Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Leo con
detenimiento la lista de diez motivos por los que ir al psicólogo de inmediato
elaborada por el diario ABC*, según Mª Jesús Álava, psicóloga y la autora del
libro "La inutilidad del sufrimiento". «La gente no sabe cómo dejar
de sufrir, cuando en más de un 95% de las veces, sufrimos inútilmente», nos
dice la autora en las páginas de ABC.
Quizá
la afirmación de que "no sabemos cómo dejar de sufrir" debería
reformularse en que no sabemos cómo
convivir con el dolor, un entrenamiento cuyos resultados no aparecen en
ningún medallero ni recogidos en libros de récords. La expresión "sufrir
en silencio" trata de resaltar la capacidad de no mostrar lo que
indudablemente se siente, pero en modo alguno lo alivia. Por el contrario, se
suele recomendar en muchas ocasiones que se exterioricen los sentimientos de
dolor para evitar males mayores. Reprimir el dolor causa más dolor. Lo
interesante es cómo discriminar lo que Álava afirma: la inutilidad del 95% del
sufrimiento. ¿En qué sentido se puede hablar de "inutilidad" y "utilidad"?
Todo lo
vivo sufre, por un motivo u otro. Para muchos pensadores, el objetivo y centro
de la Filosofía era enseñar a encontrar consuelo al sufrimiento humano. El
problema no se encontraba en evitar la causa del dolor sino el sufrimiento,
que sería nuestra respuesta ante el dolor. No podemos evitar muchas cosas de
las que ocurren en el mundo, de las que nos ocurren, pero sí podemos modificar
nuestras respuestas. Ese es el plan sobre el que suelen trabajar todos aquellos
que tratan con personas que viven en situaciones de dolor.
A los
padecimientos de lo vivo, el ser humano añade otro específico que es el pago
por el surgimiento de la conciencia, fenómeno insólito en la naturaleza. Aunque
sabemos que existen animales con conciencia de sí, ninguna está tan
evolucionada como la nuestra, para bien y para mal. Desconocemos si esos
animales pueden llegar a padecer "dolores imaginarios", es decir, no
por una causa real, sino como resultado de una imaginaria. Hay dolores que
llegan de fuera y sufrimientos que surgen de dentro: del recuerdo, de la
imaginación, de la suposición.
Sufrir
y saber que sufrimos, que existe un yo que padece, es una doble condena, la de
la sensibilidad primero y la de la conciencia después. Esa
"inutilidad" del 95% del sufrimiento no es más que el plus humano por nuestra propia
condición. Es ese 95% el que nos define como personas específicas, es nuestro
ADN emocional. Es el resultado de nuestra propia historia forjada en contacto
con el mundo, un sistema de apetencias y rechazos que nos hace ser únicos,
incluso en nuestras estupideces y frivolidades.
No sé
si es consuelo saber que ese
porcentaje de nuestro sufrimiento es inútil, porque habría que redefinir
"inutilidad". Podemos llegar a realizar un ejercicio mental para
intentar convencernos de ello, pero no hay garantía de que la vía racional
funcione adecuadamente hasta que el sentimiento se debilite y permita evaluarlo
correctamente. Nada funciona hasta
que funciona. La mente tiene sus propias reglas, su propia vara de medir que
hace que sea necesaria muchas veces la ayuda externa para hacernos ver lo que
nuestra ceguera nos impide ver. No es fácil.
El
sufrimiento suele ser una buena escuela si conseguimos organizar los
sentimientos vividos y establecer sus causas. El sufrimiento, como toda
experiencia, debería ayudarnos a "madurar". Madurar, en este caso, no será otra cosa que aprender a manejar el
sufrimiento que vendrá en el futuro. Madurar no puede ser dejar de sentir, sino
aprender a reorganizar ese sufrimiento. Sufrir no es negativo per se. Lo es, en cambio, hacerlo por
motivos absurdos. Pero no por el sufrimiento en sí, sino por la inmadurez que
revela de la persona. Aquel que sufre por una trivialidad es que es trivial. No hay que actuar sobre su
sufrimiento, sino sobre su escala de valores.
