Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hay
cosas que es mejor no comprobar cómo pueden terminar. Es sensato ser sensato.
El caso de la polémica falla valenciana que nos cuentan los diarios hoy nos
avisa de que debemos ser más cuidadosos desde que el mundo se ha hecho más
pequeño, más próximo, tanto que casi todo se puede tocar.
Puestos
a elegir entre todos los motivos posibles, a algunos artistas falleros se les
ocurrió hacer una falla con un divertido elefante rosa y unas cuantas figuras
exóticas que daba la casualidad que eran representaciones de los dioses de la
religión hindú, sus símbolos sagrados. El diario El País nos cuenta:
Esta falla, de la sección Primera B y cuyo
lema era Vells contes de la Índia
(Viejos relatos de la India), es obra del artista Sergi Fandos y está rematada
con una gran figura de un elefante que representa al dios hindú Ganesha, una de
las deidades del país asiático.
Los presidentes de la comisión Ceramista Ros,
de la Junta Central Fallera y del templo Hindú, Swami Omkarananda, llegaron a
un acuerdo y decidieron que “en prueba de buena fe y de cooperación”, se
indultó anoche la figura que evocaba a la divinidad de Shiva Nataraja. La
figura indultada se donará al Templo Hindú. También se quitaron del elefante
que remataba la falla, los atributos sagrados.*
Todo
esto, esta buena voluntad, es loable una vez detectado el problema. Porque es
un problema. Es sobre todo un problema de nuestra forma de entender —o de no
entender— cómo funciona el mundo más allá de los límites castizos de nuestro pequeño
mundo, que funciona de forma independiente a nuestros deseos y apetencias. Me
imagino que todos los valencianos —y una mayoría de seres humanos— se alegrarán
porque las Fallas se sigan conociendo en el mundo como una actividad festiva y
no de una manera trágica que podría haber entrado en el negro listado de
provocaciones sangrientas que acaban pagando justos por pecadores en cualquier
lugar del mundo.
De
salida advirtamos que el caso fallero no tiene nada que ver con otros como la
quema de coranes por ese tarado que se llama Terry Jones o la realización del
vídeo sobre Mahoma. Pero esa distinción no sirve de nada en quien no la
entiende y solo ve lo que necesita ver: la quema de sus símbolos sagrados, algo
que —sin venir a cuento— alguien se dedica a hacer en una parte del mundo que
hasta el momento desconocía dando saltos alrededor de una hoguera.
Una
señora que sale en el vídeo de El País
TV señala que aquí "se quema al rey Juan Carlos y no pasa nada". Y
tiene razón en eso, pero no es lo mismo que lo quemen en la India; significa
otra cosa. Si mañana en cualquier ciudad de la India se dedicaran a quemar
imágenes de la Virgen del Pilar, de la Moreneta o de cualquier otra imagen
reverenciada en nuestro solar patrio, seguro que algunos, molestos,
protestarían. La misma devoción con la que los valencianos ofrecen las flores
para cubrir el manto de su gigantesca figura de la Virgen en estas mismas
fiestas es la que sienten personas de otras partes del mundo por sus símbolos. Nos muestran llorando por la emoción a algunas jóvenes que han dejado sus ramos para cubrir el manto de la "Geperudeta", la Virgen de los Desamparados. Uno de los encuestados señala, con sentido común, que a él no le gustaría que se quemara a la "Geperudeta", que lo entiende. Otras opiniones recogidas sobre la cuestión en el vídeo de El País repiten mecánicamente que hay que quemarla porque "es
la tradición". Tan iconoclastas para unas cosas y tan "tradicionales"
para otras. Es la ley del embudo de la iconoclastia: lo mío, tradición; lo de los demás, superchería.
