Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En la
película rodada en 1932 por varios directores, encabezados por Ernst Lubitch, y
con guionistas de la talla de Joseph L. Mankiewicz, "Si yo tuviera un
millón" (If I had a Million),
compuesta por diferentes historias, el millonario John Glidden, que se
encuentra al borde de la muerte —pero con mucha energía—, rodeado de empleados
y familiares pendientes de su testamento, decide burlarlos y emplear el tiempo
que le quede de vida en regalar un millón de dólares a una serie de
desconocidos elegidos al azar. Para ello pide que le traigan la guía telefónica
y le den el cuentagotas con el que le pretenden suministrar su medicina. Glidden
explica que aquel nombre sobre el caiga la gota recibirá un millón de dólares.
La primera gota cae al azar sobre la guía abierta y Glidden pide que le digan
el nombre del afortunado:
—¡John D. Rockefeller! — leen
con asombro.
Evidentemente se trata de un gag de la película que incide
en el tópico de la suerte del millonario que se asienta en la inevitabilidad de
la "fortuna". La superposición semántica que la palabra tiene —"fortuna"
como 'suerte' (ser afortunado), lo
que se posee (tener una gran fortuna)
y el elemento azaroso—, la caracteriza en este sentido. Rockefeller tiene más suerte y será más rico porque el azar está de su lado; es un "afortunado".
De hecho, la primera
acepción que el Diccionario de la Academia nos ofrece es el "encadenamiento
de los sucesos, considerado como fortuito". Los "afortunados"
hacen una gran "fortuna" "fortuitamente".
"Afortunados" son los que reciben ese millón de dólares de manera
aleatoria. La película acumula casos sobre la forma en la que la Fortuna se
recrea, haciendo llegar el dinero a quienes se lo merecen, de forma irónica a
los que no pueden recibirlo, y como lección a los que no saben apreciarlo. Pero todo eso tienes demasiado sentido como para no ser premeditado. La vida no tiene tanto guión y da y quita sin miramientos.
Se cuenta que Rothschild, viendo
amenazada su fortuna por la revolución de 1848, inventó la siguiente humorada:
"Admitamos que mi fortuna se haya adquirido a costa de los demás.
Dividiéndola entre los varios millones de europeos, correspondería a cada persona
un escudo. Pues bien; me comprometo a restituir su escudo a cada uno que me lo
pida".
Dicho esto, y luego de debidamente
publicitado, nuestro millonario se paseaba tranquilo por las calles de
Frankfurt. Tres o cuatro transeúntes le pidieron sus respectivos escudos y él,
con sardónica sonrisa, se los entregó quedando hecha la jugarreta. La familia
del millonario aún está en posesión de sus tesoros.** (55)
No es casual que Kropotkin comience con esta historia del
banquero Mayer Amschel Rothschild el capítulo "La expropiación" en la
obra. Es lo suficientemente irritante como para convencernos de la necesidad de
expropiar a individuos como ese que, además de hacer su fortuna arruinando a los demás, se ríen de ellos. Los muy ricos deberían tener el buen gusto de no hacer bromas sobre sus fortunas.
Las diferencias entre el millonario de la ficción, John
Glidden, y el de la realidad, Rothschild son grandes, claro. Aunque hay algunos
que gustan de la filantropía, son más los que se acercan al modo de reparto de
Rothschild y más incluso los que lo considerarían un despilfarro absurdo.
La
esencia de la idea de "fortuna" no está en su justicia, sino
precisamente en su arbitrariedad, en lo fortuito. La película no nos muestra
cómo consiguió John Glidden su fortuna; solo cómo la distribuyó. Ya señalaba
esto Kropotkin en su obra: «[...]
hay un grueso error, y es que nadie se ha preguntado nunca de dónde provienen
las fortunas de los ricos. Un poco de reflexión bastaría para demostrar que el
origen de esas fortunas está en la miseria de los pobres.» (56) Hoy, que indagamos
las de algunos, nos llevamos muchas sorpresas.
Nuestros tiempos, sí, son también de "grandes
fortunas". Cada vez que sale la lista Forbes, aparecen nuevos nombres, lo
que no significa que los que no están en la relación publicada no lo sigan
siendo, sino que hay otros con más dinero. La contrapartida es el
empobrecimiento de otros muchos que ven cómo su vida empeora cada día, sin la
esperanza de que unas gotas caigan al azar sobre sus nombres y cambie su destino.
Pero una cosa son las películas y otra la realidad. John Glidden es fruto de un
guionista biempensante; Rothschild de las Leyes de la Evolución.
Hoy mucha gente no pide ya "fortuna", sino ese
premio extraño, legendario, poco remunerado, que a algunos les toca de vez en cuando, que
se llama "trabajo".
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