miércoles, 27 de marzo de 2019

La Historia, la educación y la verdad básica

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Retomemos el tema. Ayer dedicamos la entrada del blog a la  Historia, para ser más preciso a la Historia de la historiografía, título de la interesante obra de la académica mejicana Josefina Vázquez de Knauth, publicada en 1965. No interesaba su forma de interpretar el sentido histórico del discurso histórico, es decir, su forma ligada a unos intereses específicos característicos del momento en que se producen. Comentábamos concretamente el momento del paso de la historiografía griega a la historiografía romana primera, a cómo Roma, nos decía adoleció en ese primer momento de una historia preocupada por satisfacer a los políticos, al poder. Esa "enfermedad" o "defecto" es precisamente el uso del discurso historiográfico para empastar el dibujo del pasado camino del presente.
Creo que el enfoque de Vázquez de Knauth puede explicarse desde su interés por el "nacionalismo", como se revela en varios de sus títulos, especialmente el que liga "nacionalismo" y educación en México, aspectos que considera relevante el uno junto al otro. La construcción del nacionalismo tiene su propia selección, interpretación y objetivos por parte de los que buscan el establecimiento de la mirada diferencial hacia el pasado.
Fue una casualidad que coincidiera el texto de ayer con la polémica desatada por la carta de López Obrador, presidente de México, en la prensa y entre los historiadores españoles. Es más, deliberadamente, mientras lo escribía resistía la tentación de ponerlo como ejemplo de lo que estaba hablando, tanto por parte mejicana como española.
Me gustaría traer el texto de Josefina Vázquez de Knauth, una mejicana, sobre nacionalismo y educación, para no ignorar algo que tiene o tendrá sus consecuencias en el terreno de las relaciones entre dos países.
En la introducción de su obra, escribe la académica mejicana:

Nuestro intento no es hacer un estudio del nacionalismo mexicano en sus diversas expresiones. El reciente estudio de Frederick C. Turner prueba lo difícil que resulta enfrentarse con éxito a un problema tan complejo, en forma total. Conscientes de la magnitud de un planteamiento general, nos hemos reducido a seguir la trayectoria de la enseñanza de la historia, una de las formas en las que la sociedad transmite, intencionalmente, a las nuevas generaciones la red articulada de símbolos que constituyen la verdad básica de los ciudadanos acerca de su propio país. Esos símbolos sustentan la fuerza que hoy llamamos nacionalismo, “conciencia de grupo” como lo define Kohn, “amor propio de las naciones”, como lo haría Caos, y cuya importancia es tal que en buena medida determina el carácter de la educación. Queremos advertir que estamos de acuerdo con la idea de antropólogos y psicólogos contemporáneos como Margaret Mead, Ruth Benedict, Eric Erikson, Frederick Hertz, que atribuyen la formación del “carácter nacional” a la educación. Por tanto, hemos querido seguir la trayectoria del proceso de ese empeño intencionado de formar al ciudadano mexicano: el estudio de la enseñanza de la historia vendría a ser, así, una vía para el entendimiento del “carácter nacional”.
Aun antes de enfrentamos a nuestra problemática, nos sorprendía el hecho de que en nuestras escuelas se transmitieran dos interpretaciones del mismo pasado, prácticamente opuestas. El abuso en la utilización de los símbolos nacionales (que recientemente ha merecido un nuevo reglamento) y la contradicción de las actitudes mexicanas ante lo extranjero, nos parecía que tenían relación con la forma en que se enseñaba la historia. Por entonces se nos ocurrió que el hedió de que la mayoría de los héroes mexicanos fueran personajes vencidos tenía un efecto en la psicología mexicana. Al advertir la complejidad del proceso, nos dimos cuenta de lo peligroso que era especular y tratamos de limitamos a seguirlo, aunque aquí y allá sugerimos posibles consecuencias de la forma en que se enseñaba la historia; éstas quedan apenas apuntadas, pero quizá un estudio como éste pueda servir de base para otros futuros de los estudiosos de las ciencias sociales, siempre más atrevidos en sacar conclusiones. Para un primer intento, la historia es tal vez el camino más adecuado con su finalidad limitada a comprender el proceso.
Apenas conseguida la independencia se intentó utilizar la escuela para formar un nuevo tipo de ciudadano de acuerdo con las aspiraciones del nuevo orden político, por eso la educación pública se convirtió en uno de los puntos de controversia entre liberales y conservadores. Una vez en el poder los liberales buscaron controlar la enseñanza básica, a pesar de que esto se oponía a sus postulados, para impedir la multiplicación de los mexicanos tradicionalistas, que se les aparecían como el más grande obstáculo al progreso. La Revolución dio al Estado la fuerza y los medios legales para un monopolio educativo, capaz de eliminar de la escuela toda interpretación que no fuera la propia, si bien en la práctica el Estado nunca ha llegado a hacer uso total de esos poderes. En fin, el decreto de 1959 que creó el texto gratuito y obligatorio, constituye un nuevo jalón en el viejo sueño de unificar la verdad histórica transmitida en la escuela primaria, fundamento de los sentimientos ciudadanos. (p.1-2)



