Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Retomemos
el tema. Ayer dedicamos la entrada del blog a la Historia, para ser más preciso a la Historia
de la historiografía, título de la interesante obra de la académica mejicana
Josefina Vázquez de Knauth, publicada en 1965. No interesaba su forma de interpretar
el sentido histórico del discurso histórico, es decir, su forma ligada a unos
intereses específicos característicos del momento en que se producen.
Comentábamos concretamente el momento del paso de la historiografía griega a la
historiografía romana primera, a cómo Roma, nos decía adoleció en ese primer
momento de una historia preocupada por satisfacer a los políticos, al poder.
Esa "enfermedad" o "defecto" es precisamente el uso del
discurso historiográfico para empastar el dibujo del pasado camino del
presente.
Creo
que el enfoque de Vázquez de Knauth puede explicarse desde su interés por el
"nacionalismo", como se revela en varios de sus títulos,
especialmente el que liga "nacionalismo" y educación en México,
aspectos que considera relevante el uno junto al otro. La construcción del
nacionalismo tiene su propia selección, interpretación y objetivos por parte de
los que buscan el establecimiento de la mirada diferencial hacia el pasado.
Fue una
casualidad que coincidiera el texto de ayer con la polémica desatada por la
carta de López Obrador, presidente de México, en la prensa y entre los historiadores
españoles. Es más, deliberadamente, mientras lo escribía resistía la tentación
de ponerlo como ejemplo de lo que estaba hablando, tanto por parte mejicana
como española.
Me
gustaría traer el texto de Josefina Vázquez de Knauth, una mejicana, sobre
nacionalismo y educación, para no ignorar algo que tiene o tendrá sus
consecuencias en el terreno de las relaciones entre dos países.
En la
introducción de su obra, escribe la académica mejicana:
Nuestro intento no es hacer un estudio del
nacionalismo mexicano en sus diversas expresiones. El reciente estudio de
Frederick C. Turner prueba lo difícil que resulta enfrentarse con éxito a un
problema tan complejo, en forma total. Conscientes de la magnitud de un
planteamiento general, nos hemos reducido a seguir la trayectoria de la enseñanza
de la historia, una de las formas en las que la sociedad transmite,
intencionalmente, a las nuevas generaciones la red articulada de símbolos que constituyen
la verdad básica de los ciudadanos acerca de su propio país. Esos símbolos
sustentan la fuerza que hoy llamamos nacionalismo, “conciencia de grupo” como
lo define Kohn, “amor propio de las naciones”, como lo haría Caos, y cuya
importancia es tal que en buena medida determina el carácter de la educación.
Queremos advertir que estamos de acuerdo con la idea de antropólogos y
psicólogos contemporáneos como Margaret Mead, Ruth Benedict, Eric Erikson,
Frederick Hertz, que atribuyen la formación del “carácter nacional” a la
educación. Por tanto, hemos querido seguir la trayectoria del proceso de ese
empeño intencionado de formar al ciudadano mexicano: el estudio de la enseñanza
de la historia vendría a ser, así, una vía para el entendimiento del “carácter
nacional”.
Aun antes de enfrentamos a nuestra
problemática, nos sorprendía el hecho de que en nuestras escuelas se
transmitieran dos interpretaciones del mismo pasado, prácticamente opuestas. El
abuso en la utilización de los símbolos nacionales (que recientemente ha
merecido un nuevo reglamento) y la contradicción de las actitudes mexicanas
ante lo extranjero, nos parecía que tenían relación con la forma en que se
enseñaba la historia. Por entonces se nos ocurrió que el hedió de que la
mayoría de los héroes mexicanos fueran personajes vencidos tenía un efecto en
la psicología mexicana. Al advertir la complejidad del proceso, nos dimos
cuenta de lo peligroso que era especular y tratamos de limitamos a seguirlo,
aunque aquí y allá sugerimos posibles consecuencias de la forma en que se
enseñaba la historia; éstas quedan apenas apuntadas, pero quizá un estudio como
éste pueda servir de base para otros futuros de los estudiosos de las ciencias
sociales, siempre más atrevidos en sacar conclusiones. Para un primer intento,
la historia es tal vez el camino más adecuado con su finalidad limitada a
comprender el proceso.
