Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Ningún
guionista de Hollywood, ningún guionista de serie televisiva de ocho temporadas
habría podido escribir una historia como la del culebrón de la filtraciones sin
ser acusado de exageración y sensacionalismo. Parece como si la realidad
compitiera con la ficción para no quedarse atrás.
La serie real en estos momentos tiene a sus
principales protagonistas así: a) a Julian Assange, el distribuidor de Wikileaks,
refugiado en una embajada en Londres, acusado de violaciones en Suecia; b) a Edward
Snowden, el analista de la CIA y filtrador, refugiado en Rusia, tras una
temporada en la terminal del aeropuerto de Moscú, después haber pasado por
China; c) al soldado Bradley Manning, el filtrador a Wikileaks, juzgado y
condenado, afirmando ser mujer, pidiendo que la llamen "Chelsea" y
solicitando la puesta en marcha de un cambio de sexo con cargo al Ejército
norteamericano.
La
serie tiene también sus secundarios de lujo, como David Miranda, pareja del responsable
de la difusión de los datos filtrados por Snowden, el periodista de The Guardian Glenn Greenwald, que se
encuentra en Brasil. Miranda ha sido retenido, interrogado y se le ha
confiscado material "sensible" en Londres. Otro escándalo que ha
hecho que Greenwald amenace con nuevas revelaciones explosivas en sus artículos
sobre materiales de Snowden. Secundario en la serie es también la novia de Snowden que quedó en los Estados unidos, bailarina erótica de barra, que también asomó en algún capítulo. Nosotros tenemos a nuestro Baltasar Garzón, ahora abogado-estrella de Julian Assange en el reparto. La serie tiene de todo.
Snowden
mismo fue protagonista indirecto del conflicto de media América Latina con la
Unión Europea, incluida España, por el incidente del avión del presidente Evo
Morales, al que no se dejaba realizar su vuelo de regreso desde Moscú por temor
a que llevara al filtrador Snowden de polizón. Otro capítulo sin desperdicio de
la serie que permitió los cameos de Nicolás
Maduro, Cristina Fernández, Rafael Correa y de todos los que se sumaron a las
protestas por el trato dado a Morales.
El
conjunto de todas estas historias vinculadas y paralelas forma un fascinante
thriller contemporáneo que revela el cambio de mentalidad del siglo en materia
de información y, especialmente, el sentido que hoy tiene en nuestro mundo, no
ya un gran teatro como querían los
antiguos, sino un complejo multisalas, con estrenos cada fin de semana y muchas
palomitas. Los viejos casos de espías que nos habían dejado los años cincuenta
y sesenta, que reflejó LeCarré a través de su "gente de Smiley", la
repartida por sus novelas de espías desengañados, congelados y descongelados,
fieles a sus destinos e infieles a sus conciencias y viceversa, según los
casos, ya no se dan. El mundo es otro.
Lo que
han hecho los filtradores, que no
espías, ha sido abrir el grifo de la información, que saliera a la luz
inundando la opinión pública, que se ve arrollada por los tsunamis de los
documentos reveladores del fraude en el que vivimos. Las filtraciones han
tenido repercusión especialmente en el país filtrado, los Estados Unidos,
porque dejaban al descubierto la poca información o lo distorsionada que está
la que los ciudadanos poseen sobre las actividades de su propio gobierno. Sobre
todo han modificado la visión que los norteamericanos tienen de su país y sus
acciones. Cada estado ha dado relevancia a aquellas que les afectaban,
mostrando las opiniones internas sobre personas y gobiernos, pero los que se
han visto realmente conmocionados han sido los autores de la información, los
propios Estados Unidos.
No es
la primera vez que ocurre en los Estados Unidos; sucedió con los llamados
"Papeles del Pentágono" sobre Vietnam en 1971. Los ciudadanos
americanos descubrieron que habían sido engañados y manipulados sobre la guerra
por su gobierno. Daniel Ellsberg, el filtrador de los documentos sobre Vietnam,
se ha manifestado a favor de Manning y lo considera un "héroe". Hace
lo que él hizo entonces. Hoy podemos ver carteles que afirman "Wistleblowers
are heroes", miles de fotografías de personas con el lema "I'm
Manning"; hay incluso campañas pidiendo para Manning el Premio Nobel de la
Paz.
