación conlleva la sobre estimulación señalada, provocando una reacción constante de agresividad, que va de los políticos a la gente.
Con los medios tradicionales, esto estaba regulado, por lo que los efectos tenían menos intensidad. Pero con la llegada de las redes sociales, se ha creado un ágora virtual en la que se está recibiendo constantemente información con un nivel de agresividad cada vez más intenso y elevado de tono. Se trata de llamar la "atención" un fenómeno constantemente buscado e investigado en varias de las facultades de nuestros campus Sociología, psicología, neurociencias, economía, políticas y comunicación son florecientes espacios de investigación financiada para poder influir sobre la gente, por un lado, y detectar los cambios que se producen. Ambos aspectos, influencia y detección. Son los que permiten saber a qué tipo de motivaciones hay que recurrir para obtener los resultados.


La falta de humanidad encontrada en un episodio como el fallecimiento del nieto de Lula es un ejemplo de un estado agresivo y carente de cualquier tipo de principio. Es posible detectarlo en casi cualquier espacio social donde se utilizan las redes para la política. Los propios medios actúan fomentándola y no se abastecen ya de información si no es a través de las propias redes, por lo que cada vez sirve para amplificar más cada mensaje de odio en un proceso constante de retroalimentación.
El modelo social ha cambiado rápidamente por el efecto de lo que comenzó a socializarse a mediados de los años noventa, que es cuando internet dio el salto a través de la web. Desde ese momento se perdieron las reglas estrictas con las que los "neticens" (acrónimo de net y citizens), como entonces se denominaban, se conducían en la red. Sin idealizaciones, había un sentido del respeto y de creación de una comunidad donde la colaboración, compartir, donar, etc. eran la base.
Es sorprendente para cualquiera que haya vivido el nacimiento social de la red y su desarrollo, cómo las ideas iniciales de distanciarse del "mundo real", de evitar su males, de crear una república universal del conocimiento, de ciberdemocracia, de espacios abiertos para las identidades, etc. tal como se teorizaba frente a los males del mundo exterior, fue invadido rápidamente por aquellos que han hecho de ella un espacio virtual en el que se han intensificado las luchas del mundo material; simplemente un paralelo intenso; para muchos, un lugar en el que desahogar iras y frustraciones.

Pronto se vio que se trataba de crear una forma de expansión sin escrúpulos. No se trata ya solo de lo que tú hagas, sino de lo que hacen contigo, reducido a una serie de datos cuya información es usada para la manipulación, como nos dejó en evidencia el episodio de Cambridge Analytica.
Juan Arias se siente frustrado, hundido, por la forma de reaccionar en Brasil. No reconoce lo que otras veces ha valorados. Brasil es un episodio más de un largo camino hacia la intransigencia, al odio y a la violencia. Es lo que vemos cada día. El único remedio es evitar exponerse a las zonas de riesgo, eliminar los contactos tóxicos y tratar de ser lo menos manipulado posible por las noticias falsas, los mensajes de odio y la deshumanización creciente.
Lo que estamos creando es un monstruo emocional e incontrolado, rebosante de ira. Son ya voces las que empiezan a hablar que no se puede seguir haciendo política de esta forma porque no hay límites. La ira y el odio se depositan en una urna, pero también estallan en los cada vez más frecuentes conflictos sociales. Depositarlos no acaba con los sentimientos explosivos generados que acaban en violencia.
El párrafo de cierre del texto de Arias estalla en su lamento de hartazgo:


Hubo quien escribió que, después de los campos de concentración del nazismo, no era posible seguir creyendo en Dios. ¿Y después de esos odios y sucios insultos lanzados contra Lula tras haber perdido a su nieto, es posible seguir creyendo en Brasil? El Brasil de las cloacas, que hoy han manchado gratuitamente el alma de un niño, terminará como le sucedió al nazismo. El otro Brasil, el anónimo, el que hoy se ha horrorizado viendo desfilar a los monstruos sueltos en las redes sociales, el mayoritario, acabará (¿o será solo mi esperanza?) dominando a los monstruos que hoy nos asustan para dar paso a los ángeles de la paz.*

Son palabras duras para una realidad dura, para un Brasil que se arroja en brazos de cristianos devotos, de personas cuyas bocas se llenan con la palabra "Dios" miesntras su corazón se vacía de cualquier sentimiento. Ya no son los ángeles los que relevan a los monstruos sino monstruos mayores, más abyectos, monstruosos deseosos de atención, espoleados por las espadas flamígeras de los que gritan consignas de odio, construyen muros y abrazan dictadores.
El hartazgo es una sensación cada vez más extendida. Provoca desánimo y pesimismo, algo que hay que combatir internamente para no dejarse llevar o tentar. No sé si tenemos capacidad de respuesta ya ante el odio que lleva a alegrarse por la muerte de un niño de siete años, a festejarlo. Tampoco de la muerte de inmigrantes en el mar o en tierra. Me vienen a la memoria los ataques furibundos contra los jóvenes que, tras vivir una matanza en su instituto, recibieron todo tipo de ataques por proponer la limitación de las armas. Ya no hay respuestas dialogadas, solo la brutalidad.
Al menos seamos conscientes de que este camino no es el bueno, por más que se empeñen todos en llevarnos de forma irresponsable por él. Hay que pedirles que reflexiones, que moderen formas y objetivos. Se ha hecho célebre la frase de Clausewitz «La guerra es la continuación de la política por otros medios»; quizá hayamos invertido el sentido y ahora la política es la continuación de la guerra por otros medios, los de comunicación, la redes, etc. 
Se trata de hacernos sentir que todos somos enemigos. Y esto provoca un profundo hartazgo.




* Juan Arias "La muerte del nieto de Lula desata los monstruos del odio" 2/03/2019 https://elpais.com/internacional/2019/03/02/america/1551483966_572695.html

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