Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
No creo
que nadie haya tratado la cuestión de la corrupción con tanto detalle como el
cine italiano y dentro de él Francesco Rosi, cuyos filmes suponen la indagación
en la historia de una Italia en donde el poder no está donde indican las
versiones oficiales, sino repartido en una fatídica confluencia producida por
su propia y peculiar historia: mafia, políticos, empresarios, la Iglesia, la
conexión americana. Desde Las manos sobre
la ciudad y Salvatore Giuliano, a
principios de los sesenta, hasta sus disecciones de las relaciones italoamericanas
a través de la Cosa Nostra y la Mafia,
Rosi no dejó de reflexionar sobre el fenómeno de la corrupción, desde la
inmobiliaria a los negocios de la droga o la recogida de basuras en Nápoles. Es
en la película Lucky Luciano (1976)
en donde Rosi define más claramente la posición mafiosa: la mafia no es de unos o de otros, está siempre junto al poder.
Lo que en España estamos llamando "tramas" no son más que "mafias" que han ido creciendo a la sombra de un poder repartido y compartido, adecuándose a los gobernantes, que no se ha sabido contrarrestar con la mínima eficacia o voluntad por parte de los responsables. Para que las mafias puedan funcionar, necesitan de los políticos que les abren las puertas de la administración a través de concesiones, licencias y favores que les permiten crecer en un movimiento envolvente y corruptor. Hay demasiado conformismo y complacencia dentro de la política misma, que se ha hecho endogámica, cerrada y basada en lazos de fidelidad antes que en principios éticos y de eficacia. Esto es también característico de las mafias.
Lo que en España estamos llamando "tramas" no son más que "mafias" que han ido creciendo a la sombra de un poder repartido y compartido, adecuándose a los gobernantes, que no se ha sabido contrarrestar con la mínima eficacia o voluntad por parte de los responsables. Para que las mafias puedan funcionar, necesitan de los políticos que les abren las puertas de la administración a través de concesiones, licencias y favores que les permiten crecer en un movimiento envolvente y corruptor. Hay demasiado conformismo y complacencia dentro de la política misma, que se ha hecho endogámica, cerrada y basada en lazos de fidelidad antes que en principios éticos y de eficacia. Esto es también característico de las mafias.
La
clase política es responsable de no haber permeabilizado el Estado contra las
filtraciones de estas aguas fétidas que rezuman constantemente al exterior, de
haberse dejado inundar aceptando en su seno personas indeseables y de métodos
poco adecuados.
La política, en un sistema democrático, está obligada a ser ejemplar, es decir, además de ser eficaz, debe mostrar a los propios ciudadanos la forma correcta de actuar. Y no es lo que vemos. El efecto ha sido, además, atraer mafias foráneas que han visto campo libre y receptivo. El mal ejemplo también es ejemplo, tiene un efecto negativo y aumenta el problema.
La política, en un sistema democrático, está obligada a ser ejemplar, es decir, además de ser eficaz, debe mostrar a los propios ciudadanos la forma correcta de actuar. Y no es lo que vemos. El efecto ha sido, además, atraer mafias foráneas que han visto campo libre y receptivo. El mal ejemplo también es ejemplo, tiene un efecto negativo y aumenta el problema.
Los
políticos democráticos están obligados, como suplemento, a ser ejemplares, a ser "la mujer
del César" de forma constante. Para que esto ocurra así, el papel de los
filtros es esencial. Tanto de los internos —los mecanismos electivos dentro de
los partidos—, que velen por la ejemplaridad de la conducta de sus propios
candidatos, como de los externos —los filtros institucionales y los de la
opinión pública—, que también fallan. Sin embargo, los partidos se han ido
desprendiendo de cualquier posibilidad de discrepancia interna renovadora bajo
la excusa que se favorecía al enemigo con las desavenencias, primarias,
congresos internos, etc. De esta forma se han enquistado los cánceres en el
interior de sus propias organizaciones que, lejos de ser transparentes, se han
ido oscureciendo día tras día para ocultar su carácter monolítico, no en lo
ideológico, de lo que se han ido desprendiendo y reduciéndolo a tópicos, sino
en lo organizativo. Así han actuado como un filtro negativo, alejando a las
personas de más valía y acercando a todos aquellos ambiciosos sin escrúpulos
cuyo interés personal en la política no iba más allá de satisfacer el ego y del
deseo de enriquecimiento, en ocasiones, de ambos.
No todos los son, evidentemente; los delincuentes se camuflan entre gente honrada, la justa para pasar desapercibidos. Es a ellos a los que hay que apelar; son los que están dentro, los que pueden cambiar algo y demostrar que es posible devolver la confianza.
No todos los son, evidentemente; los delincuentes se camuflan entre gente honrada, la justa para pasar desapercibidos. Es a ellos a los que hay que apelar; son los que están dentro, los que pueden cambiar algo y demostrar que es posible devolver la confianza.
La
actual oleada de casos de corrupción destapados tiene un aspecto positivo:
salen a la luz, señal de que hay rincones institucionales que son capaces de
funcionamiento, que necesitan el aliento y apoyo de todos. Cualquier caso que
destape la corrupción, alcance a quien alcance, es positivo para la sociedad
por muy doloroso que nos pueda resultar. La corrupción vive de la oscuridad y
del silencio.
La
falta de fe en la política puede tener consecuencias desastrosas —algo que ya nos
están advirtiendo— pues acabará creándose un clima en el que vale todo. Esto no
es un problema de un partido sino de la coevolución de todos ellos, que han
copiado sus formas y malos hábitos. La corrupción, nos decía Francesco Rosi,
está siempre junto al poder, sea quien sea; es un mal del que nadie está excluido
y del que todos debemos defendernos.
Los
partidos deben renovarse y modificar su actitud y forma de entender la vida
política. Es fácil de decir, pero muy difícil de hacer porque los que están
donde están han sido los favorecidos por el propio sistema. Partidos, empresas
y ahora sindicatos están en la mira de todos. Si no envían pronto signos desde
el interior de que puede haber cambio, de que es razonable esperar mejoras, el
desánimo cundirá.
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