La
gracia de las Fallas no está en quemar símbolos religiosos de otras culturas;
la gracia esta en quemar figuras de nuestros políticos, deportistas, del rey,
incluso. Una Rita Barberá hindú esta perfectamente justificada en la falla. Y como somos europeos, también la de Angela Merkel; y como estamos en la
OTAN, las de Barack Obama o George Bush. Lo iconoclasta está en quemar lo
nuestro, con lo que tenemos vínculos contexuales, y no lo ajeno y
descontextualizado porque entonces surgen problemas como este al incluir las divinidades hindúes entremezcladas que arderán junto a los políticos locales, que se lo merecen. Deja de ser una
ejercicio festivo de crítica y autocrítica y pasa a serlo de violencia y
agresión simbólica gratuita contra los otros, sin más. Y vete a explicarles, antes de
que la monten, a los millones de hindúes que quemar sus símbolos religiosos es
una cosa muy divertida que hacen en España para celebrar el día de San José. ¿San José?, preguntarán entonces los
hindúes muy interesados. «Sí, un santo por el que sienten mucha
devoción en aquella ciudad y le dedican sus fiestas», explicaremos. «Entonces,
¿es algo religioso?» «Pues sí y no...», dudaremos. «¿Y podemos quemarlo nosotros?»,
preguntarán los hindúes muy interesados. «Pues, no sé...», diríamos.
Ayer estuvo a punto de quemarse un hombre frente a la Falla en cuestión. Podemos pensar que es un loco, un fanático, un simple creyente o lo que queramos pensar. Una persona, al fin y al cabo. Es un aviso. El asunto podía haber causado problemas graves en algo cuya función es divertirse y atraer a miles de turistas de todo el mundo.
La gracia
de las Fallas está en ser irreverentes, como apuntaba la señora del vídeo. Pero
debemos ser conscientes que no tenemos la exclusiva sobre qué es divertido y
qué no lo es, sobre lo sagrado y lo profano. Que nosotros mostremos nuestro
desapego por nuestros propios símbolos, ya sea por diversión o por agresión, no
nos autoriza a hacer lo mismo con lo de los demás. Que hayamos llegado a una
especie de "nirvana" de la iconoclastia en el que quemamos nuestras
banderas, silbamos nuestros himnos, etc. no significa que los demás lo hagan y
menos que lo entiendan. Y, por supuesto, menos todavía que lo hagamos con los
de los demás. Nos cuentan en el diario El
Mundo que «varios vecinos gritaban desde balcones cercanos
lemas amenazantes como "esta falla, la vamos a quemar".»** Seguro que
si se hubiera producido un asalto y prendido fuego a alguna legación española
en alguna parte del mundo, también hubieran saltado manifestando su
satisfacción. Hay gente para todo y el sentido común mal repartido, aunque
salga la media.
El hindú que amenazó con quemarse si los símbolos
que para él representan algo importante y respetable fue detenido a tiempo y se
puedo evitar una tragedia que habría puesto en los periódicos de medio mundo el
caso. A algunos, deseosos de notoriedad, hasta les habría parecido bien. Pero a
los ojos del mundo, Valencia y sus fiestas ya no serían lo que han sido hasta
ahora, sino que habrían mostrado un sesgo violento que a muchos no les
gustaría. La Comisión fallera ha hecho bien en dialogar con la comunidad hindú
para lograr un acuerdo. De todo se aprende y me imagino que se habrá sacado
alguna consecuencia para el futuro.
El mundo, como decíamos al principio, se ha hecho más pequeño y con los tabiques más finos, de tal forma que se escucha todo. Que no respetemos lo nuestro es cosa nuestra; pero que no lo hagamos con lo de los demás tiene sus riesgos. Los hindúes tienen sus tradiciones y no se meten con nadie. Meterse con los demás no es una tradición, es un ejercicio arriesgado entre la osadía y la ignorancia. Aunque algunos lo piensen, no somos el centro del mundo.
Una fiesta que aspira a ser declarada Patrrimonio Inmaterial de la Humanidad tiene que ser generosa y respetuosa con esa humanidad variada para que pueda disfrutarla sin distinciones. Afortunadamente lo han hecho. La decisión está en el aire.
*
"Un detenido por la polémica de la falla con símbolos hindúes" El
País 19/03/2013
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/03/19/valencia/1363691895_212875.html?autoplay=1
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