Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Nada
une más que la escritura. Ningún lazo es tan sólido como la convivencia en un
párrafo, la conjunción por medio, la vecindad de la coma. Lo que la escritura
junta, el cerebro lo vive unido.
Algo
tenemos los humanos con la causalidad. Puede que nuestra especie se caracterice
por la necesidad de causalidad, por no querer vivir en un mundo sin escalas por
las que ascender hasta que la distancia alcanzada nos produzca vértigo. Y es
que las causas nos pueden llevar al origen,
concepto que también tenemos en exclusiva los humanos. Pensar que existe un
origen, conectar dos fenómenos y establecer el uno como "causa" del
otro es un gran avance psíquico, como nos explican los expertos en psicología
evolutiva. Conectamos historias como si todas fueras capítulos dispersos de una
obra más amplia.
Una
gran parte de la Ciencia se basa en el establecimiento causal de los fenómenos
y la explicación de su origen. En el Derecho se habla de la "causa" como
proceso, de "causas abiertas" de "causas criminales", de
personarse en la causa", etc. No hablemos ya de la Filosofía, plagada de
causas "primeras", "finales", "formales",
"eficientes", etc. No hace falta explicar demasiado que el concepto
es esencial para el desarrollo disciplinar de la Historia o de la Economía.
Rechazamos unas explicaciones y aceptamos otras en función de nuestra capacidad
temporal de conocer y también de nuestra aceptabilidad,
que serían los límites que nuestros prejuicios individuales y colectivos, los
culturales, nos permiten para alcanzar explicaciones "razonables",
que encajen en las tramas que formamos.
Los
procesos causales se ponen en marcha cuando ocurre algún acontecimiento de gran
magnitud que nos resistimos a dejar aislado. Hay un deseo, obviamente, de
establecer cuáles son los procesos por los que se ha llegado para conocer sus
responsabilidades y evitar hechos similares, cuando es el caso.
El
accidente del tren de Santiago nos muestra la forma en que funciona la causalidad
en sus múltiples dimensiones: física, jurídica y narrativa. En su causalidad
material se limita a la aplicación de las leyes de la Física para determinar
los efectos de la velocidad en una curva determinada. Se trata de establecer,
con detalle, que lo que lo que ocurre a 80 kilómetros por hora no ocurre a 190
y viceversa. La sorprendente aparición del vídeo del accidente pocos minutos
después del accidente, colgado en la red y reproducido por los medios de
comunicación de todo el mundo, mostraba el exceso de velocidad del tren en la
curva. Las preguntas entonces fueron ¿por qué esa velocidad, por qué no se
redujo en su momento?
La aparición
de un hecho desconocido inicialmente, la "llamada telefónica", abrió
nuevos caminos causales. La "distracción" del conductor tenía ya una "explicación"
que, sin dejarle sin responsabilidad, permitía ascender por la cadena: ¿quién
le llamó; por qué? La historia tenía que avanzar. El descubrimiento de que la
llamada la había hecho el interventor del tren añadía nuevas piezas y formas de
explicación y responsabilidad.
Aquí se
acumularon entonces las informaciones sobre la prohibición de las llamadas, las
distinciones entre móviles particulares y de la empresa, la duración, etc. ¿Era
el interventor el responsable de haber distraído al maquinista con su llamada? De
no haber llamado, ¿se habría producido el terrible accidente?
Cuando
el juez llamó al interventor a declarar lo dejó en libertad sin cargos.
Entendía que el hecho de que hubiera llamado podía ser determinante, sí, pero
no le hacía responsable. La causalidad que se busca en lo jurídico
es más compleja que la meramente mecánica. El juez entendió que el interventor
hizo una llamada porque era su criterio establecer la necesidad de hacerlo o
no. ¿Se equivocó, actuó mal? No. Hizo lo que hizo cuando lo hizo, pero
acontecimientos posteriores, el accidente, insertaron la pieza en una cadena
inesperada, dotándolo de un sentido narrativo explicativo diferente a raíz de las
consecuencias.
