Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Los
Hermanos Musulmanes sabían que no se iban a encontrar con un camino de rosas,
pero el mesianismo de su proyecto se basa en lo incontrovertible de su verdad y en lo bondadoso de sus acciones; lo que hacían lo hacían por el bien de
todos, les gustara o no a los afectados. Es característico del islamismo decidir
por ti. Jamás pensaron que iban a suscitar tanto rechazo popular. Ya no eran
sus enemigos tradicionales los que los denostaban, sino una parte muy amplia
del pueblo egipcio, el que estaba descontento con la deriva islamista que
estaban imprimiendo al estado, cercando o desplazando a los que se resistían.
Lo llamaron "hermanización". La rabia islamista es la rabia del
fracaso político; del rechazo suscitado por sus propios actos. El programa
islamista quedaba en evidencia: la gente, mayoritariamente, no quería un estado
islámico y pidieron la ocasión de mostrarlo en la urnas.
Lo que
en un sistema democrático se resuelve con las alternancias en el poder de los
partidos en liza, en la mente del islamista no es factible porque su proyecto
—como repiten ahora insistentemente— es el estado
islámico, incuestionable. No sé si entendemos esto con claridad y lo que
supone para los que viven dentro. Los egipcios se dieron cuenta rápidamente, en
cuanto que se puso sobre la mesa el debate constitucional y los islamistas
abandonaron las sonrisas plácidas y beatíficas que habían supuesto su regreso a
la vida política pública, y empezaron a practicar la intransigencia
institucional y el acoso desde el poder. Lo tenían todo, ¿para qué discutir lo
que era su objetivo básico?
No, el
islamismo de los Hermanos no fue dialogante; cerró todas las vías de encuentro
y trató, ingenuamente quizá, de acelerar su programa político y de control
institucional ante el temor que le producía la vertiginosa caída de su
popularidad y el crecimiento de la animadversión a su proyecto. Y la comunidad
internacional no dijo nada, aunque pronto resultó molestó recibir a Morsi. El presidente egipcio entró en la
categoría internacional de visitas
incómodas, personas a las que es complicado dar la mano o hacerse sonrientes
fotos con ellos porque no sabes cómo acabarán, como ocurrió con los que se
hicieron fotos con Gadafi o el propio Mubarak.
El 30
de enero de 2013 —no hace mucho—, Mohamed Morsi visitaba Alemania. El titular
de la cadena bávara de televisión BR, describía escuetamente la llegada: "Ein
heikler Besuch", Una visita
complicada. Morsi ya era visto como un "problema incómodo" para la
comunidad internacional que tenía que recordarle temas como los derechos
humanos y la libertad de religión, seriamente atacados. Morsi, por supuesto,
dijo que sí, que él era un demócrata
y se preocupó por las subvenciones europeas. Pidió respeto mutuo entre los dos
países y rechazó las injerencias en los asuntos internos ("Er betonte,
dass die Beziehung zwischen beiden Staaten auf gegenseitigem Respekt und der
Nichteinmischung in Innere Angelegenheiten beruhe."). Supongo que hoy no
mantendrá esa opinión, al menos en la parte de la injerencia. Angela Merkel pide hoy la liberación de Mohamed Mursi, detenido desde su derrocamiento.
La
cadena televisiva alemana hablaba de lo
incómodo de la visita para Merkel por tener que recibirle mientras había
docenas de muertos en las calles de El Cairo por enfrentamientos entre los
islamistas y los manifestantes opositores (" Die Auseinandersetzungen
in Ägypten zwischen den regierenden Muslimbrüdern und der Opposition mit
dutzenden Toten überschatten Mursis ersten Deutschland-Besuch. Auch an diesem Mittwoch starben zwei
Menschen bei Auseinandersetzungen in Kairo.").
Quizá nada más expresivo que la caricatura que apareció en la prensa alemana el mismo día. Un robot de la guerra de las Galaxias se dirige a recibir a Morsi con una extendida mano enguantada: "...Hallo... Ich bin... Angela... störung... störung ...störung". Problemas. El título de chiste habla de una "pequeña helada en Berlin". Morsi fue recibido gélidamente. No fue el único. Todos resaltaban el deterioro que el gobierno islamista de Morsi estaba produciendo el país, la caída de los derechos humanos, los muertos que se estaban produciendo por la represión de entonces.
Frente
a la incomodidad creciente de los gobiernos occidentales que se limitaban a dar
la mitad de abrazos o hacer algunas declaraciones genéricas sobre derechos
humanos o libertad de religión (el partido de Merkel es cristiano-demócrata), las
únicas voces que se levantaron críticas en todas partes fueron las de las
feministas que, como solidarias allí donde se producen violaciones de derechos
de las mujeres, denunciaron constantemente el crecimiento del acoso sexual en
Egipto, la legislación restrictiva para los derechos, y la falta de presencia
de representación femenina, entre otras muchas cosas de este tipo. Era un
síntoma, pero un síntoma importante. Temas como la bajada de la edad de
matrimonio o la reducción de la edad de los hijos para que vayan con el padre
en los divorcios pueden parecer fútiles a nuestros gobernantes varones, pero
son reveladores de la mentalidad que hay tras las leyes.
¿Pensaba
la comunidad internacional que todas estas cosas no tendrían consecuencias? La
sociedad egipcia, acostumbrada a callar, había despertado y vuelto mucho más
activa con la Revolución: ya no estaban dispuestos a seguir en silencio.
Estaban en democracia, ¿no? Las presiones sobre medios, periodistas, artistas e
intelectuales de todas las ramas, sobre todos aquellos que tuvieran voz con la
que manifestar el descontento, están en las hemerotecas a disposición del que
quiera consultarlas.