Si Bradley
Manning hubiera sido un simple espía, un traidor que hubiese vendido los
secretos a la vieja usanza, no existiría probablemente la campaña promovida por
intelectuales, artistas y ciudadanos, cuyo vídeo está circulando por la red,
"I'm Bradley Manning". Lo que se cuestiona en este caso es quién está
más cerca del "espíritu americano", si el que oculta o el que revela.
Para unos, los idealistas, "ser americano" implica un compromiso con
la verdad y en contra de la mentira oficial, y Manning lo representa; para
otros, en cambio, el pragmatismo obliga a mantener ocultos los procesos por los
que son mantenidos los niveles de seguridad nacional, que, por otra parte, se
manifiestan ineficaces cuando llega la ocasión, como en el reciente atentado de
Boston.
Las
réplicas del terremoto político han continuado con las filtraciones de Edward
Snowden sobre el espionaje masivo a amigos y enemigos, conceptos relativos
porque en este mundo global la información se recoge no solo por lo que ocurre
sino por lo que pueda ocurrir. Como en las viejas películas del Oeste, primero
se dispara y después se pregunta. Las máquinas acceden a millones de datos y
luego ya se verá si ha merecido la pena. El espionaje no es el de Manning o
Snowden. Ellos son los que han dejado al descubierto los procesos de ocultación
y espionaje. En los carteles que exhiben muchas
Manning
no era un "militar" vocacional, vamos a decirlo así. Sus biógrafos
afirman que entró en el Ejército para intentar pagarse una carrera
universitaria, como hacen muchos otros jóvenes, que lo hizo en el cuerpo de
analistas de información porque no tenía condiciones físicas para más, y que
regresó horrorizado por lo que tenía que ver cada día —los documentos y
filmaciones que no se mostraban— y por cómo se ocultaba o manipulaba la
información. La tensión generada le hizo mandar los documentos a Wikileaks.
Manning ha pedido perdón durante el juicio por el daño causado a su país.
El
espionaje es una maquinaria que tiene que justificar, como cualquier otra
actividad, sus presupuestos. Las cantidades económicas y empresas externas
involucradas (como en el caso de Snowden) nos muestran que es un gigantesco
negocio que —como todos los negocios poderosos— tienden a expandirse y aumentar
su actividad, es decir, su beneficio. El espionaje ha entrado en la lógica del
mercado tanto o más que en la de la seguridad.
En
estas semana pasadas, en las que el método de seguridad de espionaje masivo ha
sido puesto en cuestión por media humanidad, saltaron las alarmas. Se cerraron
embajadas y se avisó a países amigos de que se habían interceptado
conversaciones que hacían temer por atentados, especialmente en Yemen. Los
países mandaron a casa a los empleados de sus embajadas durante unos días por
si acaso. No ocurrió nada, pero nunca sabremos si fue por las medidas tomadas o
si solo se trataba de acallar las voces mundiales de protesta por los métodos
de espionaje empleados.
La
siguiente comunicación afectaba a la seguridad de los trenes de alta velocidad
en Europa. Corrían riesgos de sufrir atentados, según avisaba la seguridad
norteamericana. Francia, a través de su ministro Valls, se ha apresurado, ante
el miedo de sus ciudadanos y sus repercusiones económicas, en decir que sus trenes
son seguros y que los miedos difundidos por Bild
desde Alemania se refieren a "países del norte de Europa". La fuente
ha sido la NSA, que dice haber interceptado conversaciones telefónicas de
terroristas de Al Qaeda. De nuevo,
eficacia probada. De nuevo la sospecha de que se esté justificando el
mantenimiento del sistema de espionaje y lo rentable que les resulta a otros
países su mantenimiento. ¡Quién sabe qué consecuencias puede tener un recorte
en estos programas, bajar su intensidad!
La
verdad murió definitivamente el día en que decenas de expertos, el presidente
de los Estados Unidos al frente, mostraron al mundo las fotografías de las
armas de destrucción masiva en Irak, las que jamás fueron encontradas. Desde
entonces el recelo se instaló en el mundo. Ya nadie se puede fiar de nada ni de
nadie. Todo es ya conspiración. Y los responsables de ello son los que enterraron la confianza bajo toneladas de "evidencias" falsas. Hoy no nos debatimos entre la verdad y la mentira, sino entre creer o no creer y le pedimos a Dios acertar.
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