Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Mark
Carney viene de un país extraño, un país cuyo sentido universal parece que hagan
chistes sobre él en las series estadounidenses. No llegan muchas noticias de Canadá;
alguna sobre disputas lingüísticas o tensiones separatistas cuando hay
elecciones y poco más. Mark Cartney, canadiense, ex Goldman Sachs, ha aterrizado en el Banco
Central de Reino Unido y les ha dicho una cosa muy rara a los británicos. Nos
lo cuenta el diario El País:
El gobernador del Banco de Inglaterra, el
canadiense Mark Carney, dijo hoy que hay que cambiar la "cultura" de
las entidades bancarias para que presten atención al lado "social", a
fin de crear empleos y ayudar a las empresas a invertir.
"El asunto cultural es fundamentalmente
importante. Tiene que haber un cambio en la cultura de estas instituciones. Es
algo sobre lo que he hablado en el pasado cuando estaba en Canadá (donde fue
gobernador del Banco Central), y se aplica también aquí", señaló.
"Yo creo que las finanzas pueden
desempeñar una función social y económica útil", puntualizó el nuevo
gobernador.
En su opinión, el sector financiero debe
concentrarse en la "economía real", en la creación de empleos e
impulso de la economía.
Según Carney, la pérdida de esa
"concentración" en la economía y la sociedad hace que las finanzas
sean "inútiles socialmente".*
Ese cambio de "cultura" contrasta con la opinión de la sabia empleada de mi sucursal, quien me dijo una
vez que "los bancos están para ganar dinero y que unos lo hacen mejor que otros", que es como decir que hay robos mal hechos y otros bien
hechos en los que no se dejan huellas. El diario El País dedica hoy su editorial —"Quejas sin respuesta"— al auténtico escándalo de que la banca española desatienda las reclamaciones de sus clientes, incluso las justas, desoyendo las resoluciones. Piden la intervención del Banco de España para que la banca atienda y deje esa actitud impresentable de hacer oídos sordos a las sentencias que no le dan la razón. Están acostumbrados, según parece, a hacer lo que quieren sin que nadie les pueda decir nada, a ignorar las reclamaciones que tienen que atender.
La "doctrina
Cartney", vamos a llamarla así, tiene mucho de osadía —ya le recibieron de uñas algunos en Reino Unido— porque decir estas cosas
en una manifestación delante de mi sucursal puede ser un desahogo folclórico,
pero decírselo a la BBC desde su puesto del Banco de Inglaterra es otra cosa.
Decirlo cerquita de la City, en un país que ha ido perdiendo su tejido
industrial centrándose en el mundo financiero, en la especulación mundial, en
el que se refugian los que se sienten presionados en sus cuentas bancarias —menos Depardieu, que se va a Rusia—, el
país en el que los banqueros juegan con el LIBOR (London InterBank Offered
Rate) como el que juega al bádminton —es decir, pegándole fuerte para arriba,
que ya caerá—, etcétera, etcétera, pues tiene un gran mérito provocativo.
Esto es
lo que escribía José Alvear Sanín, en 2009 —en pleno estallido de la crisis
financiera—, en el diario colombiano El
Mundo, , bajo el significativo título "¿El fin de Inglaterra?":
La liquidación del Imperio significó un
doloroso reacomodamiento para pasar de primera potencia a una posición
secundaria en el mundo. Luego, con la transformación tatcherista, pareció
detenerse la decadencia económica, pero el neoliberalismo más hirsuto agotó
pronto sus aspectos benéficos como revulsivo porque, en vez de conducir a una
recuperación industrial, produjo una mentalidad cortoplacista para el rápido
lucro especulativo, seguida de un empobrecimiento general de los estratos menos
favorecidos, con eliminación en buena parte del Wellfare State.
Se redujeron los impuestos al capital y se
desreguló la actividad bancaria hasta los extremos que han significado el
desplome actual de esa industria. Se desmanteló el viejo aparato industrial.