La
línea narrativa acumula antecedentes que son interpretados a la luz de los
nuevos hechos, como si fuera una película contada hacia atrás, con flashbacks.
Ese es el protagonismo que adquieren los narradores, especialmente los medios
de comunicación, en la construcción de la cadena narrativa, diferente a la
jurídica que busca otro tipo de conexión.
Al
tercer escalón causal de la historia nos lleva una nueva pregunta: ¿por qué
llamó el interventor? Ya tenemos en los periódicos a la familia
"causante" de la llamada del interventor al maquinista. La narrativa
que se fabrica necesita de ese escalón siguiente, indagar en quiénes eran, por
qué fue necesario que llamara el interventor al conductor del tren.
Eso es
lo que nos trae hoy el diario El País
bajo un título significativo: "La familia que no se apeó en Pontedeume por
el accidente de tren de Santiago". ¿Hay un titular más absurdo? Cuanto más
lo repaso, más me convenzo de su carácter eufemístico, de su decir sin decir, de
su fatalismo encubierto. ¿Cómo
titular con algo que no se puede afirmar, pero que aceptas como fondo, como idea de una cadena narrativa causal? En el
diario nos cuentan:
Volvían de vacaciones. Había estado toda la
familia en Cartagena (Murcia) y el tren Alvia los tenía que dejar a las 22.15
en Pontedeume (A Coruña), muy cerca de Ferrol, la penúltima parada de un tren
que nunca llegó a su destino. A las 20.41 del día 24 descarriló en la curva de
Angrois, cuando enfilaba los últimos kilómetros hacia Santiago de Compostela.
El accidente truncó 79 vidas y destrozó muchas familias. La de Rafael R. quedó partida
en dos: perdió a su esposa y a su hija pequeña. Ileso por fuera y devastado por
dentro, regresó con el niño a una casa medio vacía.
La "desafortunada" conversación
—así la calificó el juez Luis Aláez que investiga el accidente— entre el
maquinista y el interventor, que a 199 kilómetros por hora hablaron durante 100
segundos por los móviles corporativos sobre cuál era la vía por la que debía
entrar la locomotora en la estación de Pontedeume, ha convertido a una familia
de Barallobre (Fene) en protagonista involuntaria de la causa.*
Más
allá de la explicación física, más allá de la jurídica, seguimos indagando,
tratando de establecer "causas" narrativas, explicaciones que conecten
las cosas. La "desafortunada" conversación, los "protagonistas
involuntarios de la causa"..., son formas literarias de restablecer un orden
mundano que no acabamos de comprender, cómo empieza algo así.
A
veces, muy de cuando en cuando, tenemos la revelación de que un pequeño gesto,
una palabra dicho o silenciada, tuvo un efecto sobre los demás que nunca hubiéramos
alcanzado a imaginar. Pedir al revisor que el tren se detenga en una parada
puede "convertirnos" en miembros de una extraña cadena. Todo entonces
se cuestiona y revisa, todo se analiza como si hubiera habido otra posibilidad:
¿y si se hubiera llamado cinco minutos antes, si se hubiera dicho en otro
momento? ¿Y si...?
Necesitamos
hacernos esas preguntas, mal acostumbrados por la Literatura cuya función, en
cambio, es mostrarnos que las cosas ocurren ligadas por la causalidad cerrada
de las tramas. Lo literario —mitos, leyendas, novelas...— nos enseña, por el
contrario, que todo tiene sentido,
que nada es casual, que el azar solo tiene lugar en las malas historias. Nos
muestra un mundo de culpas y culpables, en el que cada palabra está
sujeta a la crítica revisionista, como ha ocurrido con las más sencillas
anotaciones del conductor en su página de Facebook, explorada por hermeneutas
del destino. La primera obligación de jueces y peritos es no creer que están
ante una novela por entregas, establecer el punto en el que las cadenas "causales"
empiezan a formar parte negativa de la ficción.
