Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
explicación elemental de por qué no hay debates ideológicos en los partidos es
porque no hay ideologías. ¿De qué van a debatir?
La teoría de que en los
lugares pequeños los más ambiciosos se introducen allí donde pueden medrar
organizadamente, que trabajan para crearse y mantener un feudo
acompañados de colegas tan necesitados de puesto y conexiones como el patrón que les lidera,
se confirma una vez más. Luego están los ambiciosos
deslocalizados, esos que aspiran a dejar su pueblo y marcharse a la capital, con
maleta y un folleto con el programa para echarle un vistazo en el tren por si
les preguntan al llegar. La política local es intereés a flor de piel, patrulla de calles, nombre y apellidos, familiares en primer y segundo grado. Están los de aquí y luego los de Madrid, que vienen a mangonearnos.
El
ejemplo de Ponferrada es realmente sangrante por lo que tiene de descarado apego
al cargo, antes que a cualquier principio. La renuncia a hacer carrera en el
PSOE del renuente alcalde, presentándolo como un gran sacrificio personal, nos
conmueve. Pensará el interesado y los que como él pululan por la geografía
española: «—¿Y para esto me he estado yo currando la localidad, poniendo cara de
interés con todo lo que me contaban?»
Cuando se mira de cerca, la patria chica no resulta ser tan chica, da mucho de
sí. Tan solo se trata de cambiar el discurso y contarle a los del pueblo que ha
renunciado a un futuro prometedor por ellos para que se sientan en deuda con él
el resto de sus vidas. Todo por Ponferrada. Acabarán fundando un partido
nacionalista ponferradino, racial, por encima de las ideologías, solo con intereses,
que así hay que gastar menos en propaganda.
El caso
ponferradino no es más que una anécdota sobre la estirada piel de toro
nacional, ya se pinten rayas municipales, autonómicas o nacionales, incluso,
europeas. El sillón para el que se lo
trabaja. El poder es el poder. Más vale ser cabeza de chinche que rabo de
torito bravo; te agarras y no hay quien te quite. Anécdota, sí, pero vergonzosa, obscena; el más allá de la política.
El
estado ideológico calamitoso en que se encuentran los partidos nos muestra
claramente que es la aritmética más elemental —suma o resta de votos,
multiplicación de ingresos y división de intereses— la que cimenta la política española.
Como
estamos en el País del Revés, la cuestión se ofrece como si se tratara de un
plante (o un desplante) a Alfredo Pérez Rubalcaba. La manía de los partidos
españoles de quedarse tranquilos cuando el vecino tiene la casa empantanada no
permite que se arreglen las cosas nunca. «—¡Ponga
en orden su casa!», les gusta gritarse unos a otros en cuanto que tienen
ocasión, que es con frecuencia. ¡Como si eso supusiera algún alivio de los
problemas generales!
En el caso ponferradino, tenemos un ex alcalde del
PP con las manos muy largas, del que dio buena cuenta explicativa Juan José
Millás en su libro reportaje ‘Hay algo que no es como me dicen. El caso de
Nevenka Fernández contra la realidad’ (2011). Quiso la casualidad que me
invitaran a compartir "conferencia entrevista" con él, fórmula de
debate público, y le propuse centrarnos en el "caso Nevenka" que me
pareció interesante por muchos motivos. Durante un par de horas debatimos ante
el público asistente sobre lo que era algo más que una anécdota política, más
bien el síntoma de una sociedad patriarcal fuertemente enraizada, donde "poder"
significa poder sobre lo divino y lo humano.
Esto no es un caso ideológico. Entenderlo así es hacer un flaco servicio. Es,
precisamente, una ocasión de oro para dejar al descubierto a todos estos
individuos que acaparan poder y clientela en pueblos y ciudades, por encima de
ideologías o principios, que reducen la vida política al derecho primario a doblegar
cualquier voluntad que se les resista. Bien haría Ponferrada en desprenderse de
los que primero venden en el nombre del partido y después venden al partido
mismo o lo que haga falta con tal de seguir manteniendo las riendas de la vida
local. Ponferrada es solo un nombre, un lugar, pero como diría Gustave
Flaubert, hay uno de ellos en cada pueblo de nuestra geografía. Uno por lo
menos, añadimos nosotros.
Pedimos la renovación de los partidos, sí. Ahora el
pueblo de Ponferrada tiene la ocasión mostrar sus virtudes cívicas; los que
llevaron de nuevo al ex alcalde al ayuntamiento, tras ser condenado, ya dieron
de sí todo lo que podían. Que no se molesten; que se abracen.
Sería interesante, para entenderlo, releer el texto
de Juan José Millás. El País publicó
un capítulo de la obra, como promoción, unos días antes de que saliera a la
venta. Esta es la descripción que hizo de su motivación inicial y de lo que se
encontró:
El
asunto me interesó profesionalmente, pues pensaba que si lograba entrevistarme
con esa concejala quizá podría sacar alguna información sobre determinadas
operaciones urbanísticas algo dudosas que se estaban llevando a cabo en
Ponferrada. El PP gobierna allí con mayoría absoluta y métodos caciquiles. Todo
es hermético porque ha logrado crear una red de intereses tan brutal que nadie
da un paso sin la autorización del alcalde. En Ponferrada no se cae una hoja de
un árbol sin que Ismael Álvarez lo autorice. La posibilidad de entrar en
contacto con una persona que conociera el Ayuntamiento por dentro y que además
hubiera trabajado en el área de economía era muy apetecible. Si esa persona
había salido rebotada, mejor. Me puse, pues, en marcha para conseguir una cita
con Nevenka Fernández, y el caso es que la conseguí.
Ya te
digo que mis intereses eran completamente egoístas, profesionales, pero todo
cambió cuando estuve frente a ella. Habíamos quedado en un Vips cercano a la
plaza de España, aquí, en Madrid. Éramos cuatro: Nevenka, su novio, otra
persona que había actuado de contacto y yo. Cuando vi a Nevenka me quedé
espantado: parecía una criatura recién salida de un campo de concentración.
Estaba en los huesos. Miraba a un lado y a otro cada vez que decía algo, como
si flotara en el ambiente un peligro indeterminado que en cualquier momento
pudiera materializarse, y encendía un cigarrillo con la brasa del anterior.
También hacía un gesto raro con las manos, como si se las estuviera lavando
continuamente o como si quisiera deshacerse de unas ataduras invisibles. Te
ponía los pelos de punta. Me sentí mal por haber pretendido obtener alguna
información de una persona en esas condiciones, así que cuando nos contó la
situación de acoso que había padecido le aconsejé que pusiera una denuncia,
pues creo que es lo que las mujeres tienen que hacer en casos como éste, y me
ofrecí a ayudarla si se decidía a dar ese paso. Luego me quité de en medio. *
Los
casos de acoso, por mucha condena que tengan, siempre encuentra personas que los
disculpan, los empequeñecen y consideran que son culpa de las mujeres que se lo
buscan. Se puede llegar muy lejos siendo acosador convicto. Se puede incluso
presumir de ello. Un voto es un voto, dicen desde la derecha y la izquierda,
según toque. Hay cosas que son difíciles de cambiar. Y otras de entender.
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