Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
¿Hay
algo que cerrar en la política
española? Creo que no. Vive precisamente de sus "casos abiertos",
plegada sobre sí misma. Tiene necesidad de esa dinámica de la que ayer
asistimos —los que tuvieron la humorada— a su máxima escenificación, al
capítulo final de la temporada. La palabra nunca ha sido tan ajustada porque de
eso se trata, de escenificar un
desencuentro permanente en el que cada caso tenga su "grand finale".
Debo confesar que me aburrí soberanamente y me deprimí ante el espectáculo. Los
guionistas carecen de imaginación, los actores se imitan a sí mismos. Sin
novedad en el frente. ¿Esperaba alguna?
En la
entrevista que el diario El País
realizó con el director argentino Santiago Mitre, con el motivo del estreno de su thriller académico-político "El estudiante", dice: ‘Es política, solo se puede entender desde
dentro”*. Quizá nos pase eso, que si no estamos dentro no se puede entender este apasionamiento en el desastre que
pretende arrastrarnos a todos y sacarnos de nuestros universos defensivos, de
nuestras reservas naturales mentales para evitar extinguirnos. Debemos
protegernos. Somos especies en peligro de desaparecer del mapa, de darnos de
baja de la Historia. ¡Hegel go Home! Somos la especie ilusionada que acabará como el pájaro
Dodo. La era del votante ilusionado pasó.
Los
políticos han conseguido que pensemos en ellos más que ellos en nosotros. La
economía política de la atención —variante específica de la "economía de
la atención"— exige nuestra mirada constante. Y miramos. Pero reivindiquemos
al menos el derecho a la mirada atónita, el último que nos queda, ante la
imposibilidad de mirar a otro lado por falta de "lados" a los que
mirar, situados en el centro de este espectáculo envolvente. Pero los hay:
existe un mundo más allá. Me lo han contando; lo sé de buena tinta. Hay otras
mentiras más atractivas y gratificantes.
Habrá
quienes disfruten con estas cosas; no lo dudo. A mí me producen tristeza
melancólica y ganas de respirar otros aires en la vida española, algo cada vez
más difícil y penoso. En la peculiar vida política de nuestro país, la esposa golfa
del César no solo ha de parecerlo sino que ha de serlo.
Reivindico
mi derecho a la normalidad, a vivir en un país en el que la democracia sea un
ejercicio de libertad y decisión, de ilusión, de construcción colectiva del
país, de espíritu de mejora. Quiero experimentar eso. No es lo que me ofrecen.
No quiero un espectáculo de gladiadores. No me va.
Los que
quieran vivir el espectáculo de ayer como una "victoria de alguien o
algo", que lo hagan. No seré yo quien les arruine la ilusión del momento.
Pero la sensación de desmoronamiento no se me va de la cabeza. Esta especie de
"98" político en el que vivimos necesita que llegue el "99",
pero los decimales se expanden hasta el infinito. El tiempo se nos ha pegado
como el chicle a la suela de un zapato. Se estira y estira y estira.
Algunos
oradores, conscientes del efecto negativo global, reivindicaron la política de
los honestos y trabajadores. Aquí lo hemos hecho también, como una petición
desesperada de volver a creer en lo político como un arte noble con fines
loables. Pero el concepto de espectáculo pone los focos y la orquesta al
servicio de lo contrario. ¿A quién le interesa una "vida normal"?,
diría el guionista de este thriller.
Mientras
no exista un gran pacto para que todos los partidos sean capaces de acabar con
su propia corrupción, no podrán resolverse los múltiples casos abiertos que
están condicionando la vida política y con ella la de todos los ciudadanos,
cuyos problemas están necesitados de toda la atención para su resolución. La
"corrupción" es un problema de los ciudadanos porque los políticos,
que son los causantes, no lo resuelven. Nosotros podemos trabajar más, cobrar
menos. Pero la corrupción solo la pueden resolver "ellos", una clase
política que se ha vuelto endogámica y agradecida. Son incapaces de hacerlo en dos
sentidos: incapaces de frenarla en sus estructuras con vigilancia interna e
incapaces de establecer mecanismos externos corrección y castigo a través de
las leyes tipificando las figuras allí donde la legislación no tuvo tanta
imaginación como los incumplidores. Creo que es lo que los españoles les
pedimos. No es demasiado.
Para
los mecanismos internos no tienen que ponerse de acuerdo con nadie, solo
aprobarlos y aplicarlos con voluntad decidida. Porqué no lo hacen, ellos lo sabrán.
Para los mecanismos externos, necesitan sentarse desapasionadamente y
establecerlos entre todos con generosidad. Ahí es más complicado porque ellos
lo enredan cada día con sus propias actitudes y enfoques ante los casos propios
y ajenos.
Es
difícil inhibirse del espectáculo; tampoco es bueno dejarse arrastrar por él.
Como en tantas cosas, es complicado lograr el equilibrio para mantener vivo el
interés sin caer en la desesperanza. Se habla mucho del canto del cisne de la política, pero menos del canto del iluso dodo votante.
* “La
política se devora todo” El País 10/07/2013
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/07/10/actualidad/1373456375_995506.html
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