Nos es
difícil asimilar el funcionamiento real de la vida, la idea de
"absurdo" a la que el existencialismo le dedicó cierta intensidad en
el análisis. Quizá no haya más remedio que volver a ser —el que haya dejado de
serlo— un tanto camusianos y confesarnos
"extranjeros" sobre esta Tierra cruel o, al menos, indiferente. Habrá
responsables y responsabilidades, fallos y negligencias, acusaciones políticas,
etc. Sin duda. Todo lo que podamos encontrar y demostrar más allá de una duda
razonable debe salir a la luz para evitar que lo mismo vuelva a ocurrir. Pero
habrá otras muchas cosas que se pierdan en la confusa trama que escribimos
durante miles de años, que aspira a la explicación total como sueño.
Jean-Paul
Sartre escribió sobre la novela de William Faulkner, El sonido y la furia, lo siguiente:
[...] el presente de Faulkner es catastrófico
por esencia; es el acontecimiento que se lanza sobre nosotros como un ladrón,
enorme, impensable; que se lanza sobre nosotros y desaparece. Más allá de ese
presente no hay nada, pues no existe el porvenir. El presente surge no se sabe
de dónde, expulsando a otro presente; es una suma que vuelve a empezar
perpetuamente. "Y ... y ... y luego". Como Dos Passos, pero mucho más
discretamente. Faulkner hace de su relato una adición: las acciones mismas,
cuando son vistas por quienes las realizan, al penetrar en el presente estallan
y se desparraman...
El
pasaje es notable en muchos sentidos, filosófico y crítico. Intenta
precisamente enfrentarse a esa causalidad que nos hace concebir trazados más
allá de lo razonable. Más allá de la responsabilidad
que se busca está la idea profunda de culpa.
A los que se sienten "culpables" por haber sobrevivido —terrible
principio psíquico—, se suma esa extraña categoría derivada de un
"presente catastrófico", como señala Sartre, en el que el accidente
se convierte en un centro desde el
que parten el pasado y el futuro. La
catástrofe da sentido a lo que no lo tenía antes —un viaje, una petición de parada, una
llamada...—, a lo que antes formaba parte de lo insustancial. Todo es fútil
hasta que el acontecimiento lo convierte en relevante. Describe Sarte es
emergencia, esa aparición terrible: "el acontecimiento que se lanza sobre
nosotros como un ladrón, enorme, impensable". Es difícil expresarlo mejor.
Escriben
en El País sobre el padre de la
familia: " Él se salvó. Por casualidad, o porque se le
antojó algo de beber, según relató a sus allegados." ¡Extraña forma de
establecer distinciones allí donde se llega al absurdo, al sinsentido!
Las
preguntas ante "presentes catastróficos" de esa magnitud van más allá
de lo legal o lo pericial, en los que hay que ahondar hasta el límite. Nos preguntamos siempre porqué. Es humano hacerlo. Y parece que también es periodístico sacarle partido a estas situaciones en las que el
deseo natural de saber se satisface
ascendiendo en la cadena de preguntas por los caminos que se abren ante
nosotros, escalón tras escalón. Las historias se conectan intentando mostrar
que en el mundo podemos encontrar "explicaciones", hasta que la causalidad choca no con lo inexplicable sino con lo intrascendente, como levantarse a tomar algo al bar y salvar la vida. Es esa intrascendencia la que nos exaspera, con la que chocamos y nos resistimos. Es enfrentarnos a la trivialidad de lo que causa tanto dolor y sufrimiento lo que nos exaspera, el que unos segundos supongan la diferencia entre la vida y la muerte. Ese es el origen profundo de la culpa del que sobrevive en los grandes desastres, la necesidad de explicación o justificación. Por eso buscamos y buscamos, acumulamos todo tipo de explicaciones que nos permitan comprender o creer que comprendemos, descansar tranquilos.
Como decía
en el mismo texto Jean-Paul Sarte, no confundamos el tiempo
con la cronología. El tiempo lo marca
el acontecimiento catastrófico, terrible marca en el calendario, con un antes y un después. El hecho de fabricar relojes no nos convierte en amos del tiempo, sino en sus esclavos.
* "La familia que no se apeó en
Pontedeume por el accidente de tren de Santiago" El País 4/08/2013
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/08/03/galicia/1375558327_142384.html
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