Apenas conseguida la independencia se intentó
utilizar la escuela para formar un nuevo tipo de ciudadano de acuerdo con las
aspiraciones del nuevo orden político, por eso la educación pública se convirtió
en uno de los puntos de controversia entre liberales y conservadores. Una vez
en el poder los liberales buscaron controlar la enseñanza básica, a pesar de
que esto se oponía a sus postulados, para impedir la multiplicación de los
mexicanos tradicionalistas, que se les aparecían como el más grande obstáculo
al progreso. La Revolución dio al Estado la fuerza y los medios legales para un
monopolio educativo, capaz de eliminar de la escuela toda interpretación que no
fuera la propia, si bien en la práctica el Estado nunca ha llegado a hacer uso
total de esos poderes. En fin, el decreto de 1959 que creó el texto gratuito y
obligatorio, constituye un nuevo jalón en el viejo sueño de unificar la verdad
histórica transmitida en la escuela primaria, fundamento de los sentimientos
ciudadanos. (p.1-2)
Se
comprende fácilmente que es en la definición o construcción de lo que Vázquez
de Knauth llama la "verdad básica" donde está el quid de la cuestión,
de ahí que sea el sistema educativo el que la transmite. El paso del
"súbdito" (antiguo régimen) al "ciudadano" (post
revolucionario) exige su fidelidad a las "ideas" y a la "historia"
de sus "raíces" imaginadas, que sostienen el sistema. En un sistema
de súbditos es la fuerza la que mantiene la sumisión, el castigo. Los sistemas
posteriores necesitan unificar bajo unas ideas y símbolos a los nuevos
ciudadanos, cuya lealtad al nuevo orden ha de quedar garantizada. La mejor
forma de hacerlo es suministrar el paquete simbólico durante la etapa educativa
y rellenar el espacio que le rodea de objetos que refuerzan esa visión. Esto es
algo que implica desde poner los nombres de los héroes en calles y plazas hasta
las estatuas, monumentos de los padres de la patria, como veíamos ayer en el
ejemplo de la necesidad de inventar un origen mítico a Roma para emular a los
griegos. En el futuro, otros imitarán a Roma por su sentido imperial, como
ocurrirá al fascismo italiano. Roma necesitaba mitos; posteriormente Roma sería
utilizada como referencia mítica.
Lo
hecho por López Obrador tiene muy poco que ver con España o con la Iglesia
católica, que ya le ha dicho que lo hizo hace tiempo. Tiene más que ver con
cómo le deben ver a él los mejicanos y cómo quiere que los mejicanos se vean a
sí mismo. Es decir, López Obrador busca distanciarse de sus predecesores, pues
es una forma de decir ante los ciudadanos de su país que los anteriores
presidentes no hicieron "lo que debían".
En
realidad es lo mismo que hace Donald Trump cuando, para dar lustre a su
nacionalismo populista, acusa a los presidentes anteriores de ineptos, de haber
sido un mal para los Estados Unidos, etc. López Obrador crea una imagen de sí
mismo a la vez que la crea de México. La polémica creada solo servirá para
reivindicarse ante los ojos de los mejicanos, que en el fondo es el juego del
poder. Le sirve para marcar distancias con sus opositores nacionales.
Es
interesante la observación de Vázquez de Knauth sobre los efectos en la "psicología
mexicana" de los "héroes vencidos". Me parece una observación
inteligente sobre la construcción narrativa del nacionalismo y su función.
No es
mi intención ir más allá del ejemplo sobre el funcionamiento de los discursos
historiográficos, sus juegos de poder y de definición de un pasado para
servicio del presente y sus intereses. Creo que los titulares generados, por
ejemplo, en el diario El Mundo — "México. La traición de López Obrador
mina la apuesta estratégica de Pedro Sánchez", "Historia. El director
de la RAE e historiadores contra el "populismo cultural" de López
Obrador", "Beatriz Gutiérrez Müller. La primera dama de México, la
historiadora que mueve los hilos"— o en ABC — "Los historiadores
desmontan la ofensiva populista del presidente de México contra Hernán Cortés",
"Las falacias históricas sobre Hernán Cortés del presidente de México"...—
son suficientemente ilustrativos de cómo puede acabar esta trifulca
historiográfica en un momento delicado para España. Me refiero concretamente a
la afirmación nacional para combatir la narrativa secesionista en Cataluña,
amenaza real a la convivencia, más allá de los juegos de afirmación del
presidente López Obrador tras su llegada al poder.
