Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Para mi
generación "Z" era una película de Costa Gavras. Para las anteriores,
representaba el signo del Zorro, personaje que ya había saltado a la fama en el
cine mudo con Douglas Fairbanks y después lo haría en el sonoro con Tyrone
Power. Ahora la Z representa, sin duda, al fenómeno mundial de los zombis,
extraña inversión de la cadena alimentaria en la que los muertos se comen a los
vivos.
Debo
confesar que siento animadversión por el género (me refiero al cinematográfico, no a la carne)
ya desde los años 70 en que entré a ver mi primera película de zombis —se llamaba Zombi, sin más, hoy un clásico— y salí
antes del primer minuto en el que ya se lanzaban al cuello. Aquel primer
mordisco antes de que salieran los créditos me produjo tal escalofrío que
padezco estrés poscinematográfico desde entonces con las películas de zombis. Cada nuevo zombi me lleva a aquel primer mordisco.
La
antropofagía es mi límite y las películas de zombis son el fast-food del
canibalismo. Me da igual que Hannibal Lechter hiciera de ello un arte
culinario. Lechter estaba vivo y se mantenía dentro del espectro refinado (y perverso) de la
cultura, cosa que no hacen los zombis, que viven en un espacio límite entre
naturaleza y cultura, además de entre la vida y la muerte; ni chicha ni limoná.
Son como un cabrales caducado. Demos gracias a que el 3D no ha introducido la
vertiente realista de los olores, algo que plantearía un serio problema a estas
películas —también al western—. El olfato es avisador repulsivo del mal estado
de las cosas y el verde de los zombis da cierta impresión de caducidad y habría que tomarse una biodramina antes de
entrar. Las acciones de la farmacéutica que lo fabrica subirían como la espuma
en todas las bolsas del mundo.
El
éxito de los zombis desafía cualquier interpretación intelectual del fenómeno.
En los años cincuenta y sesenta cualquier presencia extraña —básicamente
extraterrestre— se asociaba con la invasión comunista. Los analistas de la
películas norteamericanas partían de esta fórmula infalible para la
interpretación. Hasta que llegó "E.T." y lo cambió todo. Ya no se
trataba de un alienígena que quería invadirnos sino de uno que hacía lo
imposible por alejarse de nosotros, algo mucho más comprensible.
Ahora
los invasores no vienen de fuera, sino de debajo. Surgen como las setas y te
agarran por los tobillos en cuanto te descuidas, en su versión más clásica. La
variante moderna no tira de vudú, que es su origen mítico, sino de la alta
tecnología. A alguien se le ha escapado un virus que nos infecta a velocidad
pasmosa y de ahí al apocalipsis a la espera de héroe o heroína que nos saque
del entuerto. Ya no hay un controlador malévolo de los cuerpos sin alma de los
pobres difuntos, que les haga salir de las tumbas y ponerse a trabajar en los
campos caribeños, como era su origen y podemos comprobar en películas como White Zombie (1932), con el impagable
Bela Lugosi echando miradas hipnóticas.
Desde
una perspectiva laboral, el fenómeno zombi también se ha desvirtuado. De
"becarios" de los campos de Haití, a cesantes sin rumbo por las
ciudades modernas; de fuerza clandestina de trabajo a desempleados eternos
vagando por las calles. Los zombis son la demostración palpable de que las
recetas del FMI sobre bajadas de sueldos no funcionan, de que la economía no
despega si se echa todo el peso en el trabajador. Lo que consumen los zombis no
crea puestos de trabajo, más bien los destruye. La interpretación sindicalista
de las películas antiguas de zombis era una lucha contra el intrusismo en los
campos, un ataque contra la competencia desleal: el zombi no cobraba ni pedía
carta de recomendación. ¿Qué era el zombi original sino una especie de obrero
alienado literalmente, que diría un marxista?
Allí
donde los vampiros han conseguido tener un halo romántico —siempre lo tuvo
porque Drácula te miraba a los ojos antes de fijarse en la yugular—, los zombis
han fracasado. La crítica mostró recientemente su recelo ante la película Warm Bodies (2013), sobre el amor entre
un zombi y una joven. Aunque sea romántico salvarla de sus congéneres, a los
zombis les está vedada la labia necesaria para el juego amoroso y las miradas
tampoco dan mucho de sí. La crítica habló directamente de
"necrofilia" porque el joven zombi enamorado accedía al conocimiento
de su amada tras comerse el cerebro de su antiguo novio, situación que no se le
pasó a Shakespeare por la cabeza para describir sus amores imposibles en Romeo
y Julieta. La idea de que el amor "resucita" no fue suficiente. El romanticismo de las novelas de Jane Austen se ha visto modificado por la presencia invasora de zombis y otras formas monstruosas que alteran la tranquila vida de la campiña inglesa. La Historia se reescribe con zombis y vampiros, con hombres lobos y criaturas viscosas.
Al zombi le está vedada la heroicidad —tiene que dejar de serlo, como en Warm Bodies—. No posee la individualidad que le es necesaria al héroe. En el fondo, todos los zombis son iguales, igual de primarios, siempre buscando lo mismo. Los zombis son anónimos y colmenares. Sirven para que el héroe destaque eliminándolos. Brad Pitt pasa de héroe trágico existencial de la Guerra de Troya a héroe mecánico darwinista de la Guerra Mundial Z. Ahora solo se trata de dar mandobles y con los zombis no tienes que dialogar, ni pactar, solo eliminarlos.
La invasión
de los zombis se da dentro y fuera de los cines. La Literatura y las novelas
gráficas se han llenado de no muertos; a las fiestas hay que ir un poco
demacrado. El escritor Eduardo Mendoza, que tiene que dar estos días un curso
veraniego sobre escritura y lectura, decía ayer en El Cultural «[...] creo que la literatura está en el lado del entretenimiento de las
novelas de zombies para el verano, zombies los protagonistas y zombies los
lectores»*.
Tiene que ser deprimente —lo es— para cualquier
persona que tenga un sentido medianamente serio del papel de la cultura, más
allá del mero consumo, ver las cifras de ventas, los taquillazos, las listas de
los más leídos, etc., conseguidos por los zombis. Desde la perspectiva de la Memética,
habrían anidado en nuestro cerebro listos para dar el siguiente salto. Todos
zombis.
* "Eduardo Mendoza: "Ahora la
literatura es un entretenimiento de y para zombies"" El Cultural El
Mundo 12/08/2013
http://www.elcultural.es/noticias/LETRAS/5166/Eduardo_Mendoza-_Ahora_la_literatura_es_un_entretenimiento_de_y_para_zombies
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