En la
medida en que estamos haciendo una sociedad trivial, aumenta el sufrimiento
trivial. Nos han convencido de que la trivialidad es el progreso, de que nos
aferremos a cosas superfluas por las que debemos sufrir desconsolada e intensamente
si no las tenemos. Sufrimos no solo por lo que no tenemos o hemos perdido, sino
incluso por lo que tenemos, que puede parecernos poco y convertirse en el
recordatorio de nuestra desgracia.
Estamos
descontentos con nuestros cuerpos, con nuestros trabajos, con nuestras
posesiones, etc., precisamente en una cultura de la satisfacción y de la
felicidad. Ninguna época aspiró a traer la felicidad al mundo como la nuestra.
No una felicidad real sino una felicidad diferida, capaz de movilizarnos. Su
reverso, ya lo señaló Stendhal, es el desengaño, el "¡solo era esto!"
que hace deshacerse el sueño deseado cuando su contacto nos despierta a la
realidad trivial. No puede analizarse el sentimiento contemporáneo sin recurrir a las palabras que entonces se gestaron: desengaño, insatisfacción, infelicidad.
El
desplazamiento de "la promesa" del "otro mundo a este trajo
también el desengaño del incumplimiento y la materialización de los sueños, que
casi podían ser tocados, estar al alcance de la mano. La promesa es el eje de
la vida moderna, su motor; todos prometen liberarnos de una u otra forma. Y con
ella llega la frustración y el posterior sufrimiento del desengaño. ¿Solo era esto?
Los
únicos que sostienen hoy la importancia del sufrimiento
son los deportistas, que no solo hablan de "esfuerzo", que sería algo
mecánico, meramente físico. Hablan directamente de sufrimiento, resistencia psíquica,
que sería la vía hasta el triunfo. Han construido su propia metáfora del valle
de lágrimas y del cielo final como premio, la gloria mundana de la medalla.
Pero el podio es pequeño en la sociedades del esfuerzo, del reconocimiento y la
sanción constantes, como lo son nuestras competitivas culturas.
Comprender
que el sufrimiento es "inútil" no siempre funciona. El sufrimiento es
siempre relativo; es el nuestro y por eso es importante para nosotros. Quizá sería más productivo comprender su sentido profundo,
vital, y ayudar a construir vidas menos triviales, acosadas por pseudo
problemas y regidas por pseudo valores. También hay una "alegría" trivial, inducida, contrapartida del sufrimiento inútil. Es una alegría que carece también de profundidad, de sentido; más distracción y olvido que otra cosa.
Reservemos el sufrimiento para lo que
lo merece, que es el primer y difícil paso personal y social en un camino mejor. No podemos dejar de sufrir, pero quizá sí darle algo de
sentido al sufrimiento, reducir los porcentajes de su trivialidad o inutilidad. Entre ignorar el sufrimiento y fabricarlo inútilmente tiene que existir una vía en la educación sentimental. Es el aprendizaje más difícil porque es el de la vida misma, de la nuestra.
También
—y de esto se habla menos— comprender el sufrimiento que causamos tanto como el
que nos causan, que la primera consecuencia de comprender lo que sufrimos sea
la de ahorrárselo a otros. La felicidad no es ni un camino solitario ni un camino
egoísta. Ambas caras, sufrimiento y felicidad, son personales y sociales, reales e imaginarias. Eso
aumenta nuestras posibilidades tanto de ser felices como de ser desgraciados.
La BBC nos muestra una fotografías de Dina Goldstein**, en las que ha transportado a los personajes de los cuentos de hadas a la realidad más cruda. Caperucita sufre obesidad, "Bella" envejece, "Rizos de oro" lleva peluca por padecer un cáncer, todos envejecen en el mundo de la Bella Durmiente... Todos esos personajes tendrían motivos suficientes para seguir las recomendaciones de la psicóloga y acudir a la consulta. Pero su problema real es intentar vivir en un mundo fantástico, no aceptar dónde están realmente.
*
"Alerta: Los 10 síntomas por los que necesitas ir al psicólogo" ABC
14/08/2013
http://www.abc.es/familia-vida-sana/20130814/abci-cuandoes-aconsejable-psicologo-201308071308.html
** Las fotos de Blancanieves, Cenicienta y de la Bella Durmiente son de Dina Goldstein, de la serie "Princesas de cuentos de hadas con problemas de hoy", tomadas de BBC Mundo 12/08/2013 http://www.bbc.co.uk/mundo/video_fotos/2013/08/130812_galeria_princesas_nm.shtml
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