La multitudinaria
jornada de protestas del 30 de junio —una contracelebración
del aniversario de la subida al poder de Morsi— fue un acto festivo, unitario y
profundamente político y democrático. Significó que, tras la Revolución de
enero, muchos millones de egipcios manifestaban su rechazo a las actuaciones y
maneras del gobierno islamista, le pedían democrática y pacíficamente que
rectificara el camino convocando elecciones anticipadas. Para ello recogieron
casi el doble de firmas que los votos que los hermanos recibieron en las
elecciones. No hay nada antidemocrático en ello; ningún "golpismo",
ninguna violencia. Fue una forma civilizada y cívica de hacerlo. Para llegar a
ello, sortearon todo tipo de trabas legales y físicas, desde los intentos de
denuncia a la quema por islamistas de sedes de Tamarod en las que almacenaban
los materiales de la campaña y firmas. Eso está en la prensa del momento y aquí
lo fuimos recogiendo.
El
riesgo de que la situación egipcia entre en un bucle en el que queden atrapados
entra dentro de lo posible, de los escenarios virtuales. Si la intervención del Ejército se justificó para evitar
una "confrontación civil", esta no se ha evitado. Quizá fuera
ilusorio pensar que los islamistas se iban a quedar cruzados de brazos tras ser
sacados del gobierno o que iban a
aceptar integrarse en un gobierno de concentración junto a las demás fuerzas
sociales y políticas que sí lo hicieron. Quizá tampoco fuera una sorpresa y por
eso se hizo el llamamiento al respaldo popular para las acciones policiales
futuras, algo que no por insólito —como señalamos en su momento— dejaba de ser
un mensaje destinado a los islamistas, pero también a la comunidad
internacional, que una vez más lo ignoró. Las muertes no solucionan nada; enquistan el problema. Quizá se trate de eso, de volver con honores a la situación clandestina, de hacer olvidar su desastrosa gestión del poder unos, y de volver al poder otros. Otra vez los miedos donde tendría que haber esperanza.
Estos
días hay titulares en la prensa internacional que "lamentan la falta de
influencia USA" en la zona; en la prensa norteamericana, los adversarios
de Obama aprovechan para hablar de la "falta de liderazgo" y se
lamentan. Se siguen las viejas interpretaciones del tablero de ajedrez, con
fichas que esperan ser movidas por las manos poderosas. Mientras se piense que
el "problema egipcio" es un "problema de los Estados Unidos",
no se habrá entendido nada. Y, lo que es peor, no se arreglará mucho.
El
"problema egipcio" es de los egipcios, pero no como reclaman algunos, incluido el propio Morsi en su momento, de no injerencia, sino de ser capaces de formular un
pensamiento propio sobre la resolución de sus contradicciones y conflictos
culturales, de la entrada —frente a los inmovilismos y retrocesos— en su propia
modernidad, capaz de establecer la
convivencia entre ellos sin que se impongan interpretaciones perversas y
totalitarias de la religión que se tratan de extender a todas las esferas de la
vida pública y privada.
Egipto,
como otros países árabes que han alcanzado un nivel de desarrollo en capas
importantes de la población, pero con grandes distancias sociales y culturales,
no necesita "hombres fuertes" sino pensadores y artistas, personas
que les pidan que se sumen a un mundo reflexivo y crítico, que no les digan
cómo deben pensar o sentir, sino que fomenten su capacidad de convivencia y
tolerancia mutua abriendo diálogos sinceros en la sociedad. Necesita urgentemente
una nueva clase política que desplace a la existente, formada en las viejas
mañas e intransigencias que han caracterizado la vida política de Egipto a lo
largo de su historia. Si mesianismos,
con inteligencia, diálogo y humildad. Para ello tienen que romper la sequía
creativa que entre unos y otros han impuesto en todos los terrenos. El
integrismo y el militarismo son paralizantes. La revolución, por el contrario,
era dinamismo, renovación, un necesario y ansiado aire nuevo. Había que ventilar la pirámide.
Esa
creatividad dinámica estaba en Egipto en su Revolución, como sentimientos y
aspiraciones de una generación, en gestos, en manos cogidas, en la explosión del arte callejero, en
cuidados mutuos, en cantos y representaciones, en ilusiones compartidas, en
sacrificios, en unidad. Esas ideas no terminan de nacer porque se sigue debatiendo sobre
las antiguas, las mismas que Naguib Mahfuz describió ya en novelas como El Cairo nuevo (1945), en la que nos
muestra los debates de los jóvenes de los años 20, las posturas y enemigos que
la Historia se encargaría de consolidar paralizando la vida mental,
calcificándola en moldes de los que no parecía posible escapar.
Naguib Mahfuz
hizo decir a uno de los personajes de su novela histórica La batalla de Tebas (1944):
"—Señor, los dioses, por algún motivo que ignoro, continúan enojados con
Egipto y sus habitantes", y un poco más adelante: "Nuestro pueblo,
desde el Sur hasta el Norte, ha sido condenado a sufrir todos los males".
Entre el enfado de los dioses y el sufrimiento de los males está la esperanza
de romper ese pesimismo que a veces atenaza a los egipcios. No hay enfado de los dioses; no hay condena. Solo la necesidad de una
voluntad firme de cambiar las cosas asumiendo el futuro como algo que se
construye, de una manera u otra, hoy, con cada acción. No les falta ni
determinación ni creatividad. Deben mantenerse lejos de los cantos de sirena de
la tentación totalitaria y paralizante; seguir soñando con un país mejor,
moderno y dialogante.
* "Ein
heikler Besuch" BR - Bayerischere Rundschau 30/01/2013
http://www.br.de/nachrichten/mursi-merkel-aegypten-100.html
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