En su
obra Usos y abusos de la Historia, la historiadora canadiense Margaret
MacMillan escribió sobre esta cuestión de las disculpas:
Las palabras son baratas, aunque pueden
conducir a exigencias caras, y a los políticos les gusta aparecer como personas
humanitarias y sensibles. Además, las disculpas sobre el pasado se pueden usar
como excusa para no hacer mucho en el presente.
[...]
Si miramos demasiado al pasado y enredamos
con la Historia mediante disculpas, el peligro es que no prestemos la atención
suficiente a los problemas arduos de hoy en día. También existe el peligro, y
un cierto número de líderes de minorías así lo han señalado, de que
concentrarse en agravios pretéritos sea una trampa, y que así los gobiernos y
grupos eviten enfrentarse a los problemas plantándoles cara ahora. (cap. 2, pp.
26-27)
Antes
de que España fuera España, el espacio que hoy ocupamos fue invadido por
romanos, godos de todo tipo, árabes, franceses... Según la narrativa del Estado
Islámico, Al-Ándalus les fue robada y
advierten que volverán, considerando su califato hasta los Pirineos. Como
prueba de ello, muestran la mezquita de Córdoba y suspiran con las postales de
Granada y dicen recordar el olor de los naranjos. Tienen su narrativa, como los
demás. Pero, como dice MacMillan, las palabras son baratas. Eso sí, en
ocasiones salen muy caras.
Las
polémicas muestran precisamente lo señalado por Josefina Vázquez de Knauth o
MacMillan. Los discursos historiográficos tienen como función política la creación
de esa verdad básica. El problema es cuando una narrativa entra en conflicto
con otra. La propuesta de López Obrador de escribir una historia conjunta (no
es original) abre más conflictos que la más sencilla de tener cada uno la suya
y, si te llevas bien, dejar de meterte con los demás.
En España
estamos en plena agitación historiográfica con historiadores negacionistas y
con historiadores-ficción. Por eso, el efecto López Obrador ha sido llevar a
los titulares de El País el desenterramiento de soldados cristianos caídos a
manos de los almohades, noticia que apenas habría salido a la sección de
"cultura". Ahora algunos periódicos crean una sección rotulada como
"Historia", lo que no deja de ser preocupante si está destinada no a
la ilustración sino al ardor guerrero o a la agitación.
No
están los tiempos para interpretaciones airadas, sino para discursos reflexivos
y con intenciones de no crear nuevos conflictos, que ya tenemos muchos.
La
Historia es apasionante y necesaria. Por ello, si ha de servir para la verdad
básica sobre la que construir la convivencia y el sentimiento nacional, cuanto
menos se manipule mejor. La reivindicación de los historiadores profesionales
no es suficiente, pues siempre hay hábiles manipuladores, creativos intérpretes
de los textos que son capaces de manipularlos y destinarlos a crear conflictos.
La
verdad básica no es una verdad, puede
ser un mito, una aceptación de los puntos sobre los que construir. Ya estudió
Michel Foucault cómo el poder posee esa voluntad de verdad, que es la capacidad
de definir lo que es "verdadero". Eso es lo que decía Josefina
Vázquez de Knauth que era preferible dejar a otros discutir. Y nada, como
señalaba, lo define mejor que el libro de texto oficial. Ahí está la "verdad".
Por supuesto, es modificada con cada cambio de régimen o de gobierno, si no hay
acuerdo.
Lo
mejor del pasado es que pasó. En España padecemos una cierta fiebre
historiográfica por motivos evidentes; son los que llevan al partido de la
ultraderecha a hablar de "reconquista" o a los secesionistas de
"invasiones". Por eso lo dicho es importante. Puede que las palabras
sean baratas, pero no por ello dejan de tener consecuencias. Es triste ver cómo
la gente entra al trapo de la Historia y se olvida de lo mucho construido en
común.
La Historia está llena de conflictos. Entrar en ella para volver a crear tensiones no es una forma inteligente de gestionar el pasado. Lo que ha hecho López Obrador, se hace aquí cada vez que alguien llega al poder. No es un consuelo ni una disculpa, sino una triste constatación.
— Josefina
Vázquez de Knauth (1970). Nacionalismo y
educación en México. El Colegio de México, México.
— Margaret
MacMillan (2010) Juegos peligrosos: Usos y abusos de la Historia. Ariel,
Madrid.
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