Se comprende fácilmente que es en la definición o construcción de lo que Vázquez de Knauth llama la "verdad básica" donde está el quid de la cuestión, de ahí que sea el sistema educativo el que la transmite. El paso del "súbdito" (antiguo régimen) al "ciudadano" (post revolucionario) exige su fidelidad a las "ideas" y a la "historia" de sus "raíces" imaginadas, que sostienen el sistema. En un sistema de súbditos es la fuerza la que mantiene la sumisión, el castigo. Los sistemas posteriores necesitan unificar bajo unas ideas y símbolos a los nuevos ciudadanos, cuya lealtad al nuevo orden ha de quedar garantizada. La mejor forma de hacerlo es suministrar el paquete simbólico durante la etapa educativa y rellenar el espacio que le rodea de objetos que refuerzan esa visión. Esto es algo que implica desde poner los nombres de los héroes en calles y plazas hasta las estatuas, monumentos de los padres de la patria, como veíamos ayer en el ejemplo de la necesidad de inventar un origen mítico a Roma para emular a los griegos. En el futuro, otros imitarán a Roma por su sentido imperial, como ocurrirá al fascismo italiano. Roma necesitaba mitos; posteriormente Roma sería utilizada como referencia mítica.
Lo hecho por López Obrador tiene muy poco que ver con España o con la Iglesia católica, que ya le ha dicho que lo hizo hace tiempo. Tiene más que ver con cómo le deben ver a él los mejicanos y cómo quiere que los mejicanos se vean a sí mismo. Es decir, López Obrador busca distanciarse de sus predecesores, pues es una forma de decir ante los ciudadanos de su país que los anteriores presidentes no hicieron "lo que debían".


En realidad es lo mismo que hace Donald Trump cuando, para dar lustre a su nacionalismo populista, acusa a los presidentes anteriores de ineptos, de haber sido un mal para los Estados Unidos, etc. López Obrador crea una imagen de sí mismo a la vez que la crea de México. La polémica creada solo servirá para reivindicarse ante los ojos de los mejicanos, que en el fondo es el juego del poder. Le sirve para marcar distancias con sus opositores nacionales.
Es interesante la observación de Vázquez de Knauth sobre los efectos en la "psicología mexicana" de los "héroes vencidos". Me parece una observación inteligente sobre la construcción narrativa del nacionalismo y su función.
No es mi intención ir más allá del ejemplo sobre el funcionamiento de los discursos historiográficos, sus juegos de poder y de definición de un pasado para servicio del presente y sus intereses. Creo que los titulares generados, por ejemplo, en el diario El Mundo — "México. La traición de López Obrador mina la apuesta estratégica de Pedro Sánchez", "Historia. El director de la RAE e historiadores contra el "populismo cultural" de López Obrador", "Beatriz Gutiérrez Müller. La primera dama de México, la historiadora que mueve los hilos"— o en ABC — "Los historiadores desmontan la ofensiva populista del presidente de México contra Hernán Cortés", "Las falacias históricas sobre Hernán Cortés del presidente de México"...— son suficientemente ilustrativos de cómo puede acabar esta trifulca historiográfica en un momento delicado para España. Me refiero concretamente a la afirmación nacional para combatir la narrativa secesionista en Cataluña, amenaza real a la convivencia, más allá de los juegos de afirmación del presidente López Obrador tras su llegada al poder.
En su obra Usos y abusos de la Historia, la historiadora canadiense Margaret MacMillan escribió sobre esta cuestión de las disculpas:

Las palabras son baratas, aunque pueden conducir a exigencias caras, y a los políticos les gusta aparecer como personas humanitarias y sensibles. Además, las disculpas sobre el pasado se pueden usar como excusa para no hacer mucho en el presente.
[...]
Si miramos demasiado al pasado y enredamos con la Historia mediante disculpas, el peligro es que no prestemos la atención suficiente a los problemas arduos de hoy en día. También existe el peligro, y un cierto número de líderes de minorías así lo han señalado, de que concentrarse en agravios pretéritos sea una trampa, y que así los gobiernos y grupos eviten enfrentarse a los problemas plantándoles cara ahora. (cap. 2, pp. 26-27)



Antes de que España fuera España, el espacio que hoy ocupamos fue invadido por romanos, godos de todo tipo, árabes, franceses... Según la narrativa del Estado Islámico, Al-Ándalus les fue robada y advierten que volverán, considerando su califato hasta los Pirineos. Como prueba de ello, muestran la mezquita de Córdoba y suspiran con las postales de Granada y dicen recordar el olor de los naranjos. Tienen su narrativa, como los demás. Pero, como dice MacMillan, las palabras son baratas. Eso sí, en ocasiones salen muy caras.
Las polémicas muestran precisamente lo señalado por Josefina Vázquez de Knauth o MacMillan. Los discursos historiográficos tienen como función política la creación de esa verdad básica. El problema es cuando una narrativa entra en conflicto con otra. La propuesta de López Obrador de escribir una historia conjunta (no es original) abre más conflictos que la más sencilla de tener cada uno la suya y, si te llevas bien, dejar de meterte con los demás.
En España estamos en plena agitación historiográfica con historiadores negacionistas y con historiadores-ficción. Por eso, el efecto López Obrador ha sido llevar a los titulares de El País el desenterramiento de soldados cristianos caídos a manos de los almohades, noticia que apenas habría salido a la sección de "cultura". Ahora algunos periódicos crean una sección rotulada como "Historia", lo que no deja de ser preocupante si está destinada no a la ilustración sino al ardor guerrero o a la agitación.


No están los tiempos para interpretaciones airadas, sino para discursos reflexivos y con intenciones de no crear nuevos conflictos, que ya tenemos muchos.
La Historia es apasionante y necesaria. Por ello, si ha de servir para la verdad básica sobre la que construir la convivencia y el sentimiento nacional, cuanto menos se manipule mejor. La reivindicación de los historiadores profesionales no es suficiente, pues siempre hay hábiles manipuladores, creativos intérpretes de los textos que son capaces de manipularlos y destinarlos a crear conflictos.
La verdad básica no es una verdad, puede ser un mito, una aceptación de los puntos sobre los que construir. Ya estudió Michel Foucault cómo el poder posee esa voluntad de verdad, que es la capacidad de definir lo que es "verdadero". Eso es lo que decía Josefina Vázquez de Knauth que era preferible dejar a otros discutir. Y nada, como señalaba, lo define mejor que el libro de texto oficial. Ahí está la "verdad". Por supuesto, es modificada con cada cambio de régimen o de gobierno, si no hay acuerdo.


Lo mejor del pasado es que pasó. En España padecemos una cierta fiebre historiográfica por motivos evidentes; son los que llevan al partido de la ultraderecha a hablar de "reconquista" o a los secesionistas de "invasiones". Por eso lo dicho es importante. Puede que las palabras sean baratas, pero no por ello dejan de tener consecuencias. Es triste ver cómo la gente entra al trapo de la Historia y se olvida de lo mucho construido en común.
La Historia está llena de conflictos. Entrar en ella para volver a crear tensiones no es una forma inteligente de gestionar el pasado. Lo que ha hecho López Obrador, se hace aquí cada vez que alguien llega al poder. No es un consuelo ni una disculpa, sino una triste constatación.


— Josefina Vázquez de Knauth (1970). Nacionalismo y educación en México. El Colegio de México, México.
— Margaret MacMillan (2010) Juegos peligrosos: Usos y abusos de la Historia. Ariel, Madrid.

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