Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Euronews
recoge en sus boletines el comienzo del boicot al vodka ruso por parte de los
bares gay ingleses. No son los únicos: en Nueva York han ido a derramar vodka delante
de la embajada rusa. La propuesta de boicot se extiende por otros países desde
la aprobación de la ley anti propaganda
gay en junio.
El escándalo de estos días son resultado de los últimos
excesos que han salido a la luz: represión oficial, ataques callejeros y la
muerte de un joven tras ser torturado y violado por una pandilla fascistoide de purificadores sexuales, los mini-Putin. La
Rusia de Putin pasa de todo y de todos.
La
peculiar personalidad del macho alfa
Putin ha alentado una Rusia en la que proliferan mafiosos, fascistas,
evasores fiscales, filtradores de información y ahora una creciente tendencia
homófoba que avanza peligrosamente hacia una violencia amparada
institucionalmente. Un paraíso. En Rusia se proclaman leyes y los justicieros callejeros las hacen cumplir
a base de golpes, torturas e insultos. Son "buenos ciudadanos" que
aspiran a demostrar su virilidad rusa a la mínima ocasión. Imitan a su jefe.
El
control de la política que tiene Putin se acrecienta mediante estas otras
formas de domino social, de fomento indirecto de actividades intransigentes y
violentas contra todo aquel que no entre en los moldes oficiales. En Rusia,
"oposición" significa algo distinto, más intenso y arriesgado, pues
cualquier discrepancia —en el terreno social, político, económico, sexual, etc.—
se resuelve en el exilio, en la cárcel o en un hospital apaleado o intoxicado
con polonio.
Putin
se mantiene en el poder —además de por el control total de las instituciones,
incluidos los jueces— por su permanente didactismo personal. Su programa
político no es tanto de ideas que haya que aplicar sino por la exhibición de
una personalidad que merezca la confianza de aquellos que le votan. Putin es la fuerza, valor de ley en un sociedad
que sigue añorando el imperio perdido, que mandaba tanques cuando había algún
problema en la periferia. Putin es el desafío, la muestra de que los demás temen
a Rusia como antaño, aunque cada vez merezca menos respeto. Pero ¿a quién le
importa el respeto? Eso es "moral de débiles", que diría un analista
nietzscheano.
La
brutalidad de las agresiones y la impunidad de los fascistas rusos —que se
ufanaban de ellas colgando sus imágenes en la red o siendo entrevistados
sonrientes ante las cámaras que cierran su hazaña ejemplar con el premio de la
difusión— muestra claramente que Rusia se toma muy en serio estas cosas que su
presidente les pone en bandeja en forma de ley. Nos decía Euronews en junio, cuando se aprobó la ley: «Un 88 por
ciento de los rusos está a favor de esta prohibición y más del 40 por ciento
estaría a favor de perseguir penalmente las tendencias sexuales “no
tradicionales”».** Así se hace patria.
La ley
prohíbe que se hagan manifestaciones para denunciar la violencia contra los
gays, por ejemplo. De esta forma, se establece una circularidad orwelliana: la
ley te impide protestar por los estragos de la ley. La ley no prohíbe la
homosexualidad, solo cualquier manifestación pública sobre ella, De esta forma,
con la excusa de la defensa de la juventud —que de mayor debe ser como el macho Putin y a cuyos cachorros vemos ya
enseñar los dientes—, pueden sufrir cualquier ataque y se encuentran maniatados
para su denuncia, que se entenderá como propaganda gay. Le sirve además para
acorralar a las ONG con la que se encuentra en guerra por los derechos humanos,
ya que las multas institucionales son muy elevadas.
En las manifestaciones pro derechos humanos en Rusia primero dejan que te apaleen los grupos fascistas de la pureza sexual y después te detiene la policía, así se ahorran los golpes, como ocurrió en la manifestación de San Peterburgo, la primera que se celebró contra la ley homófoba. Es la ciudad de nacimiento de Putin, la antigua Leningrado.
No es
una ley contra la difusión de "pornografía", que podría afectar a
cualquier tipo de relación sexual. Es una ley contra la
"homosexualidad", contra su simple mención, a menos que sea para
denigrarla, claro. Nos cuentan en Euronews que en Rusia la homosexualidad "se
ha considerado un crimen hasta 1993, y como una enfermedad mental, hasta 1999"**.
La homofobia, en cambio, ni es un
"crimen" ni una "enfermedad"; pura salud física y mental, no hay más que verlos. Con la ley Putin,
que se aprobó en junio, el eje se traslada ahora a la "comunicación",
creando un cerco de silencio, que en el marco de una sociedad homófoba implica
el silencio ante las agresiones bajo pena de multa. El objetivo es controlar lo
que se puede avecinar con los próximos juegos olímpicos, las manifestaciones de
deportistas y turistas en solidaridad con los que padecen la marginación y violencia social.
Hay
muchas instituciones y activistas que están pidiendo reacciones internacionales
ante esta escalada de la violencia contra lo homosexualidad en Rusia. La
celebración en 2014 de los Juegos Olímpicos de Invierno en el país implicará una mayor
represión porque es predecible que se plantearán retos y desafíos aprovechando
la cobertura de los medios. Los activistas están pidiendo ayuda para que se les
apoye en la supervivencia ante los depredadores que se lanzan a la caza de presas
animados por las leyes y la criminalización que supone de las personas.
El
boicot al vodka ruso puede ser el comienzo de una campaña más amplia que irá
creciendo ante la indignación causada por esos mini-Putin que presumen junto a
sus víctimas, como el macho de la manada lo hace ante un lucio sacado de las
aguas, guiando a los pájaros desde un ala delta o exhibiendo su recio cuerpo como un viejo vaquero solitario. Rancio Putin y sus jóvenes cachorros. Ahora tocarán a más vodka por cabeza.
*
"¿Vodka ruso? No gracias, es un país homófobo" Euronews 9/08/2013
http://es.euronews.com/2013/08/09/vodka-ruso-no-gracias-es-un-pais-homofobo/
**
"Putin promulga la ley contra la “propaganda gay”" Euronews
30/06/2013 http://es.euronews.com/2013/06/30/putin-contra-la-homosexualidad
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