Casi todas las grandes compañías se vendieron a multinacionales extranjeras,
antes de traspasar la propiedad de buena parte de la electricidad, los
acueductos, los aeropuertos y las terminales marítimos a empresas foráneas.**
Cuando
Alvear Sanín terminaba de describir las cifras de los efectos de la
desindustrialización y de la conversión en un país de finanzas, dedicado al cortoplacismo,
la búsqueda del dinero fácil y la inversiones allí dónde se obtenga la máxima
ganancia sin importar otros factores, introducía una solitaria línea en la que
señalaba: «Solamente Estados Unidos y España acusan cifras peores en ese
capítulo. »** Nosotros, siempre con los grandes.
El diario El País de hoy mismo nos trae otra noticia:
las protestas por la desindustrialización de Andalucía. Titula el diario:
"Andalucía pierde 16.000 operarios de la industria en solo un año"***.
A través de los dramas personales de los desempleados o de los especialistas de
la industria empleados en ocupaciones como vender pescado, nos va describiendo
la lenta desindustrialización de Andalucía, pero que puede extenderse al resto
del país, que muere lentamente por la falta de financiación a la economía real,
por los miramientos de los que fomentaron la especulación de las burbujas, por
los que apostaron todo al ladrillo, que era lo que permitía ganar por los
préstamos a todos, a constructores y a compradores de casas, amparados en unos
políticos no supieron o no quisieron —advertidos desde fuera estaban, desde
luego— frenar ese modelo pensando, como es característico de la euforias
financieras, que nunca se pincharía el globo.
La banca es rescatada, pero no lo es la industria, que debería recibir los efectos de ese rescate.
Europa concede dinero que volverá a las arcas de los deudores, sus propios
bancos, pero no quiere competidores industriales. Los que debemos querer
competir somos nosotros, hacerlo desarrollando de nuevo la industria. El fiasco
de los "astilleros" de estos días, con la devolución de las ayudas
europeas, nos advierte claramente que hay que ir con pies de plomo, no sean que
corten las alas. El esfuerzo industrial lo debemos hacer nosotros, agrupando fuerzas, potenciando iniciativas, creando alternativas, algo que no se ha hecho durante décadas de desidia en este sentido. La desindustrialización es lo que hay que evitar a todo trance —es lo que están haciendo países como Estados Unidos, que ha aprendido algo de la crisis— porque es el centro del empleo estable, lo que permite sortear las crisis con exportación, permite la innovación y el desarrollo científico e investigador. Sin industria no hay futuro. Y la industria necesita del crédito.
La recomendación de Mark Carney de que la banca
invierta en la economía real, que los créditos vayas a las empresas e
industrias, no es una excentricidad canadiense: es el futuro de este o de
cualquier país que sienta que sus autoridades no están como florero neoliberal,
esperando a que se reconstruya por efecto de la mano invisible, sino por las acciones inteligentes y eficaces sobre el sistema,
redirigiendo los esfuerzos allí donde se pueden consolidar sectores
industriales generadores de estabilidad y no en nuevas especulaciones, vendiendo a
precio de risa a los que vienen a comprar en los saldos nacionales. Desde todas partes manifiestan el temor porque el crédito no fluye hacia la economía real. Y la banca espera a ser ella la que decida cuándo, cómo y a quién. En otras circunstancias sería lógico, pero teniendo en cuenta su responsabilidad en esta crisis y, especialmente, lo que se ha sacrificado por sanearla, creo que apelar a su responsabilidad —como la quieran llamar: ¿social, nacional, ética...?— no es demasiado. El modelo ha cambiado; debe cambiar.
Es el único valor que los españoles esperamos de
nuestros políticos. Y, desgraciadamente, sus propias formas de selección no dan
el tipo adecuado. La única política parece ser, como en las subastas, que los
precios caigan tanto que les resulte atractivo a los demás comprarnos. Ya lo dijo Donald Trump.
Creo que necesitamos también algún canadiense
excéntrico o, en su defecto, tomar nota.
*
"El gobernador del Banco de Inglaterra cree que los bancos deben centrarse
en el lado "social"" El País 8/08/2013
http://economia.elpais.com/economia/2013/08/08/agencias/1375951087_444308.html
**
"¿El fin de Inglaterra?" El Mundo.com 4/02/2009
http://www.elmundo.com/portal/pagina.general.impresion.php?idx=107140
***
"Andalucía pierde 16.000 operarios de la industria en solo un año" El
País http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/08/07/andalucia/1375891496_442370.html
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