Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En una película (cuyo nombre no voy a revelar) se produce la
siguiente situación. Una pareja es atacada en su casa, un lujoso edificio en el
que todo funciona mediante comandos de voz, por un grupo de violentos
asaltantes.
Mientras la mujer es arrastrada por el suelo, intenta quemar su
último cartucho dando una orden al asistente de Inteligencia Artificial:
"Contacta con la Policía". La voz seductora responde de inmediato:
"Reproduciendo la canción "Contact", del grupo The Police".
La masacre sigue mientras la música les sirve de fondo. La descripción es
aproximada para no aguarles el gag a los que la vean. Pero la broma no esconde la realidad del papel que juegan estas tecnologías en nuestras vidas.
The New York Times nos trae este fin de semana un artículo
de Nellie Bowles, reportera de tecnología del diario. El título del artículo
nos deja claro el problema, "Human Contact Is Now a Luxury Good".
Tras contarnos las experiencias de un jubilado con su cuidador artificial, con
forma de gato, llamado "Sox" por su equipo favorito, con el que se
comunica mediante la pantalla, nos resume el fondo:
Life for anyone but the very rich — the
physical experience of learning, living and dying — is increasingly mediated by
screens.
Not only are screens themselves cheap to make,
but they also make things cheaper. Any place that can fit a screen in
(classrooms, hospitals, airports, restaurants) can cut costs. And any activity
that can happen on a screen becomes cheaper. The texture of life, the tactile
experience, is becoming smooth glass.
The rich do not live like this. The rich have
grown afraid of screens. They want their children to play with blocks, and
tech-free private schools are booming. Humans are more expensive, and rich
people are willing and able to pay for them. Conspicuous human interaction —
living without a phone for a day, quitting social networks and not answering
email — has become a status symbol.
All of this has led to a curious new reality:
Human contact is becoming a luxury good.
As more screens appear in the lives of the
poor, screens are disappearing from the lives of the rich. The richer you are,
the more you spend to be offscreen.*
La pareja de la película está todavía en la fase en la que
la tecnología se ha convertido en un lujo al alcance de pocos, un marcador de
importancia social, de pertenencia a la élite. La tesis de Bowles es que esa
etapa ha pasado y el contacto humano ahora está únicamente al alcance de los muy ricos. Si se prefiere, podemos hablar de "trato personalizado". Puedes elegir un "personal Shopper", "personal coacher", etc. Lo esencial es la humanización de lo que primero hemos automatizado.
La progresiva automatización de los servicios hace que ver a
un ser humano sea cada vez más difícil, eso afecta de los bancos, supermercados,
hamburgueserías, centros médicos... Cada día se nos muestran más acciones automatizadas, actos en los que no tomamos contacto con nadie. Es probable que podamos vivir un día sin necesidad de tener contacto directo con otras personas. Todo automatizado.
¿Se ha convertido el contacto humano en un lujo, como sostiene
la articulista Bowles en The New York Times? Estamos en ello.
Cuando las cosas se automatizan, lo "hecho a mano"
pasa a ser más valioso. La artesanía es lo que se hacía antes de que las cosas
se automatizaran. Lo llamamos "recuperar" los viejos oficios para que
no se pierdan. Pero no se pierden solos; más bien los perdemos para reducir los
costes y abaratar el consumo mientras que se aumentan las ganancias de algunos.
La pérdida de lo humano y su recuperación como
"producto" nos hacen una sociedad poco habitable o, si se prefiere, poco
amigable. De hecho, el concepto de "amistad" se diluye en lo
comercial. El contacto humano está sujeto a precio. Si quieres que te
atiendan o simplemente que te escuchen o acompañen, deberás pagar con ello.
Esa es la tendencia, nos dicen. Ya ocurre.
La tecnología ha desbordado nuestras formas de relacionarnos.
Nuestro mundo es cada vez más pobre en experiencias humanas directas y más
estandarizado en las indirectas. Me refiero con esta últimas a las que produce
el arte, la manera que tenemos de expresar nuestros sentimientos y visión del
mundo.
De la Caja Tecnológica de Pandora salieron muchos gurús que
cantan los beneficios de un mundo de personas aisladas en lo físico y
conectadas a través de redes. A todo se accede por la pantalla: enseñanza,
amistad, trabajo, etc. Cuando se comenzó, se trataba justo de lo contrario, se
veía el mundo de las redes como una forma de aumentar el conocimiento y
aumentar la interacción. Pero los aislacionistas legaron pronto a fraccionar y
explotar cada uno de los átomos. Estar conectado no significa pertenecer a una
comunidad que nos enriquezca, sino una forma de sustitución y simplificación de
las relaciones humanas.
Todo se ha ido haciendo más pequeño, más rápido, más
superficial. Es extraña y terrible la capacidad que tienen otros para diseñar
nuestras vidas, nuestras relaciones, nuestro trabajo. El pensar solo en el beneficio, en las reducciones de costes, etc. está convirtiendo nuestra sociedad en un espacio enfermo de soledad, de relaciones distorsionadas por muchos factores que nos hacen más difícil la convivencia. Solo pensamos en términos económicos, pero lo cierto es que estamos obviando los elementos que nos definen como seres humanos, es decir, estamos alterando nuestra sociabilidad, algo esencial y cuya alteración tiene efectos importantes en nuestro comportamiento individual y colectivo. No queremos ver o escuchar sobre los efectos. Quizá a los ricos les que da la esperanza de que podrán comprarse un futuro mejor, más cálido, más humano, pero eso es precisamente lo que se aleja de nosotros. No tendrán más que un inútil sucedáneo.
Lo que resulta insostenible es que no haya forma de frenar este futuro insatisfactorio. Puede que nuestros cuerpos y mentes estén siendo forzados a vivir en espacios que no son los más adecuados. Pero ya nadie quiere arreglar los problemas, sino construirse un refugio confortable. Es lo que se puede comprar.
Cada día nos ofrecen como un maravilloso futuro con máquinas con las que conversar, que nos atienden, que satisfacen nuestros deseos. Son robots para jugar, aprender, diagnosticar, tener sexo, trabajar... Pero quizá llegue un momento en que nos ocurra como a la pareja de la película que mencioné.
Si el contacto humano se ha convertido en artículo de lujo,
como sostiene con razón el artículo, es que somos cada día más pobres en lo
realmente importante, nuestra humanidad, que vamos perdiendo poco a poco. Pero llegará un día en que eso no le importe a nadie. Será la señal.
Hemos abierto la caja tecnológica de Pandora y están saliendo, uno tras otro, los fantasmas virtuales. Urge rehumanizarnos, rehumanizar nuestra propia condición antes de que seamos una caricatura de nosotros mismos.
* Nellie
Bowles "Human Contact Is Now a Luxury Good". The New York
Times 23/03/2019
https://www.nytimes.com/2019/03/23/sunday-review/human-contact-luxury-screens.html
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