Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Los
miedos de los egipcios son muchos, variados y complejos. Como si fueran por un hipermercado
recorriendo el pasillo mejor surtido del mundo, cada uno va haciendo la selección
del miedo que se le ofrece en los estantes. Hoy los egipcios tienen miedos, miedos absolutos y miedos
relativos, miedos presentes y miedos futuros. Han pasado de la esperanza
revolucionaria, que supuso la pérdida del miedo —del miedo a manifestarse, del
miedo a soñar despiertos, en voz alta— al agarrotamiento del que se siente
bloqueado, angustiado por lo vivido y por lo que le queda por vivir. Unos a
unas cosas y otro a otras, el miedo ha vuelto, si es que en algún momento se
había ido, como ese paraguas que no acabamos de guardar por si las nubes del
horizontes deciden oscurecerse.
Hoy unos
egipcios viven el miedo de las noches escuchando disparos bajo sus ventanas o
de los días a travesando las calles con situaciones de peligro real, con listas
de muertos crecientes. Miedo a los islamistas para unos, miedo a la represión otros. No hablo de "razones" o "racionalizaciones", hablo de miedos. Las razones son para los analistas e historiadores, para escribir artículos y tesis, para abrir noticieros. Hablo del miedo de las personas, de los que se ven inmersos en el flujo de la violencia, arrastrados por ella en su vidas de las que dejan de tener el control.
Son
miedos reales, provocados por el riesgo físico. Pero están también los otros
miedos, los del futuro inmediato, los que se generan por las informaciones locales
y por lo que leen en la prensa internacional. Está el miedo a una guerra civil, que muchos niegan afirmando
que el pueblo egipcio está más unido que nunca, pero que otros temen con el
espectro sirio sobrevolando las conciencias. Está el miedo a una intervención extranjera, que se
manifiesta en un abanico que va de sanciones o condenas en los foros internacionales al miedo a
una intervención militar, a una invasión. Es el miedo que el egipcio combate
con su orgullo, rechazando mediaciones, negando el intervencionismo extranjero.
¡Qué pena que la comunidad internacional, tan preocupada ahora, no manifestara antes su "preocupación" por los signos evidentes del deterioro político, por la deriva del gobierno de Mursi o Túnez! ¡Qué pena! ¡Qué pena que se tengan que hacer rápidos repasos de "lo que ocurre" en Egipto para intentar comprender algo! ¡Qué pena que los que fueron el primer día a hacerse la foto de la "Primavera árabe" recorriendo las calles de Túnez, Libia o Egipto, como Sarkozy y Cameron o los demás líderes europeos, hayan estado tan ocupados! ¡Qué pena que la crisis del euro no haya permitido programas de cooperación y apoyo político a los que no tenían financiación de los países del petroleo, como le ocurría a los islamistas, bien organizados y provistos de fondos! ¡Qué pena! ¡Qué pena que consideraran que con la llegada de los islamistas al poder no habría más problemas, que se cerraba un ciclo! ¡Qué pena de fotos, de sonrisas desperdiciadas! Y ahora tocan las sanciones, más fáciles que la vía de ayudar crear un futuro posible, y no solo una apariencia de estabilidad complaciente. Lo de Estados Unidos podemos "entenderlo" desde su propia lógica, pero ¿lo de Europa?
Y ahora, de nuevo, el miedo reina en Egipto. Los miedos no deben ser analizados como probabilidades reales de ocurrir sino
como angustia. El miedo a lo que pueda ocurrir en el futuro es lo que nos hace
actuar en el presente, tomar nuestras decisiones hoy para mañana. No deben ser desdeñados, pues, los miedos, sino tenidos en cuenta, pues condicionan las decisiones tomadas.
Los
miedos se pueden combatir con otros miedos o con esperanzas. Los egipcios no
necesitan más miedos —ya tienen bastantes— necesitan esperanzas, luces y no más sombras. El crecimiento de la violencia
no trae ninguna luz. La cuestión es si se quiere o puede parar, si no es el
juego del miedo el que se ha elegido para la confrontación.
El
miedo —junto al odio— es una poderosa, universal, herramienta política y
social, que va desde el miedo a la condena eterna a la condena social, pasando
por la legal. Es el miedo a las conspiraciones internas y externas, a que
existan fuerzas que no te dejen en paz nunca, que te persigan y transformen tus
sueños en pesadillas. La Historia de Egipto está presidida tradicionalmente por
el miedo. El miedo lo han utilizado contra los egipcios sus gobernantes para
justificar sus acciones, errores o represiones. Forma parte de su historia. El
miedo bloquea el entendimiento y hace buscar desesperadamente un refugio donde
estar a salvo.
El
único momento de ruptura de la estrategia del miedo se produjo durante la
Revolución —Mubarak también intentó la estrategia del miedo—, momento en el que
los egipcios se sintieron unidos, con más esperanzas que miedos. De ahí sacaron
su fortaleza y energía para poder soñar un futuro posible. Pero el amanecer
tras la Revolución trajo un camino que miraba hacia atrás más que hacia
adelante. Al volver a traer a primer término a los viejos enemigos, no se
avanzó, se volvió a la posición inicial. Lo que parecía un avance no era más
que la canalización del miedo: unos votaron a Shafiq, sin creer en él, por temor
al islamismo; otros votaron al islamismo, sin ser islamistas, por temor a los
militares del viejo régimen autoritario contra los que se hizo la revolución. Y
el miedo y el enfrentamiento volvieron otra vez con efecto disgregador. No
solucionaron nada y lo que podía haber sido la fiesta de la democracia pasó a
ser la "batalla" de la democracia, con derechos exclusivos para el
vencedor que quiso convertir a todos a su credo. Las urnas no disiparon los
miedos, sino que los atrajeron de nuevo. El miedo volvió a provocar sueños
oscuros. El problema de Egipto no es democrático,
sino pre democrático, fórmula
insatisfactoria para intentar expresar ese conflicto previo y excluyente de
visiones del mundo que no pueden ocupar un mismo espacio, que viven en
dimensiones mentales distintas.
Los
miedos de hoy son miedos para el futuro. Ocurra lo que ocurra, los egipcios
tendrán que volver a convivir con miedos muy reales, durante mucho tiempo,
porque las piedras que se lanzan al estanque provocan ondas que llegan a las
orillas. La fractura abierta es grande y de arreglo difícil, entendiendo por "arreglo"
una solución que no genere más problemas que los que arregla.
Lo que se decía en 2011 |
Lo más preocupante
es que se considere que esos miedos son un estado
natural, eterno, que Egipto está condenado a vivir siempre bajo el paraguas
de alguien que le canta una canción nocturna para ayudarle a conciliar el
sueño, a alejar sus terrores nocturnos, una nana con aires de corneta o de
llamadas a la oración. Egipto necesita su propia canción de esperanza. Y los
que así lo creen deben ponerse en marcha antes de que no se pueda diferenciar
entre la pesadilla y la realidad. Tienen que vaciar de miedos los carros y llenarlos de productos de primera necesidad.Tendrán la incomprensión de todos, pero ese
será su sacrificio, su martirio particular.
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